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El laboratorio del amor: cómo la química del cerebro apaga la razón y enciende el deseo

El amor no es magia, es química: dopamina, oxitocina y deseo enredan la razón y llevan a ignorar las señales de alerta.

Cuando nos enamoramos, el cerebro se convierte en un laboratorio químico con los cables cruzados. Dopamina, oxitocina y adrenalina se mezclan en una receta que nos hace sentir eufóricos, irracionales y, a veces, sordos ante cualquier advertencia.

El amor no es un misterio romántico, sino un sistema neuronal diseñado para reproducirnos y cooperar.

Desde el primer impacto visual hasta el apego emocional más profundo, el cerebro juega con estímulos, patrones y recompensas químicas que determinan por qué elegimos a unos, desechamos a otros y, cuando todo se enfría, también por qué dejamos de sentir.

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Cuando la persona se enamora la dopamina, oxitocina y adrenalina se mezclan en una receta que nos hace sentir eufóricos, irracionales y, a veces, sordos ante cualquier advertencia.

Cuando la persona se enamora la dopamina, oxitocina y adrenalina se mezclan en una receta que nos hace sentir eufóricos, irracionales y, a veces, sordos ante cualquier advertencia.

“Lo que llamamos amor es un sistema neuronal complejo”, explica el doctor Hugo Valderrama, máster en neurociencias.

Desde la ciencia no son necesarios los acordes de los violines ni películas románticas para hablar del amor. La base es una pizca de química y un poco de biología. “Lo que llamamos amor es un sistema neuronal complejo”, dice. Nada de mariposas ni flechazos divinos; lo nuestro es pura electricidad cerebral.

El especialista señala que el cóctel emocional nació con dos misiones evolutivas muy terrenales: reproducirnos y cooperar. Sí, ese impulso que nos hace escribir mensajes a medianoche o revisar perfiles ajenos en redes tiene raíces más en Darwin que en Disney. “El amor surgió para asegurar la reproducción y también para fortalecer la colaboración entre personas —explica—. Esa unión puede ser tanto para criar hijos como para apoyarse emocionalmente o complementarse en la vida”.

Amor a primera vista… ¿o a primer patrón?

El cerebro, travieso y práctico, empieza la búsqueda del amor por los ojos. “El estímulo visual suele ser el primero. Ahí el cerebro busca patrones compatibles”, cuenta Valderrama. Pero no todo se reduce a una sonrisa bonita: el sistema puede cambiar de idea si detecta algo más estimulante, como intereses comunes o una conducta atractiva.

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Desde la ciencia no son necesarios los acordes de los  violines ni películas románticas para hablar del amor. La base es una pizca de química y un poco de biología.

Desde la ciencia no son necesarios los acordes de los violines ni películas románticas para hablar del amor. La base es una pizca de química y un poco de biología.

Y aquí viene su golpe maestro: “Se puede enamorar del cerebro de otra persona”. Lo dice en serio. Para Valderrama, quienes logran ese tipo de conexión corren con ventaja: “El cerebro se mantiene activo toda la vida, mientras que el cuerpo… envejece del cuello para abajo”,afirma.

Dopamina: la droga del enamorado

Cuando el amor llega, el cerebro se pone en modo festival químico. La dopamina corre como champán en una fiesta neuronal. “Esa sustancia genera placer y euforia, mezclada con adrenalina, que produce ansiedad. Por eso en esa etapa uno puede estar feliz y desesperado a la vez”, explica.

Pero toda fiesta tiene su fin. Y en el cerebro, el after se llama oxitocina. Cuando la pasión baja un cambio, esta hormona toma el control, fomentando el apego y la estabilidad. “Las relaciones que perduran son las que comparten objetivos, se complementan o se potencian mutuamente”, dice el doctor. La oxitocina no solo une parejas: también consolida amistades, familias y vínculos parentales. Incluso antes del nacimiento, el cerebro materno se prepara con un pico de esta sustancia para fortalecer el lazo con el bebé.

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¿Y el desamor? Valderrama lo explica sin anestesia: cuando la segunda fase —la del apego— no aparece, el cerebro simplemente decide que ya no hay motivo para seguir. En otras palabras: la química se apaga, y con ella, el interés.

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Si se repiten situaciones similares con otra persona, las neuronas pueden aprender a poner freno a los impulsos y permitir una evaluación más crítica y objetiva.

Si se repiten situaciones similares con otra persona, las neuronas pueden aprender a poner freno a los impulsos y permitir una evaluación más crítica y objetiva.

Y sí, durante la primera etapa, el amor realmente puede dejarnos ciegos. Literalmente. “El cambio en los neurotransmisores puede hacernos funcionar de forma menos racional, incluso irracional”, afirma Valderrama. Pero, como todo buen órgano de aprendizaje, el cerebro toma nota: “Si se repiten situaciones similares con otra persona, las neuronas pueden aprender a poner freno a los impulsos y permitir una evaluación más crítica y objetiva”.

Así que, si alguna vez te sorprendés pensando que el amor te volvió medio tonto, no te preocupes: es biología pura. O, como diría el doctor Valderrama, “es el cerebro haciendo lo que mejor sabe hacer: buscar conexión, aunque a veces se equivoque de enchufe”.

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