Por eso aquí no se diagnostica a nadie, somos analistas, pero de la realidad que somos capaces de captar, coleccionistas de hechos aparentemente desconectados que hilvanamos como un servicio para algún entendimiento. Podemos ser menos, pero no más que eso.
Así que hagamos lo hay que hacer, primero las cifras. Según el último estudio de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, el 35% de la población argentina atraviesa algún malestar psicológico y el 9% está en riesgo de padecer algún trastorno mental. La Organización Mundial de la Salud, calculaba para 2020 que el 25% de la población mundial padecía algún trastorno mental, es decir que los argentinos estaríamos por sobre la media mundial.
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La misma OMS definía por entonces –con los efectos de la pandemia aún incompletos– que los trastornos mentales son responsables del 20% de las discapacidades, solamente superados por enfermedades crónicas no transmisibles como las cardiopatías o la diabetes.
Varias aclaraciones indispensables: malestar y trastorno no son psicopatologías declaradas ni definidas, la ansiedad y la depresión son trastornos y una encuesta es una muestra proyectable sobre un universo mayor, pero con margen de error. Pero a falta de un Censo Nacional de Salud Mental, exigible en el caso de votarse una emergencia nacional e indispensable luego de una pandemia traumática, que entre sus efectos hizo que millones de compatriotas votaran que la solución para un futuro mejor era detonar el presente, incluso para sí mismos, mientras en medio de un derrumbe generalizado de las condiciones de vida y medicados con o sin receta, seguíamos preguntando y preguntándonos: ¿y si esto sale bien?
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En algún momento, que estimamos próximo, habrá que empezar a incorporar seriamente –no sólo cada 10 de octubre– a especialistas en salud mental a los paneles televisivos (hoy poblados de economistas, politólogos, abogados y todólogos con incontinencia verbal), bajo la idea de que, si no hay solución emocional, no hay solución política ni gremial, ni de ninguna especie.
Si pasa en tu casa, te pasa solamente a vos
El concepto madre que define lo que es estar mentalmente saludable, lo define una organización supranacional con mala prensa local: la Organización Mundial de la Salud. En sus actualizaciones ha perdido algo esencial: que la salud mental es un proceso, es una transición permanente entre la salud y la enfermedad, un asunto de porcentajes variables según pasan las cosas y los años. Y esto es importante para evitar la culpa y el complejo autodestructivo de quien padece algún trastorno o enfermedad diagnosticados: nadie está completamente sano emocionalmente y de algunas configuraciones discapacitantes se puede volver.
Salud mental burnout estres 1
El doble estrés de la doble imposición de tareas hoy golpea a todos los que complementan ingresos, pero centralmente a las mujeres que padecen la carga mental de las tareas de cuidado.
La misma OMS habla de una cierta resiliencia individual y social a factores agresivos o de desgaste y los clasifica en individuales, familiares, ambientales y estructurales, que de manera integrada pueden socavar la salud mental. Pero también asegura que adversidades como la pobreza, la violencia o las desigualdades sociales, que ciertas decisiones de planificación o gestión estatal, potencian los problemas de salud mental.
Y esto no es responsabilidad de los individuos, sin importar si son percibidos como consumidores, mera audiencia o electores. El voto no es ni bueno ni malo, sino una consecuencia de complejas relaciones entre las condiciones materiales de existencia, las autopercepciones y las proyecciones de esa realidad “dura” (uno gana lo que gana y vive en el barrio en el que vive) y otra que parece más dura aún y muchas veces la contradice. Alguna vez Alejandro Dolina llamó de desconfiar de los espejos (los medios de comunicación por caso) para terminar con esto de ser morochos asumiendo “rubias conductas”. Pero el asunto es que el espejo ya ha sido internalizado, la terapia de cura es paulatina y no está garantizada con el mero hecho de apagar la tele y salir por el barrio en busca de iguales o gentes de similar condición.
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La culpabilización del individuo y sus circunstancias incluso domésticas en asuntos de salud mental, tiene en nuestro país otro botón de muestra: el listado de enfermedades profesionales o del trabajo argentino, definidas en la Ley de Riesgos del Trabajo, el Decreto 658/96 y su actualización en el 49/2014. Allí dice que “las enfermedades psicopatológicas no serán motivo de resarcimiento económico, ya que casi en su totalidad, estas enfermedades tienen una base estructural” y que sólo serán reconocidas “las reacciones o desorden por estrés post traumático, las reacciones vivenciales anormales neuróticas, los estados paranoides o la depresión psicótica que tengan nexo causal específico con un accidente laboral”.
La pandemia no es un hecho súbito ni violento (lo que implica un accidente), los efectos de una paritaria a pérdida por 21 meses o una devaluación tampoco y todo lo que no ocurre en tránsito hacia la oficina o dentro de ella puede ser contemplado, pero no resarcido. Son problemas individuales, no del sistema o del mercado de trabajo. Si pasó en tu casa y fuera del horario laboral (que ya supera ampliamente las ocho horas diarias) es tuyo, no nuestro ni de nadie más.
Este escriba suele citar a un filósofo que produce libros cortos y digeribles, repletos de eslóganes resonantes y que produce más autoconsuelo que tips u orientaciones para la sublevación, una especie de DJ de la filosofía contemporánea, pero muy eficaz para ahorrarse caracteres: Byun Chul Han.
Byung Chul Han
El filósofo surcoreano Byung Chul Han sostiene que quien fracasa en sociedades neoliberales de rendimiento se culpa a sí mismo de su fracaso y no se rebela sino que se deprime.
En “Psicopolítica, neoliberalismo y nuevas técnicas de poder” sostiene que “el régimen neoliberal transforma la explotación ajena en autoexplotación” y que quien fracasa en ese tipo de sociedades, quien “se rompe y rinde menos de lo esperado, se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en vez de poner en duda a la sociedad o al sistema” y “dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en un revolucionario, sino en un depresivo”.
Agreguemos algunas notas locales, porque ni en Corea del Sur (donde nació Byung) ni en Alemania (donde estudia, enseña y vive) la historia política y la idiosincrasia popular resultante se calcan con la Argentina. Aquí Marx puede estar demodé hace décadas y ser hasta una mala palabra, pero no se logró “la auto explotación sin clases” que al no distinguir entre explotados y explotadores hace “imposible la revolución social”. Paolo Rocca puede sentarse en el piso en la Facultad de Ingeniería de la UBA, pero sigue siendo un multimillonario bien distinto al peón de albañil no registrado y subcontratado que ejecuta el diseño del ingeniero o arquitecto de Techint.
Paolo Rocca
El CEO de Techint, Paolo Rocca, acaba de ser beneficiado por la desgravación de exportaciones de acero, aluminio y derivados. Los factores de riesgo sobre la salud mental de ricos y trabajadores pobres siguen marcados por la desigualdad y no pueden asimilarse.
Y también podríamos decir que para bien (porque estableció un piso de dignidad que aún se resiste) o para mal (porque sofoca cualquier revuelta con la promesa de una sociedad pacífica de repartos igualitarios), existe un artefacto persistente y de renovada potencia denominado “peronismo”.
Siempre estuvimos como el tema de Charly García que aún Milei no degrada: “Cerca de la revolución”. Es decir que la revolución que nunca ocurrió (se acepta que nuestros lectores nos tiren fechas como 1810, 1945 o 1973 para debatirlo) no ocurre por muchas razones, pero a poco del Día Mundial de la Salud Mental, podemos ensayar otra respuesta: porque cuando lo que no explota es el modelo, lo que explota es la gente, y más bien implosiona.