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¡Mamá, pasé de año!

Con la pandemia todavía instalada, termina un ciclo lectivo que será inolvidable para los adultos y, sobre todo, para los niños y adolescentes.

Mi hija vino caminando lento por el pasillo de casa, se apoyó en la pared y con aire canchero me dijo: "¡Mamá, pasé de año. No me llevé ni una materia!". Yo la miré achicando los ojos, como haciendo foco, pensando en todo lo que había sucedido desde aquel día de marzo donde alrededor del televisor mirábamos atentos el anuncio del presidente de la Nación diciendo que se suspendía el dictado presencial de clases por la amenaza del coronavirus. "Van a ser un par de días –le dije a los chicos– hasta que vean cómo viene la mano con este bicho", tratando de bajarlos de un hondazo en sus expectativas sobre lo que creían serían unos días más de vacaciones. Obvio, festejaron igual. Al segundo discurso ya ni escucharon lo que decía Fernández, y me encararon con un simple pero excitado "¡¿No volvemos, no?!" que a las semanas se convirtió en un lamento: "No volvemos...". Increíble cómo una misma frase puede tener tantas entonaciones distintas.

Después de ese "¡Mamá, pasé de año!" no sabía si darle una palmada en el hombro, felicitarla, abrazarla, llorar, saltar, o decirle "esperemos al 1 de enero porque este año viene tan jodido que por ahí hace que todos los profesores pierdan la memoria y no se acuerden lo que hiciste antes de mandar las notas, quizás tenés que hacer todo de nuevo", pero hasta a mí me pareció demasiado retorcido para arruinarle la alegría a mi chiquita que tanto la remó. Dos covid, recuperar clases y lecciones virtuales hecha bolsa y perder su primer año de la terminalidad de Humanidades me parecía un montón. A todo esto, tuvo que sumarle el reemplazarme mil veces en mis ausencias. Yo trabajaba mañana y tarde, los abuelos aislados, los chicos quedaban solos y el día a día era siempre un desafío. Por eso ni me animé a decirle encima que la ministra de Educación de la provincia dijo que el ciclo lectivo terminaba en marzo 2021, o sea que técnicamente no había finalizado nada.

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Qué año raro lleno de desafíos, para nosotros, pero más para los chicos, que tuvieron que amoldarse a un mundo casi imposible. Algunos con los papás todo el día en casa, otros con los viejos laburando afuera más que nunca, muchos con familias separadas y todos tratando de sobrevivir a lo nuevo. Skype, Zoom, Meet, Classroom, Jitsi no se cuanto, aula virtual, telegram, wasap, mensaje de texto y casi llegamos a usar hasta el código Morse. Los maestros y profesores tuvieron que salir a utilizar cuanta herramienta tenían para intentar dar clases en un año en que se pasó más tiempo planeando un regreso a las clases presenciales que jamás se iba a dar que en intentar definir cómo facilitar el ida y vuelta entre los maestros y los chicos, con las desigualdades que eso expuso aún más.

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Las anécdotas que quedarán para siempre de este año lectivo serán eternas: amigas que me contaban sobre correos pidiendo se aclare "a cuál hijo se refiere" cuando hablaba de "queremos saber si hay algún problema con su hijo porque no hizo los trabajos" y tenía varios chicos en la escuela; los maestros de ciencia pidiendo un litro de alcohol en plena faltante de stock para teñirlo en un experimento; estudiantes sin saber que se llevaban materias porque no leyeron correos; los micrófonos abiertos de las bendis mientras una madre decía en plena clase virtual "pero me tiene de hija esta rompe" (ya saben qué, no me hagan escribirlo), "¿qué se cree, que tengo una proveeduría en casa?"; una madre gritando "noooo!!" desde la cocina ante la pregunta si podían votar todos con la ley del voto universal y secreto, o el comentario que se escuchó después de "!¿cómo no van a saber lo que es la veda electoral?!" ; ni hablar de los videos grabados para enviar con actividades a los docentes, registrados con los celulares, en pijamas, con uniformes comprados para un cuerpo de marzo que creció 5 cm de largo y ancho, o hasta con padres en boxer sentados atrás con la computadora en el fondo.

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En mi caso, todavía trato de superar un informe donde desde la escuela de mi hijo me mandaron que el chiquito (que siempre me enorgulleció con su colección de sobresalientes) debía 61 trabajos de clases, todos los de plástica, los de inglés, sumado al comentario de uno de los profes que aclaró "se nota la ausencia de acompañamiento de los padres". "Claro flaco, te juro que traté de no trabajar 13 horas por día, pero se me complicó con el temita de la pandemia", eso pensaba mientras digería toda la culpa y trataba de entender por qué el nenito no hizo nada. "Me daba vergüenza preguntar, qué querés que haga" y "algunas actividades no eran importantes", fueron sus respuestas, así, tranqui. Pero el tipo era responsable, por eso no podía creer cómo se había revelado contra la cuarentena de esa manera. Sí me sorprendió cuando una maestra me llamó un mediodía para decirme "te queríamos avisar que lo llamamos a tu hijo para que participe de una clase de apoyo, pero nos dijo que no podía, porque a esa hora tenía clase (virtual) de básquet". Viste, le dije a mi marido, "él sabía que tenía que estar ahí para su equipo", dije convencida tratando de defenderlo, porque primero somos madres, pero obvio, después de llamarlo sin ninguna psicología aplicada para decirle "conéctate a esa clase o te acogoto". Fui la mamá de Manolito.

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Bastante contradictorio mi discurso porque ante la ansiedad y el agobio le vivía diciendo "hace lo que puedas, no te frustres, lo importante es que de esto aprendamos algo" y después caí con una batería de reclamos encontrados. Pero bueno, así somos las madres a veces, contradictorias y aprendemos a vivir con eso. Igual de todo, él también aprendió algo: a exteriorizar sus sentimientos y a ser lo suficientemente fuerte para adaptarse a esa situación y seguir. Y lo que no aprendió, espero en algún momento lo haga. A esta altura, casi que lo importante es sobrevivir sanamente.

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Ahora tenemos que ir a la escuela a buscar libretas o informes, no sé qué nos darán. Y habrá que ponerles una remera o guardapolvo casi sin usar, que no les entra y que tenemos ganas de vender con el cartelito "Joya, nunca taxi". Así estamos, esperando que termine este 2020 tan complicado para padres, docentes, alumnos y técnicos en computación. Ah! y sí, obvio que felicité a mi hija y le dije: "grossa chiquita, ahora a descansar que el año que viene va a ser duro". "¿Más?", me respondió, y se volvió caminando a su pieza sin esperar respuesta.