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De Rafaela a la Fórmula 1: la historia de Juan Carlos Basso, conductor de la empresa que equipa los motores de Ferrari

Juan Carlos Basso es, junto a su hermano, uno de los titulares de la firma que desde Rafaela logró fabricar válvulas originales y de reposición con una enorme presencia mundial, logrando equipar a marcas como Ferrari o Harley Davidson, y que tiene como clientes a las grandes terminales automotrices del mundo.

La compañía fue fundada en Rafaela, en 1963, por tres inmigrantes piamonteses, de apellidos Basso, Beninca y Bottero. De ahí vino el nombre de las 3B, convertida hoy en Basso SA.

En los comienzos se intentó recuperar válvulas para la rectificación de motores, pero la gente no quería poner válvulas recuperadas, y así empezaron a fabricar las propias para el mercado del original.

Actualmente, Basso cuenta con una fábrica de más de 20 mil metros cuadrados en Rafaela, que emplea a 500 personas, y otras dos plantas que se dedican a fabricar válvulas de competencia. Exporta alrededor del 82% de su producción, principalmente a Estados Unidos, fabrica 18 millones de unidades por año y tiene 2.500 modelos de válvulas.

Embed - Pensando en grande: entrevista a Juan Carlos Basso, de Basso S.A, en Milla Extra

¿Pero qué es una válvula? En el caso de los motores, se trata del dispositivo que permite que la nafta ingrese a la cámara de combustión del motor. El combustible se comprime, explota y además otras válvulas dejan salir los gases residuales. Es una pieza clave. Como la filosofía de vida de Juan Carlos Basso, que compartió en una charla con Milla Extra para AIRE, en el segmento “Pensar en grande”, donde contó cómo los fracasos pueden ser muchas veces la clave del éxito.

La historia de una familia piamontesa en Rafaela

—En esta charla vamos a pensar en grande. Y para pensar en grande, primero hay que recorrer mucha historia. Por eso acá tengo dos fotos, donde me vas a mostrar dónde está Juan Carlos Ramón Basso.

—Este era Juan Carlos Ramón Basso (nos muestra señalando en la foto). Acá vas a ver a mis abuelos, varias de mis tías, a mi padre que me tiene upa, mi hermano mayor abajo, que como siempre estamos ahí en un triángulo divertido, mi madre en este extremo... El resto somos todos tíos y primos.

Para nosotros, los educados en la cultura piamontesa, es como que hay tres palabras que son fundamentales: honestidad, trabajo y familia.

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—Ahí tenés el origen de ese recorrido que empezaba a hacerse…

—Ahí era Juan Carlos Ramón porque todavía no había ido a la escuela donde me saqué el Ramón porque creo que ya me acomplejaba. Esta otra foto es del año 63 en una carrera en el autódromo de Rafaela.

—Fotaza…

—Acá estoy con el doctor Beninca, hoy jefe de Neurocirugía del Hospital de Niños de Santa Fe, y éramos Basso, Beninca y Bottero, e íbamos a una carrera con un auto 0 km.

Para mí la historia fue muy fuerte respecto de esto que te estoy contando, porque en los años 50 y pico, y 60, cuando yo había nacido, mi padre era muy emprendedor y había puesto cuatro veces las tres B y nunca había tenido suceso. Siempre tenía un tercer socio: eran Basso, Beninca y un Bertolloti, Barisonzi, Baronetti... Y un día apareció un señor Bottero y dijeron, bueno, es por acá, es la señal.

Mi padre vendió la casa, el auto, dejó el trabajo que tenía, que era un nivel social medio-alto en una mueblería que se llamaba Scossiroli, cuyos dueños son mis padrinos de bautismo. Era muy fuerte él como gerente de un emprendimiento de terceros.

Me sacó de la escuela privada a la que iba (San José) y nos fuimos a vivir a los barrios cerca de donde habíamos alquilado un galpón. Y ahí arranca la historia, por eso para mí es todo importante. Dos años después ya habían podido comprar una camioneta cero kilómetro, que la usaban obviamente, con ese logotipo (BBB) que se ve claramente para salir a vender.

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Juan Carlos Basso en la intimidad de su vida familiar en Rafaela.

Juan Carlos Basso en la intimidad de su vida familiar en Rafaela.

El emprendedor que cambia la realidad

—¿Era fácil pensar en grande en esa época, para vos, tan chiquito, o para tu viejo? Imagino que él fue un poco el norte que guió tus pasos también.

—Yo creo que para mí no, para mí era dificilísimo. Yo era un niño normal, un chico como cualquiera. Un chico a los seis años puede pensar en grande pero se piensa astronauta ¿no?

Mi padre creo que nunca se detuvo a pensar en grande. Yo creo que él solo quería hacer. No iba atrás de un premio Nobel ni de un premio como tuvo, de empresario del año, en el 85 o el 86. No pensó en eso.

Y a mí me quedó una palabra que yo uso mucho en las charlas que por suerte puedo dar en algunos lugares, algo que para mí es muy importante, a la hora de definir lo que es un emprendedor. Simplemente un emprendedor es el que cambia la realidad.

No es un emprendedor solo el que va a hacer pulseritas a la plaza. También, pero no solo él. Un emprendedor es un jefe de un área de un Ministerio que quiere hacer que sea la mejor, y es un empleado público. Y mi viejo era eso, esencialmente. Un tipo que dijo: “Yo estoy acá pero acá no me quiero quedar, quiero ir para allá”. Y apuntaba, apuntó, apuntó… hasta que un día la pegó.

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—¿Y cuál es la diferencia entre cómo miraba tu viejo el presente y el futuro, y cómo lo miraste vos?

—Mirá, vos sabés que nosotros con mi hermano José Luis somos los que nos quedamos. Yo con 32 años me hice cargo de la compañía. Hoy se lo estamos pasando a los continuadores, porque fue difícil encontrar la palabra: si sucesores, si herederos. Y la que encontramos es continuadores, porque definimos así una llave de lo que es el laburo en familia.

¿Cuál es la llave? La llave es: mi viejo fue la primera generación, nosotros fuimos la segunda primera generación y ellos van a ser la tercera primera generación. Si mi papá se levanta hoy y ve lo que hicimos nosotros, no tendría la menor idea de dónde ponerse. Y espero que nuestros hijos hagan lo mismo.

—¿Cuándo considerás entonces que empezaste a pensar en grande? ¿A los 32 años, cuando te hiciste cargo de la empresa?

—¿Pienso en grande ya?

—Respondeme vos...

—No lo sé. Te juro que es una pregunta que no sé. Porque… ¿sabés qué pasa? Pensar ES grande. No todos piensan. Pensar ya es grande. Y pensar en grande... decime grande... ¿cuánto?

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La lección de Juan Carlos Basso, el industrial rafaelino de la empresa que conquistó a Ferrari y Harley-Davidson.

La lección de Juan Carlos Basso, el industrial rafaelino de la empresa que conquistó a Ferrari y Harley-Davidson.

—Claro, ¿qué es grande para vos? Porque imaginate que ser parte de la historia de una de las industrias más importantes… te queda chica la Argentina.

—Sí, no existiríamos solo en la Argentina. Vendiéndole solo a la Argentina, nos quedamos con el 12% de lo que somos. El 88% lo tenemos que salir a buscar afuera, que nos lo compren. Pero lo más grave, lo más divertido, lo más simpático, una de las razones del éxito es que tampoco tenemos la materia prima acá. Entonces, tenemos que comprar la materia prima en Oriente, traerla a la Argentina, y ni te cuento que la traemos a Rafaela, que es más difícil que traerla de Shanghai a Buenos Aires.

—Porque estás acá, nunca te fuiste de acá.

—No. Y algún día me lo preguntaron: “¿Cómo puede ser? Hay cuatro fábricas de válvulas en Latinoamérica, hay dos en Rafaela. Y Rafaela no tiene ni materia prima ni clientes. ¿Por qué están en Rafaela?”. Yo le dije: “Porque nací en Rafaela”.

Esto salió así y son estas cosas simples que te va dando la misma vida. Y vos decís, “¿pensás en grande?”. Tal vez mis hijos te lo puedan decir, después de unos años en que yo ya no esté, si había pensado o no en grande. Yo siempre pienso. Y sí, tengo una inquietud como para renacer todos los días.

El fracaso como motor del éxito

—Éxito es una palabra que sin duda ha marcado tu vida personal, familiar, ¿no?

—No, mi vida personal y familiar está marcada por los fracasos. Los éxitos son los que disfruto, me hacen dormir, pero de lo que aprendí fue de los fracasos.

Yo siento que el que obvia los fracasos, es el que le tiene miedo a llorar, a transpirar, a ir a la cancha porque mañana me van a cargar porque Colón le ganó a Unión o el 9 le ganó Atlético. Ese tipo… que piense su vida, porque hay que salir a fracasar.

—El que nos está mirando dice “¿cómo?, ¿Juan Carlos Basso tiene muchos fracasos?”.

—Sí, los éxitos marean. Fracasos, sí, muchos, muchos, muchos más de los que me animo a confesar incluso. Porque yo te puedo contar 20, 30, 50, 100, 500 días felices, y todo el resto fueron empate o pérdida. Y en esto por ahí nos engañamos entre los seres humanos.

—Bueno, pero te hace valorar más lo otro.

—En los fracasos, ahí está mi aprendizaje. Yo ahí es donde creo, por eso valoro más los fracasos, porque al éxito lo disfruta cualquiera. Aprender en serio, aprender de un fracaso, ahí creo que está la diferencia de los exitosos.

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Juan Carlos Basso, el industrial rafaelino que conquistó el mundo.

Juan Carlos Basso, el industrial rafaelino que conquistó el mundo.

—Juan Carlos, ¿qué considerarías éxitos o puntos a favor? Empresarialmente hablando.

—Creo que el principal éxito personal que tuve fue tener un hijo. Empresarialmente, el hecho de haberme juntado con mi padre cuando terminé quinto año y le dije “papá, no quiero estudiar, quiero trabajar”. Y me dijo: “Hacé lo que quieras, serás un fracasado para mí”. Así de liviano eran los padres ¿viste?

Entonces me fui a la facu, estuve cuatro años estudiando Ciencias Económicas en Santa Fe —no hago apología de esto para nada— pero para mí fue un dolor enorme venirme de vuelta y decirle: “Papá, tengo 20 materias aprobadas, ni una bola, ya no soy un fracasado. ¿Me das trabajo o no?”. Y él me dijo: “Bueno, empezarás de cadete, si hubieras venido con el título, podrías ser el contador”.

Esas cosas, me parece que para mí eso fue un éxito, haber abordado el hecho de haberme ido a vivir solo, después volverme y decir “yo estoy acá, no vengo a laburar con mi viejo, sino que elijo estar dentro de este proyecto”.

Y después el hecho de Ferrari. Generalmente, tenemos al nene descocado de la familia que le gusta jugar al fulbito, correr en auto, todo esto... Y en ese momento Martín (Basso) tenía 19 años, parecía que iba ser el nene que iba a hacer todas estas cosas. Y fue, y le fue bien, y corrió, y salió campeón argentino, y corrió en Estados Unidos, y ganó y se fue a Europa. Y yo lo miro hoy y me pregunto cómo vivimos esa aventura.

Martín vivía a 20 kilómetros de Ferrari, tocaba timbre en la empresa y decía: “¿No necesitan válvulas?”. Y hoy somos famosos porque le entregamos válvulas a Ferrari. Pero porque él corría en Italia de la misma manera que en la Fórmula Atlantic en Estados Unidos. Martín corrió dos años y durante 25 años sólo usaron válvulas 3B en todas las categorías.

Dejame que me quedé enganchado con los fracasos. Yo te voy a contar uno solo para que entiendas cómo se galopan los fracasos. En el 95, fruto del motor multiválvula que estaba apareciendo, faltaban válvulas en el mundo, y aparecimos en el radar de Peugeot Francia.

Tati, la madre de Martín, la esposa de mi hermano con 41 años, estaba muy enferma de cáncer, y falleció. Fue un domingo, y el jueves de esa semana me llamaron de Peugeot. Me dicen: “Los queremos acá el martes”. Estamos hablando de que hacía cinco años que nos habíamos quedado solos en la compañía, que hacía diez que había muerto nuestra madre, un golpe tras otro. Y yo lo miré a mi hermano.

Estábamos los dos hechos mierda, pero claramente él mucho más, con cuatro hijos, todos chiquitos, viudo, presidente de la compañía. Y le digo: “Yo seguramente estoy menos mal que vos. ¿Vos querés que yo te contagie a vos o vos me querés contagiar a mí? Yo me voy a Francia. Me importa un carajo el duelo”.

Y salí y me fui el sábado a noche a Francia a una reunión que después nos terminó salvando la vida del 99 al 2001, ya que cuando el mundo se estrellaba, nosotros tomábamos empleados.

En el 2001, cuando fue la crisis, nosotros tomamos 150 empleados que salían de las otras metalúrgicas y lo hicimos porque estábamos en expansión. Y este punto exacto es el que yo quiero hoy a Juan decirle: “Es por ahí; arrancá ahora de nuevo porque todavía estás a tiempo de empezar”.

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Cuatro palabras que definen los momentos de crisis

—Te iba a preguntar eso: si tuvieras la oportunidad de tener una charla, así como la estás teniendo conmigo, con Juan Carlos Ramón, con Juan Carlos… porque contale a la gente también cómo fuiste perdiendo parte de tu nombre a lo largo de tu historia.

—Es como una mutación que ha tenido mi vida. Cuando llegué a la escuela, me empezaron a llamar Ramón, el Rama Grande… Entonces no, yo soy Juan Carlos. Juan Carlos Basso. Y después, cuando volví de la facultad y fui a laburar, fui a Basso. Entonces chau, no era Basso. Yo era Juan Carlos de Basso. Así que perdí el Basso.

Y ahora, después de cumplir una edad necesaria dentro de la compañía, más de 40 años trabajando todos los días con mi hermano y todo el equipo, decidí darle el apoyo a mi sobrino Martín, casualmente, y a mi hijo Leandro, para que se hagan cargo de todo, y yo convertirme en Juan.

—¿Qué le dirías a Juan Carlos Ramón?

—Charlo todos los días con él. Sí, hablo mucho. Ahora estoy un poquito más abierto. Le diría: “No me abandones". Porque yo lo llevo, pero no quiero que me abandone. Quiero seguir siendo un poco niño, un poco travieso, un poco irrespetuoso, un poco frívolo y que no necesite a un niño para poder tirarme en el césped.

Así que eso le diría, “no me abandones”, porque lo sigo necesitando y creo que lo voy a necesitar hasta el último día.

—¿Le darías una recomendación en base a todo el camino recorrido, que haga o que no haga algo?

—Sabés que no, porque estoy feliz de haberme casado dos veces, estoy feliz de haberme divorciado, porque cada cosa que he hecho fue con el mayor de los respetos.

Nosotros tenemos cuatro libros; en verdad tres y uno en edición. Tres libros presentados con el programa Valor Agregado, y en realidad siempre nos preguntamos qué es el compromiso.

Y esto lo he hecho permanentemente, por eso he hecho la frase del segundo libro que hablaba del compromiso, que nos dice que es el uso de la libertad con respeto por el otro, con la responsabilidad de lo que estás haciendo y poniéndole voluntad.

Con esas cuatro palabras yo he definido todos los momentos de crisis de mi vida y también los de emoción. Yo he sido libre para tomar las decisiones, respeté siempre al otro en lo que pude. Algunos, los que están al lado mío, dicen que respeto poco, pero yo siento que soy un gran respetuoso. Pero es la libertad con respeto, con responsabilidad y con muchísima, pero muchísima voluntad.