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Sociedad violencia de género | estereotipos de género |

La íntima vinculación entre la masculinidad y la violencia de género: ¿qué dicen los varones?

Fernando Ferraro integra el Instituto de Masculinidades y Cambio Social. Ante la pregunta sobre la posible transformación de una persona que ejerció violencia de género, no plantea respuestas, pero sí un mapa posible.

Fernando Ferraro trabaja hace años en talleres y formaciones para varones. Desde allí piensa los efectos de la socialización de género, la relación entre enojo y violencia y las posibilidades reales de transformación.

Ferraro integra el Instituto de Masculinidades y Cambio Social, es miembro fundador del Grupo de Teatro de lxs Oprimidxs Rosario y trabaja en el Ministerio de Igualdad y Desarrollo Humano de Santa Fe. Aclara que no está participando en ninguno de los espacios municipales, de modo que no puede hablar de esas experiencias, pero sí desde su propio recorrido en relación a los grupos de varones.

“Una de las cuestiones clave es el espacio para que podamos expresar un malestar profundo, un enojo profundo, un dolor profundo”.

Una posibilidad obturada durante toda la vida. “Entre varones por la socialización de género tenemos las conversaciones más profundas, más necesarias, canceladas por nosotros mismos incluso”.

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Para Ferraro, la tierra fértil del feminismo imprime en estos procesos un marco que habilita la pregunta y la revisión. Pero para que eso ocurra es necesario un espacio sin mirada punitiva: “Es fundamental el ambiente, el espacio, el encuadre para que se empiecen sobre todo a atravesar prejuicios, barreras y muchos enojos también”. Y advierte que muchos varones llegan con enojo hacia los feminismos o directamente lejos de cualquier pregunta de género.

Aun así, señala que la puerta de entrada suele ser el registro del daño: el costo personal de sostener esas formas de ser varón. Como contracara de los muchos privilegios. Pero insiste en que no alcanza con quedarse ahí.

Para él, se trata de habilitar un espacio “desde una perspectiva de género” que pueda alojar sensibilidad, no sólo conceptos.

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La violencia de género hace que se pierda de vista la mirada hacia la mujer y hacia lo femenino, dice un especialista.

La violencia de género hace que se pierda de vista la mirada hacia la mujer y hacia lo femenino, dice un especialista.

Ferraro retoma la pregunta por el enojo como emoción socialmente habilitada en los varones: “Tal vez es la emoción que canaliza a todas las otras. En el enojo se transporta el dolor, se transporta la tristeza, se transporta el silencio, se transporta la vergüenza, se transporta el miedo, se transporta la fragilidad”.

Para él, explorar ese universo emocional es parte central del trabajo. Y asocia el enojo a la impotencia y la frustración, en un entramado donde la jerarquización de la masculinidad también jerarquiza emociones. “Emociones que están profundamente guardadas”, dice, y recuerda que en la vida cotidiana los grupos de varones no se invitan a habitar otras emociones, sino todo lo contrario: a silenciarlas.

Un sistema jerárquico de relaciones

Esa forma de procesar lo emocional se entrelaza con el ejercicio de violencia: “Todo va hacia el enojo y se descarga con lo que se entiende como lo más débil, lo más frágil, lo femenino”.

Por eso insiste en una pregunta clave: “¿En qué momento se me salta la cadena?”. Allí, dice, aparecen la falta de gestión emocional, el no hablar y el no reconocimiento del vínculo con la persona con la que se está.

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También hay un punto ciego construido: “Se pierde de vista la mirada hacia la mujer y hacia lo femenino. Es una mirada muy miope”, sintetiza. Esa miopía impide el reconocimiento y el respeto.

Ferraro se detiene en otra escena frecuente: varones enojados con las mujeres o con el feminismo. Dice que esa sensación aparece como “ataque”, como expulsión o desorientación. Pero él propone otra lectura: “Yo me pregunto qué hacemos con eso. Y para mí parte de la tarea también es reconocer de dónde viene ese enojo”.

Cuenta que en situaciones donde una mujer expresa bronca o radicalidad hacia los varones, él trata de interrogar la historia detrás de esa emoción: “Si yo puedo reconocer que parte de ese enojo tiene que ver con la violencia ejercida históricamente hacia las mujeres y yo me puedo reconocer como parte de esa violencia, puedo hacerme cargo y puedo no verme atacado. Puedo decir: ‘Este enojo tiene razón, tiene historia’.”

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Ferraro habla desde un registro personal y emocional: le preocupa cómo se acercan hoy los varones a los feminismos, especialmente después de los años en que los escraches generaron miedo y reacción. “Hay un terreno que tenemos que trabajar, que es cómo nos revinculamos con el feminismo, cómo nos revinculamos con las mujeres y cómo nos revinculamos en un lugar mucho más saludable y mucho más maduro”.

¿Puede cambiar alguien que ejerce violencia?

Frente a la idea del punitivismo que define al violento como alguien que jamás podrá cambiar, Ferraro propone otro horizonte y aporta una referencia que él y sus compañeros utilizan mucho: el libro Masculinidades y feminismo, de Jokin Azpiazu Carballo.

Allí se describe que la violencia no es algo externo, sino incorporado: “El aprendizaje de la masculinidad va de la mano con el aprendizaje de la violencia como ejercicio de poder y de subordinación y de destrucción de vínculos”.

Ese aprendizaje, dice Ferraro, fragmenta profundamente y distancia a los varones de los vínculos. Pero justamente por ser social y cultural, no biológico, es posible desandar ese camino: “Yo creo que en ese desandar profundo, sostenido y acompañado hay posibilidades de transformación”.

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Es un proceso, no es individual ni inmediato: “No porque vaya a un taller un mes o seis meses, voy a cambiar. Es un proceso de por vida y necesita de ambientes permanentes de trabajo”. Además del compromiso personal, requiere una cultura que acompañe la transformación: nuevos hábitos, revisiones y prácticas constantes.

Y una de esas prácticas es dejar de ser sólo objeto de cuidados, para cultivar el cuidado de otras personas, una tarea culturalmente asignada a las mujeres. Ferraro propone un horizonte: “Una de las pistas para facilitar el desandaje de la violencia es habitar los cuidados. El desaprendizaje de la violencia va de la mano del cultivo de los cuidados”.