“Algunos creen que las personas con discapacidad no necesitamos tener Educación Sexual Integral porque nunca vamos a tener una vida sexual”, contó una chica en el taller Desear, en el que participaron más de 80 mujeres y jóvenes con discapacidad de Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Salta. Sus conclusiones pueden leerse en el libro “Desear es mi derecho. Sexualidad y autonomía de las mujeres con discapacidad”, publicado por DeSeAr, FUSA para la Salud Integral con Perspectiva de Derechos Asociación Civil (FUSA AC), la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), con financiamiento del Fondo Fiduciario de la ONU para Eliminar la Violencia contra la Mujer.
¿Por qué existen esas ideas erróneas sobre las personas con discapacidad? “El problema no es la discapacidad, sino la discriminación que se sufre por condición de discapacidad. Justamente, queremos salir de lo que se llama la teoría de la tragedia personal. Es decir, que la discapacidad es una tragedia que se vive en soledad, en dolor, en angustia”, enmarca Silvina Peirano, sexóloga, especialista en sexualidad y diversidad funcional.
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Los lugares prefijados -sacrificio, superación- excluyen el placer sexual. Si la persona se define por su discapacidad, y no se la puede considerar en toda su dimensión, el ejercicio de la sexualidad queda anulado. “La persona con discapacidad siempre estuvo asociada al dolor, al displacer y la sexualidad siempre estuvo confinada a lo genital. Esos paradigmas no son inocentes, son políticas claras de exclusión, de represión, que conllevan que el disfrute sea sólo para algunos ideales de seres humanos”, plantea Eugenia Tabacco, directora del Centro Universitario Rosario Ciudad Inclusiva (CURI), de la Universidad del Gran Rosario. Eugenia tiene ceguera, es madre de dos niñes de ocho y cuatro años, y es activista por los derechos de las personas con discapacidad desde hace décadas.
Los testimonios de Desear es mi derecho permiten vislumbrar las discriminaciones en acción. Existe una Convención sobre los Derechos de Personas con Discapacidad que se conoce poco, y se cumple menos, pese a tener rango constitucional en la Argentina.
La autonomía es una de las bases para el ejercicio de esos derechos. Es la posibilidad de tomar decisiones, y recibir los apoyos funcionales necesarios, sin que eso implique obedecer a las imposiciones de otras personas. En ese punto, Peirano se pregunta “por qué algunas personas pueden decidir sobre sus propias vidas sexuales y otras tienen que pedir permiso, por qué para algunas la sexualidad es una instancia es deseo, de placer, de goce y para otras es su más absoluta fuente de dolor, como lo es para muchas personas con discapacidad”.
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Hasta el 9 de diciembre pasado, existía en Argentina una ley que permitía la esterilización quirúrgica de una persona con discapacidad sin su consentimiento. “Las que más se esterilizan son mujeres con discapacidad intelectual o psicosocial y muchas de ellas se dan cuenta de que han sido esterilizadas cuando quieren ser mamás”, cuenta Verónica González Bonet, presidenta de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI) y periodista de la TV Pública. Es también una de las impulsoras de Desear y hacedora del libro Desear es mi derecho.
“Era una mujer con discapacidad intelectual de 37 años. La operaron y le sacaron el útero sin decirle que con esa operación nunca iba a poder quedar embarazada”, es otro de los testimonios que se recogen en el libro. La reciente derogación de esa ley es un avance, aunque queda muchísimo camino por recorrer en materia de discriminación.
“La raíz de estas discriminaciones es la invisibilización como sujeta de derechos de la mujer con discapacidad, son las imposibilidades que tenemos para ejercer tantos otros derechos, y tiene que ver con considerarnos menos personas. Eso trae aparejado la incapacidad de tomar decisiones. No poder ver, o no poder caminar, no implica no poder decidir sobre nuestros cuerpos”, dice González Bonet.
Sobre la forma de avanzar en el ejercicio de esos derechos, “lo principal es hacer llegar la información a las personas con discapacidad”, considera González Bonet, pero subraya las dificultades que tienen muchas de ellas para acceder a cuestiones de lo más básicas, como elegir qué ropa quieren ponerse o adónde quieren ir. “Muchas veces se cree también que la decisión de las familias es la decisión de ellas”, suma.
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En un informe del 24 de noviembre pasado, la Organización Mundial de la Salud estimó que más de mil millones de personas, alrededor del 15 por ciento de la población mundial, tiene algún tipo de discapacidad. Y que las personas con discapacidad tienen menos acceso a los servicios de asistencia sanitaria, por lo que en muchas ocasiones sus necesidades asistenciales quedan desatendidas.
Mayores gastos, por la necesidad de apoyo, o de asistencia que el estado no cubre, o porque no pueden desplazarse en los medios de transporte que existen en las ciudades y pueblos. Pensiones contributivas por debajo del ingreso que marca la indigencia, un 80 por ciento de desocupación entre las personas con discapacidad son algunas de las necesidades básicas desatendidas.
La sexualidad no es una cuestión menor, o secundaria. Es parte de la vida. “Nadie debería tener que poner a prueba su sexualidad, nadie debería dar cuenta de que también es sexual. Allí hay un esencialismo muy interesante, para pensar si las personas tenemos o somos sexuales. Y lo somos, independientemente de que tengamos sexualidad. Pensar la sexualidad como algo que se tiene o no se tiene, tiene que ver también con la capacidad, con el ejercicio de esta sexualidad. En este sentido, la mayoría de las personas con discapacidad es verdad que no tienen sexualidad, pero no porque no puedan ni mucho menos porque no lo deseen”, retoma Peirano.
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En Desear es mi derecho hay un ejemplo claro: “Tengo una lesión medular. El médico me dijo que nunca iba a sentir placer en las relaciones sexuales. Tardé muchos años en animarme a estar con una persona en la intimidad. Cuando tuve mi primera relación sexual pensé que no iba a sentir nada. ¡Pero no fue así! Pasó todo lo contrario”.
Por eso, Peirano se entusiasma con que el cambio venga por ahí. “Creo que hay que pensar en lo que yo llamo la sexualidad desde todos los días, la sexualidad y la clave va a estar en lo que las propias personas con discapacidad están haciendo, rebelándose de la sacralización de su sexualidad, cuestionando ¿cómo que yo no puedo? ¿cómo que para mí esto no es? Esta es la discusión verdadera y va a venir de las propias personas con discapacidad”, considera.
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