La paradoja de las elecciones 2023 es tan grande que hay que presentarla en el arranque: a 40 años de la recuperación democrática, de la fiesta popular que implicó el fin de la última dictadura cívico-militar y clerical, ganó un frente cuyos candidatos principales (hoy presidente y vice electos) la desestiman como sistema, sostienen la teoría del demonio único (“el terrorismo subversivo”), citan el Nunca Más para bajarle el precio al exterminio planificado de opositores y reivindican a genocidas condenados en tribunales imparciales y ejemplares.
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Que el peronismo unido también será vencido, no es novedad precisamente desde 1983, cuando todos los partidos que enfrentaron al peronismo (radicales, intransigentes, desarrollistas y federales) sumaron en primera vuelta prácticamente lo mismo que acumuló Milei: el 55,99% de los votos. Entiéndase bien, no estamos comparando ni liderazgos ni contenidos –de hecho Milei aborrece la figura de Alfonsín, a quien llama “el gran fracasado”– pero sí la suma del antiperonismo aglomerado de punta a punta en estos 40 años.
Son los dos momentos más antiperonistas de la post dictadura y que ameritaron, antes y ahora mismo, una reconfiguración profunda de un peronismo que para persistir históricamente deberá encontrar nuevos liderazgos y nuevas ideas fuerza para superar una crisis ideológica cuyos precedentes cercanos bien podrían ser las derrotas de 1983 y el post menemismo.
Y ya que estamos ahí, una pregunta tan grande como la paradoja con que abrimos la nota: ¿cuán grande es la responsabilidad de Alberto y Cristina en éste fracaso? Tanta que al cierre de esta nota, Sergio Massa había comunicado al presidente y la vicepresidenta su decisión de tomarse una licencia al cargo de Ministro de Economía, dejando la transición económica en manos del secretario de Hacienda, Raúl Rigo, y el presidente del Banco Central, Miguel Pesce.
El esfuerzo del doble cargo para intentar revertir lo que hasta hace cuatro meses era una derrota segura, fue enorme. Nada que reprocharle, ni siquiera ante el panorama de un peronismo con liderazgos en decadencia o en fuga, excepto el de Axel Kicillof. Pero esta es la veta de análisis en AIRE del colega Gustavo Castro, a nosotros nos toca avizorar qué pasará luego del feriado cambiario de hoy lunes y tal vez del martes inclusive. Dólar, precios, tarifas y salario. Milei anoche no definió nada, pero dejó pistas claras al respecto.
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“Venimos a hacer lo mismo que hicimos durante el siglo XIX”
La frase del subtítulo, de Javier Milei, permite avizorar el modelo productivo y social que empezará a delinearse con el gobierno libertario. Se trata de una economía reprimarizada, eminentemente asentada en commodities agropecuarios y energéticos y desentendida de su perfil industrial; con libre comercio, Estado mínimo pero ágil para utilizar sus fuerzas represivas en defensa de la propiedad privada y regulaciones laborales mínimas, acaso inexistentes. Un país potencia (en realidad pidió 35 años para concretarlo) con enorme desigualdad económica y social y salarios de subsistencia, fraude electoral y violencia política.
Un dato no menor sobre el intelectual al que Milei citó en su primer discurso como presidente de la Nación, Juan Bautista Alberdi. El Alberdi de sus obras maduras, el de los Escritos Póstumos (Tomo V), había desarrollado una idea superadora para la guerra fraticida que enfrentaba a unitarios y federales, el de una “democracia capaz de integrar a las democracias bárbara y civilizada”.
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No un país hecho sobre la sangre y exclusión de unos y otros, sino sobre un acuerdo posible entre dos visiones y proyectos de país, lo otro era imposible. Ayer Javier Milei convocó a los “argentinos de bien” (¿cuáles serían los otros?) y habló de que “se terminó una forma de hacer política y comienza otra” y convocó (mientras su tribuna gritaba “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”) a “todos los que quieran una nueva Argentina y se comprometan con las ideas de la libertad”. Decimonónico al fin, pero más en línea con el pensamiento del Sarmiento del Facundo, de Avellaneda y Roca, que de Alberdi.
En suma, el modelo es un país predemocrático, antes de la Ley Sáenz Peña, antes de Yrigoyen y Perón, de la conformación de las centrales obreras y los derechos y garantías laborales. Deshistorizados y sin referencias emotivas en el pasado que citamos, estampados contra el presente e insatisfechos por una democracia que no les garantiza trabajo, techo y salarios dignos. Para los 14 millones que lo votaron esa historia no significa gran cosa e incluso acuerdan con su líder y hoy presidente, en que son rémoras de un pasado decadente que hay que sepultar.
“Que se hagan cargo de su responsabilidad hasta el final del mandato”
Si bien en los dos discursos del flamante presidente no hubo pistas concretas acerca de los precios relativos de la economía –sobre todo del “precio de precios”, es decir el dólar– esta frase dejó claro lo que Milei espera de la brevísima pero dramática transición de gobierno.
No habrá acuerdos de responsabilidades compartidas sobre el precio del dólar, serán Alberto Fernández (que hace rato no toma decisiones trascendentes), Rigo y Pesce los que deberán contener la corrida contra el peso que comenzará el primer día de actividad cambiaria y que promete llevar el dólar a $3.000 o más y la inflación mensual a dos dígitos bravos, un 30% según Barclays y Epyca Consultores, hasta que el gobierno entrante aclare las nuevas reglas del juego.
“Con la promesa de la dolarización y unificación del tipo cambio sostenida, el precio del dólar puede situarse en una banda de entre $3.000 y $5.000, pero en realidad no tiene techo a corto plazo y por corto decimos mucho menos de los 20 días que faltan para la asunción de Milei”, augura Martín Kalos, economista y director de Epyca.
El traslado a precios sería francamente devastador (si una devaluación del 22% se trasladó a precios por encima del 30%, qué pasaría con una del 500%) y sin confirmaciones urgentes es francamente probable que en horas empiecen a escasear combustibles y alimentos esenciales y que las empresas distribuidoras de energía presionen por un ajuste en alza de tarifas. Con el aditamento de que Alberto ya no es, Cristina no está y prepara su próxima “lectio magistralis” y Massa se fue.
Si los salarios de los principales gremios industriales y de servicios ya estaban quedando retrasados respecto de una inflación acumulada del 142,7% y activaban reaperturas o gatillo hasta el mismísimo viernes pasado, ¿qué paritarias tendría que homologar Kelly Olmos en estos 20 días para intentar dejar empatados salarios e inflación?
Homologaciones que –al decir de Milei– serían las últimas antes de degradar el Ministerio de Trabajo a Secretaría, orgánicamente subordinada al Ministerio de Capital Humano. “Sea cual fuera el resultado, nosotros tenemos la instrucción de gestionar hasta el último día”, nos confiaban asesores de la ministra, una desiderata sin sustento a partir del urnazo libertario y sin saber qué clase de condiciones exija el presidente entrante, si es que Alberto Fernández las acepta y si es que ese encuentro finalmente sirve para tal cosa.
Siendo las 24 horas del fatídico día en el que el peronismo no pudo revertir el efecto de los errores cometidos por su última gestión aglutinada (unificada sería faltar a la verdad y los resultados), nadie del gobierno nacional se fue a dormir y Alberto hizo dos llamadas: la primera para acordar con Milei la primera reunión de traspaso de mando y la segunda para convencer a Massa (con quien hace meses no tiene una charla consistente) de que lo acompañe en este trance.
La primera fue respondida con un sí, la segunda fue un no. El desconcierto y la debilidad oficialista y la improvisación política de Milei son tales, que las expectativas están puestas en que sea nada menos que Mauricio Macri (que va por su segundo gobierno pese al presidencialismo y el entusiasmo de los hermanos Milei) el que convenza a los libertarios de que tienen que acordar reglas de juego transicionales.
Pero, así como algunos de sus votantes creen que Milei no va a hacer ni la mitad de las barbaridades que promete (pero confirmó tras conocer los resultados del balotaje), hay políticos profesionales que no parecen entender que ni Macri ni Milei quieren otra cosa más que una gran explosión final, que prepare el terreno para “los cambios drásticos” conque van a desmantelar el precario Estado de bienestar que es el último legado de los mejores años peronistas.
Una vez más, como en 2015 y más allá de los que pretendan liderar alguna resistencia futura, no pasará lo que el 44,3% de los y las argentinas quieran que pase. Hay otros dos tercios que va a bancar toda ofensiva al grito de “¡Viva la libertad carajo!”.
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