Esta nota empezó a escribirse el martes pasado, cuando ya corrían 48 horas sin que el presidente hiciese ninguna de las correcciones que le sugirió Cristina, mucho antes de la fallida reunión de casi tres horas en Olivos. “Hay que dejar de leer encuestas, bocas de urna y mesas testigos por lo menos por dos años”, se bromeaba al pie del escenario sobre el que hubo un festejo fallido y una arenga conmovida por una derrota inesperada. Alguien contestó airadamente: “Hay que redistribuir la riqueza por lo menos por dos años”. Risas, abrazo sin protocolo y a dormir que fue largo y duro.
Desde entonces pasaron muchas cosas y la nota, que iba a titularse “el fracaso del centro como opción política”, “ni libertarios ni neoliberales, sino cambios en el gobierno” y “el momento de Cristina, el gobierno de Alberto”, va a abocarse a dos asuntos subtitulados: una intepretación del voto perdido, del voto castigo, del voto que no fue y el achique que tiró Cristina.
¿Y dónde están los votos?
Las interpretaciones acerca del flujo de votos, del significado superficial o profundo de la voluntad manifiesta de los electores, ya produjo numerosas notas y estimaciones. No vamos a abundar ni acumular cifras e interpretaciones, pero sería importante revisar números crudos para evitar caer en la trampa de los medios que promocionan una vuelta arrolladora de Juntos por el Cambio o el tsunami libertario de Milei, que no es más que un remolino en un vaso de agua llamado CABA. Empecemos con un gráfico.
Del cuadro se desprende que Juntos por el Cambio no incrementó significativamente su caudal electoral y que el voto de derecha sumado (faltan algunas opciones de menor peso en la infografía) implicó un crecimiento de 500.000 votos aproximadamente, menos del 1% del padrón electoral. Buena parte de ése crecimiento fue aportado por el electorado joven capitalino de Milei, con sus 238.522 votos que antes tributaban en otras expresiones menores que impugnaban por derecha al frente gorila de masas que conducía Mauricio Macri y hoy está en sucesión. No hubo giro a la derecha del electorado, ni los votos independientes que castigaron la gestión del Frente de Todos están ahí.
El Frente de Izquierda tuvo la mejor elección de su historia, incrementando en 1.000.000 de votos su caudal electoral y es altamente probable que muchos votos independientes perdidos por el FDT hayan engrosado la cosecha de la expresión que agita la teoría de los dos demonios burgueses: el neoliberalismo y el peronismo.
También resulta razonable especular que en los 2.629.773 electores menos que se registraron entre las dos últimas Paso, hay muchos votos peronistas (la abrumadora mayoría) que manifestaron así su disconformidad con la gestión y la campaña anodina del FDT. Si a las cuentas anteriores les sumamos los 500.000 votos que centrifugaron Florencio Randazzo y Guillermo Moreno y una parte de los 1.481.403 votos en blanco, tenemos prácticamente la totalidad de los 5.000.000 de votos que perdió –y tiene chances de recuperar, al menos en parte- el Frente de Todos en dos años.
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Dijimos en nota anterior que la pregunta que contesta centralmente en una Paso no es “cómo se desempeña la oposición o qué tan bien hacen su trabajo” sino “cómo ha sido la gestión del oficialismo, cuál el grado de cumplimiento del pacto electoral celebrado con la sociedad y sus votantes”. Y eso es lo que se ve en los números crudos, no hubo viraje hacia la derecha de la sociedad argentina, la ingratitud de la clase media con el peronismo se mantiene en niveles previsibles, la única novedad por derecha extrema es el personaje de Milei y no es ningún fenómeno con potencialidad arrasadora. Acierta Aníbal Fernández al decir que si la gente trabaja, come, se educa y finalmente se realiza, los Milei se encogen hasta desaparecer, es sensato y sencillo de decir, pero hay que hacerlo.
Cristina sola
Puede que convenga escribirlo pero hacer periodismo desde una clara identificación partidaria y favorecer a una especie de control de daños (que casi nadie promueve) no implica alegar ceguera, demencia, o amnesia de corto plazo. Digamos entonces que hace un mes (y como parte de una interna áspera con el gobernador Omar Perotti) Agustín Rossi decía en la pantalla caliente y gorila de A Dos Voces que “cuando haya que defenderla a Cristina en la provincia de Santa Fe, el único que voy a estar voy a ser yo, ¿o alguien cree que Perotti la va a defender a Cristina”? Seguramente, el Chivo no imaginaba que ese momento llegaría demasiado pronto, y acertó de un modo que tal vez no convenga.
Porque es cierto que –hasta la carta abierta donde denuncia que se la opera desde el mismísimo entorno presidencial- nadie se había pronunciado a su favor, o evitando tomar partido en nombre de la unidad y el rumbo perdidos. Ni el gobernador, ni ninguno de los integrantes de la lista que lució la foto en el Patria para marcar que “la Jefa” señalaba la opción correcta, la apoyaron en medios o redes en una disputa indisimulable.
Desmarcándose de los nueve gobernadores que manifestaron su apoyo al presidente, Perotti y Schiaretti (que aportaron derrotas en los dos distritos más importantes después PBA y CABA), evalúan manifestarse a favor de la institucionalidad, pero coinciden en que el centralismo del AMBA liquidó la idea de un gobierno del presidente +24 gobernadores y que lo mejor que pueden hacer es provincializar sus agendas políticas de cara a noviembre y esperar el desenlace.
El Chivo en cambio, llamó a desdramatizar la derrota con un hilo de Twitter, comparándola con la de 2009, recordando que se salió adelante unidos detrás de la conducción de la entonces presidenta Cristina Kirchner y que ahora había que abroquelarse detrás de la conducción de Alberto Fernández. Finalmente se pronunció a favor del “modo Alberto” de resolver el dilema, con cambios en el gabinete para después de noviembre (el presidente le habría ofrecido el Ministerio del Interior en reemplazo de Wado De Pedro) y sobre la conducción del espacio remató con la pregunta “si antes salió bien, no tendríamos que hacerlo ahora?”.
Alberto “megusteó” el hilo de Rossi y Cristina ajustó la referencia histórica sobre el 2009 para ambos, al escribir que “el día lunes siguiente a las elecciones (Néstor) no sólo renunció a la titularidad del PJ, sino que yo como presidenta de la Nación pedí la renuncia de quien fuera mi Jefe de Gabinete (Massa), entre otros. Y ojo…habíamos perdido en la Provincia de Buenos Aires pero habíamos ganado a nivel nacional. A Néstor Kirchner hay que recordarlo en versión completa, no editada”.
Otra de las razones por las que resulta incomparable la compleja coyuntura actual con la de 2019, 2013 o 2015 tiene que ver con algo que le manifestar a éste columnista un exfuncionario de Cristina y actual asesor de Alberto, Ricardo Forster: “Hay que desdramatizar los cruces y respuestas cruzadas, es obvio que es una relación absolutamente atípica, no hay antecedentes de que se conforme una fórmula presidencial como la de Cristina y Alberto. Claro que es un país presidencialista, el que gobierna es el presidente”. El artefacto ideado por Cristina Fernández era absolutamente original, un éxito para cortar electoralmente al macrismo pero una incógnita en el ejercicio del poder.
Después de 21 meses en los que se vieron la cocina de operaciones cruzadas y demasiadas fracturas expuestas públicamente (inhabitual en un gobierno típicamente peronista), en las que se pidieron renuncias de funcionarios por los medios, en los que el vocero presidencial y funcionarios de mesa chica filtraron datos claves a periodistas y portales antikirchneristas, anticiparon medidas y vehiculizaron operaciones contra su líder política y principal accionista del FDT, en el que no se pudo diseñar una política coordinada de medios públicos y aliados con una agenda propia (demasiado tiempo y esfuerzo invertidos en desarmar operaciones opositoras), después de –Cristina dixit- 19 reuniones en el último año (41 en dos años), solicitadas mayormente por la vicepresidenta y sin mayores resultados en la gestión que condujo a la derrota reciente, está claro que la amalgama en el ejercicio del poder no se produjo, a éstas alturas nadie conduce la totalidad del peronismo, ni Alberto ni Cristina y el doble comando es tan fallido como indisimulable. No puede funcionar ahora como antes, sencillamente porque el núcleo de coincidencias básicas del programa electoral del Frente, no alcanza para gobernar.
Si hasta las Paso, el sueño húmedo de la derecha argentina estaba sugerido, ahora está sobreexpuesto en los medios opositores y en los llamados telefónicos de operadores del establishment hacia el presidente y su entorno: resistir “la extorsión” de Cristina, deshacerse del kirchnerismo y dejar expuesta la impotencia de su principal jefa política. Y no sólo empresarios, sindicalistas y periodistas, sino también referentes políticos que aprovechan para volver con la idea de una Moncloa de la que surja un “pacto de gobernabilidad” (antes de la derrota en primera vuelta, Sergio Massa promovía un acuerdo con Larreta para ganar estabilidad y aislar a Macri) y hasta un gobierno de coalición.
Por ésta misma razón se comprende por qué están morbosamente excitados los multimedios que acuñaron el “Albertítere” o el disparate de Alberto al gobierno pero Cristina al poder, que intentan convencer al presidente que aseguró que nunca iba a traicionar a Cristina, de que se perdió por un exceso de protagonismo del kirchnerismo, de que los votos que se perdieron fueron los que aportó Alberto en 2019 y que se no se recuperan dejando que Cristina trace la hoja de ruta.
Para los medios de izquierda radical, que cuentan el millón de votos independientes que castigaron al Frente de Todos y que les proporcionaron su mejor Paso, ésta desintegración con estruendosa también resulta fascinante. Los coreanos del centro saben perfectamente que contener sus emociones les permite recaudar pauta surtida independientemente del desenlace.
Es extraño sin embargo cómo medios de centro izquierda no peronistas, incluso antimacristas, se regodean con una crisis política y de poder que no le conviene a nadie, ni a Alberto, ni a Cristina, ni a ninguno de los sectores progresistas que creen en un país capaz de revertir la lógica devastadora de Cambiemos, que hoy relanza como promesa y sin disimulo Juntos por el Cambio. Y evitando la tentación de sobrevalorar el fenómeno capitalino y coyuntural de Milei, hay que decir que el único que está en condiciones de capitalizar la fractura y debilidad del FDT es Horacio Rodríguez Larreta Leloir. Lo demás es ratoneo.
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Conocidos los anuncios con los que se espera recuperar la confianza de los 5 millones de votantes que perdió entre 2019 y éstas Paso (y la mitad de ésos votos son peronistas), presagiando una salida como la que supone el presidente, con Cristina relegada a una auditoría de calidad de la gestión, con cierta estabilidad cambiaria y confirmando una recuperación industrial que ya supera los niveles de 2018, e incluso contando con un arreglo con el FMI en los términos que están a la firma, es difícil predecir cómo serán los dos años venideros.
Que nadie se espante, pero el Frente de Todos tal como lo hemos conocido, ya no existe más. Nunca diremos que se trata de salvar a la República (algo que el peronismo siempre respetó y jamás puso en riesgo), sino al gobierno como depositario de la esperanza de los millones que miran desde abajo el bolonqui de arriba, que necesitan razones para creer que otro país es realmente posible.
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