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Inflación baja y salarios quietos: por qué la mejora se dejó de sentir en los bolsillos

Aunque los precios crecen a un ritmo menor, los salarios rezagados y las paritarias planchadas impiden recomponer el poder de compra.

La inflación de julio dio un respiro: el Índice de Precios al Consumidor (IPC) subió apenas 1,9%, manteniéndose por debajo del 2% mensual por tercer mes consecutivo. A simple vista, es una buena noticia para una economía acostumbrada a correr detrás de los precios. Sin embargo, en los bolsillos el alivio se siente limitado, y hay varias razones claras para eso.

Una de ellas es la evolución de los salarios. Según el Indec, en junio los sueldos del sector privado crecieron 1,7%, mientras que en el sector público el aumento fue de apenas 1,3%, con una inflación de 1,6% en el mismo período. En la primera mitad del año, los ingresos formales subieron 14,6%, por debajo del 15,1% acumulado por el IPC. Para ponerlo en perspectiva, una familia necesita más de $1.150.000 al mes, sin considerar el alquiler, para superar el umbral de pobreza.

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El arrastre histórico también juega en contra. Durante los años de alta inflación, los salarios quedaron muy rezagados y, aunque la segunda mitad de 2024 permitió recuperar parte del terreno perdido, la brecha todavía es considerable. Incluso en términos interanuales, la suba promedio de los salarios formales (46%) supera al IPC (39,4%), pero con la desaceleración de los precios la recuperación real se siente más lenta y fragmentada.

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Inflación baja y salarios quietos: por qué la mejora no llega al bolsillo.

Inflación baja y salarios quietos: por qué la mejora no llega al bolsillo.

Además, los ingresos tienden a “acomodarse” a la nueva realidad de precios, lo que limita recomponer con fuerza el poder de compra.

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Por otra parte, ante las críticas al “termómetro que se utiliza para medir los precios” la discusión queda zanjada simplemente al confirmar que el IPC del Indec se mueve en línea con las proyecciones de las consultoras privadas y es representativo. Sin embargo, esto no quiere decir que refleja el costo de vida real de absolutamente todos los hogares. Los hábitos de consumo cambian y la canasta requiere actualización, un trabajo que el organismo ya está realizando.

Mientras tanto, la sensación de que la inflación “baja” pero el costo de vida sigue alto persiste en el día a día.

La baja de la inflación no se refleja en el poder de compra de los salarios, que siguen rezagados.

A esto se suma un clásico: el llamado “efecto manta corta”. Los salarios dependen del ritmo de actividad y de la productividad. Si la economía no consolida su recuperación, las empresas no pueden pagar mejor a los trabajadores, lo que a su vez frena el consumo, reduce ventas y limita la producción. Este ciclo genera una especie de loop donde bajos salarios y menor actividad económica se retroalimentan.

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Así, aunque la inflación mensual esté controlada, la combinación de salarios rezagados, paritarias moderadas y un costo de vida que se adapta lentamente impide que la mejora se perciba con claridad en los bolsillos.

La recuperación económica aún enfrenta frentes abiertos que deberán resolverse para que el poder de compra se recupere de manera sostenida.