A 75 años del Mundial de básquet que conquistó la Argentina, cuyo equipo fue injustamente proscripto
El 3 de noviembre de 1950, la Selección derrotó en la final 64-50 a los Estados Unidos en un colmado Luna Park y se alzó con la única –a la fecha– corona en este deporte. Pero, por los crónicos desencuentros que tanto daño le hicieron al país, esta Generación Dorada fue condenada al olvido por el régimen militar instaurado en 1955 al considerar que representaba algunos “principios propagandísticos” del gobierno peronista derrocado, y ¡la suspendieron de por vida!
Los jugadores de la primera Generación Dorada de nuestro básquet, que se alzaron con el Mundial de 1950, fueron víctimas de una injusticia imposible de olvidar. Como la Revolución Libertadora consideró que representaban algunos “principios propagandísticos” y habían recibido “prebendas” del gobierno peronista derrocado, fueron suspendidos a perpetuidad.
Antes de la Generación Dorada que fuera subcampeona en el Mundial de Indianápolis 2002 y, además, se alzara con la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004, décadas antes hubo otra Selección Nacional de básquet que también se metió en la Historia –y con mayúsculas– de este deporte.
En el primer Mundial, disputado en nuestro país entre el 22 de octubre y el 3 de noviembre de 1950, la Argentina derrotó en la final a los Estados Unidos 64-50 –logro del que hoy se cumplen 75 años– y se ciñó la corona ecuménica.
Pero este brillante equipo, que alcanzó la gloria máxima y causó la admiración del mundo entero por su inolvidable actuación y los talentosos jugadores que lo integraron, tuvo un destino cruel e injusto: el gobierno militar que asumió el poder el 16 de septiembre de 1955 consideró que, esta Selección campeona casi cinco años atrás, representaba algunos “principios propagandísticos” del gobierno peronista derrocado.
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De este histórico primer Mundial de básquet –denominado Libertador General San Martín–, participaron diez Selecciones: Argentina, Estados Unidos, Francia, Brasil, Egipto, Yugoslavia, España, Perú, Chile y Ecuador. Se disputó entre el 22 de octubre y el 3 de noviembre de 1950 y, excepto dos partidos en Rosario, todos los demás encuentros se jugaron en el estadio Luna Park de la Capital Federal.
Tal es así que, a través de la Comisión Investigadora N° 49 conformada por el régimen golpista, que adujo “falta de ética deportiva” al haber aceptado “prebendas” del gobierno democrático depuesto, ¡se la suspendió de por vida!
Y, como si esto fuera poco, hasta dispuso la prohibición de mencionar su gloriosa epopeya en los medios de comunicación, condenándola a un inmerecido olvido de la que sería rescatada años después.
Con este “castigo”, la sinrazón y la estupidez habían ganado una vez más.
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En la edición previa al inicio del certamen, la revista El Gráfico reunió a tres jugadores que finalmente integrarían el quinteto ideal del campeonato. Desde la izquierda, el estadounidense John Stanich, el argentino Oscar Alberto Furlong que, además, sería elegido como el MVP (o Jugador Más Valioso) del Mundial, y el español Álvaro Salvadores Salvi.
El Mundial inaugural de la FIBA
En el congreso que realizó la FIBA (Fédération Internationale de Basketball, en francés; International Basketball Federation, en inglés, o Federación Internacional de Básquet) en 1948 durante el desarrollo de los Juegos Olímpicos de Londres –los primeros de posguerra–, que se desarrollaron entre el 29 de julio y el 14 de agosto de ese año, el primer secretario General de la entidad, el italiano-británico William Jones, propuso la disputa de un Campeonato Mundial de Básquet.
Asimismo, Jones –que sería secretario General de la FIBA entre 1932 y 1976– nominó como sede del certamen ecuménico inaugural a la Argentina, ya que los países europeos se encontraban completamente devastados tras la Segunda Guerra Mundial.
Además, nuestro país había sido uno de los fundadores de la FIBA –que nació en Ginebra en 1932– junto con Checoslovaquia, Grecia, Italia, Letonia, Portugal, Rumania y Suiza y, el propio presidente argentino de entonces, el teniente general (RE) Juan Domingo Perón, aceptó gustoso la propuesta y le brindó un enorme apoyo al certamen.
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Una de las formaciones de la Selección Argentina que, dirigida por Jorge Hugo Canavesi, conquistó invicta el Mundial de 1950: arriba, desde la izquierda, Juan Carlos Uder, Vito Liva, Alberto López, Oscar Alberto Furlong, Leopoldo Contarbio, Hugo Oscar del Vecchio y Jorge Nuré (reserva); abajo, Rubén Menini, Raúl Pérez Varela, Ricardo Primitivo González (capitán), Pedro Andrés Bustos, Roberto Viau, Alberto Lozano (reserva), y Omar Monza.
De este histórico primer Mundial de básquet, participaron diez Selecciones: Argentina (como país organizador); Estados Unidos, Francia y Brasil (los tres medallistas en los Juegos Olímpicos de Londres 1948); Egipto (campeón Europeo en 1949); Italia y España (que obtuvieron sus plazas en el Torneo Clasificatorio Europeo, que tuvo lugar en Niza, en 1950); Uruguay y Chile (los dos mejores del Sudamericano de 1949, excepto Brasil), y Ecuador (que fue invitado por el comité organizador).
De esta nómina original, hubo dos cambios: Italia, que adujo motivos económicos para no participar, fue reemplazada por Yugoslavia (que había obtenido el tercer puesto en el Clasificatorio de Niza 1950), y Uruguay, en cuyo lugar se sumó Perú, el siguiente clasificado del Sudamericano de 1949.
Nuestro país también estuvo representado por tres árbitros: Ernesto Lastra, Juan Carlos Sánchez y Mario Lescourieux.
La primera Generación Dorada
La Selección nacional, que se alzaría invicta con el título, fue dirigida por el capitalino Jorge Hugo Canavesi y, el plantel, estuvo compuesto por el riojano Pedro Andrés Bustos (que utilizó el número 3 en el torneo); el rosarino Hugo Oscar del Vecchio (4); el capitalino Leopoldo Contarbio (5); el bonaerense Raúl Pérez Varela (6); los capitalinos Vito Liva (7), Oscar Alberto Furlong (8), Roberto Viau (9), Rubén Menini (10) y Ricardo Primitivo González (11); el bonaerense Juan Carlos Uder (12), y los capitalinos Omar Monza (13) y Alberto López (14).
El equipo tuvo apoyos clave en su preparación. Además del de la CABB (Confederación Argentina de Básquetbol), el gobierno nacional aportó los fondos para que el entrenamiento fuera de la más alta calidad –con un acondicionamiento físico y técnico tan riguroso como inusual para la época–, incluidos alojamientos de primer nivel (la concentración tuvo lugar en el estadio Monumental de River), y gestionó las licencias en los respectivos trabajos de los jugadores (junto con certificados para los que cursaban estudios), todo con la finalidad de que estos solo pensaran en el rendir al máximo en el Mundial.
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El base Ricardo Primitivo González fue el capitán de la Selección que conquistó el Mundial de 1950. “(El DT) Canavesi dijo que no quería intervenir en el nombramiento. Entonces dijo: «Para que nadie se sienta mal, yo le voy a dar un papelito a cada uno de ustedes y ahí ponen a quién quieren de capitán». Y mis compañeros, casi por unanimidad, me eligieron a mí”, contaría el Negro sobre su designación.
Con las experiencias y enseñanzas adquiridas en Londres 1948 y el Sudamericano de Paraguay de 1949, Canavesi (quien había debutado como DT de la Selección en los citados Juegos Olímpicos desarrollados en la capital británica) convocó a dos asistentes para el torneo que se avecinaba: Casimiro González Trilla, su ayudante en la dirección técnica y muy reconocido como analista y estratega del juego, y profesor Jorge Boreau, quien fue el Preparador Físico.
Este cuerpo técnico recorrió todo el país y organizó partidos de práctica en varias ciudades. Primero formaron una Preselección de 50 jugadores y, tras los sucesivos cortes, quedaron los 12 definitivos.
Para completar esta lista hubo cuatro reservas a los cuales, también, se los consideraría campeones del Mundo: los rosarinos Alberto Lozano, histórico jugador de Newell’s, con el que ganó 13 títulos locales seguidos, y Osvaldo Venturi, que se destacó en los clubes Oroño, Sportivo América, Rosario Central y Peñarol de Elortondo; el capitalino Jorge Nuré, quien formó parte de la Selección durante cinco años, y el escolta santafesino Ignacio Poletti, conocido como El Bombardero, que jugó muchos años en Racing Club.
“Durante dos meses hicimos seis horas de entrenamiento diario. Repito, seis horas. Es un orgullo saber que el trabajo fue de avanzada. Teníamos a disposición un médico clínico, un ortopedista y cuatro kinesiólogos. Todo eso fue muy importante. Llevamos a los muchachos a correr todos los días hasta el hipódromo (de Palermo) para que pudieran tener fondo porque sabíamos que, si queríamos ganar, teníamos que correr más que todos”, recordaría Canavesi sobre cómo se moldeó el equipo que se consagraría campeón.
Y abundó: "Tuve que crear figuras metodológicas nuevas para poder compensar las falencias físicas. Estaba claro que debíamos superar la mayor velocidad y la estatura que tenían los rivales. Es algo que habíamos notado en (los Juegos Olímpicos de) Londres. Lo que decidí, entonces, fue adaptar métodos estadounidenses a la idiosincrasia del jugador argentino. A esa información le agregamos creatividad".
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El pivot Oscar Alberto Furlong (hablando en la ceremonia inaugural que se desarrolló el 22 de octubre de 1950 en el Luna Park) fue el máximo anotador de la Selección, con 67 tantos. Tal era su nivel de juego que, luego de los Juegos Olímpicos de Londres 1948, había recibido una muy buena oferta de los Minneapolis Lakers, por entonces campeones vigentes de la NBA, que finalmente rechazó.
Este tan alto nivel de exigencia y la absoluta seriedad con la que se afrontó el certamen fueron decisivos para neutralizar, por ejemplo, la falta de altura de los internos nacionales (el más alto del equipo era Vito Liva, que medía 1,89 metro) y, por otra parte, le brindó al plantel tres factores que serían determinantes en el Mundial: una marcada intensidad defensiva, una gran velocidad para los contraataques, y una muy elevada efectividad.
También hubo que adaptarse a las tácticas de los rivales. Oscar Furlong quien, luego de los Juegos Olímpicos de Londres 1948, había rechazado una muy buena oferta de los Minneapolis Lakers, por entonces campeones vigentes de la NBA, rememoraría: “Cada vez que alguien viajaba a Estados Unidos le pedíamos que comprara revistas o libros de básquet y, en esas publicaciones, por las fotos o los diagramas, veíamos que ellos jugaban en toda la cancha, mientras nosotros acá jugábamos más estáticos. Los backs (base y escolta) jugaban solo en defensa y, los delanteros (aleros y pivotes), tenían pocos desplazamientos. Así fuimos cambiando, hicimos que los petisos corrieran el contrataque y los grandes reboteáramos y participáramos del juego colectivo. Eso nos permitió poder competir contra cualquiera”.
Los jugadores de la Capital Federal tenían permitido ir a sus hogares solo los domingos por la mañana, mientras que los casados también podían visitar a sus familias luego del último entrenamiento del miércoles, debiendo retornar el jueves a primera hora.
Además, la Selección compartió la concentración con el plantel multicampeón de fútbol de River –conocido como La Máquina–, con figuras como Ángel Labruna y Amadeo Carrizo.
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En el Mundial se vivió una fiebre por el básquet nunca antes vista. “Cada día del torneo, el Luna Park estaba completamente lleno, había gente que pagaba cualquier cosa por asistir a los partidos. Era el único estadio cerrado en el que se podía jugar profesionalmente y yo tuve la suerte de jugar muchísimas veces allí, inclusive finales de torneos Argentinos. Pero nunca lo había visto de esa manera”, reseñaría el capitán Ricardo González.
Y, el equipo que trascendería su tiempo al coronarse como el primer campeón Mundial, tuvo un líder, tanto dentro como fuera de la cancha, elegido como capitán del mismo por sus propios compañeros: Ricardo Primitivo González.
“(El DT) Canavesi dijo que no quería intervenir en el nombramiento. Entonces dijo: «Para que nadie se sienta mal, yo le voy a dar un papelito a cada uno de ustedes y ahí ponen a quién quieren de capitán». Y mis compañeros, casi por unanimidad, me eligieron a mí”, contaría el Negro sobre su designación.
El título fue para la Albiceleste
Todo el Mundial se disputó en el estadio Luna Park de la Capital Federal, excepto dos partidos que se jugaron en el estadio Norte de Rosario, sito en avenida Alberdi y José Ingenieros, protagonizados por las Selecciones que no se clasificarían a la rueda final por el título: Perú-Yugoslavia y España-Ecuador y, en ambos casos, la victoria fue para los elencos sudamericanos.
La Argentina debutó el lunes 23 de octubre con una gran victoria ante Francia por 56- 40 y, de este modo, avanzó a la ronda Final, junto con Estados Unidos, Brasil y Egipto que, respectivamente, derrotaron a Chile, Perú y España.
En la siguiente instancia, la Selección venció 40-35 a Brasil el domingo 29 y, al día siguiente, hizo lo propio con Chile por 62-41.
Los dirigidos por Canavesi siguieron a paso firme y, el martes 31, volvieron a superar a Francia, esta vez por 66-41. Un día después, el miércoles 1 de noviembre, arrollaron a Egipto por 68-33.
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Oscar Alberto Furlong disputa una pelota ante la mirada de Ricardo Primitivo González (11). Para conquistar el título en el primer Mundial de la FIBA de la historia, la Selección ganó los seis partidos que disputó: venció a Francia (dos veces, una en la ronda inicial y, la otra, en la fase final), Brasil, Chile, Egipto y, en el choque decisivo, a los Estados Unidos, considerado el mejor equipo de la época.
Así, con cinco triunfos, la Selección obtuvo el pasaje a la final, que se disputaría el viernes 3 de noviembre, a partir de las 23, frente a los Estados Unidos, y dirigirían el suizo Marcel Pfeuti y el italiano Gualtiero Follati.
Los norteamericanos –dirigidos por Gordon Carpenter, y que presentaron el equipo completo de los Denver Chevrolet– también llegaron invictos al partido decisivo, tras dejar en el camino en esta ronda a Egipto (34-32), Brasil (45-42), Chile (44-29) y Francia (48-33).
Hace hoy 75 años y, en un Luna Park absolutamente colmado por casi 22.000 espectadores –con una recaudación récord para un evento deportivo de la época de 203.000 pesos–, la Argentina ingresaría en la Historia al convertirse en el primer campeón Mundial de la FIBA, al imponerse ante los estadounidenses por 64-50.
Tras algunos minutos de nerviosismo inicial, propio de lo que estaba en juego, el primer tiempo fue muy favorable para la Argentina, que terminó al frente del marcador por 34-24.
También hubo que adaptarse al cambio de la pelota (se acordó que en la etapa inicial se jugaría con la argentina Superval de cuero, con tientos –que era la oficial de la CABB y homologada por la FIBA– y, en el complemento, con la estadounidense de material sintético), y resistir la reacción de los norteamericanos al comienzo del segundo tiempo (llegaron a ponerse a 5 puntos).
Pero la Albiceleste sobresalió con un extraordinario Hugo del Vecchio (anotó 14 tantos viniendo desde el banco) y lo definió con la gran eficacia de Oscar Furlong (goleador de la final, con 20) desde la línea de libres.
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Hace hoy 75 años y, en un Luna Park absolutamente colmado por casi 22.000 espectadores –con una recaudación récord para un evento deportivo de la época de 203.000 pesos–, la Argentina ingresaría en la Historia al convertirse en el primer campeón Mundial de la FIBA, al imponerse ante los estadounidenses por 64-50.
La Selección alistó a Roberto Viau (2), Ricardo González (7), Juan Carlos Uder (1), Oscar Furlong (20) y Leopoldo Contarbio (8). Luego ingresaron Pedro Bustos (1), Hugo del Vecchio (14), Raúl Pérez Varela (4), Rubén Menini (7), Omar Monza (0) y Alberto López (0).
Por su parte, Estados Unidos formó con Don Slocum (8), John Langdon (6), John Stanich (11), Jimmy Reese (3) y Dan Kahler (5). También jugaron Les Metzger (3), John Leonard Parks (2), Tom Jaquet (2), Bob Fisher (0), Bryce Haffley (6) y Blake Williams (4).
La sobresaliente preparación (que hasta incluyó planillas con estadísticas para monitorear la evolución de los jugadores día a día), la profunda química grupal alcanzada y la muy buena complementación de las aptitudes técnicas de los jugadores hicieron que este grupo sea reconocido –desde hace tres cuartos de siglo, y hasta llegar a nuestros días– como lo que fue: un verdadero equipazo.
En ese momento, se vivió una fiebre por el básquet nunca antes vista. “Cada día del torneo, el Luna Park estaba completamente lleno, había gente que pagaba cualquier cosa por asistir a los partidos. Era el único estadio cerrado en el que se podía jugar profesionalmente y yo tuve la suerte de jugar muchísimas veces allí, inclusive finales de torneos Argentinos. Pero nunca lo había visto de esa manera”, reseñaría Ricardo González.
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Estados Unidos –que presentó el equipo completo de los Denver Chevrolet y también llegó a la definición tras ganar sus cinco partidos anteriores–, fue un duro rival. Tras llevarse el primer tiempo por 34-24, en el segundo la Albiceleste resistió la remontada de los norteamericanos (llegaron a ponerse a 5 puntos) y selló el triunfo con un extraordinario Hugo del Vecchio (el rosarino anotó 14 tantos viniendo desde el banco) y la gran eficacia de Oscar Furlong (goleador de la final, con 20) desde la línea de libres.
“Estados Unidos era, evidentemente, el mejor equipo de la época; eran mucho más altos que nosotros. Por suerte, siempre tuvimos muy buen desempeño contra ellos. Nos tocaría enfrentarnos en la final, era el partido más difícil, pero lo ganamos bien. Estuvimos siempre adelante y, en aquel tiempo, conseguir una diferencia de 15 puntos restando tan solo un cuarto era algo casi decisivo, al no existir tiempo de posesión”, agregó el Negro.
La final terminó pasada la medianoche y, un hecho particular, se vivió fuera del estadio: la gente que salía de los teatros y de los restaurantes de la zona, rindieron tributo a los flamantes campeones del Mundo encendiendo los diarios del día –previamente enrollados– y marchando con los mismos en alto, en lo que por entonces se llamó (y así se la recuerda hoy) como La Noche de las Antorchas.
Al equipo ideal del certamen lo integraron dos argentinos: Oscar Furlong –elegido como el MVP, o Jugador Más Valioso del Mundial– y Ricardo González, junto con el chileno Rufino Bernedo Zorzano (máximo anotador del certamen, con 86 puntos), el español Álvaro Salvadores Salvi, y el estadounidense John Stanich.
Una injusticia imposible de olvidar
¿Alguien imagina que Emanuel Ginóbili, Luis Scola, Andrés Nocioni, Carlos Delfino, Fabricio Oberto y el resto de los integrantes de la nueva Generación Dorada del básquet argentino fueran suspendidos a perpetuidad tras obtener la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004?
¿Alguien imagina que, de un plumazo, se den por terminadas sus carreras en lo más alto de sus vidas deportivas?
¿Y, para colmo, sin una razón lógica o argumento sólido que respalde tamaño dislate?
Pero, por los inentendibles y absurdos desencuentros que tanto daño le hicieron a nuestro país a lo largo de su historia, esto fue precisamente lo que le pasó a la Selección campeona del Mundo en 1950.
Mediante el decreto N° 4161 del 5 de marzo de 1956, la denominada Revolución Libertadora que, golpe de estado mediante, había derrocado el 16 de septiembre de 1955 al gobierno democrático de Juan Domingo Perón, creó la Comisión Investigadora de Irregularidades Deportivas N° 49, que funcionaba en dependencias de la Vicepresidencia de la Nación, a cargo del almirante Isaac Francisco Rojas y, la misma, comenzó a investigar al equipo que poco más de un lustro atrás se había coronado en el primer Mundial de la FIBA.
No solo eso: lo mismo hizo el general Fernando Ignacio Huergo Tonnelier, interventor de la Confederación Argentina de Deportes (CAD) y presidente del Comité Olímpico Argentino (COA) entre 1955 y 1957.
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Cuando el suizo Marcel Pfeuti y el italiano Gualtiero Follati, árbitros de la final, marcaron el cierre del partido ante los estadounidenses, el público y familiares de los jugadores invadieron la cancha del Luna Park y se fundieron en interminables abrazos con los flamantes campeones del Mundo. La primera Generación Dorada del básquet nacional, y mejor Selección de este deporte del siglo XX, había entrado en la Historia.
En ese tiempo, el decreto ley N° 4161 prohibía pronunciar los nombres del presidente depuesto y de su esposa, María Eva Duarte, además de los símbolos asociados al espacio político que encabezaron y, el régimen de facto, dictaminó que esta gloriosa Selección de básquet, admirada y respetada en todo el planeta, representaba algunos “principios propagandísticos” del gobierno peronista.
En 1950 y, tras la obtención del título ante Estados Unidos, la Albiceleste había recibido una visita especial durante los festejos en el famoso restaurante El Tropezón: “Nos fuimos al lugar donde siempre cenábamos. Allí se acercó (el presidente) Perón, nos felicitó y nos dijo que habíamos hecho por el país más que 100 embajadores ”, reveló Ricardo González.
El Negro siguió con su relato: “A Perón lo vimos tres o cuatro veces antes del campeonato. Al Mundial no vino. En la final nos llamó por teléfono, y fue entonces cuando nos invitó a la Casa Rosada. En el encuentro preguntó si alguien necesitaba algo. Nadie dijo nada. Pero el «Petiso» (Raúl) Pérez Varela realizó una cosa cómica que a Perón lo hizo reír. Sacó un autito, le dio cuerda, lo puso arriba de la mesa y, mientras el cochecito daba vueltas, comentó: «Se necesita un permiso especial para la compra de un auto importado». Perón lo miró, y a continuación dijo: «Pues eso se arregla»”.
González rememoró las palabras del presidente: “Quédense tranquilos que la Aduana le dará a cada uno un permiso de importación para que traigan el coche que quieran desde los Estados Unidos sin pagar impuesto alguno. Ese es el reconocimiento por el mérito de haber ganado el Mundial ”.
El Negro, que había elegido un Chrysler, también relató que la mayoría de los jugadores no llegaron a disfrutarlos. "Nos dieron como regalo una orden a cada uno para importar un auto. Pero ojo, había que pagarlo. Como teníamos los bolsillos flacos casi todos vendimos la orden a un importador con oficinas en el centro de Buenos Aires. Nos quedó un buen dinero, unos 25.000 o 30.000 dólares de ahora, pero no era para hacerse rico. Por ese regalo nos declararon profesionales, por estar al margen del Código del Aficionado, y nos sacaron de circulación. Pero lo curioso del caso es que quienes nos inhabilitaron fueron los mismos dirigentes que habían estado con nosotros durante el peronismo y después siguieron estando", recalcó.
Uno de estos personajes fue Luis Martín, el mismo que, en nombre de la CAAB, le ofreció a Jorge Canavesi el cargo de entrenador de la Selección de cara a los Juegos Olímpicos de Londres 1948.
El mismo que festejó como dirigente la obtención del Mundial de 1950 y fue representante argentino en la FIBA por más de 50 años, y que se ufanó de la suspensión de por vida de esta Generación Dorada al afirmar cínicamente: “Muchos podrán criticar nuestra decisión, pero nadie podrá negar que actuamos con el reglamento en la mano".
A su vez, el entrenador Jorge Canavesi, brindaría más detalles: “En 1955, cuando cae Perón, el interventor de la CABB, Amador Barros Hurtado, denunció como profesionales a todos los jugadores campeones en el Mundial. A los del Mundial y a muchos más. Regía el Código del Aficionado, un reglamento que venía del COI (Comité Olímpico Internacional) y que prohibía recibir retribuciones por jugar. Resulta que en todo el mundo se les reconocía algo a los jugadores y nosotros dimos de baja a un montón solo por recibir una orden para poder importar un auto. En la FIBA se reían", diría con resignación.
Por este hecho que protagonizaran en 1950 el plantel y el presidente por entonces, el régimen militar que conducía al país adujo “falta de ética deportiva” al aceptar “prebendas” del gobierno derrocado y, como todo lo relacionado al peronismo era mal visto en ese tiempo –y había que dar un escarmiento aleccionador–, la Comisión Investigadora N° 49 suspendió ¡de por vida al equipo! y, además, hasta impuso la prohibición de mencionar su gesta en los medios de comunicación.
Así, la Selección campeona del Mundo en 1950, que además obtuvo las medallas de plata en los Panamericanos de Buenos Aires 1951 (donde cayó en la final ante Estados Unidos por 57-51) y de México 1955 (por diferencia de puntos en los enfrentamientos ante Estados Unidos, al que le ganó, y Brasil, con el que perdió), y candidata a la de oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne 1956, literalmente fue borrada del mapa.
Así desaparecía de la memoria colectiva del país la mejor Selección Argentina de básquet del siglo XX y que, sin la más mínima duda, ocupa el podio en las de todos los tiempos.
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“No hay rencores porque fue una cuestión puramente política y nunca lo tomé como algo personal. Pero (en 1955) cayó el gobierno peronista, llegaron los militares y nos suspendieron de por vida… Dolió, fue duro. Esto siempre pasó en nuestro básquet u otro deporte cuando se mete la política. O la dirigencia”, analizó Ricardo Primitivo González (foto) quien, el pasado 12 de mayo, cumplió ¡100 años! y es el único sobreviviente de la inolvidable epopeya de 1950.
“Era una fachada. Nuestro único delito fue haber jugado al básquet. Lo que pasa es que no solo se metieron con el básquet. Recuerdo que había muchos buenos atletas, de primer nivel, pero todos tuvimos que dejar de representar a la Argentina”, resumió González quien, al igual que Oscar Furlong y Jorge Canavesi, integra el selecto del Salón de la Fama de la FIBA.
Durante muchos años, a esta Selección mucha gente no la conoció, como tampoco supo de sus brillantes logros. La escondieron. Le dieron vuelta la cara. Merced al odio y el rencor, la condenaron al olvido.
Para decirlo con todas las letras: fueron suspendidos por un revanchismo ideológico insólito, porque muchos integrantes del plantel campeón de 1950 ¡ni siquiera eran peronistas!
Pero, el título del Mundo, fue asociado a este espacio político.
Y valga reiterarlo: lo que les hicieron a estos basquetbolistas fue uno de los mayores daños que sufrió el deporte argentino en su historia.
La suspensión, que muchos estimaban que terminaría con el fin del régimen que derrocó a Perón en 1955, se prolongó hasta 1967 para 23 de los 35 sancionados. La prohibición de jugar para esta camada afectó sensiblemente el rendimiento de la Selección, que quedó mermada en el plano internacional.
Hasta que, el 26 de abril de 1985, se disputó el primer partido de la flamante Liga Nacional que, de la mano del enorme maestro y visionario que fue León David Najnúdel, alumbró el nacimiento de una nueva Generación Dorada que brillaría en el siglo XXI.
“No hay rencores porque fue una cuestión puramente política y nunca lo tomé como algo personal. Pero (en 1955) cayó el gobierno peronista, llegaron los militares y nos suspendieron de por vida… Dolió, fue duro. Esto siempre pasó en nuestro básquet u otro deporte cuando se mete la política. O la dirigencia”, analizó Ricardo Primitivo González quien, el pasado 12 de mayo, cumplió ¡100 años! y es el único sobreviviente de la epopeya de 1950.
Pero, a pesar de la vuelta de página que dio el Negro, lo que sufrió junto con sus compañeros fue, es y será una injusticia absolutamente imposible de olvidar.
Y, mal que les pese a los que trataron de borrarlos de la Historia, los campeones de 1950 fueron, son y serán leyendas inolvidables del básquet argentino y mundial.