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La pionera que marcó el camino de las aviadoras en la Argentina y Sudamérica

Nacida en Rosario, Santa Fe, en 1895, el amor por los aviones de Amalia Celia Figueredo se manifestó después de que hiciera un vuelo de bautismo con Jorge Newbery –el padre de la aeronáutica nacional– y, en una época donde era raro que las damas condujeran hasta un auto, el 1 de octubre de 1914, con solo 19 años, obtuvo su licencia de piloto, la primera que se le otorgó a una mujer en el país y en el subcontinente.

Estudiosa y aplicada, se recibió de maestra y obstetra, y hasta estudió música en el conservatorio de los hermanos Conrado y León Fontova.

Pero Amalia Celia Figueredo pasaría a la historia por otra capacitación y aptitud especial que obtuvo cuando tenía solo 19 años: fue la primera piloto argentina y sudamericana, convirtiéndose en la pionera de las mujeres que, a partir de ahí, se volcaron a la actividad aeronáutica en nuestro país.

Y, además, es motivo de inmenso orgullo para nuestra provincia, porque Amalia nació en Rosario el 18 de febrero de 1895, hija del comerciante Faustino Isidro Figueredo y la ama de casa Honoria Pereyra, ambos oriundos de San Nicolás de los Arroyos, Buenos Aires.

En 1899 la familia se trasladó a la Capital Federal y, Amalia, cursó sus estudios primarios y secundarios en el colegio Nuestra Señora de las Victorias, donde egresó del mismo con el título de maestra.

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El amor de Amalia por los aviones se manifestó después de que hiciera un vuelo de bautismo con Jorge Newbery, el padre de la aeronáutica nacional. Comenzó con sus clases de vuelo en el Aeródromo de Villa Lugano con un monoplano Castaibert-Anzani de 25 HP monoplaza. Su primer instructor fue el piloto y constructor de aviones francés Paul Castaibert.

El amor de Amalia por los aviones se manifestó después de que hiciera un vuelo de bautismo con Jorge Newbery, el padre de la aeronáutica nacional. Comenzó con sus clases de vuelo en el Aeródromo de Villa Lugano con un monoplano Castaibert-Anzani de 25 HP monoplaza. Su primer instructor fue el piloto y constructor de aviones francés Paul Castaibert.

Y no solo eso: luego ingresó a la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.

Una nueva mudanza depositó a la familia Figueredo al recién creado barrio de Villa Lugano, en el que fue un guiño del destino para el futuro de Amalia porque, su domicilio, se ubicaba frente al Aeródromo de dicho lugar, el primero del país y epicentro de la incipiente actividad aeronáutica argentina, que había sido inaugurado el 23 de marzo de 1910 como parte de los festejos del Centenario de la República.

El vuelo que cambiaría su vida

Corría 1914 y, con 19 años, Amalia repartía su tiempo entre sus estudios y una actividad, animada por la curiosidad, a la que comenzó a dedicarle cada vez más tiempo: sus visitas al Aeródromo de Villa Lugano donde, maravillada por las aeronaves que operaban en la misma –toda una novedad en las primeras décadas épocas del siglo pasado–, conoció al piloto y constructor de aviones francés Paul Castaibert y al mismísimo Jorge Newbery, el pionero de la aviación en nuestro país que, como el visionario que fue, alentó y estimuló una actividad que solo estaba reservada para muy pocos países en el mundo.

Es más: al ver el interés de la joven Amalia por los rudimentarios aeroplanos de madera, tela y un motor de pocos caballos de fuerza, y que no tenían ni frenos para los desplazamientos en tierra –para lo que había que ser muy valiente, o decididamente loco, para otros, para volar en los mismos–, el padre de la aeronáutica nacional la invitó a surcar los cielos por primera vez.

La maravillosa experiencia fascinó a Amalia quien, apenas se bajó del avión tras su vuelo de bautismo, decidió ser piloto y estar al mando de una aeronave más pesada que el aire.

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Como en Villa Lugano volaba poco y, además, no la dejaban hacerlo sola, Amalia se inscribió en la Escuela de Aviación de San Fernando. Sus instructores fueron el francés Marcel Paillete y, cuando se desencadenó la I Guerra Mundial y este se sumó a la Fuerza Aérea de su país, lo sucedió el uruguayo Ricardo Detomasi.

Como en Villa Lugano volaba poco y, además, no la dejaban hacerlo sola, Amalia se inscribió en la Escuela de Aviación de San Fernando. Sus instructores fueron el francés Marcel Paillete y, cuando se desencadenó la I Guerra Mundial y este se sumó a la Fuerza Aérea de su país, lo sucedió el uruguayo Ricardo Detomasi.

Sin dudar, decidió comenzar con el curso respectivo. Paul Castaibert fue su primer instructor pero, como el avión asignado a la enseñanza (un monoplano Castaibert-Anzani de 25 HP) era monoplaza, la mayoría de las clases se impartían en tierra.

Ergo, mucha teoría y poca práctica.

No era fácil para Amalia y, además, como en Villa Lugano no le permitieron que volara sola, en mayo siguiente se inscribió en la Escuela de Aviación de San Fernando, donde las clases eran tanto en el aula como en el aire.

Justo lo que ella tanto quería.

Allí, su instructor fue el reconocido piloto francés Marcel Paillete pero, al desencadenarse la I Guerra Mundial, este dejó la Argentina y se sumó a la Fuerza Aérea de su país.

Lo sucedió con las prácticas el uruguayo Ricardo Detomasi, de 23 años, quien había rendido su examen en mayo y, un mes después, fue designado instructor de vuelo.

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Amalia obtuvo su licencia el jueves 1 de octubre de 1914, con un biplano francés Farman III, impulsado por un motor rotativo Gnome Omega de 7 cilindros y 50 HP. En la foto, posa con su avión y la banda que le colocaron sus amigos tras el examen de vuelo que aprobó, donde dice “primera mujer piloto”. Tenía solo 19 años.

Amalia obtuvo su licencia el jueves 1 de octubre de 1914, con un biplano francés Farman III, impulsado por un motor rotativo Gnome Omega de 7 cilindros y 50 HP. En la foto, posa con su avión y la banda que le colocaron sus amigos tras el examen de vuelo que aprobó, donde dice “primera mujer piloto”. Tenía solo 19 años.

A pesar de la poca experiencia del profesor pero, con la mejor buena voluntad por parte de ambos, siguieron adelante con las clases con un biplano Farman.

El 6 de septiembre de 1914, Amalia rindió por primera vez el examen para convertirse en piloto pero, como sufrió un pequeño accidente durante el mismo –aunque sin consecuencias personales–, la evaluación se reprogramó para el mes siguiente.

La cita que tuvo con la historia

El nuevo examen tuvo lugar en San Fernando el jueves 1 de octubre de 1914. Amalia se subió al biplano francés Farman III, impulsado por un motor rotativo Gnome Omega de 7 cilindros y 50 HP, lo puso en marcha y rodó a la cabecera desde donde despegaría.

Quienes la evaluarían pertenecían al Aero Club Argentino, fundado 13 de enero de 1908 por Jorge Newbery, quien había perdido trágicamente la vida el 1 de marzo de 1914 en Los Tamarindos, Mendoza: el ingeniero alemán Carlos Irmscher –que era vocal de la institución, y ocupaba este cargo en reemplazo de Alfredo L. Palacios, quien resignó el mismo aduciendo falta de tiempo para cumplir con sus obligaciones–, y el chileno Carlos Francisco Borcosque.

Tras algunas maniobras básicas, Amelia debió realizar "ochos" tomando como referencia dos pilotes ubicados a 500 metros entre sí, y fueron diez los que “dibujó” en el aire.

Para completar los primeros cinco, Amelia empleó 8’32” y, para los restantes, 8’21”. Una vez finalizada esta ejercitación, se elevó hasta los 300 metros (casi 1000 pies) y apagó el motor para descender y aterrizar con un planeo controlado, respetando una velocidad determinada, lo que cumplió dentro de los parámetros exigidos.

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En junio de 1915, Amalia emprendió un viaje por distintos lugares del país, siendo el primer destino Rosario, su ciudad natal, y lo hizo con un biplano Farman biplaza de 50 HP y 500 kilos de peso. También realizó exhibiciones en Villa Lugano y San Fernando.

En junio de 1915, Amalia emprendió un viaje por distintos lugares del país, siendo el primer destino Rosario, su ciudad natal, y lo hizo con un biplano Farman biplaza de 50 HP y 500 kilos de peso. También realizó exhibiciones en Villa Lugano y San Fernando.

Una vez en tierra, los evaluadores la felicitaron por aprobar el examen y, a partir de ese momento, Amalia Celia Figueredo se convirtió en la primera mujer argentina –y sudamericana– que obtuvo el Brevet Internacional de Piloto Aviador y, para los registros del Aero Club Argentino, su licencia fue la número 58.

Entre 1909 y 1913, solo 23 aviadores y 16 pilotos de globos aerostáticos habían volado en Europa y Estados Unidos y, la primera mujer que obtuvo su licencia en el mundo, fue la francesa Raymonde de Laroche (su verdadero nombre era Élise Léontine Deroche), quien recibió la misma el 8 de marzo de 1910, en París.

Amalia ya tenía su merecido lugar en la historia, y con solo 19 años, en una época donde era raro hasta ver a una mujer conducir un auto.

Por ello, la repercusión de su logro fue realmente enorme.

Exhibiciones, y su retiro de la actividad

Amalia estrenó su licencia el segundo domingo de octubre del mismo año en el Hipódromo de Belgrano –ubicado en los terrenos donde hoy se encuentra el estadio del Club Atlérico River Plate–, ya que el Jockey Club cedió las instalaciones, donde una verdadera multitud se congregó esa tarde para ver las destrezas de la flamante piloto santafesina.

En junio del año siguiente emprendió un viaje por distintos lugares del país, siendo el primer destino Rosario, su ciudad natal, y lo hizo con un Farman biplaza de 50 HP y 500 kilos de peso. También realizó exhibiciones en Villa Lugano y San Fernando.

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Durante su prolífica vida, Amalia recibió innumerables distinciones. En 1964, el Ministerio de Aeronáutica le entregó el brevet de Aviador Militar Honoris Causa; ese mismo año, fue reconocida por la Cámara de Senadores de la Nación; en 1968, Uruguay y Brasil distinguieron su logro y, el 21 de enero de 1970, por la ley 18.559, se le confirió el título de Precursora de la Aeronáutica Argentina.

Durante su prolífica vida, Amalia recibió innumerables distinciones. En 1964, el Ministerio de Aeronáutica le entregó el brevet de Aviador Militar Honoris Causa; ese mismo año, fue reconocida por la Cámara de Senadores de la Nación; en 1968, Uruguay y Brasil distinguieron su logro y, el 21 de enero de 1970, por la ley 18.559, se le confirió el título de Precursora de la Aeronáutica Argentina.

Amalia le había prometido a su novio, Alejandro Carlos Pietra, que abandonaría la actividad aérea cuando se casaran, lo que ocurrió el 13 de noviembre de 1915, cuando ella tenía 20 años.

Si bien su esposo no se oponía a los vuelos que ella realizaba, los mismos no despertaban el mínimo interés en él.

Tuvieron dos hijos, Blanca Noemí y Rodolfo Carlos Pietra Figueredo, quien seguiría la carrera militar y, años después, alcanzaría el grado de comodoro en la Fuerza Aérea Argentina.

Desafortunadamente, Amalia enviudó en 1928, y trabajó en el Registro Civil de Belgrano, en la Capital Federal, durante 30 años, hasta su jubilación.

Reconocimientos y distinciones por doquier

Durante su prolífica vida, Amalia recibió innumerables distinciones, tanto en nuestro país como en el extranjero.

Por caso, fue presidente del Aeroclub Femenino de la Argentina; en 1952 fue nombrada socia honoraria del Círculo Militar de Aeronáutica y, en el desfile del 25 de mayo de 1954, fue la abanderada del escuadrón de los Pioneros de la Aviación.

Otra de las distinciones destacadas fue la que le otorgaron el 1 de octubre de 1964, al cumplirse 50 años de la obtención de su licencia de piloto: el Ministerio de Aeronáutica –por intermedio del brigadier Carlos Armanini, comandante en Jefe de la Fuerza Aérea–, le entregó el brevet de Aviador Militar Honoris Causa.

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El 16 de enero de 1972 el Aero Club de Cosquín, Córdoba, fue bautizado con su nombre. Amalia falleció en la Capital Federal el 8 de octubre de 1985, a los 90 años y, sus restos, descansan en el Panteón Militar del Cementerio de la Chacarita.

El 16 de enero de 1972 el Aero Club de Cosquín, Córdoba, fue bautizado con su nombre. Amalia falleció en la Capital Federal el 8 de octubre de 1985, a los 90 años y, sus restos, descansan en el Panteón Militar del Cementerio de la Chacarita.

Según el Diario de Sesiones del 29 de octubre del mismo año, la Cámara de Senadores de la Nación, con la presencia del secretario de Aeronáutica, altos mandos de la Fuerza Aérea Argentina y numeroso público, reconoció a la primera aviadora argentina y, el titular del cuerpo, destacó: "La honorable Cámara termina de tributar homenaje merecido a la señora Amalia Figueredo de Pietra, que honra a la mujer argentina y es un ejemplo de heroicidad y patriotismo".

Por otra parte, en septiembre de 1968 la aviación civil de Uruguay le otorgó el brevet de piloto de dicho país y, el 19 de noviembre siguiente, Brasil –mediante una gestión de la aviadora Anésia Pinheiro Machado–, la condecoró con la Orden del Mérito en el grado de Gran Oficial.

Asimismo, en septiembre de 1971 recibió una medalla de oro al ser designada Precursora de los Vieilles Tiges, una entidad sita en París que nuclea a los pioneros de la aviación francesa.

El 21 de enero de 1970 y, por la ley 18.559, se le confirió el título de Precursora de la Aeronáutica Argentina. Además, el 16 de enero de 1972 el Aero Club de Cosquín, Córdoba, fue bautizado con su nombre y, en 1979, recibió una medalla de plata por parte de la Asociación Aeronáutica Argentina.

Amalia Celia Figueredo se convirtió en leyenda el 8 de octubre de 1985, cuando dejó este mundo a los 90 años y, sus restos, descansan en el Panteón Militar del Cementerio de la Chacarita de la Capital Federal, donde se produjo su fallecimiento.

Eso sí: tengan por seguro que Amalia nunca se fue y nunca se irá porque, en el cielo, continúa dando rienda suelta a su enorme pasión y sigue volando por toda la eternidad.