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Sociedad mujeres | América Latina | 8M

Un sistema productivo que recae sobre el trabajo invisibilizado de las mujeres: claves para entenderlo y modificarlo

En el Día Internacional de la Mujer, Karina Batthyány, socióloga y directora de Clacso, hace un análisis sobre las tareas de cuidado en América Latina, donde el 80% recae sobre las mujeres debido a la división sexual del trabajo. Hubo una sobrecarga en las mujeres durante la pandemia y casi 20 años de retroceso en la igualdad laboral.

Un informe de Clacso (Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales) indica que durante la pandemia hubo un retroceso de 18 años en la participación de las mujeres en el mercado laboral, algo que está directamente relacionado con la distribución de tareas desigual entre la mujer y el hombre. El problema, para Karina Batthyány, socióloga y directora ejecutiva de Clacso, es la creencia de que el tiempo de las mujeres es infinito. “Hay una tendencia presente en las sociedades latinoamericanas de creer que el tiempo de las mujeres es elástico o más flexible que el de los varones, que nuestro tiempo puede ser como una goma de mascar, puede expandirse o retrotraerse en función de las necesidades externas, que es más maleable que el de los varones”, aseguró la especialista en estudios sobre tareas de cuidado. Mientras las políticas públicas recurran a las diferencias entre la percepción del tiempo de los varones y las mujeres, se acrecentara la desigualdad.

El sistema productivo actual se basa en la división sexual del trabajo que platea que hay tareas destinadas a las mujeres y otras a los hombres. Estas tareas se atribuyen desde el nacimiento y los niños y niñas se sociabilizan bajo estas reglas. En esta división, el 80% de las tareas de cuidado -remuneradas o no- recaen sobre las mujeres. “El sistema productivo es un iceberg, lo que nosotros vemos cómo funciona es la punta, pero debajo está todo el trabajo invisible no remunerado, no valorizado ni social ni económicamente de las mujeres, sosteniendo aquel visibilizado, remunerado y visibilizado del hombre”, aseguró Batthyány en una entrevista en AIRE.

–¿De qué hablamos cuándo nos referimos a las tareas de cuidado?

–El concepto es relativamente nuevo, aunque el cuidado existe desde siempre. Se refiere a todas las actividades que realizamos en la vida cotidiana que son necesarias para la existencia de las personas, me gusta decir que son todas las requeridas para el bienestar cotidiano. Existen tres grandes dimensiones o facetas de estas tareas que se ponen en juego en una relación de cuidado. La material es la que implica un trabajo, son las actividades propiamente dichas, como por ejemplo cuidar de un niño. La segunda dimensión tiene un corte económico y se refiere no solo al costo en cuanto a insumos que cuesta cuidar a alguien, sino también a un costo indirecto que implica no realizar otras tareas. Por último, está la dimensión más afectiva que implica emociones tanto positivas como negativas. Es importante remarcar que hablamos de relaciones porque existe una persona que cuida y otra que es cuidada, por lo tanto este vínculo está marcado por la proximidad y el contacto cuerpo a cuerpo. Otras divisiones que se pueden hacer sobre las tareas de cuidado tienen que ver con si se da dentro o fuera del hogar en centros educativos, o si son remuneradas o no.

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Karina Batthyány es socióloga y actual directora ejecutiva de Clacso.

Karina Batthyány es socióloga y actual directora ejecutiva de Clacso.

–¿Por qué decimos que estas tareas recaen casi siempre sobre las mujeres?

–Quienes están mayoritariamente a cargo de estas tareas, en la mayoría de los países de América Latina, son las mujeres y esto se debe a la división sexual del trabajo. En más del 80% de los casos son las mujeres las que cumplen estas actividades ya sea dentro o fuera del hogar. Cuando hablamos de tareas de cuidado no remuneradas, también en el 80% de los casos son las mujeres las que están a cargo. Sin embargo, en el sistema remunerado el porcentaje tampoco varía demasiado. Esta división del trabajo que cumplimos las mujeres y los hombres se atribuye desde el momento del nacimiento y se nos va socializando para que si somos mujeres, por ejemplo, seamos más cuidadosas. Es una construcción social y justamente por eso se puede cambiar, no siempre fue así y no tiene que seguir siendo así porque se puede modificar.

Las investigaciones de Clacso indican que al interior de los hogares, las encuestas de uso del tiempo reflejan la desigualdad entre hombres y mujeres a partir de cómo opera la división sexual del trabajo. Mientras los varones utilizan dos terceras partes de su tiempo al trabajo remunerado, las mujeres solo uno, y dos tercios al no remunerado, que consiste en tareas vitales para el desarrollo económico y social (organización, la alimentación, la educación, etc.). Además, a menor nivel socioeconómico más horas se dedican a las tareas de cuidado.

"La división sexual del trabajo es una construcción social y justamente por eso se puede cambiar, no siempre fue así y no tiene que seguir siendo así porque se puede modificar"

–Tras la pandemia, se habla de un retroceso de 18 años en términos de igualdad laboral entre hombres y mujeres. ¿A qué se debe este retroceso?

Claro, en términos generales, se habla de un retroceso de casi 20 años en muchos ámbitos de la desigualdad de género que también se ve reflejada en el mercado de trabajo. El núcleo crítico, como me gusta llamarlo a mí, son las tareas de cuidado. Si las mujeres en América Latina tienen en promedio cuatro hijos de menos de cuatro años, destinan unas 40 horas a la semana en el cuidado de manera no remunerada. Con estos números, no es difícil imaginarse que después les quedan muchas menos horas para destinar a trabajos remunerados dentro del mercado laboral, para educarse o participar de lo que deseen. La brecha de tiempo ya era importante, pero se agravó en la pandemia, principalmente en 2020 donde pasó a coexistir lo productivo con lo reproductivo y volvimos casi a una etapa preindustrial donde se daba todo en el mismo espacio. Todas las responsabilidades se trasladaron a los hogares y fueron las mujeres quienes mayoritariamente se hicieron cargo de atenderlas. Además, es importante tener en cuenta que el 80% de los cuidados de la salud, antes de la pandemia, se daban en los hogares y solo el 20% en el sistema hospitalario, algo que tras el covid se profundizó. Nuevamente, las mujeres son las que generalmente se hacen cargo de estas tareas en los hogares. Toda esta desigualdad que incrementó tuvo consecuencias sobre el mercado de trabajo: la cuestión de los trabajos en el hogar se naturalizó y cuando las cosas se naturalizan, generalmente el trabajo recae sobre las mujeres.

Placa nota sobre tareas de cuidado

–Hay una tendencia a pensar que las mujeres pueden cumplir con muchas tareas a la vez ¿Esto por qué se da?

–Hay estudios que muestran que en muchas sociedades hay una tendencia a creer que el tiempo de las mujeres es más elástico o más flexible que el de los varones, que nuestro tiempo puede ser como una goma de mascar, expandirse o retrotraerse en función de las necesidades externas. Parece como que nuestro tiempo fuera infinito o más maleable. El problema es que las políticas públicas ya tendían a recurrir a ese tiempo elástico antes de la pandemia, por lo que durante el proceso de aislamiento esto se reforzó. Por ejemplo, las pautas de altas hospitalarias siempre se hicieron bajo el supuesto de que cuando uno se va a la casa, hay alguien que puede cuidar de esta persona y generalmente bajo el supuesto de que ese alguien es una mujer. Esto con el covid y sus tiempos de aislamientos se exacerbó. Pero siempre se tomó al tiempo de la mujer como ese amortiguador o colchón de las políticas públicas, es decir, nuestro tiempo flexible para atender esas necesidades hace posible que determinadas políticas funcionen. Es como si el sistema productivo fuera un iceberg y lo que nosotros vemos es solo una punta, pero abajo está el trabajo invisible, no remunerado no valorizado ni social ni económicamente de las mujeres que sostiene al trabajo visible, remunerado y valorizado de los hombres para que pueda continuar. Esto es algo que hay que transformar porque no podemos adaptarnos.

“La tasa de actividad femenina desde el 50 en adelante no para de crecer, es decir, que somos más las mujeres que trabajamos de manera remunerada y esto implica que no estamos más disponibles en nuestra casa las 24 horas del día”

–Diversos estudios realizados en la primera parte de la pandemia, indican que en Argentina el 54% de las mujeres expresó sentir sobrecarga en las tareas de cuidado. ¿Esto ocurrió en otros países?

–Es difícil hacer una comparación con otros países, pero podemos decir que los estudios muestran una sobrecarga brutal sobre las mujeres tanto en términos de trabajo remunerado o no. Y lo importante que hay que destacar es que esto tiene consecuencias en términos de salud mental.

–¿Cuáles son las otras consecuencias de esta sobrecarga de trabajo para las mujeres?

–No hay estudios contundentes sobre los efectos porque todavía la pandemia es muy reciente, sin embargo, sí sabemos que hay consecuencias en salud mental y también física. Hay una tendencia general en las mujeres -que se acentuó en la pandemia- de postergar la atención, los cuidados o controles de su propia salud en función de los del resto de los integrantes de la familia. En general se mostró que tanto mujeres como varones pospusieron las consultas por otras patologías que no sean covid.

Placa nota sobre tareas de cuidado

–¿Faltó perspectiva de género en las políticas de restricción de las actividades durante la pandemia?

–En términos generales todas las políticas que se aplicaron fueron bastante ciegas de las cuestiones de género y de cuidado porque lejos de promover la igualdad en términos de varones y mujeres, exacerbaron la división suponiendo que las mujeres tienen que cumplir con las tareas de cuidado. Además, hubo un impacto muy fuerte en relación a la violencia de género cuando las víctimas debieron quedarse en casa con su agresor o potencial agresor, sabiendo que la violencia de género en la mayoría de los casos sucede dentro del hogar. Se volvió una trampa mortal.

Las estadísticas o registros de la Oficina de Naciones Unidas contra las Drogas y el Crimen (UNODC), muestra que en América Latina 14 de los 25 países tienen los índices de crímenes contra las mujeres más altos del mundo. Y que nuestra región es además la segunda más peligrosa para las mujeres, solo superada por África. Un nuevo informe de ONU Mujeres, también para América Latina y el Caribe basado en datos de 13 países desde la pandemia, muestra que dos de cada tres mujeres padecieron alguna forma de violencia o conocían a alguna mujer que sufría alguna forma de violencia. Los diez países con mayores tasas de feminicidios son Honduras, seguido de República Dominicana, El Salvador, Bolivia, Brasil, Panamá, México, Guatemala, Uruguay y Argentina.

–¿Cómo se puede modificar esta situación? ¿Qué políticas públicas se deben implementar?

–Lo central son las políticas públicas, trabajar en la creación de sistemas de políticas que garanticen el cuidado para todas las personas en función de sus circunstancias vitales, para que no tengan que estar necesariamente las mujeres detrás de esto. El Estado tiene que garantizar cuidados para todas y todos, lo que no quiere decir que tengan que ser públicos únicamente. Lo que debe brindar es el derecho al cuidado y que esto no dependa de si hay o no una mujer disponible o de si tengo o no más plata. Muchos países de América Latina ya están discutiendo políticas públicas de cuidado. Uruguay es uno de los más avanzados en este tema, aunque en los últimos años se vio un retroceso de acuerdo a políticas de corte neoliberal; y Argentina tiene estos temas en el primer lugar de su agenda.

"Hay una percepción de que nuestro tiempo flexible para atender esas necesidades hace posible que determinadas políticas funcionen"

–Todavía hay diferencias salariales marcadas entre los hombres y las mujeres. ¿Qué relación tiene esto con las tareas de cuidado?

–En América Latina se habla de un promedio de entre un 25% y 30% de desigualdad, es decir, las mujeres tenemos un 30% menos de retribución que los hombres. Esto varía en cada país pero remite a lo mismo que hablamos anteriormente: a la división sexual del trabajo y a considerar que la actividad que define a la mujer no es el trabajo para el mercado y para proveer el hogar, sino que eso lo hacen los varones. El origen de las diferencias está en la división tradicional del trabajo.

–Las discusiones más actuales en Argentina sobre políticas públicas giran en torno a la licencia por paternidad ¿Qué cambios traería aparejado?

–Esto cambia muchas cosas, se evidenció en los países que ya lo implementaron. Esta licencia permite que los varones tengan la disponibilidad para involucrarse directamente en los cuidados. Yo creo que no deberían ser optativas sino obligatorias para que se involucren desde el nacimiento y pienso que también habría que ampliar la licencia por maternidad. Además es necesario pensar modelos de licencia para el cuidado de personas mayores que es una gran deuda de América Latina.

La pandemia trastocó varios hábitos y evidenció aún más las modificaciones en la organización de las tareas de cuidado. Batthyány indicó que hoy se puede hablar de una “crisis de cuidados” que es posible debido a los cambios que se introdujeron en el mercado laboral. “La tasa de actividad femenina desde el 50 en adelante no para de crecer, es decir, que somos más las mujeres que trabajamos de manera remunerada y esto implica que no estamos más disponibles en nuestra casa las 24 horas del día”, destacó. Hoy la solución ya no depende de que haya una mujer que se haga cargo de esas tareas de cuidado, por lo que es cada vez más necesario que los sistemas de políticas públicas brinden otras alternativas.

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