Nadie le preguntó si sigue pensando que muchas mujeres necesitan que las violen y tampoco le señaló que había abonado a justificar la violencia sexual.
Por el contrario, le dejaron decir que él había sido censurado, le permitieron victimizarse. Y también le dieron espacio para promocionar su show, de modo que el artista usó aquella reacción de una sociedad movilizada por el feminismo para vender entradas.
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Lo malo de su reaparición fue que volvió a agitar la idea de un feminismo “cancelador” que censura a quienes “piensan distinto”. Como si asegurar que las mujeres son violables fuera una opinión.
Si el feminismo fuera una inmensa máquina de cancelar opiniones, ¿por qué los medios de comunicación están (casi) vacíos de feministas? ¿Por qué sigue habiendo muchos más hombres que mujeres en los lugares más visibles? ¿Por qué hay tantos varones que siguen hablando de violencia machista sin saber de qué se trata? Podrían preguntarles a quienes la padecen y a quienes se dedican a estudiarla, fuentes sobran.
Gustavo Cordera dijo lo que dijo
Es cierto que en el año 2016 Cordera fue objeto de una sanción social fortísima, y también judicial: debió cumplir una probation. Y si bien en estos días se habló mucho de la cultura de la cancelación —que implicaría sacar de circulación a personas que tienen conductas o expresiones repudiables— menos se habló de la cultura de la violación. Esa que postula que las mujeres están ahí para satisfacer los deseos de los hombres, pero no tanto sus propios deseos.
Gustavo Cordera hizo mención a sus polémicas declaraciones que lo alejaron por completo de los escenarios.
Gustavo Cordera hizo mención a sus polémicas declaraciones que lo alejaron por completo de los escenarios.
El músico que fue líder de la popular Bersuit Vergarabat hasta 2009 (se fue de la banda antes de la “cancelación” feminista), en una charla con estudiantes de periodismo, dijo: “Es una aberración de la ley que si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiera coger con vos, vos no te las puedas coger. Hay mujeres que necesitan ser violadas para tener sexo porque son histéricas y sienten culpa por no poder tener sexo libremente".
Por eso, más que hablar de Cordera, esta columna aprovechará su presencia en los medios de comunicación para recordar que está mal violar mujeres, que ninguna mujer necesita ser violada, que la violencia sexual es un problema serio en un país donde sólo un bajísimo porcentaje de las agresiones sexuales denunciadas (muchas no se denuncian) terminan en condena.
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Según la única Encuesta Nacional de Prevalencia de Violencia contra las Mujeres impulsada por el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación —cuando existía— y la Iniciativa Spotlight de Naciones Unidas, mostró que el 45% de las mujeres encuestadas que están o han estado en pareja atravesó algún tipo de violencia de género en el ámbito doméstico. Y que el 18% de todas las encuestadas sufrió algún tipo de violencia sexual.
Será por eso que las palabras de Cordera fueron como un puñal clavado en una sociedad completamente movilizada por el Ni Una Menos, que en 2015 conmovió al país con marchas en más de 80 localidades. “Ni Una Menos” se convirtió en un movimiento global que cuestionó la violencia machista. Y se considera que abrió la cuarta ola feminista en el mundo.
El repudio de una sociedad movilizada
Si bien la marea subió en 2015, el movimiento feminista de Argentina tenía una larga historia: desde 1986 se realizan los Encuentros Nacionales (hoy Plurinacionales) de Mujeres (hoy de Mujeres, lesbianas, travestis, trans, lesbianas, bisexuales, no binaries e intersex). Cada año, ese encuentro multitudinario pone en común entre personas de todo el país las discusiones pendientes, ya sea leyes, pero también acciones necesarias en distintos ámbitos sociales.
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En 2016, la discusión sobre la violencia machista había tomado las escuelas, los lugares de trabajo, los partidos políticos, los sindicatos, los clubes de barrio, los hogares y todo lugar de encuentro. Esa conversación la abrieron las mujeres que se cansaron de contar muertas y soportar abusos.
Tras cumplir la "probation", sobreseyeron a Gustavo Cordera
Gustavo Cordera promocionó su show a partir de victimizarse.
Cada femicidio era una nueva afrenta y muchas tenían en el cuerpo la memoria del algún “inocente” toqueteo, el apoyo en un colectivo, un beso no querido, y agresiones mucho más graves. Dos años después, en diciembre de 2018, quedó en evidencia. Tras la denuncia pública de Thelma Fardin a Juan Darthes (que hoy cumple su condena en Brasil), las llamadas a la línea 144 para denunciar violencia sexual aumentaron un 123 por ciento ese mismo día, y las comunicaciones a la línea contra el abuso sexual infantil aumentaron en un 1200%.
En Argentina, según datos de la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM), solo el 15,5% de denuncias por delitos contra la integridad sexual llega a sentencias condenatorias.
La violencia sexual siempre fue un tabú en una sociedad que naturalizó la violación: cuántas veces se dijo que si una mujer dice que no, quiere decir sí, que hay que insistirles, que su no tiene valor igual a cero. Cuántas veces se discutió qué es el consentimiento, cómo si eso fuera discutible si se trata de varones. Cuando un varón dice que no, es no. Nadie lo duda.
Por qué enoja
Pero una sociedad patriarcal, una cultura machista, considera que las mujeres no son del todo dueñas de su cuerpo, que los varones pueden adueñarse de ellas de distinta manera. Que si es “tu” mujer ningún varón puede “tomarla”, pero si está “suelta” no es de nadie. Esas ideas están totalmente naturalizadas en un sentido común que acepta como un chiste que un varón diga: “con mi hermana/ mujer/ madre no te metas”. El valor de una mujer está dado por el hombre que la posee.
Y si bien el actual gobierno argentino desconoce la violencia machista, desmontó todas las estructuras creadas para combatirla -que eran insuficientes, pero servían-, hay una sociedad que no olvida sus heridas, sus movilizaciones y el impacto que el movimiento feminista tuvo en sus discusiones. Por eso, no es gratis dejar hablar a Cordera como si nunca hubiera justificado las violaciones.
Es esa la razón por la que enoja la presencia de Cordera como un ídolo en canales de streamings y programas de televisión. Y más aún cuando se trata de un comunicador joven, que cuenta con feministas en los programas de Gelatina, un buen entrevistador que en este caso se plantó más bien como fan que ni siquiera planteó una pregunta.
Un Rosemblat enmudecido asintió, en lugar de decirle lo que tantas pensamos: que no hubo censura, sino una reacción capilar, extendida, de millones de mujeres cansadas de escuchar justificaciones a la violencia machista.