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La historia de Luciano y Estela que conmovió y sumó a la campaña solidaria de AIRE y Los Sin Techo

La historia de Luciano, baleado cuando era niño, emocionó a la audiencia de Ahora Vengo. En el marco de la campaña solidaria de AIRE y Los Sin Techo que busca reunir 1350 cajas navideñas.

Detrás de ese gesto había una vida marcada: en febrero de 2014, en barrio Esmeralda Norte, un nene de 9 años jugaba en la plaza con otros chicos cuando una balacera le cambió la vida para siempre. Ese nene es hoy Luciano Callejo, tiene 20 años.

En Ahora Vengo, el programa de Luis Mino , el estudio se detuvo para escuchar una historia que duele y abraza al mismo tiempo.

“Fue lo peor que nos pasó”

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“Lo peor, lo peor, la verdad que fue lo peor que pasó en nuestras vidas”, resumió Estela al recordar aquel 14 de febrero de 2014. Luciano estaba jugando con otros chicos cuando se escucharon varios disparos. Ella no oyó nada por el ruido de la licuadora, hasta que un vecino apareció para avisarle que a su hijo le habían dado “un tiro en la panza”.

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Estela y su hijo, Luciano Callejo visitaron los estudios de AIRE.

Estela y su hijo, Luciano Callejo visitaron los estudios de AIRE.

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Cuando Estela llegó, Luciano estaba tirado en el piso. Lo primero que le dijo fue: “Mamá, no te desesperes que Jesús me va a ayudar”. No esperaron la ambulancia: el padre de uno de los hijos de Estela lo cargó en el auto y lo llevaron de urgencia. Después vinieron los primeros auxilios, el traslado en ambulancia, los estudios y una operación de ocho horas para “limpiar y coser intestino”, porque la bala había perforado intestino grueso y delgado.

Ahí empezó lo que ella define como “nuestra odisea”.

Cirugías, mala praxis y una enfermedad sin cura

Tras la primera cirugía, la cadena de complicaciones no se detuvo. Estela contó que a los pocos días un médico de guardia indicó darle líquido por vía oral. “Al recibir de golpe, el intestino se obstruyó como una manguera”, relató. Tardaron diez días en volver a operarlo y, cuando lo hicieron, “ya tenía todos sus órganos infectados otra vez”.

En ese contexto, los riñones de Luciano se enfermaron. A la segunda cirugía se sumó una apendicitis que, según Estela, también se demoró en resolver: lo llevó un martes al mediodía y recién lo operaron el miércoles a la noche, con diagnóstico ya confirmado.

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Luciano Callejo fue baleado en 2014 mientras jugaba en la puerta de su casa.

Luciano Callejo fue baleado en 2014 mientras jugaba en la puerta de su casa.

De ahí en adelante aparecieron las diálisis, las infecciones repetidas, la “celulitis infecciosa continuamente”, como describió la madre, y el diagnóstico de una enfermedad en las células que “para la ciencia no tiene cura”. Luciano terminó necesitando un trasplante de riñón.

Ese trasplante llegó el 28 de julio de 2020, en plena pandemia de COVID-19, con todo el riesgo que implicaba bajar las defensas al máximo en un hospital. “Fue en el peor momento”, recordó Estela. El órgano era de una joven de 36 años de Rosario. Nunca pudieron conocer a la familia donante. Cinco años después, los médicos ya le informaron que el riñón está nuevamente afectado. “Solo Dios sabe si habrá que trasplantar otra vez", dice Estela, aferrada a los últimos análisis que, por ahora, muestran estabilidad.

Diálisis, escuela y la bandera

Entre dializarse y estudiar, Luciano se fue haciendo grande. Durante años pasaba cinco horas conectado a una máquina, dos veces por semana. Muchas veces, después de la diálisis, iba igual a la escuela. “No quería encerrar la mente en la enfermedad, porque si no iba a vivir depresivo en una cama”, explicó.

Terminó la secundaria en la escuela República Argentina, sobre Rivadavia, y no solo terminó: fue abanderado. Estela contó que muchas veces iba a clases “enfermo” y que la escuela estuvo siempre presente, organizando ventas de pizza y juntando mercadería para ayudar a la familia cuando ella no podía trabajar.

Luego probó estudiar Desarrollo de Software —“no me daba mucho la cabeza y lo dejé”, confesó, sin dramatizar— y se volcó a Auxiliar de Farmacia, un área que le gusta porque le interesa la medicina.

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Luciano toma 14 pastillas por día. “Se acuesta con pastilla y se levanta con pastilla”, contó Estela.

Luciano toma 14 pastillas por día. “Se acuesta con pastilla y se levanta con pastilla”, contó Estela.

Hace menos de un mes empezó una pasantía administrativa en el Concejo, haciendo archivo y despacho. “Me siento bien, contento”, contó. Para Estela, que lo acompañó a través de operaciones, diálisis y noches de guardia, verlo trabajar, estudiar y caminar más independiente es motivo de orgullo.

Promesas que no llegaron y una vida atada a 14 pastillas por día

Mientras Luciano pelea por su salud, la familia atravesó otro dolor: la falta de justicia y de respuestas del Estado. Estela relató que en Fiscalía le dijeron que el caso de su hijo quedó “en NN” y que nunca se avanzó en saber quién disparó ni de dónde salió la bala. “Nunca se tomó nada en serio”, lamentó.

Hoy Luciano y Estela viven en la casa que era de sus padres, que deberá repartirse entre los hermanos. La mujer trabaja como empleada doméstica por hora y se las rebusca haciendo comida: llevó al estudio empanadas caseras y contó que su sueño es tener su rotisería, aunque reconoce que por ahora “cada vez se pone peor las cosas”.

Luciano toma 14 pastillas por día. “Se acuesta con pastilla y se levanta con pastilla”, describió la madre, con crudeza. “Muchos se drogan para disfrutar y a él lo tengo que drogar para que viva”, resumió, con una frase que dejó silencio en el estudio.

De la caja a la campaña: transformar el dolor en dar

En medio de esta historia, Estela y sus hermanas armaron una caja navideña. Una sola caja, pero cargada de sentido. “Queremos estar cerca de la gente que más lo necesita”, dijeron.

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La caja de Estela y Luciano se sumó a las que llegaron a lo largo del día

La caja de Estela y Luciano se sumó a las que llegaron a lo largo del día

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La caja de Estela y Luciano se sumó a las que llegaron a lo largo del día. Para Estela, el gesto es una forma de no quedarse sola con lo que pasó. “Si vivimos de lo malo que nos pasó, no vivimos”, dijo. “Si nos quedamos llorando, tirados en una cama, tampoco. Yo trato de estar lo mejor que podemos. Soy mamá y papá a la vez y tengo que seguir por ellos”.

“Estoy viviendo el presente, tratando de estar mejor día a día”

Cuando le preguntaron a Luciano cómo miraba el futuro, su respuesta fue simple y profunda: “Básicamente ahora estoy viviendo el presente, tratar de estar mejor día a día. Yo no sé qué me puede pasar mañana con mi enfermedad, pero si lo pensás, no tenés vida”.

Estela lo escuchó, lo miró y volvió a insistir en algo que siempre le dijo a su hijo: cualquiera puede cruzar la calle “y morirse yendo sano”.

Al final, Luciano se tomó un momento para hablarle a su mamá mirando a cámara: “Uno no elige quién es la mamá, ¿no? Pero yo agradezco a Dios todos los días por la mamá que me tocó, porque estoy muy orgulloso de lo que es conmigo, de lo compañera que es, y decirle que la amo mucho y que gracias por pelearla día a día con nosotros”.

Estela lo abrazó fuerte.

Y en medio de una campaña que junta cajas para que otras familias puedan tener una Nochebuena digna, su historia dejó algo más que números: dejó una lección de fe, de lucha y de generosidad, aún cuando la vida pegó más fuerte que nunca.