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"La Casa de Agus": la historia de una santafesina que fundó un merendero tras la muerte de su hija por leucemia

Gabriela Benega es una santafesina que transformó el dolor por la pérdida de su hija en amor para los que menos tienen, en barrio Yapeyú. La historia de "La Casa de Agus".

Gabriela Benega tiene 48 años y sobrevivió a la dolorosa pérdida de su hija Agustina, quien murió de leucemia, cinco días después de haber cumplido 15 años. Vecina del barrio Yapeyú, en el norte de la ciudad de Santa Fe, Gabi decidió "transformar el dolor en amor" y creó el merendero "La Casa de Agus".

Barrio Yapeyú: el merendero que nació del dolor

Gabi tiene una mirada profunda. Son las 15 de un lunes cualquiera y revuelve sin parar la olla gigantesca con el chocolate caliente que desprende olor a infancia en su casa del barrio Yapeyú. A metros de ella, Alejandra, la mamá de su nieto, prepara la masa para las tortitas negras. Día de merienda en "La Casa de Agus".

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El chocolate está listo. Gabi se sienta en una silla del salón ubicado en Misiones 6870 (delante de su casa) y abre su corazón: "Todos mis hijos tuvieron infancia limitada, siempre con muy poquito para la escuela, para el invierno, para las fiestas, para su cumpleaños. Siempre quisimos hacer algo en el barrio, pero nunca teníamos ni las herramientas ni cómo poder empezar. Empezamos cuando murió Agus, para que los días sean más cortos", dice mientras respira profundo para no romper en llanto.

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Se hace difícil hablar de Agustina con Gabi, pero hay que hacerlo, porque es el motor del merendero. Apenas pudo decir "Agustina era una niña dócil y con una infancia muy sufrida" y se quebró. Tomó aire y pudo reanudar el relato.

Agustina es una de los cinco hijos que tuvo Gabi. Fue diagnosticada con leucemia cuando tenía 12 años, hizo un tratamiento oncológico y se mantuvo un tiempo en remisión (la enfermedad había como desaparecido), pero la leucemia volvió potenciada luego de unos meses.

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El chocolate está listo, mientras Alejandra, mamá del nieto de Gabi, prepara las tortitas negras. A las 17, se entrega a merienda para que las familias puedan compartirla en la mesa de sus hogares.

El chocolate está listo, mientras Alejandra, mamá del nieto de Gabi, prepara las tortitas negras. A las 17, se entrega a merienda para que las familias puedan compartirla en la mesa de sus hogares.

"Se buscó el donante de médula, no se conseguía, la persona mas cercana era yo hasta que apareció un alemán. Fuimos a Rosario y fue trasplantada. Incucai no podía sostener su tratamiento. Volvimos al Iturraspe, le agarró una infección. A los 100 días del trasplante murió", cuenta Gabi. Agustina Sandoval cumplió 15 años el 22 de diciembre y falleció cinco días después.

Con los ojos inundados de lágrimas, su mamá recuerda a la niña como amante de la música y del estudio."Tenía muchos amigos, era peleadora, con una postura fuerte, dominante. Todo su tratamiento lo pasó escuchando rock y estudiando. Era solidaria, siempre quería ayudar. Una vez le quiso regalar a una nena que estaba descalza las únicas ojotas que pude comprarle para que no se quemara los pies".

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El mural de Agustina con los brazos abiertos ocupa la pared del fondo de

El mural de Agustina con los brazos abiertos ocupa la pared del fondo de "La Casa de Agus"

La muerte de Agustina y el comienzo de un sueño

En 2014, sumida en dolor tras la muerte de su hija, Gabi comenzó con sus acciones solidarias "para que los días sean más cortos".

"Empezamos a limpiar un espacio. Siempre la base fue la necesidad nuestra y de mis hijos. Al saber que te faltó tanto o que no tuviste, o que no sabías dónde ir a golpear la puerta... Fue también como poder pensar que los otros niños tengan ese lugar. Los amigos de Agustina quisieron que sea en La Casa de Agus y así empezamos", relata.

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De a poco, comenzaron las acciones de un puñado de personas que acompañaban a Gabi. Iban a los almacenes del barrio a pedir leche, azúcar, hacían tortas fritas.

"Todo se hacía adentro de mi cocina y si cocinábamos al fuego era todo en la vereda, ocupada con la olla, con el fuego, con nosotras amasando, con música, riéndonos. Por ahí bailábamos. Era mágico lo que hacíamos: prender fuego y poder cocinar con cosas que no sabíamos. Pidiendo fiado al señor del almacén. Y fue como ir creciendo y como seguir sosteniéndonos vivos", cuenta Gabi con la mirada húmeda posada en la puerta del merendero.

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Desde el corazón de barrio Yapeyú, donde las carencias están a la orden del día, emerge el centro cultural para contener, ayudar, acompañar.

Desde el corazón de barrio Yapeyú, donde las carencias están a la orden del día, emerge el centro cultural para contener, ayudar, acompañar.

"La Casa de Agus": de merendero a Centro Cultural

De la cocina y el patio de Gabi a un espacio más grande, levantado con ladrillos huecos, mezcla, techo de chapa y piso alisado de cemento. Mesa, cocina, algunas sillas, ropa, gomas, lápices, libros, hojas y sueños. Muchos sueños que convergen en la gigantesca pintura del rostro de Agustina que cubre la pared del fondo.

"Teníamos pensado armar el centro cultural con palos y ladrillos ecológicos (botellas rellenas con nylon o con papelitos). Un día llegó Daniel Salas, un escritor de Nogoyá que había lanzado un libro hace un tiempo y había donado lo recaudado a un hospital de allá. Conoció nuestra historia y quiso volver a lanzarlo para que el 50% de sus ventas vengan acá. Plata no recibíamos, le pedimos que compre cosas y traiga. Así fue que compró materiales", recordó Gabi.

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"Esto va a ser histórico para el barrio", dice Gabi quien sueña con seguir acompañando a las familias del barrio Yapeyú.

No reciben dinero para que todo esté claro: "Más tranquilidad para nosotros y para la gente que colabora". Llegaron los materiales y, junto a ellos, el sueño del centro cultural. Hubo que poner manos a la obra y un vecino se ofreció. Fue una manera de devolver con gratitud el tiempo que sus hijos con consumo problemático habían recibido en el merendero. Los acompañaron, los contuvieron con talleres.

El vecino daba lo más preciado: su tiempo y su esfuerzo. Salas entendió que se trataba de un trabajo muy pesado y empezaron a hacer bingos para pagarle. Fue apareciendo más gente y donaron el techo completo, puerta para el frente, ventanas.

"Organizamos un almuerzo show y pudimos hacer el piso, el bañito, con un juego de baño donado, con cerámicas que la gente me iba dando y yo iba guardando", relató la entrevistada.

Un barrio con muchas necesidades

En el Centro Cultural "La Casa de Agus" se les brinda la merienda lunes y viernes a unas 185 personas entre niños, adolescentes y mayores. A veces les regalan masitas; de lo contrario, producen pan, torta, tortitas negras.

Los miércoles si alguien les dona alimentos hacen olla, con fuego y leña, por la noche. Los jueves, docentes jubiladas dan clases de apoyo: " Hay niños que llegan sin saber leer ni escribir. Ellas le ponen el corazón, les enseñan que amen los libros, algunos chicos no tiene celular. Ellas tienen anotado los cumpleaños de los chicos. Dos veces al año festejamos todos los cumples"

"Las necesidades fueron aumentando en los últimos dos años. Se siente muchísimo. Si antes golpeaban la puerta dos veces por día para pedirte algo, hoy la golpean 15, 20 veces. Es increíble. La gente se ha quedado sin trabajo. Las changas se han cortado. Por eso creo que resistimos también acá. Porque hay que resistir", asiente Gabi como dándose fuerzas a sí misma.

No es fácil seguir adelante, cada día se da una nueva batalla en "La Casita". "Todo el tiempo pensando cómo seguimos, a quién golpeamos la puerta. Sabemos que si nosotros cerramos, quedan muchos chicos sin este espacio donde más allá de de que se da la leche, pueden venir a buscar una plasticola o un lápiz, una ropa de abrigo, una frazada".

"Si Dios me da fuerzas y mi niña me sigue iluminando esto, esto va a ser un espacio histórico en el barrio, por parte de un grupo de mujeres poniendo el cuerpo, el corazón. Acá trabaja mi amiga Tita de toda la vida. Alejandra, que es la mamá de mi nieto y Silvia que es una vecina. Para el Día del Niño trabaja toda mi familia".

La Casa de Agus celebra el día del niño cuando todas las instituciones del barrio lo hicieron. Cada 22 de diciembre es una celebración especial por el cumpleaños de Agustina. Se corta la calle, hay música, regalos para los otros niños y torta: "Es una fiesta sin Agustina, pero es una fiesta", expresa Gabi.

Transformar el dolor en amor

"Mucho aprendimos acá: que no nos llevamos nada, que hay que cumplir los sueños. Hay que estudiar y ayudar a salir a los niños de este círculo vicioso que tiene el barrio. No nos va a parar nadie porque tenemos mucha fuerza. Si yo como mamá pude sobrevivir, pude resistir a la muerte de una hija, puedo hacer un montón de cosas y mostrar a otras personas que se puede transformar el dolor en amor", concluyó.