En medio del descalabro económico, agudizado por una suba inflacionaria que no da tregua –el índice de julio fue del 7,4%, el mayor en 20 años–, Sergio Massa llegó al Ministerio de Economía con un solo objetivo: ganar tiempo y llegar al año próximo sin que el país estalle por los aires. No hay un plan pensado a mediano plazo sino, más bien, un plan enfocado en la inmediatez, en apagar los incendios que desatan la inflación y la brecha cambiaria. Por ello, la obsesión de Massa es conseguir divisas (dólares) como sea para reforzar las reservas del Banco Central, tranquilizar la economía y evitar una (mayor) devaluación de la moneda.
La primera semana de gestión de Massa mostró luces y sombras. El martes pasado su equipo financiero debutó con un canje de deuda doméstica que postergó vencimientos de los próximos 90 días para mediados de 2023. Sin embargo, siguen altos el dólar blue y el riesgo país. El mercado está preocupado por la caída de las reservas, que sólo se frenó el miércoles pasado, y por la falta de precisiones sobre cómo el ministro de Economía piensa bajar el déficit fiscal primario (antes del pago de la deuda) al 2,5% del PBI, tal como le prometió Martín Guzmán al Fondo Monetario Internacional (FMI) a principios de año.
Massa le mete presión al ajuste: en su primera participación en la reunión de gabinete advirtió que no abrirá el grifo del gasto público y que los ministerios deberán ajustarse a las partidas ya asignadas. Anunció, además, un plan módico de segmentación de las tarifas de los servicios de agua, luz y gas, clave para ponerle un cepo al drenaje de divisas que genera la importación de energía. Sin embargo, aún faltan precisiones sobre cómo se instrumentará esta segmentación tarifaria y los anuncios se postergaron para la semana próxima.
El nuevo ministro logró avanzar en el control del área energética, hasta ahora copada por Cristina Kirchner. Instaló a la salteña Flavia Royón en la Secretaría de Energía y desplazó al ahora exsubsecretario Federico Basualdo, un hombre de la vicepresidente y enemigo declarado del exministro de Economía Martín Guzmán. Sin embargo, Cristina Kirchner logró el ascenso de otro de sus laderos, Federico Bernal, interventor en Enargas, quien ahora ocupa la estratégica Subsecretaría de Hidrocarburos. Asimismo, la vicepresidenta mantendrá el control de YPF, un enclave que Massa pretendía para sí.
El ministro tampoco logró ocupar hasta ahora el cargo vacante de la Secretaría de Programación Económica: había propuesto para ese cargo al economista Gabriel Rubinstein pero, inesperadamente, debió dar marcha atrás. A partir de la divulgación de las severas críticas que hizo Rubinstein contra el ciclo de Néstor y Cristina Kirchner, la designación se paralizó. “No hay ningún apuro”, se escudan ahora en el entorno de Massa.
Otro escollo que enfrenta el ministro de Economía es la permanencia de Miguel Pesce al frente del Banco Central. Las relaciones entre ambos no son buenas, pero el presidente Alberto Fernández se obstina en mantenerlo en su cargo. Fernández se convirtió en un aliado incómodo para Massa: en su entorno se quejan de que el presidente frena la idea del ministro de fusionar estructuras gubernamentales para dar un gesto de austeridad en la política y aparecen quejas sobre la lentitud para escribir y redactar resoluciones que tienen que ver con la "hoja de ruta" que planteó Massa.
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Está claro que Fernández desconfía de su “superministro”: la imprevista asistencia del presidente a la primera reunión de gabinete en la que Massa estuvo como ministro no fue leída como una señal de apoyo al debutante. Tampoco la profusión de presencias presidenciales en actos en distintos puntos del país a lado del ministro de Economía o casi al mismo tiempo que este hacía anuncios.
En medio de las guerras abiertas y subterráneas que debe librar, Massa tuvo el inesperado “auxilio” de Elisa Carrió quien, con sus declaraciones explosivas contra algunos de sus socios en Juntos por el Cambio, copó la escena mediática y, por unos días, el descalabro económico pasó a un segundo plano.
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La fractura expuesta en Juntos por el Cambio dejó heridas políticas profundas. Las denuncias televisivas de Carrió a altos dirigentes del PRO y de la UCR por una supuesta connivencia con Massa hizo caer una cumbre de la mesa de conducción de la coalición opositora convocada para el martes próximo y que tenía por objeto definir un plan de gobierno. “Lilita parece la jefa de campaña del Frente de Todos”, mascullaba por lo bajo un dirigente de la coalición opositora.
En el oficialismo celebraron los embates de Carrió contra sus propios aliados: triste consuelo para un gobierno que festeja al borde del precipicio.
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