De enero a diciembre no hay nada que emparde el acontecimiento que sugerimos en el título de la última nota de las 57 que publicamos para AIRE en un año que pareció durar dos, al menos para los que estuvieron pendientes de los avatares políticos y económicos del país.
Ni el estreno local del título mundial obtenido en el Mundial de Qatar (marzo), el arribo de Messi a la MLS (junio) o su octavo balón de oro (octubre); ni la condena de los asesinos de Fernando Báez Sosa (febrero), o el éxito de taquilla de 1985 y el Globo de Oro para el histórico juicio a las Juntas Militares (enero); tampoco el aniversario del atentado contra la ex vicepresidenta Cristina Kirchner (setiembre) que terminó de sellar el retiro de las candidaturas ejecutivas del cuadro político más gravitante del peronismo y fue la confirmación de tres hechos que eran una realidad consumada y hoy proyectan sus efectos sobre el futuro del país: que el odio fraticida es un rasgo cultural potente que condiciona la convivencia democrática argentina, que la justicia es una desgracia y un instrumento de quienes nos prestan casi 3 millones de Km2 para vivir como argentinos y que el kirchnersimo estaba en fase declinante, que era ella, sus multitudes incondicionales y un puñado de dirigentes sin votos, sin iniciativa y en crisis ideológica y operativa.
De julio de 2020 hasta abril 2023, una de las frases más repetidas (por lo bajo y por lo alto) por miles de militantes y votantes peronistas era “le estamos haciendo la campaña/trabajo sucio a Larreta”. Pero en agosto el candidato del establishment perdió la primaria contra Patricia Bullrich –esa interna de la que surgiría el futuro presidente– y en octubre Bullrich perdió con todos, y todos con el que hasta mayo salía tercero, pero que había sellado un pacto político con Mauricio Macri, el verdadero jefe de Juntos por el Cambio.
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Es decir que el fracaso del Frente de Todos le entregó el bastón, la banda y el país, no a Larreta sino a Milei, un líder mesiánico (tiene un destino dictado y protegido por las fuerzas del cielo), que fue inmediatamente fue infiltrado por Macri. O mejor dicho por los millonarios que fueron apenas molestados por el Aporte Solidario de las grandes fortunas y están ante una oportunidad irrepetible de concretar lo que no pudieron en más de un siglo: el país administrado por los mandantes de sus dueños y por muchos años.
Fue así, 2023 fue el año en que no pudo revertirse la derrota del movimiento nacional y popular conducido por el peronismo aglomerado (unificado nunca estuvo) y se consumó una decepción que desde la pospandemia crecía sin parar: la de una oportunidad refundacional perdida en toda línea: económica, social, política y cultural. En la nación y en la provincia también, desde las PASO de julio que confirmaron –hicimos las cuentas en julio para esta nota y en noviembre para esta otra nota de AIRE – que estábamos ante un país y una provincia que venían de ser gobernados por el peronismo y con niveles de antiperonismo furioso y militante históricos. Hay un libro que explica cualitativa y cuantitativamente lo que millones de votantes –que hoy se ofrecen como parte de la primera resistencia al golpe institucional de Milei– no quisieron o pudieron ver: salió a principios de agosto y se llama El kirchnerismo desarmado. Su autor, Alejandro Horowicz está lejísimo de ser un gorila ilustrado y solía citar a Perón para definir al radicalismo: “Radical es alguien que cree que mientras habla se solucionan los problemas de los que habla”. Eso le pasó al Frente de Todos durante cuatro años.
Sin quitarle mérito (demérito en realidad) a las encuestadoras que ganaron fortunas este año, fue también Horowicz el que dijo en octubre, pero de 2021, que “si el peronismo no tuerce el camino, el 2023 será de Milei y Bullrich” y vaticinó en julio de 2022 que “los que dicen que primero hay que crecer (para el pueblo implica primero sufrir) para después distribuir (y ser felices) son los gerentes de la catástrofe”. Fue así, desde hace dos años este país es como una película de suspenso que mirás tapando un solo ojo (ah, "Muchachos" se estrenó en diciembre para prolongar el efecto de la última alegría colectiva), donde todos hacen lo que tienen que hacer para que suceda lo que tiene que suceder, sin margen para evitarlo.
Lo que resultó es lo que hay: navidades pobres, fin de año repleto de incertidumbres personales y colectivas, la mil veces repetida promesa de que hay que estar mal para estar bien y que los que sobrevivan serán no todos sino los mejores. Otro relato, otra purga, otro país.
El año que nos arrojamos al vacío desde el vacío: ¿dólar, billetera o plazo fijo?
Dicho así tiene destino de molde: 2023 fue el año en que algo sino todo cambió para siempre. Pero seamos modestos para hacer futurología (algo que un periodista debe ajustar a experiencia + dato), algo sino todo cambió por varios años, muchos más que los que dure el gobierno del libertario que hoy conduce los destinos de la patria (que ya no es el otro masivamente dicho sino la gente de bien).
Pongámoslo en éstos términos, les pedimos un esfuerzo más a los lectores para ir y venir en el tiempo, para remontarnos a setiembre de 2019; cuando Leandro Santoro decía en pleno festejo nacional y popular que “nosotros vamos a derrotar electoralmente al macrismo pero culturalmente nos va a costar mucho todavía, hay bolsones de la sociedad que nos votan a nosotros (para castigarlos) pero piensan como ellos”.
Y así será sin importar si el gobierno de Milei dura uno, dos o cuatro años. Más de la mitad del país castiga sin memoria ni inventario, cambia por cambiar, no soporta elaboraciones complejas y hace cuentas simples en rabioso tiempo presente, lee poco y navega en redes y en demasía, desprecia legados y rituales –que no sean futbolísticos– que antes conmovían a minorías intensas, pero contagiaban a multitudes.
Es tesis de estas líneas, que pretenden abarcar a todas y todos los lectores que se avengan a leer sin prejuicios ideológicos, que este año que termina fue la confirmación cuantitativa de algo que venimos oteando desde las PASO 2021: que el peronismo ya no podrá volver siendo una mímesis o una caricatura de sí mismo (Milei es una mímesis en reducción de Menem, y así saldrá el experimento), que el resto de los partidos políticos coaligados no son más que la expresión electoral de los poderes que a través de sus estudios de abogados redactaron y van a blindar el DNU 70 y la Ley Ómnibus conque pretenden pasar a retiro las instituciones de la democracia y que el que pretenciosamente diga, con o sin estudio cultural en mano, que “los argentinos y argentinas somos esto y así nos gusta” no sabe de lo que está hablando.
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¿Y el amor? Gritan desde el sector que no quiere malas noticias y busca un motivo para brindar sin presentir (amar y querer sin presentir es un tangazo de Mariano Mores). Pues como diría Fito Páez en Naturaleza Sangre, pero no en el disco, sino en el vivo, “el amor te salva, a veces”. Ojalá esta vez también. Salud queridos lectores y lectoras y feliz 2024, que alguna buena estrella también vendrá con él.
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