Por lo bajo, sin que nada lo hiciera visible, Rosario se transformó desde hace años en un nodo logístico y estratégico del narcotráfico transnacional. El problema era que a muy pocos le importaba. Porque a diferencia de las bandas de narcomenudeo, como Los Monos y Esteban Alvarado, entre otros, estas organizaciones no se hacían visibles por la violencia, ni los crímenes que ensangrentaron a Rosario durante más de una década y media, sino por los negocios. Es mucho más fácil detectar paredes agujereadas y vainas en el piso que desentrañar el movimiento del dinero a gran escala, con una compleja paleta que incluye criptomonedas, billeteras virtuales o transacciones en el exterior.
El lugar estratégico que ocupa Rosario y la salida por la hidrovía
La ubicación geográfica de Rosario, es un punto clave de la hidrovía Paraná-Paraguay, con más de 30 puertos privados, diseminados en una extensión de 80 kilómetros.
Desde hace un tiempo empiezan a aparecer estructuras locales del crimen organizado, con capacidad de articulación internacional, carteles brasileños con presencia operativa y redes colombianas de lavado de activos.
Hidrovía Paraguay -Paraná
La Hidrovía Paraguay -Paraná, su salida estratégica al océano y los puertos del Gran Rosario.
Lo que durante años fue presentado como violencia entre bandas locales que disputaban territorios, hoy se revela como algo mucho más complejo: la transformación de organizaciones criminales rosarinas en eslabones fundamentales de cadenas de tráfico que conectan Bolivia, Paraguay, Argentina y Brasil, y que utilizan los puertos santafesinos como plataformas de exportación hacia mercados europeos, asiáticos y africanos.
Los casos de Fabián Pelozo, Jorge Granier, el brasileño conocido como Fuminho del PCC, y Brian Bilbao no son episodios aislados. Son manifestaciones de un fenómeno sistémico que empieza a mostrar que se redefinió la criminalidad organizada en la región.
Fabián Pelozo y Jorge Granier, un caso testigo
La historia de Fabián Pelozo ilustra la primera fase de esa transformación. En 2015, Pelozo comandaba una estructura que operaba desde Villa Banana, en la zona sur de Rosario, y controlaba puntos de venta de droga mientras ejercía dominio territorial. Pero lo que lo diferenciaba de otros jefes criminales locales era su capacidad de vinculación con proveedores internacionales. Pelozo no se limitaba a distribuir cocaína en Rosario. Tenía contactos directos con estructuras del Primer Comando Capital brasileño y con proveedores bolivianos que le garantizaban el abastecimiento constante de droga de alta pureza. Él había formado parte de uno de los eslabones de Esteban Alvarado y después que el líder narco fuera condenado a perpetua tomó autonomía propia.
Su organización no solo vendía en las calles rosarinas: redistribuía hacia otras provincias y, según consta en expedientes judiciales, participaba de operaciones de exportación a través de contenedores que salían desde el puerto de Rosario camuflados en cargamentos legales. Pelozo fue detenido en septiembre de 2021 tras un largo operativo que incluyó más de setenta allanamientos. En su estructura operaban al menos cincuenta personas con roles claramente diferenciados: logística, distribución, sicariato, lavado de dinero. No era una banda. Era una empresa criminal con vocación de escala.
Jorge Granier, socio de Pelozo, quien le dio esa escala internacional, construyó una estructura que funcionaba en múltiples jurisdicciones. Tenía vínculos confirmados con carteles colombianos, operadores en Paraguay, conexiones logísticas en Brasil y socios argentinos que le garantizaban el uso de empresas legales para lavar dinero. Granier fue identificado como uno de los principales articuladores entre proveedores sudamericanos de cocaína y compradores europeos.
Fue detenido en 2019, pero las investigaciones judiciales revelaron que su red había logrado exportar más de dos toneladas de cocaína en menos de tres años. El caso Granier demostró que Rosario ya no era solo un mercado de consumo interno o un punto de redistribución regional. Era una plataforma de exportación hacia el mundo.
Brian Bilbao representa el modelo más sofisticado de narcotráfico rosarino: el narco empresario con infraestructura aérea propia. Entre 2020 y 2023, Bilbao consolidó una organización capaz de transportar cientos de kilos de cocaína por mes desde Bolivia y Paraguay hacia Argentina utilizando avionetas propias, pistas de aterrizaje clandestinas en campos privados y pilotos profesionales contratados específicamente para esa tarea.
Su estructura operaba desde aeródromos en clubes exclusivos como Campo Timbó y Carrizales, donde las avionetas aterrizaban sin que nadie hiciera preguntas. Bilbao no era violento. No participaba de balaceras ni disputaba territorios en las calles.
Su negocio era logístico: traer la droga, almacenarla en galpones de empresas legales que él mismo controlaba, y distribuirla hacia Buenos Aires, Córdoba y otras provincias. Lavaba dinero comprando teatros, taxis, bares y empresas de biodiesel. Cuando cayó su hermano Waldo en septiembre de 2025, la policía encontró en su departamento un escondite construido dentro del baño, con escalera metálica y sistema de fuga similar al que usaba el Chapo Guzmán.
Brian Bilbao detencion
Brian Bilbao, el narco rosarino que tenía su propia flota de aviones para traficar droga.
Brian Bilbao fue capturado la semana pasada, el 11 de noviembre de 2025, en una avioneta que aterrizaba con cuatrocientos kilos de cocaína. Dos años de fuga terminaron en un campo bonaerense, en el mismo escenario donde había construido su imperio.
La hidrovía y los puertos de Rosario, el factor clave
El contrabando de cocaína desde los puertos de Rosario y San Lorenzo es el denominador común de todas estas estructuras. Los puertos santafesinos son fundamentales en la geografía del narcotráfico sudamericano por tres razones: su ubicación estratégica en la Hidrovía Paraná-Paraguay, el volumen que manejan diariamente y la debilidad de los controles aduaneros. Ese flujo comercial legítimo es la cobertura perfecta para el tráfico de cocaína.
Las organizaciones narco utilizan empresas exportadoras reales, contratan despachantes de aduana con experiencia, y camuflan la droga en contenedores que transportan productos legales: soja, maíz, arroz, como ocurrió con los 1500 kilos de cocaína secuestrada en Empalme Graneros, en 2022.
El caso Narcoarroz de 2015 es el ejemplo paradigmático de esa sofisticación. Una estructura colombiano-argentina liderada por los hermanos Erman y Williams Triana Peña logró construir una red que conectaba el Cartel del Norte del Valle colombiano con operadores rosarinos y empresarios locales dispuestos a facilitar la infraestructura logística.
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La Hidrovía Paraná-Paraguay.
El plan era exportar cuarenta toneladas de arroz impregnadas con cocaína de máxima pureza con destino a Guinea-Bissau, aparentemente bajo el programa humanitario de Naciones Unidas Hambre Cero. La droga iba a ser redistribuida hacia Europa desde África. La organización operaba desde Rosario utilizando empresas legales como fachada: International Trade & Commerce, propiedad del lavador Carlos Yorelmy Duarte Díaz y del abogado argentino Guillermo Heisinger.
Duarte Díaz, asesinado en octubre de 2025 en Bogotá en un ajuste de cuentas, había establecido residencia en Rosario y operaba con total impunidad. Lavaba dinero mediante la compra de jugadores de fútbol, firmaba convenios con clubes de la Primera C argentina y llegó a intentar construir un crematorio en Villa Gobernador Gálvez con inversión de dos millones de pesos a través de la mutual Provincias Unidas.
Cuando cayó la organización en septiembre de 2015, tras un allanamiento de Gendarmería en el depósito fiscal Binder con información de la DEA, se encontraron las cuarenta toneladas de arroz listas para ser despachadas. El Tribunal Oral Federal N°5 condenó en julio de 2020 a trece integrantes con penas de hasta diez años de prisión.
La convergencia de estructuras locales, carteles brasileños y redes colombianas en Rosario generó un ecosistema criminal que ya no puede desarticularse con operativos policiales tradicionales. Las detenciones de Pelozo, Granier, Fuminho y Bilbao fueron golpes importantes, pero no terminaron con el problema. Porque lo que cambió no fueron solo las personas. Fue el modelo.
Guayaquil era hasta hace una década la perla del Pacífico, una ciudad portuaria considerada el motor económico de Ecuador y uno de los lugares más seguros de América Latina. Hoy es GuayaKill, capital del crimen ecuatoriano, epicentro de una violencia que dejó más de cuatro mil homicidios en 2024 y convirtió al país en el más violento de Sudamérica con una tasa de cuarenta y cuatro homicidios cada cien mil habitantes. Lo que transformó a Guayaquil fue la llegada de carteles transnacionales que vieron en su puerto estratégico la plataforma perfecta para exportar cocaína hacia Europa y Estados Unidos.
El Cartel de Sinaloa se alió con Los Choneros, el Cartel de Jalisco Nueva Generación respaldó a Los Lobos, y estructuras balcánicas y albanesas establecieron células operativas en la ciudad. El puerto de Guayaquil maneja el ochenta y cinco por ciento de las exportaciones no petroleras de Ecuador y es hoy la principal salida de cocaína desde Sudamérica. Según Europol, la mayor cantidad de droga con destino a Europa proviene de allí. Las bandas locales, que antes controlaban narcomenudeo en barrios pobres, mutaron en organizaciones con veinte mil integrantes, capacidad bélica, control de rutas completas desde la frontera colombiana hasta los contenedores que salen del puerto, y vínculos directos con carteles mexicanos y europeos.