“Los docentes suelen manifestar como común denominador el sentir que no cuentan con las herramientas adecuadas, que se enfrentan a sus propias limitaciones y que se encuentran con sentimientos de temor, angustia y hasta resistencia”, cuentan las terapistas ocupacionales Analía Fontana (Mt. S0282) y Lía Carta (Mt. S0653).
Las profesionales trabajan en espacios de formación en los que guían a profesores de educación inicial y primaria en la búsqueda de estrategias para trabajar con alumnos con trastornos del neurodesarrollo. En diálogo con AIRE, ambas coinciden en la necesidad de acompañar a los maestros como una condición necesaria para que estos puedan generar aulas inclusivas.
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¿Qué son los desafíos del neurodesarrollo?
Las profesionales explican que los desafíos en el neurodesarrollo son las diversas necesidades que manifiestan las infancias a nivel educativo, social, físico o cognitivo, derivadas de la presencia de distintos trastornos.
“El rango de los déficits del desarrollo -especifican- varía desde limitaciones muy específicas del aprendizaje o del control de las funciones ejecutivas hasta deficiencias globales de las habilidades sociales o de la inteligencia. Como ejemplos tenemos el trastorno del espectro autista (TEA); del desarrollo intelectual; el trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDH); o los trastornos neuromotores, de la comunicación y la conducta”.
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Pero aclaran que los desafíos que cada niño o niña presentan no dependen exclusivamente de un diagnóstico, ya que a la particularidad de cada caso se suman las influencias ambientales, el acceso temprano a los tratamientos y las redes de apoyo con las cuales cuentan a nivel individual y familiar.
Estas realidades representan un reto a las escuelas que deben reorganizar rutinas, actividades, espacios físicos y designación de tareas; aprender a manejar conductas disruptivas y, muy especialmente, acompañar la construcción y reconstrucción del rol docente.
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Estrategias para pensar aulas inclusivas
“Antes de diseñar o pensar estrategias, el equipo docente debe tomarse el tiempo para conocer en profundidad al alumno y su contexto sociofamiliar, y acercarse a los profesionales que lo acompañan. De esta manera se reduce la posibilidad de planificar intervenciones a modo de recetas y se minimizan los errores. Otro punto importante es que estos recursos deben ser pensados desde lo particular a lo grupal, sin perder de vista que el objetivo es que el niño sea parte y no una subunidad dentro del aula”, dicen las terapistas.
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No obstante, comparten algunas estrategias que permiten generar espacios de contención y acompañamiento que no solo son útiles para quienes presentan desafíos, sino también para todos sus compañeros. Estos son algunos ejemplos:
- Prever que el niño se siente cerca del escritorio del docente, pero no aislado del resto del grupo; lejos de puertas, ventanas o paredes muy cargadas de estímulos que pueden servir como distractores.
- Proveer el espacio de indicaciones que permitan saber dónde se realiza cada actividad y dónde se guardan los materiales.
- Estructurar la jornada y colgar en el aula representaciones visuales de la rutina diaria.
- Al momento de dar instrucciones, dar una indicación por vez. Proporcionar mucha información de manera simultánea puede provocar dispersión y que no se cumplan las tareas asignadas.
- Establecer contacto visual antes de formular la actividad o asegurarse de que se cuenta con la atención del alumno.
- Utilizar agendas visuales con pictogramas o imágenes reales que refuercen las instrucciones dadas.
- Trabajar por períodos, de acuerdo al umbral de atención estimada en cada caso.
- Anticipar las actividades de manera verbal, escrita o gráfica; lo que permite que el estudiante desarrolle seguridad ante lo que se le pide.
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Conductas disruptivas
La presencia de conductas disruptivas y la imposibilidad de manejarlas son un problema que preocupa especialmente a los docentes. Ante esta inquietud, Analía Fontana explica: “En general, la mejor estrategia es evitar que la conducta se haga presente. Esto suele lograrse conociendo a cada estudiante con sus puntos fuertes, intereses, características sensoriales, comunicación, necesidades organizativas y dificultades; utilizando apoyos visuales y estructurando los espacios”.
No obstante, aclara que las conductas disruptivas pueden desencadenarse igual y que, ante estas situaciones, se sugiere mantener la calma y bajar el tono de voz, ya que en los momentos de crisis la modulación del tono ayuda a la co-regulación.
Además, es importante colocarse a la altura del niño, hablar pausado y desviar el foco de atención, llevándolo hacia otra actividad de su interés. “Hay que tener en cuenta que las conductas disruptivas suelen producirse principalmente en las transiciones entre dos actividades, lugares o personas o cambios de rutina. Trabajar la anticipación ayuda a minimizar su aparición”, apunta la TO.
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Una mirada sin sesgos
Otra de las inquietudes que surgen en el día a día del docente frente al aula es cómo trabajar con niños que presentan desafíos, pero que aún no han sido diagnosticados. Ambas profesionales ven estos casos una oportunidad: “Si bien el diagnóstico es importante, muchas veces este suele sesgar nuestra mirada. Por lo tanto, a no desesperar, esto nos va a permitir mirar más libremente y centrarnos en la principal premisa que es conocer a quien tenemos delante. Poder observar su desarrollo, conocer qué etapa del mismo está transitando y a partir de ahí generar intervenciones es la estrategia por excelencia”.
A esta mirada sin etiquetas es necesario sumar un claro conocimiento de la escuela respecto de las necesidades de este niño o esta niña. Con esto no se busca estigmatizar, sino posibilitar la inclusión dentro de la institución y no solo al interior de las cuatro paredes del aula.
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Las terapistas reconocen que es común que los docentes encuentren resistencias en sus mismos directivos o colegas al momento de proponer la ruptura homogénea tradicional del sistema educativo con propuestas que apuesten a la inclusión plena. Así es que muchos maestros se sienten obligados a hacer participar a sus alumnos en actividades que reconocen como contraproducentes o encuentran obstáculos cuando intentan flexibilizar ciertas rutinas o actividades.
“Asumir el compromiso de generar un espacio de inclusión educativa puede generar sentimiento de soledad, frustración o incluso impotencia; pero cuando este se logra la satisfacción de haber garantizado el derecho a la educación de calidad a cada infancia presente en el aula repara, alivia y enaltece la labor docente”, resaltan.