“Ella nunca quiere”, es algo que se escucha a veces de los varones. “Él quiere siempre”, retrucan algunas mujeres. Las relaciones íntimas en vínculos heterosexuales son siempre tema de conversación, porque forman parte de la vida. ¿Cuánto tiene que ver el stress, las inequidades en la distribución de las tareas domésticas, la falta de conexión emocional con las dificultades para el encuentro sexual? Durante la pandemia, y en especial en la primera etapa, quienes convivían vivieron el desafío de la presencia permanente, en un mismo espacio. Otras personas no tenían cómo procurarse los encuentros.
La psicóloga y sexóloga Silvana Savoini lanzó una encuesta online, con un muestreo no probabilístico, que respondieron más de 200 personas de entre 21 y 75 años. Los resultados están en proceso, pero adelanta algunos datos: “Mucho se ha dicho que bajó el deseo sexual en la pandemia, pero si me pongo a analizar estas respuestas no encuentro necesariamente que haya bajado. Un 73% en total dice que tuvo el mismo nivel o que tuvo más deseo. En realidad, solo un 27% dice que disminuyó el deseo sexual en lo que va de la pandemia. Y el 49,8% tuvo menor frecuencia de encuentro”, cuenta la profesional, que es directora de la diplomatura de Estudios avanzados en Sexología y Neurociencias de la Universidad Nacional de Rosario. “Una cosa es haber tenido menos actividad sexual y otra cosa es haber tenido menos ganas”, concluye.
Entre los motivos de esa disminución de la frecuencia de los encuentros, Savoini encontró “las descripciones de las cosas que a lo mejor no estaban contempladas, pero que se percibían como parte de la modificación en su vida sexual. Y la convivencia excesiva y la hiperpresencia de los hijos en la casa fueron factores para las personas convivientes, mientras en las personas solas, se consignó el miedo al contagio y la dificultad para conectar informalmente en encuentros ocasionales”.
No todo es pareja o soledad: hay relaciones que no son monogámicas, lo que se conoce popularmente como poliamor, que también se vieron afectadas. “Son minoritarias en cuanto a porcentajes, pero existen y siempre están, las personas que tienen relaciones no monogámicas, que también vieron restringidos o cercenados sus encuentros o la alternancia con otras personas y eso de alguna forma les modificó su vida sexual”, plantea la especialista.
En su encuesta, el 71% de las respuestas fue que la pandemia había modificado su vida sexual, aunque la mitad contestó que ese cambio no era necesariamente negativo. La mayor parte, un 82%, experimentó las mismas o más situaciones autoeróticas, es decir que las personas se masturbaron igual o más que antes. Masturbación, uso de juguetes sexuales, consumo de pornografía y sexting “se mantuvieron igual o aumentaron”.
El sexting, es decir, los encuentros sexuales por medios virtuales, crecieron. El 54% tuvo más prácticas de este tipo que antes de la pandemia, el 26% la misma y apenas el 19% menos.
El precio de la inequidad
Para Savoini, es importante subrayar que “los niveles de deseo no es que hayan bajado tanto, sino que las circunstancias estuvieron complicadas, en muchos casos por la distribución de uso del tiempo, las tareas no solo de cuidado, domésticas, y lo que eso implica dentro de la casa, por la hiperpresencia de los chicos”. En este punto, la distribución de tareas, desde su extensa tarea clínica como sexóloga considera que “es un clásico, aunque no haya pandemia, que es la percepción de inequidad, sobre todo de parte de las mujeres en vínculos heterosexuales, respecto de la distribución de las tareas domésticas no remuneradas”.
Lo que hizo la pandemia fue amplificar. “A lo mejor se puso más de manifiesto, porque al estar los chicos en la casa o al tener que ocuparse de más cosas, como asistir a la cuestión educativa, también, en muchos casos quedó en manos de la mujer en las familias”.
Esa sobrecarga implica un estrés y eso, más allá de la encuesta, Savoini lo vio con claridad en su consultorio de sexóloga. “Los chicos no van a la escuela, no solo se quedan en casa, sino que hay que asistirlos. Me cansé de escucharlo en el consultorio, la cosa de: y… tengo que ponerme, porque el chico no se quiere conectar, porque la tarea, porque no entiende, porque en la escuela nos dicen que nos ocupemos nosotros y quién se ocupa en casa, la mamá, en general”.
Lo que Savoini ve en el consultorio tiene un correlato con las encuestas del uso del tiempo que se manejan en la Argentina, que datan de 2013 y el Estado argentino se comprometió a hacer todos los años desde 2021. En aquel estudio inicial, se determinó que el 76% de las tareas domésticas no remuneradas las realizan las mujeres. Y que ellas destinan más horas diarias a esos trabajos incluso cuando tienen uno remunerado, mientras los varones destinan menos, incluso cuando no tienen empleo.
“Ese desbalance, esa percepción de inequidad en relación a las tareas de cuidado, de crianza y dentro de la casa, quita las ganas. Eso yo lo veo todo el tiempo, aunque no haya pandemia. Mujeres que dicen ‘la verdad que se me van las ganas’, porque viven una relación que perciben como injusta, no sólo con las tareas domésticas”, sigue su relato Savoini.
Los relatos parecen calcados: ella cuenta que se queda con los niños, y su pareja se va a jugar al fútbol, come el asado con los amigos, sale a la noche y la mujer se queda cuidando a los chicos. Y allí viene el desencuentro: “Después no quiere saber nada, porque no se siente conectada emocionalmente o no se siente en intimidad o confianza con la persona con la cual el vínculo es asimétrico”.
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En ese punto, la sexóloga rosarina cita a Rosemary Basson, investigadora de la Universidad Británica de Columbia y del Hospital de Vancouver, quien indagó en la respuesta sexual de las mujeres. “Esta autora estudió que en la mujer aparece el deseo junto con la excitación de forma circular, una vez que decide participar de un encuentro erótico. Y ahí es donde la percepción de inequidad, la asimetría, los conflictos de pareja, hacen que no tenga esa decisión o esas ganas de participar”, plantea.
Y el otro aporte de Basson es la noción de intimidad “como una condición en la mayor parte de las mujeres, en parte por un condicionamiento cultural”. Savoini aclara que se habla de “intimidad entendida como conocimiento y confianza, sentirse de alguna manera conectada emocionalmente. Eso no quiere decir amorosamente, ni que tenga que ser el amor de su vida o estar enamorada, esas son las ideas con las que crecimos, pero sí tener una cierta intimidad. Y a veces, esta sensación de confianza con el otro, cuando hay destrato, o ni hablar si hay maltrato, o situaciones de violencia invisible, en esas situaciones, la intimidad no está. Eso es lo que en parejas heterosexuales, a muchos varones les cuesta entender”.
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