“Estoy agotada”, “no llego a fin de año”, son frases que se escuchan cada vez con más frecuencia en estos días en los que el mundo parece girar más rápido. El burnout, una etapa superior, que se distingue del estrés laboral, se siente en oficinas, escuelas, hospitales, plataformas digitales y trabajos de servicios. Y no es un problema individual.
Un estudio del portal de empleos Bumeran arrojó en octubre del año pasado que el 92% de los trabajadores argentinos sufrió burnout, más conocido como “estar quemado”. Otros relevamientos, como el informe Burnout Laboral 2025 de la consultora Buk, señalan que el 46% de los trabajadores latinoamericanos atravesó esta experiencia en el último año.
En el cierre del año, con la acumulación de tareas, presiones y responsabilidades, el fenómeno se vuelve más visible. Sin embargo, para el médico especialista en medicina del trabajo y doctor en Psicología, Jorge Kohen, el burnout no puede leerse como una falla individual ni como un desajuste pasajero que se soluciona con técnicas de relajación.
Del estrés al burnout
“El burnout es un punto de llegada de un proceso que comienza con el malestar y el sufrimiento, tanto en el trabajo como en la vida cotidiana. No es una anomalía: es una generalidad que se expande”, advierte Kohen.
Desde una mirada crítica del capitalismo contemporáneo, Kohen inscribe el agotamiento laboral en un contexto más amplio: el del capitalismo cognitivo y de plataformas. “Se produjo un desplazamiento del trabajo manual al trabajo inmaterial: el trabajo vinculado a los servicios, al cuidado, a las finanzas, a las plataformas digitales, al home office. Hoy, lo que está en el centro del proceso de trabajo ya no es el aparato óseo-articular, sino la mente”, explica.
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En ese marco, el burnout deja de ser un episodio aislado para convertirse en un fenómeno dominante en casi todos los sectores. “Antes se describía en la docencia o en el sistema de salud. Hoy atraviesa prácticamente a todos los trabajadores”, señala.
Qué dice la medicina del trabajo
Fatiga crónica, estrés, despersonalización y pérdida de autoestima forman parte de un mismo proceso que, en etapas más avanzadas, puede derivar en depresión, crisis de angustia e incluso ideas autodestructivas.
Kohen retoma la noción de “padecimientos del existir” para describir esta expropiación de la vida, del tiempo y de la afectividad que impone el modo actual de producción.
Trabajo, mente y autoexplotación
“El trabajador inmaterial se da a sí mismo en su trabajo: entrega su deseo, su atención, su afectividad. El tiempo libre se vive como culpa, el ocio como pérdida económica. Esa supuesta autonomía encubre la autoexplotación”, afirma.
A diferencia del obrero fabril, vigilado por un supervisor, el trabajador de plataformas o de servicios experimenta la ausencia de jerarquía como libertad. Pero el control se ejerce a través de métricas, objetivos, recompensas simbólicas y algoritmos. “La explotación ya no necesita de la fábrica. La vida entera se vuelve productiva”, sintetiza Kohen.
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Desde la perspectiva de la salud laboral, este proceso tiene consecuencias claras: ansiedad, agotamiento, pérdida del sentido del trabajo, trastornos del sueño, problemas digestivos, aislamiento y sufrimiento psíquico. “Estamos ante una época que hace trabajar al alma con la misma intensidad que al cuerpo”, resume, en línea con los aportes de la psicodinámica del trabajo.
Sin embargo, el sistema de riesgos del trabajo —advierte— no reconoce jurídicamente muchas de estas patologías emergentes. Burnout, estrés, depresión, mobbing o incluso el karoshi (muerte por exceso de trabajo) quedan, en muchos casos, por fuera de las coberturas y los marcos regulatorios, reforzando la idea de que se trata de problemas individuales y no sociales.
Autocuidado en tiempos de sobrecarga
Frente a este escenario, y desde un registro opuesto del mundo laboral, distintas empresas y marcas promueven estrategias de autocuidado para mitigar los efectos del estrés. Es el caso de Opella, compañía global de productos de venta libre y suplementos, que difundió una serie de “microacciones” orientadas a atravesar el fin de año con mayor bienestar: hacer pausas breves, hidratarse, cuidar la digestión, atender síntomas leves, ventilar los espacios de trabajo y respetar el descanso.
“El bienestar no siempre depende de grandes cambios, sino de pequeños gestos que marcan la diferencia”, señaló Heacleff Gutierrez, Science Head para la región en Opella. Según la empresa, escuchar las señales del cuerpo durante la jornada laboral no reduce la productividad, sino que permite sostenerla en el tiempo.
En este contexto de sobrecarga laboral y mental, desde Opella proponen una serie de prácticas cotidianas que, sin resolver las causas estructurales del agotamiento, pueden contribuir a mitigar sus efectos en la jornada laboral. Se trata de acciones simples, orientadas a prevenir malestares físicos y sostener el bienestar en momentos de alta exigencia.
Entre las recomendaciones se destacan realizar pausas breves para moverse y aliviar la tensión muscular; cuidar la digestión, comiendo con calma y en horarios regulares, ya que los trastornos gastrointestinales suelen ser una de las primeras manifestaciones del estrés; y mantener una buena hidratación, clave para el rendimiento físico y mental.
También sugieren atender síntomas leves —como dolores musculares, alergias o estados febriles— antes de que se intensifiquen, ventilar los espacios de trabajo para reducir molestias respiratorias y priorizar el descanso y la desconexión al final del día. “Dormir lo suficiente permite que el cuerpo y la mente se recuperen del desgaste acumulado”, señalan desde la compañía.
Según explican, estas microacciones no reemplazan la necesidad de revisar las condiciones laborales, pero pueden ayudar a reconocer las señales del cuerpo y a evitar que el agotamiento se profundice en una etapa del año especialmente demandante.
Más allá de las soluciones individuales
Para Kohen, sin embargo, el riesgo de este tipo de enfoques es que desplacen la responsabilidad hacia los individuos. “El burnout no se revierte solo con técnicas personales si no se discuten las condiciones de trabajo, la gestión por objetivos, la precarización y la aceleración del tiempo”, plantea.
En su lectura, la salida no es adaptarse al sistema, sino recuperar el control sobre el tiempo, los datos y los lazos colectivos, y volver a pensar la salud como un poder de transformación social.
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En tiempos de balances y cierres, cuando el cansancio se vuelve casi una consigna compartida, la pregunta que subyace es incómoda pero urgente: ¿qué tipo de vida y de trabajo estamos sosteniendo cuando estar agotados parece la norma?
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