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Cruzar la orilla

El miedo, la vergüenza, el convencernos que “ya se nos pasó” el tiempo, la decisión de acompañar y sostener proyectos de otros, suelen ser las excusas detrás de las que nos escondemos para no arriesgarnos a ir detrás de lo que alguna vez soñamos.

Esa idea de que la cura para todo siempre es el agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar, me parece bellísima y real. Pocas cosas disfruto tanto como el mar.

Mirarlo, olerlo, mirarlo y volverlo a mirar. Podría permanecer así estática, dejando que el viento me pegue en la cara, que la nariz se me hiele y se impregne de maresia, horas y horas.

Creo que es un disfrute del que, además del chocolate y los Sugus confitados, no me hartaría jamás. Sin embargo, soy de las que miran desde la orilla.

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Un poco por miedo al papelón inevitable, otro poco por miedo al ahogo posible, por pudor a mostrarme, a dejarme ver, a exponer un cuerpo que no siempre me hace sentir a gusto, otro por el miedo a verme convertida en calabaza al emerger del agua infinita, rulos a la vista, brushing a la merd… dignidad por la arena.

Es decir, voy trocando disfrute por miedo, esa es la ecuación que parece cerrar.

Y ahora que lo pienso mejor, no solo se me da con el mar. Cuánta cosa pospuesta, fallida, anulada o mutilada sin siquiera darme la oportunidad de probar, de intentar y obvio de fallar.

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Lo cierto es que el verano pasado, un poco porque la tarde estaba insoportable, creo que era posible fritar sobre la arena (que asco pocas cosas más fieras que masticar arena) o envalentonada por la toma de conciencia forzosa de que la vida se va pasando inevitablemente y de que, aunque pueda parecer injusto, como leí por ahí, a veces lo que sucede en unos días, incluso en un único día, y agregaría en un modesto instante, puede cambiar el curso de una vida.", decidí meterme al mar.

“No pasa nada”, arengaba la familia un poco nerviosa y dudando casi de estar haciendo lo correcto porque creo que auguraban un papelón inevitable. Y ya se veían onda Baywatch.

“Solo tenés que saltar cuando vienen las olas”. ¡Cómo si fuera tan fácil! Saltar, pensaba y creo que la tirita del corpiño ya empezaba a ceder.

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El mar, un objeto de fascinación para el ser humano.

El mar, un objeto de fascinación para el ser humano.

A pesar de todo y del miedo, me metí, de a poquito, Ahí estaba, después de… ¿diez? ¿Quince años? Da igual, ahí estaba, y por primera vez en mucho tiempo, me importaban nada, el calzón que sin culpa alguna me dejaría el traste al aire, ni el revolcón que seguramente me iba a pegar.

¡Me metí! ¡Dios” que bien se sintió! Hubo revolcón, obvio, lola al viento, más vale.

Peluca a lo medusa saliendo del inframundo capaz de dejar convertido en piedra al que osara burlarse, Cuerpo fresco, alma calentita al ver la risa eufórica de mi hija, mitad vergüenza, mitad orgullo de que todo me importara nada, y yo, riéndome de todo eso, de mí y en el fondo celebrándome.

Hace poco leí “Nacemos con un único contrato inquebrantable, morir. Y, aun así, no valoramos la vida que tenemos”.

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Y así es, es la única certeza con la que llegamos a este mundo y aun así elegimos estar acá, elegimos vivir. Que no sea sobrevivencia apenas, que no sea solo transcurrir como escribió la genial Eladia Blazques en ese himno que es Honrar la vida.

Por cierto, la palabra honrar viene de honor, de ser honesto, sincero, de respetar a alguien… que tal si ese alguien sos vos, sin vergüenza, sin excusas. Son cosas chiquitas, pavadas si te pones a verlo racionalmente. ¡Con todo lo que haces, con todo lo que sos capaz de hacer en el día a día! Con todo lo que das a los demás, esos que viven con vos y que a veces pareciera que solo viven gracias a vos, a tus malabares para estar en todos lados, a tus corridas, a tu tiempo perfectamente cronometrado, a tus llevadas y traídas en trasnoche, a tus desvelos y tus alarmas recordando las agendas ajenas…

Te vas a achicar con esto? Te propongo que lo intentes, que vuelvas a recordarlo, a pasarlo por el corazón y las tripas.

Dale, toma envión, metete al mar, no te conformes con solo mojarte los pies, metete, zambullirte, traga sal. Te toca jugar tu propio juego, sos mano, tapate la nariz y metete al mar.

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