Digamos entonces y antes que ninguna otra cosa, antes de barajar formatos y nombres para el peronismo post condena a Cristina Kirchner, que “el fallo falló”. Sin importar lo que les guste o disguste a peronistas y antiperonistas, el de la Corte Suprema es un fallo fallido por la falta de astucia y cálculo del gorilismo diplomático norteamericano y de un sector empresarial que quiere un Estado que cueste un 25% del PBI o menos, algo que el peronismo que reparte nunca le concede.
Mucho más rápidamente que la reunificación forzada del peronismo, lo que sucederá es la pulverización de la gobernabilidad del gobierno libertario, por las resistencias espontáneas que genera un ajuste perpetuo y porque una identidad política acorralada formará parte activa, organizando y dejando correr.
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Cristina conduce y el resto organiza la bronca y se raspa contra el gobierno al límite, es el mandato de un peronismo que sigue buscando proyecto y candidatos.
Más allá de las argumentaciones forzadas y absurdas de la acusación y de la falta de pruebas concluyentes en las 12 mil fojas del expediente judicial, privar a cinco de cada diez bonaerenses de la tercera sección electoral, a tres de cada diez argentinos de votar a la candidata que los representa emocional y políticamente, cambia el clima y las condiciones de convivencia social y política de un modo que tendrá consecuencias aún imprevisibles.
Cristina Kirchner es una peronista prototípica, es decir, que admite todo lo que quepa dentro del Estado y de la ley, prefiere el tiempo a la sangre, la negociación para la transformación a la revolución y desconfía de lo que no puede conducir. Pero el círculo rojo tiene más dinero e influencias que astucia, cree que un menú de negocios sin limitaciones de expansión y concentración no requiere un proyecto de país inclusivo sino palos y contra ofensiva cultural.
Flaco favor le hicieron a quien no consultan para tomar estas decisiones, cargo mayor y menor a la vez: el presidente de la Nación, que intentó sin éxito evitar la confirmación de la sentencia operando a través del viceministro de Justicia, Sebastián Amerio, un ex funcionario de la Corte y operador (con escalpelos sin filo) de Santiago Caputo.
“Cristina no concibe nada que violente la legalidad, pero a veces hay que dejar hacer, porque lo único que no puede pasar es que no pase nada”, dijo en FutuRock Carlos Tomada, el ministro de Trabajo de los 12 años kirchneristas.
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El Consejo Nacional del PJ promete mayor actividad y reuniones regulares, bajo la premisa de que la defensa de Cristina Kirchner y la resistencia popular son más importantes que las listas para la unidad.
En la puerta de la sede nacional del PJ, un armador reconocido aseguró que “la que tiró (Juan) Grabois es cualquiera, no es la Libertadora, la proscripta es Cristina, no el peronismo, no podemos dejar sin representación a millones de compañeras y compañeros, nos sirven la campaña y ¿no vamos a jugar?”.
Ante la pregunta de este cronista acerca de “si vas a participar, ¿conviene que se incendie todo?”, contestó sencillo y guiño mediante: “Cuando no sos gobierno y te tiran sin pausa ni código, es como dijo Francisco: hay que hacer lío, pero organizarlo bien”.
Los amigos del barrio pueden desaparecer, el peronismo no
No nos reten por la obviedad, pero Cristina Kirchner es la presidenta del PJ, no de La Cámpora, aunque muchas veces actúe como si lo fuera. Sabe que representa más que lo que conduce, pero que se puede conducir con poco si se representa mucho, mucho más que cualquier otro dirigente. Y si conduce Cristina, Máximo Kirchner y su organización tienen preminencia asegurada.
Esto es lo que a Axel Kicillof y a su Movimiento Derecho al Futuro no le termina de cerrar y las conversaciones en el seno de la conducción nacional del PJ reflejan esa tensión, cuya intensidad sólo disminuirá si el gobernador bonaerense acepta los términos de una negociación en donde no tendrá la centralidad ni las ventajas que reclama. Eso sí, los intendentes retendrían prioridad en el armado de sus listas distritales y Axel en los logares donde el peronismo es oposición.
Hace menos de una semana, en la nota “El peronismo en su laberinto”, decíamos que una combinación de resultados factibles (que Cristina ganara holgadamente la tercera sección de la provincia de Buenos Aires y Kicillof perdiese en la sumatoria de la provincia) dejaba al peronismo sin dos candidatos para 2027. También que iba a ser condenada antes de poder participar, pero que tenía planes.
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El fallo que dejó firme la condena establecida por la Cámara Federal de Casación Penal alteró los tiempos de los acuerdos que Cristina y Kicillof se habían propuesto alcanzar. Máximo es Kirchner y aunque, como él mismo dijo, “en el 2014 dije que no había apellidos milagrosos”, es el candidato propuesto para suplantar a Cristina en la cabeza de lista de la tercera sección electoral.
Un Kirchner, el hijo asumiendo el desafío que le fue negado a su madre, inyecta una épica que la campaña requiere para impulsar una victoria que está complicada. Máximo hizo otras cuentas en 2017, cuando le preguntaban si su madre se presentaría en 2019: “Lo estamos evaluando, ella sabe lo que pienso, que a la Casa Rosada entramos cuatro y salimos tres”.
El peronismo contra Milei y viceversa
El jueves, al salir de la reunión del Consejo Nacional del PJ, Juan Grabois dijo “en estos momentos no se puede hablar ni una palabra sobre candidaturas, el que lo haga no está entendiendo lo que está pasando”.
La primera de muchas otras reuniones sirvió para conocer las posturas tácticas y estratégicas de Sergio Massa, Máximo Kirchner, Juan Grabois, Ricardo Quintela o Guillermo Moreno y para organizar la bronca en términos pacíficos. Las candidaturas se definen en paralelo ante la emergencia electoral en la más importante de las elecciones de este año.
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Competir o impugnar ausentándose: no hay acuerdo entre Cristina Kirchner y Juan Grabois.
Sin necesidad de ningún dibujo o aclaración expresa, Cristina lidera más que antes (condensa la resistencia y se lleva todo el fervor popular) y conduce en una emergencia política inédita desde la derrota de 2023; el resto firma el slogan de campaña: “Es el peronismo contra Milei y viceversa”, las otras definiciones pueden gustar más o menos, pero hoy son mezquindades que se resuelven subordinadas.
Recuperando a Feinmann y su tesis, podríamos decir que “el antiperonismo es una obstinación inútil” que alimenta la persistencia de una ideología que muchas veces atenta contra el legado de sus fundadores, pero que también “vive más en el odio y el desdén, en la obsesión de los antiperonistas, que en la adhesión de los peronistas”.
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La propuesta de un experonista como Feinmann (se desafilió con los indultos de Carlos Menem) al plan de asedio gorila que se iniciara el 16 de junio de 1955 sería algo así como deponer el odio, dejar de deshumanizar, de reprimir, de desmonumentar, de encarcelar y por supuesto de matar, para que ganen la indiferencia o alguna clase concordia, ya que el amor es imposible.
Hace diez años que las derechas pueden ganarle al peronismo en las urnas, pero mientras mantengan vivas las crueles razones por las que el peronismo hizo su entrada en la historia, no habrá paz. Y encima hicieron dos cosas a la vez, una injusticia y un error: encarcelaron a Cristina.