El paso de las principales —e incipientes— figuras políticas de la Nación por nuestra ciudad dejaron algunas historias que valen la pena recordar, más allá del consenso político trascendental que cambió nuestro marco normativo.
El paso de las principales —e incipientes— figuras políticas de la Nación por nuestra ciudad dejaron algunas historias que valen la pena recordar, más allá del consenso político trascendental que cambió nuestro marco normativo.
POR ERICO VEGA
Con los 30 años que pasaron de la Reforma Constitucional de 1994 es más fácil criticar saldos pendientes y confirmar desconfianzas. Pero de la misma manera, es también más sencillo reconocer consensos y debates constructivos históricos.
Es por eso que el tiempo pone las cosas en su lugar. Y hoy, reconociendo esos pros y contras, se concluye que el 22 de agosto de 1994 se aprobó la reforma constitucional más trascendental de la historia argentina. Y todo eso pasó acá, en Santa Fe.
Para que esto ocurra fue necesario un acuerdo entre Carlos Menem y Raúl Alfonsín, por entonces, presidente y jefe de la oposición, respectivamente. El trato, ilustrado de manera irreemplazable por una foto de ambos caminando por los patios de la quinta presidencial, se llamó “Pacto de Olivos”.
Allí, sobre los festejos de fin del año de 1993, se craneó el núcleo de coincidencias básicas, un acuerdo macro, que dio origen a la Reforma y cuyo objetivo fue reducir el hiperpresidencialismo, modernizar las instituciones y jerarquizar los tratados internacionales.
Todo esto materializó con el arribo de 305 convencionales constituyentes —de distintos partidos políticos— a la capital provincial. Es por eso que, más allá de lo trascendente para nuestro marco normativo, también lo fue para la ciudad.
Por el peso histórico, por el impacto económico y por lo que representaba el paso de las principales —e incipientes— figuras de la política nacional por nuestras calles.
“El récord de venta lo hicimos durante esos meses”, le dice a AIRE, Adrián Papaleo, encargado del recordado “La Fontana Ristorante”.
“Este lugar, por la cercanía, se había convertido en un anexo. A punto tal que el día que aprobaban el artículo de la reelección estaban todos acá. Era de madrugada. Entonces, Eduardo Menem (presidente de la Convención) estaba en la tele y dijo: ´por favor los convencionales que están haciendo quórum en el bar de enfrente, vengan al recinto´, salieron todos corriendo”, recuerda.
Los temas a reformar no estuvieron exentos del debate que se desarrolló en el Paraninfo de la UNL. Aun así, en las diferencias ideológicas más marcadas en el que siempre pareció sobrevolar en un ámbito de respeto.
“Fue el clima universitario el que se impuso, según mi percepción”, rememora Claudia Levin, quien fuera secretaria general de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales allá por 1994.
“No pensaban todos iguales, había mucho debate, pero en un clima de respeto, de salud democrática. El espíritu universitario te enseña que pensar distinto no es nada extraño, es natural y es como se crece”, agrega Levin, hoy decana de la FCJS.
Para la comunicación también representó un desafío esta reforma. Desde 1994 hasta la fecha cambiaron muchas cosas (para bien y para mal). Las herramientas de trabajo de un fotógrafo no eran las mismas de ahora, tampoco las de un periodista.
Pero tuvieron una ventaja: el trato con el político era directo, sin intermediarios.
“No había celulares, ni internet. Era todo muy rudimentario. Era buscar la noticia de manera manual y personal. Pero recuerdo el clima de la ciudad que fue imborrable. Algo se respiraba distinto. Asistimos a lo que, yo creo, fue el consenso más amplio desde la democracia recuperada de 1983: estaban todos los sectores representados, en una convivencia admirable”, agrega Jorge Sansó de la Madrid.
“Cuando veo la foto, me traslada a ese lugar, a ese momento. No tomé dimensión en el momento de lo que estaba retratando. Pero si a medida que fue pasando el tiempo. Hoy me emociona recordar ese evento y saber que estuve ahí”, dice el fotógrafo Hugo Pascucci.
Al margen de cualquier objeción que se pueda realizar a la Reforma, hay algo indiscutible: el consenso —que logró unir en la diferencia— a los representantes del pueblo.
Y eso, para la historia argentina, no es poco.