La reducción más simple para llamar los enfrentamientos narco en la ciudad de Rosario fue usar el término “guerra”. Pero esa palabra hoy queda chica, no porque no tenga intensidad en las calles, sino porque se transformó en una “guerrilla” en la que las bandas narco aparecen cada vez más atomizadas y divididas, un efecto que está lejos de debilitarlas, sino que las hace más sangrientas en un negocio que está despojado de un mínimo orden.
Esa fragmentación se ve en la propia geografía que está demarcada por la sangre, como en la zona oeste de Rosario, y puntualmente en los barrios Empalme Graneros y Ludueña. Si uno mira el mapa de los homicidios que elabora el Observatorio de Seguridad Pública va a ver que en ese sector de la ciudad está manchado con puntos rojos por los asesinatos y por los heridos con armas de fuego. Se produjeron 41 crímenes en ese sector –de un total de 177–, donde no sólo se enfrentan bandas narco, sino que también hay tensiones internas entre los grupos mafiosos que se dirimen a los tiros. El resultado es que en esos barrios los vecinos están aterrorizados.
“No queremos a los pibes en un cajón”, gritó una mujer en la plaza de Magallanes y Vélez Sarsfield en Ludueña, donde vecinos se juntaron el viernes para rezar contra la violencia, en una zona golpeada por los enfrentamientos narco.
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Cuatro horas después de la advertencia de los vecinos, desamparados ante los disparos que suenan todo el tiempo, los sicarios aparecieron. Cerca de las 20, en Matienzo y Tucumán desde un auto dispararon cuatro tiros contra un hombre que murió en el acto. En el sur apareció otra persona acribillada menos de una hora después.
Ludueña y Empalme Graneros son escenarios de una batalla diaria, cotidiana. En los conflictos confluyen varios actores. La pelea es por la venta de drogas, pero por espacios cada vez más reducidos, más pequeños. Esto provoca que los crímenes se multipliquen, que no tengan freno en una zona atravesada por la pobreza y el terror.
Hay una disputa que es de fondo entre dos pesados del barrio: Mauro Gérez, aliado de Ariel “Guille” Cantero, y Francisco Riquelme, que pretende manejar ese barrio con el aval de Esteban Alvarado, condenado a prisión perpetua este año.
Pero a su vez, Gérez, que está preso en Piñero, acusado de un homicidio, enfrenta un conflicto interno que se tornó áspero desde hace tres semanas y que se hizo visible con ataques a balazos a las casas de su familia.
En este submundo aparece otro enfrentamiento, que se da en la pobreza más acuciante del oeste rosarino, en el barrio Los Pumitas, entre las llamadas bandas de “paraguayos” y “salteños”, que en las últimas semanas dejó cuatro muertos, entre ellos dos mujeres. Los salteños, liderados por Daniel Villazón, son más robustos porque tienen además la banca del peruano Julio Rodríguez Granthon, preso actualmente en el penal de Marcos Paz.
A su vez, la banda de Los Monos, que tenía un dominio fuerte en el oeste, también está divida. Hoy aparecen cuatro facciones en pugna. Por un lado, está Guille Cantero, que hoy está concentrado en el robo de autos y extorsiones de alto perfil, aunque sigue manejando puntos de venta de drogas. Enfrente está Luciano Cantero, su sobrino e hijo de Lorena Verdún, presa en Ezeiza. Dylan Cantero, aliado de Celestina Contreras, la madre de Guille, encabeza otra rama, mientras que también ejerce presión con una cuarta línea Máximo Ariel “El Viejo” Cantero, a quien el viernes la Prefectura le tumbó un punto de venta de droga, que manejaba desde Piñero y no justamente con un teléfono celular. El fundador de Los Monos se jacta de no usar teléfono móvil. Sus contactos con el mundo exterior son a través de las visitas, en su mayoría femeninas.
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La zona oeste de Rosario está siendo escenario de un enfrentamiento entre bandas, varias de ellas subsidiarias de Los Monos, lo que hace todo más complejo. La disputa es por fracciones pequeñas, por cuadras donde están ubicadas las bocas de expendio de drogas, pero cuya recaudación es frondosa. Por eso, la semana pasada desde la cárcel de Marcos Paz, Ariel Cantero les pidió a los referentes de estas bandas, como Mauro Geréz, que están presos en el penal de Piñero, que dejen de matarse porque está en juego “el negocio” de la droga, según contó una fuente cercana a la organización criminal.
“Nadie acata nada. Se matan por nada”, reflexiona un jefe policial que confiesa que a veces nadie parece descifrar ni tener una explicación lógica de estos borbotones de violencia que aterrorizan a los vecinos. Porque las organizaciones cambian su composición y sus jefes a cada momento, porque hay bajas, es decir, muertos, o por las deslealtades permanentes. “A mi hija la voy a buscar a la parada de colectivo, cuando vuelve de la escuela secundaria, pero yo también estoy con miedo. No son los robos, sino los tiros”, confiesa Mabel, que tiene una hija de 15 años.
El descontrol es tan profundo que nadie parece haberlo escuchado al líder de Los Monos, porque los crímenes continúan, a pesar de que también se dispuso allí un operativo de saturación policial, luego de que asumiera el nuevo ministro de Seguridad de Santa Fe, el comisario retirado Rubén Rimoldi. Ludueña es uno de los barrios asignados al patrullaje de Gendarmería durante las 24 horas. Nada parece calmar la furia de los soldaditos narco.
Los dos nuevos crímenes impactaron en medio de una reunión que se desarrollaba en la sede de la gobernación de Rosario entre el gobernador Omar Perotti, el nuevo ministro de Seguridad y el intendente Pablo Javkin. El panorama que recibió Rimoldi fue desolador: sólo 30 patrulleros cumplían funciones de seguridad preventiva en las calles. Más de 50 móviles tienen asignados por orden judicial custodias “fijas”, muchos de esas personas a las que la policía debe proteger son narcos que declararon en causas penales. El objetivo del nuevo ministro, como ya lo anticipó, es mostrar “acción”, algo que le pidió como premisa esencial el gobernador.
La primera consigna que ensayó Rimoldi fue “poner de vuelta la policía en la calle”. Lo extraño de esta situación es porqué los 4.500 efectivos que posee la Unidad Regional II de Rosario parecen ausentes en medio de un problema de violencia cada vez más creciente. Los efectivos de Gendarmería están desplegados ahora, al mando del comandante Ricardo Castillo, en cinco de los barrios más problemáticos de Rosario, incluidos Empalme Graneros y Ludueña. Según información del Ministerio de Seguridad de la Nación, esas patrullas están conformadas por 756 agentes. En total en la provincia de Santa Fe hay 3.143 efectivos de fuerzas federales.
Nada puede detener la violencia extrema que se direcciona desde las cárceles, por parte de jóvenes que son nacidos y criados en los búnkeres, como Geréz, considerado uno de los jefes de los sicarios de Los Monos, a quien se le achaca encender la guerra en el barrio Ludueña, donde hace dos semanas en las calles vacías sólo había soldaditos que se enfrentaban ante la mirada de los policías resguardados detrás de los patrulleros.
En ese episodio desenfrenado fue asesinado Esteban Cuenca, que junto con sus amigos quedó en medio de los disparos. Un nene de nueve años fue herido con un balazo en su pierna y otra chica de 12. Los narcos lo mataron por error cuando llegaron en busca de otro hombre, según la Fiscalía de Rosario. El joven formaba parte de "Los Pibes de Ludueña", un grupo de fútbol amateur de una de las zonas más castigadas por el aumento de las balaceras y los crímenes en Rosario. Cuenca vendía empanadas junto a otros jóvenes para juntar dinero para un viaje de los chicos que juegan al fútbol.
En esa zona, donde los vecinos dicen que no pueden salir a la calle la banda de Geréz, de 28 años, el jefe de los sicarios de Los Monos, está enfrentada a otra cuyo líder es otro preso: Francisco Riquelme, que investigadores policiales ligan con Esteban Alvarado –enemigo de Los Monos– y que está imputado por mandar a matar a Mariana Ortigala, una testigo de la causa contra Alvarado.
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En una causa que investigó el fiscal Pablo Socca se advierte que el jefe de los sicarios de Los Monos reclutaba soldaditos en los clubes de la zona. En la imputación contra Geréz en abril pasado el fiscal citó a un testigo de identidad reservada que el jefe de los sicarios buscaba como “mano de obra” a adolescentes que jugaban al fútbol en el barrio, en el Club Padre Edgardo Montaldo, nombre de un sacerdote que murió en 2016 y contenía justamente a los chicos que atravesaban una situación económica vulnerable.
Causó sorpresa que el testigo contara que Geréz “jugaba en un equipo y empezó a ofrecer botines, guantes. Es la forma que tiene de convencer a los pibitos. Les regala zapatillas, cosas, para que después terminen ‘soldadeando’ para él. Tiene más de quince pibitos”, dijo el testigo.
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La cárcel es hoy el hogar de estos jóvenes que lideran terminales o franquicias que terminan en las bandas más grandes, como Los Monos o Alvarado. Y se transformaron en los protagonistas de esta guerrilla narco, que se libra ya no por grandes espacios sino por cuadras desde los pabellones de Piñero donde habitan los gerentes de un mercado criminal cada vez más fragmentado pero cruel y dañino.
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