La detención de Ayala fue larga y compleja. Este muchacho de 30 años, que vivía en el barrio República de la Sexta, en Rosario, estaba bajo la lupa de los investigadores judiciales y de la policía desde hacía tiempo. Uno de los que seguía sus pasos era el jefe de la Unidad Especial de Inteligencia, Maximiliano Bertolotti, que fue quien detuvo anteriormente a dos pesos pesados, como Laferrara y Claudio “Morocho” Mansilla.
Ayala estaba sospechado de haber baleado la sede de la TOE en febrero de 2024, unos días antes de que se produjera la seguidilla de cuatro trabajadores asesinados, que provocaron una fuerte conmoción en Rosario. Desde octubre, además de la causa judicial en el MPA, se había sumado otra federal por narcotráfico. Manejaba varios búnkeres en la zona oeste de Rosario.
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Maximiliano Bertolotti, jefe de la Unidad Especial de Inteligencia de Santa Fe.
Ayala había desaparecido de Rosario misteriosamente. Por las tareas de inteligencia, detectaron que estaba oculto en Yacuiba, Bolivia, del otro lado de la frontera argentina, donde se encuentra Salvador Mazza. Vivía en territorio boliviano, pero cruzaba todo el tiempo para el otro lado de la frontera, por pasos ilegales.
Una persecución de 1.500 kilómetros
El miércoles de la semana pasada, su pareja, una hermana y un joven de confianza, viajaron al norte del país en un VW Polo. Recorrieron 1.500 kilómetros y la sospecha que tenían los agentes al mando de Bertolotti era que iban a visitar a Ayala. Un grupo de efectivos de la TOE se trasladó hasta Salta y en el apoyo de sus pares de inteligencia de esa provincia siguieron los pasos de los visitantes en Salvador Mazza. Los investigadores se toparon con un problema. Los familiares de Ayala cruzaron a Bolivia por un paso ilegal, que se encuentra junto al cementerio de Salvador Mazza. Si entraban a territorio boliviano, las tareas de seguimiento se cortaban.
El domingo los familiares se subieron al auto de madrugada y comenzaron a pegar la vuelta hacia Rosario. El auto tenía los vidrios polarizados y los efectivos que los seguían no podían divisar si dentro del vehículo estaba Ayala, que había cruzado la frontera de manera ilegal. El cuidado de los policías respondía a que si irrumpían en el auto y Ayala no estaba dentro, se iba a saber que tenían detectado que este narco estaba escondido en Bolivia y probablemente iba a volver a huir.
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Mauricio “Caníbal” Laferrera, sicario del narco Esteban Alvarado, fue detenido en junio de 2024 en Andino, a 40 kilómetros de Rosario.
Lo que detectaron en el seguimiento que hicieron a lo largo de los 1.500 kilómetros era que en las estaciones de servicio se bajaban tres personas, las dos mujeres y el joven, pero el problema es que no podían detectar si otra persona, en este caso Ayala, quedaba dentro del auto.
Durante el recorrido los pararon tres controles de fuerzas federales, donde no detectaron nada extraño. Los ocupantes del auto entregaron la documentación del auto y siguieron su camino.
Los agentes pudieron develar el secreto recién en Roldán, cuando los ocupantes del vehículo bajaron en una casa donde vive la familia. Fue el momento esperado: ahí observaron que bajaban cuatro personas y no tres. Dedujeron que el cuarto pasajero era Ayala, por lo que –tras pedir una orden de allanamiento– irrumpieron en la casa y confirmaron que el prófugo había regresado de Bolivia junto a sus familiares en ese auto con vidrios polarizados.
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Los vínculos delictivos de Mauricio Ayala
Ayala tiene vínculos estrechos con Gazzani, a quien le adjudican ser el jefe de la banda de Los Menores, y con Lisandro Contreras, el narco que fue detenido en diciembre pasado en el country San Sebastián, en la zona norte de la provincia de Buenos Aires.
Este nuevo eslabón configura una nueva generación de narcos, que intenta expandirse a nivel territorial y con otros negocios más sofisticados. Ayala aparece en una foto con Gazzani y con Jonatan Garraza, un policía narco que se entregó en marzo pasado.
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Jonatan Riquelme, hermano del recluso Francisco Riquelme –otro ladero del narco Esteban Alvarado–, fue detenido en el barrio porteño de Caballito.
Ayala fue el cuarto criminal de alto perfil que fue detenido en el último año. La misma área de inteligencia también logró ubicar a Mauricio Laferrera, sicario de Esteban Alvarado. “Caníbal”, como apodan a este criminal, fue detenido en junio de 2024 en la localidad de Andino, a unos 40 kilómetros de Rosario, donde se escondía en una cabaña junto a su familia.
Laferrera estaba prófugo desde que se fugó ocho meses antes de la cárcel de Devoto. La información oficial es que logró huir del penal escondido en tachos de basura. Laferrera es un sicario profesional y de una crueldad asombrosa. Los investigadores detectaron que entrenaba a nivel táctico en un campo en Monte Maíz, donde había estado escondido. Hacía prácticas de tiro con fusiles AR15.
En un video que le envió a Marcos Capuano, quien lo ayudaba, le mostraba los disparos que hacía en un blanco a unos 50 metros. “Practico para cazar liebres”, le dijo en un mensaje, obviamente en broma. Con ese fusil táctico no se cazan esos animales. Cuando lo detuvieron en la cabaña en Andino tenía dos pistolas 9 mm, las que mantenía a la perfección con lubricante W40.
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El cuarto pez gordo detenido en el último año fue Jonatan Riquelme, hermano del recluso Francisco Riquelme –otro ladero del capo narco Esteban Lindor Alvarado, preso en la unidad penal de Marcos Paz–, quien fue apresado en el barrio porteño de Caballito.
La caída de Riquelme fue clave para los investigadores policiales y judiciales, porque se consideraba que “Jona” era quien “manejaba la calle” para la organización de su hermano, sindicada de vender drogas ilegalizadas al menudeo en los barrios Empalme Graneros, Industrial y Ludueña, y también sospechada por homicidios, usurpaciones, extorsiones y balaceras.