Las otras dos fueron de oro y, a esa eterna gloria olímpica, la alcanzaron otros dos atletas nacidos en nuestra provincia. Sendas conquistas fueron obtenidas en la misma prueba, el legendario maratón y, además, el mismo día: el domingo 7 de agosto de 1932, en Los Angeles y, 16 años exactos después, el sábado 7 de agosto de 1948, en Londres.
El primero que logró tamaña proeza fue Juan Carlos Zabala, nacido en Rosario y, quien lo emuló, fue Delfo Cabrera, oriundo de Armstrong. Por ello y, en honor a las inolvidables victorias de estos formidables deportistas –que, en ambos casos, relegaron al segundo puesto a atletas británicos–, cada 7 de agosto se conmemora el Día del Maratonista en nuestro país.
El Ñandú Criollo
Juan Carlos Zabala nació en Rosario, departamento homónimo, provincia de Santa Fe, el 11 de octubre de 1912, y no hay certezas absolutas sobre quiénes fueron sus padres. Algunos historiadores sostienen que su progenitor fue un vasco, Manuel Zabala, oriundo de Durango quien, en una visita a la Argentina, mantuvo una relación con la francesa María Elena Boyer.
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Juan Carlos Zabala nació en Rosario el 11 de octubre de 1912. Huérfano desde los 6 años y, bajo la tutela de su padrino, el doctor Agustín Cabal, dejó su Rosario natal y se crió en la Colonia de Menores Varones de Marcos Paz, Gran Buenos Aires, el primer reformatorio del país. Tres años después comenzó a correr, bajo la supervisión del profesor Alberto Regina, de la Asociación Cristiana de Jóvenes.
Pero el propio Zabala, según se cita en el libro Aventuras en las pistas (Héroes y protagonistas del atletismo argentino), obra del periodista Luis Vinker (Ediciones Al Arco, marzo de 2014), sostuvo sobre sus orígenes: “Nací en la embajada francesa en Buenos Aires. Mi padre era un oficial de la armada de Francia que murió en Scapa Flow (NdeR: un fondeadero situado en las islas Orcadas, Escocia, y que era la principal base de control del Atlántico del Reino Unido), durante la Primera Guerra Mundial. Cuando mi madre se enteró, murió de un infarto”.
Huérfano desde los 6 años y, bajo la tutela de su padrino, el doctor Agustín Cabal, dejó su Rosario natal y se crió en la Colonia de Menores Varones de Marcos Paz, Gran Buenos Aires, el primer reformatorio del país –creado en 1904– donde, en esa época, recalaban los niños considerados como “pobres”, “huérfanos”, “abandonados”, “delincuentes”, y “viciosos y/o “vagos”.
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Tres años después comenzó a correr, bajo la supervisión del profesor Alberto Regina, de la Asociación Cristiana de Jóvenes.
Como evidenció particular destreza para atletismo, Alejandro Stirling, un joven entrenador austríaco, le propuso en 1927 formarlo como fondista, lo que Zabalita, como lo llamaban sus amigos –y que medía 1,62 metro y pesaba solo 59 kilos–, aceptó con gusto.
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En 1929 y, sin haber cumplido aún los 17 años, ya era campeón nacional en los 3000 y 5000 metros y, el 8 de mayo de 1931, en Montevideo, se adueñó del récord sudamericano de los 3000 metros al cronometrar 8’44’02”. Asimismo, Zabala fue el primer atleta argentino que bajó la marca de 15 minutos en los 5000 metros. Mientras compitió en el país, representó a la Federación Atlética Metropolitana (FAM) y al Club Sportivo Barracas.
Esta etapa de su vida inspiró a Carlos Borcosque a escribir el guión y dirigir la película “Y mañana serán hombres…”, que se estrenaría en 1939.
En 1929 y, sin haber cumplido aún los 17 años, ya era campeón nacional en los 3000 y 5000 metros y, el 8 de mayo de 1931, en Montevideo, se adueñó del récord sudamericano de los 3000 metros al cronometrar 8’44’02”.
Asimismo, Zabala fue el primer atleta argentino que bajó la marca de 15 minutos en los 5000 metros. Mientras compitió en el país, representó a la Federación Atlética Metropolitana (FAM) y al Club Sportivo Barracas.
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Stirling consideraba que, para seguir creciendo en su carrera, Zabala debía correr “contra los mejores” y, con el apoyo económico de Jorge Mitre, director del diario la Nación, viajaron hacia Europa.
Luego de tres semanas de travesía en barco, arribaron al viejo continente el 5 de septiembre de 1931 y, apenas dos días más tarde, arribó tercero en una prueba de 10 kilómetros disputada en Berlín, Alemania, que fue ganada por el fenomenal Paavo Nurmi, el Finlandés Volador, múltiple medallista olímpico y que en su excepcional trayectoria marcaría 22 récords mundiales en distancias entre los 1500 metros y los 20 kilómetros.
Zabala continuó con su sostenido crecimiento. El 11 de octubre de 1931, en Hütteldorf, en las afueras de Viena –y en la que fue su segunda presentación en Europa–, se impuso en la prueba de los 30 kilómetros en 1h42’31” y, por primera vez, ¡un argentino estableció un record mundial en atletismo!
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El maratón de los Juegos Olímpicos de Los Angeles se disputó el domingo 7 de agosto de 1932. Zabala –con el número 12 en su pecho, y gorra blanca– lideró desde su inicio la carrera, que se largó desde el estadio Memorial Coliseum a las 15.38 y de la que tomaron parte 29 fondistas representando a 15 naciones.
Y fue por más: el 28 de octubre siguiente, ganó el Maratón Internacional de la Paz en Kosice –actual República de Eslovaquia–, la primera carrera de 42 kilómetros de la que tomó parte.
En un día muy desapacible y con una densa niebla, el santafesino se impuso con un tiempo de 2h33’19”, la mejor marca mundial de ese año, y relegó a su escolta, el húngaro József Galambos, por casi 15 minutos.
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Aunque inicialmente la idea de Stirling era que Zabala compitiera en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, esta aplastante victoria en Kosice lo convenció de que la definitiva consagración y máximo reconocimiento mundial para su corredor podría llegar en agosto del año siguiente, en los Juegos de Los Angeles. No se equivocó.
La gloria olímpica I
En 1932, el reglamento del Comité Olímpico Internacional establecía que, para las distancias de 42 kilómetros, solo podían competir atletas de 20 años, como mínimo. El Ñandú Criollo –bautizado así por el diario Crítica– tenía 19, por lo que el por entonces presidente de la Nación, Agustín P. Justo, dispuso que le confeccionaran un nuevo documento de identidad para poder participar en la cita olímpica de Los Angeles.
Aunque había nacido el 11 de octubre de 1912, figuró como que vino al mundo el 21 de septiembre de 1911. El mismo Zabala reconoció la adulteración de su documento: “Se lo conté a Pierre Fredy (NdeR: el barón de Coubertin), el presidente del Comité Olímpico Internacional, algún tiempo después. A él también le parecía una regla ridícula”, recordaría años más tarde en una entrevista con la revista El Gráfico.
El maratón de los Juegos de Los Angeles se disputó el domingo 7 de agosto de 1932. Sin Paavo Nurmi en la prueba (la Federación Internacional de Atletismo lo había declarado profesional), Zabala –con el número 12 en su pecho– lideró desde su inicio la carrera, que se largó a las 15.38 y de la que tomaron parte 29 fondistas representando a 15 naciones.
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Zabala ingresó al Memorial Coliseum –colmado por casi 80.000 espectadores– y tras cruzar la meta y registrar un tiempo de 2h31’36” (batió el récord de 2h32’35”, que estaba en poder del finlandés Juho Pietari Hannes Kolehmainen desde Amberes 1920), se convirtió en el primer latinoamericano en alzarse con un oro olímpico en atletismo y, a la fecha, como el ganador más joven en un maratón.
Excepto un corto tramo, en el que la punta del maratón estuvo en poder del mexicano Margarito Baños, y otro en el que mandó el finlandés Lauri Virtanen, el santafesino siempre encabezó la competencia, que se desarrolló por las calles y avenidas de la ciudad californiana bajo un intenso calor.
Zabala ingresó al Memorial Coliseum –colmado por casi 80.000 espectadores– y tras cruzar la meta y registrar un tiempo de 2h31’36” (batió el récord de 2h32’35”, que estaba en poder del finlandés Juho Pietari Hannes Kolehmainen desde Amberes 1920), se convirtió en el primer latinoamericano en alzarse con un oro olímpico en atletismo y, a la fecha, como el ganador más joven en un maratón.
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"Cumplí lo prometido. Corrí con plena confianza, haciendo marcar el paso. Si me ganaban, quería que fuese uno muy bueno. Pero, el mejor, resulté yo", dijo el Ñandú Criollo, quien fue escoltado por el británico Samuel Ferris, a 19”, y el finlandés Armas Toivonen, a 36”.
En los primeros Juegos Olímpicos de la historia donde comenzó a premiarse a los mejores en un podio, el pionero que se subió a lo más alto a recibir su oro fue un santafesino.
"Con los años, la leyenda de mi desmayo por el agotamiento tras cruzar la meta se fue agrandando", contaría Zabala en 1981. "Lo que pasó fue que Carmelo Robledo, el boxeador argentino que ganó la medalla de oro de la categoría pluma, de alegría me arrojó un banderín que tenía la empuñadura de bronce y me pegó en la cabeza, lo que me provocó un ligero desvanecimiento", agregó.
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"Si me ganaban, quería que fuese uno muy bueno. Pero, el mejor, resulté yo", dijo el Ñandú Criollo, quien fue escoltado por el británico Samuel Ferris, a 19”, y el finlandés Armas Toivonen, a 36”. En los primeros Juegos Olímpicos de la historia donde comenzó a premiarse a los mejores en un podio, el pionero que se subió a lo más alto a recibir su oro fue un deportista santafesino.
La noche posterior a su triunfo, el velocista local Jesse Owens lo invitó a cenar en Hollywood y le presentó a la reconocida actriz Ginger Rogers, quien filmara diez musicales con Fred Astaire.
La medalla de oro le dio fama y reconocimiento y, aunque redujo su actividad competitiva, Zabala realizó varias giras por los Estados Unidos, donde se radicó temporalmente.
De cara a los Juegos de Berlín 1936, Stirling y Zabala se afincaron un año antes en Wittenberg, a poco más de 100 kilómetros de la capital alemana, y llevaron adelante la preparación para defender el oro logrado en Los Angeles.
En las competencias previas a los Juegos, el Ñandú Criollo ratificó que estaba en condiciones de repetir su conquista de cuatro años atrás: el 19 de abril, en Munich, batió el récord mundial de los 20 kilómetros y, el 21 de mayo, en Stuttgart, se convirtió en el primer atleta sudamericano en correr los 10.000 metros en menos de 31 minutos (registró 30’56”).
Pero, antes del maratón olímpico, la relación de Zabala y Stirling terminó debido a distintas diferencias que mantenían. Una de ellas, era que el corredor se había casado en 1935 con Elke, una supuesta princesa danesa, a lo que entrenador siempre se opuso.
El fondista santafesino fue el abanderado de la delegación argentina en los Juegos de 1936 y, el maratón, se largó a las 15.02 del 9 de agosto: Zabala fue el líder del mismo hasta los 25 kilómetros, pero poco después sufrió calambres en el estómago y, si bien intentó continuar, los dolores eran muy intensos y debió abandonar.
Esta decepción deportiva no melló el inmenso cariño popular e idolatría que nuestro país le prodigaba a Zabala. El santafesino iría alejándose paulatinamente de las pruebas de alto rendimiento –en 1937 sufrió una lesión de ligamentos en su rodilla izquierda, que afectó su carrera– y, tras vivir dos años en Velje, Dinamarca, en 1940 se divorció de Elke y regresó a la Argentina, donde anunció su retiro a los 30 años.
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Delfo Cabrera nació en Armstrong el 2 de abril de 1919. Fue el cuarto de seis hijos –tres varones y tres mujeres– de Claro Cabrera y Juana Gómez. En su infancia y adolescencia, Cabrera solía decirle a su madre: “Yo voy a ser como Zabalita”, inspirado por el oro olímpico que el Ñandú Criollo había logrado en Los Angeles 1932.
Se casó con Magdalena Lafrancone, con quien tuvo tres hijos: Juan Carlos, Ana María y Magdalena. Trabajó como masajista y preparador físico y, tras el golpe de estado de 1955, se radicó un par de años en los Estados Unidos.
En 1980, la Fundación Konex le entregó el Diploma al Mérito (Atletismo) y lo distinguió con el Konex de Platino y, en diciembre de 1982 –al cumplirse 50 años de su memorable triunfo en Los Angeles–, recibió una distinción especial por parte del Círculo de Periodistas Deportivos durante la ceremonia de entrega de los premios Olimpia.
Los organizadores de los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1984 lo habían invitado para que diera la señal de partida del maratón en el mismo estadio donde él se había coronado 52 años antes, pero Juan Carlos Zabala falleció el 24 de enero de 1983 en la sala de guardia del Hospital Central de San Isidro, Gran Buenos Aires.
Un infarto terminó con la vida del Ñandú Criollo, que tenía 70 años. En 1999, la Confederación Argentina de Atletismo (CADA) lo nominó como el Atleta del Siglo.
El que tomó la posta del Ñandú Criollo
Delfo Cabrera nació en Armstrong, departamento Belgrano, provincia de Santa Fe, el 2 de abril de 1919. Fue el cuarto de seis hijos –tres varones y tres mujeres– de Claro Cabrera y Juana Gómez.
Su nombre se debió a que el empleado del Registro Civil cometió un error y no lo anotó como Delfor (como quería su padre), sino que omitió la “r” final y quedó Delfo.
Ante el temprano fallecimiento de su padre, sus tres hijos varones debieron que salir a trabajar desde muy jóvenes para sostener la muy precaria situación económica familiar. Luego de finalizar con la changa que hubiera conseguido, Delfo acostumbraba regresar corriendo a la Casa de los Naranjos (como los vecinos llamaban al hogar de los Cabrera) ya que, ante la llegada de cada uno de sus seis descendientes, Claro había plantado uno de estos árboles frutales.
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Uno de los mejores entrenadores de nuestra historia, el profesor Francisco Mura, quien estaba a cargo del equipo del Club Atlético San Lorenzo de Almagro (junto a Cabrera en la foto), lo vio correr en Rosario y le ofreció entrenarlo en Buenos Aires –donde sería federado por el Ciclón–, lo que el santafesino, que por entonces tenía 18 años, aceptó.
Y no solo eso: Delfo también iba y volvía al trote de la escuela.
Tal es así que, en su infancia y adolescencia, Cabrera solía decirle a su madre: “Yo voy a ser como Zabalita”, inspirado por el oro olímpico que el Ñandú Criollo había logrado en Los Angeles 1932.
El 23 de enero de 1933 y, con solo 13 años, arribó segundo en la Vuelta de Armstrong. Pero, además de la escuela y su incipiente vocación de corredor, debió seguir trabajando, y lo hizo cosechando maíz, como ladrillero y, junto con su hermano Armando, como obrero en la construcción de la ruta nacional N° 9.
Su desempeño en la carrera Presidencia de la Nación, que se disputó en Rosario, llamó la atención de uno de los mejores entrenadores de nuestra historia, el profesor Francisco Mura, quien estaba a cargo del equipo del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, la indiscutida referencia del atletismo nacional en esa época, y que se adueñaba de casi todas las competencias con absoluta autoridad.
Delfo, con nula formación atlética, arribó cuarto; por ello, Mura le ofreció entrenarlo en Buenos Aires –donde sería federado por San Lorenzo–, lo que el joven santafesino, que por entonces tenía 18 años, aceptó.
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Una de las imágenes más icónicas de la historia del deporte nacional: en el estadio de Wembley y, ante la ovación de más de 70.000 espectadores, Cabrera cruzó la meta con un tiempo de 2h34’51”6/10. Así, 16 años exactos después, emuló la hazaña de Zabala en Los Angeles 1932 y se alzó con el oro olímpico. Fue escoltado por el británico Thomas John Henry Richards, a 16”, y el belga Etienne Gailly, a 42”.
Tras cumplir con el Servicio Militar Obligatorio y, ya radicado en la Capital Federal, se casó con Rosa Lento y tuvieron tres hijos: Hilda, Delfo y María Eva.
De la mano de Mura, el oriundo de Armstrong fue campeón nacional de los 3000 y 5000 metros (1941 y 1942); nacional en los 10.000; subcampeón de los 3000 (1946) y seis veces campeón sudamericano en diferentes distancias. Ese mismo 1946, fue incorporado al Cuerpo de Bomberos de la Policía Federal.
Aunque Cabrera no participaba en competencias de más de 10 kilómetros, se entrenó muy duro porque quería integrar el equipo nacional en los Juegos Olímpicos de Londres 1948, los primeros que tendrían lugar luego de la Segunda Guerra Mundial. Al comenzar a correr mayores distancias, debió superar los continuos calambres que lo afectaban.
Hasta que, en un Selectivo de cara a los Juegos en la capital británica, escoltó al fondista mendocino Eusebio Crispín Guiñez, y fue elegido, junto con Armando Sensini –quien había nacido en Ingeniero White, y estaba radicado en la ciudad de Buenos Aires–, para representar al país en la legendaria prueba olímpica, de 42,195 kilómetros de extensión, y que Cabrera jamás había completado.
La gloria olímpica II
Con 242 integrantes –eran 213 atletas, más entrenadores, médicos y autoridades– la delegación argentina partió a Londres el 17 de junio de 1948. Lo hizo desde la dársena Norte del puerto de Buenos Aires, a bordo del vapor Brasil, de bandera panameña.
Fueron 21 días en altamar y, en la cubierta de la embarcación, Cabrera se entrenaba diariamente junto con sus compañeros de delegación. Tras atracar en Génova, continuaron en tren hacia Cannes y, en otro barco, arribaron a la capital británica, con ruinas por doquier tras la Segunda Guerra Mundial.
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Aunque poseía distintos récords en otras pruebas de fondo, Cabrera no había corrido jamás una distancia mayor a 10 kilómetros, pero se entrenó muy duro porque quería integrar el equipo nacional en los Juegos de 1948. Por eso, la carrera de Londres, cuya extensión fue de 42,195 kilómetros, marcó su debut y triunfo en el maratón olímpico.
Eran las 15.30 del sábado 7 de agosto y, Cabrera (con el número 233), Guiñez (234) y Sensini (232), junto con 40 fondistas más, representando a otros 22 países, largaron el maratón olímpico.
Los 42,195 kilómetros de la dura prueba presentaron en su trayecto 43 cuestas pronunciadas, 13 vueltas con ángulos cerrados y pronunciados desniveles de 50 metros en tramos de apenas 400 metros.
El coreano Yoon-Chil Choi marcó el ritmo al inicio de la carrera pero, tras su abandono, el belga Etienne Gailly comandó las acciones delante del sueco Gustav Östling y el sudafricano Thomas Sidney Andrew Luyt.
En el kilómetro 37, Cabrera se ubicaba sexto y alcanzó a Guiñez, quien venía sufriendo calambres y dolores hepáticos. Al ver el ritmo con el que aquel se desplazaba, el mendocino lo alentó a seguir: “No te vayas a caer, por favor, ¡ganá vos!", le gritó.
Gailly (quien compitió con el número 252) ingresó al mítico estadio de Wembley en la primera posición, pero tambaleándose, y totalmente exhausto. Muy poco después lo hizo Cabrera y, con un mayor resto físico –y enorme garra y corazón– acortó distancias con el belga, hasta que lo superó a poco del final de la competencia y pasó a liderar la misma.
Así, ante la ovación de más de 70.000 espectadores, el santafesino cruzó la meta con un tiempo de 2h34’51”6/10 y, 16 años exactos después, emuló la hazaña de Zabala en Los Angeles y se alzó con el oro olímpico. Fue escoltado por el británico Thomas John Henry Richards, a 16”, y Gailly, a 42”.
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Por su brillante triunfo en Londres 1948, el gobierno nacional premió a Cabrera con una casa en Wilde, partido de Avellaneda; asimismo continuó con sus estudios de Educación Física y, en el Cuerpo de Bomberos, fue ascendido a cabo. Además, el 17 de octubre de 1949, el presidente Juan Domingo Perón le entregó la “Medalla al Mérito”.
Con el quinto puesto de Eusebio Guiñez (que registró 2h36’36”, y obtuvo un diploma olímpico), y el noveno de Armando Sensini (2h39’30”), se completó la más grande actuación del atletismo argentino en la historia de los Juegos.
Este brillante logro –ubicar a tres representantes de un mismo país entre las primeras diez posiciones del maratón olímpico– se mantuvo vigente durante 60 años hasta que, en Bejing 2008, los etíopes Tsegay Kebede (3°), Deriba Merga (4°), y Gashaw Asfaw (7°), igualaron a nuestros atletas.
El regreso hacia la Argentina tuvo una escala por demás de especial: Boulogne-sur-Mer donde, toda la delegación nacional, visitó la casa donde murió el general José de San Martín.
Ya en Buenos Aires, el gobierno nacional premió a Cabrera con una casa en Wilde, partido de Avellaneda; continuó con sus estudios de Educación Física y, en el Cuerpo de Bomberos, fue ascendido a cabo. Además, el 17 de octubre de 1949, el presidente Juan Domingo Perón le entregó la “Medalla al Mérito”.
En 1951, Delfo fue el abanderado nacional en los primeros Juegos Panamericanos de la historia, que se disputaron en Buenos Aires y, además, se llevó el oro en el maratón –que se corrió por las calles de la Capital Federal y la avenida General Paz–, y que culminó en el estadio Antonio Vespucio Liberti, de River Plate.
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El 5 de agosto de 1980, Zabala (izquierda, que por entonces tenía 67 años) y Cabrera (derecha, con 61) fueron convocados para una producción especial de la revista El Gráfico, que se llamó La dorada nostalgia. El Ñandú Criollo falleció el 24 de enero de 1983, a los 70 años y, Delfo Cabrera, el 2 de agosto de 1981, a los 62.
En 1952 estableció el récord sudamericano en el medio maratón de Lima, Perú y, ese mismo año, Cabrera fue el abanderado de la delegación argentina en los Juegos Olímpicos de Helsinki en los cuales, con un tiempo de 2h26’42”4/10, finalizó sexto en la General del maratón que ganó el checo Emile Zátopek, quien fue escoltado por el correntino Reynaldo Gorno.
La ilusión de participar en los Juegos de Melbourne 1956 se terminó un año antes, cuando la Revolución Libertadora derrocó el gobierno del general Perón. Como Cabrera estaba muy identificado con el justicialismo, no solo lo proscribieron como deportista: fue despedido de su trabajo y, tiempo después, el campeón olímpico terminó como pincha papeles en el Jardín Botánico porteño.
Pero soportó esta injusta marginación con entereza y, años más tarde, se recibió de Profesor Nacional de Educación Física y ejerció la docencia en distintos establecimientos de enseñanza.
Al igual que Zabala, la Fundación Konex le entregó en 1980 el Diploma al Mérito (Atletismo) y lo distinguió con el Konex de Platino, al considerarlo como uno de los mejores cinco atletas de nuestra historia ya que, de las casi 350 carreras de las que tomó parte, se impuso en 250.
Delfo Cabrera falleció trágicamente el 2 de agosto de 1981, a los 62 años, al sufrir un accidente automovilístico en el kilómetro 187 de la ruta nacional N° 5, en cercanías de la localidad de Alberti –donde residía–, cuando regresaba tras recibir un reconocimiento en la ciudad de Lincoln, provincia de Buenos Aires.
Hoy, a 92 años de la epopeya de Los Angeles, y a 76 de la de Londres, nuestro país conmemora el Día del Maratonista en honor a dos inolvidables santafesinos, Zabala y Cabrera quienes, en el cielo, continúan corriendo –y bañando de oro al atletismo olímpico nacional– para toda la eternidad.