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Cuando el odio y la sinrazón provocaron la peor atrocidad de la historia de los Juegos Olímpicos

El martes 5 de septiembre de 1972 y, en el marco de los Juegos de Munich, Alemania Occidental, 11 miembros de la delegación israelí –entre atletas y entrenadores– fueron tomados como rehenes por el grupo terrorista palestino Septiembre Negro. Dos fueron asesinados en la Villa Olímpica y, los otros nueve, durante un fallido intento de rescate que tuvo lugar en la base aérea de Fürstenfeldbruck.

Hacía 36 años que una ciudad alemana no recibía a un evento de tal magnitud y, con la idea de reinstalar ante el mundo que este país era una sociedad civilizada –y, así, borrar los amargos recuerdos de la Segunda Guerra Mundial y los infames Juegos Olímpicos de Berlín 1936, que Adolf Hitler utilizó como propaganda del régimen nazi–, los de Munich 1972 fueron anunciados como “los de la paz y la alegría".

Serían los más grandes y costosos jamás organizados, con más atletas representando a más países que en cualquiera de los Juegos anteriores. Incluso, la flamante tecnología digital lo convirtió en un evento único para la época, ya que pudo ser seguido por 1000 millones de televidentes en más de 100 países.

Y, como la reconciliación entre antiguos enemigos era uno de los grandes objetivos de los organizadores, no hubo mayor muestra de ella que la presencia de una delegación de Israel en Munich.

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Por eso, el estado judío, que estaba reconstruyendo su relación con Alemania Occidental, envió una treintena de personas, de las cuales 14 eran atletas (12 hombres y dos mujeres, que compitieron en siete disciplinas) y, el resto, eran dirigentes, jueces y entrenadores.

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El Estado judío, que por entonces estaba reconstruyendo su relación con Alemania Occidental tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, envió a Munich una treintena de personas, de las cuales 14 eran atletas (12 hombres y dos mujeres, que compitieron en siete disciplinas) y, el resto, eran dirigentes, jueces y entrenadores.

El Estado judío, que por entonces estaba reconstruyendo su relación con Alemania Occidental tras los horrores de la Segunda Guerra Mundial, envió a Munich una treintena de personas, de las cuales 14 eran atletas (12 hombres y dos mujeres, que compitieron en siete disciplinas) y, el resto, eran dirigentes, jueces y entrenadores.

La determinación de los alemanes de borrar el pasado era absoluta, desalentando cualquier recuerdo del nazismo. Querían hacerles sentir a todos los visitantes que Alemania había cambiado desde la época de 1936, y que ya no era lo que había sido.

Con la presencia de 7134 atletas (6075 hombres y 1059 mujeres) provenientes de 121 países, que competirían en 23 deportes, los Juegos se inauguraron el sábado 26 de agosto de 1972 y, en su discurso de bienvenida, el presidente de Alemania Federal, Gustav Walter Heinemann, destacó que la cita olímpica sería "un hito en el camino hacia una nueva forma de vida, con el objetivo de lograr la convivencia pacífica entre los pueblos".

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Pero tan alta aspiración se haría añicos el martes 5 de septiembre siguiente, por la madrugada, cuando ocho miembros de la facción terrorista Septiembre Negro, de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), ingresaron a la Villa Olímpica y tomaron como rehenes a 11 miembros de la delegación israelí.

Asesinaron a dos en dicho lugar y, a los nueve restantes, en un frustrado intento de rescate en la base aérea de Fürstenfeldbruck, donde habían sido trasladados, y en la también murieron cinco terroristas y un policía alemán. El ideal olímpico de paz recibió un horroroso baño de sangre, y ya nada volvería a ser igual en los Juegos siguientes.

El ataque en la Villa Olímpica

Cerca de las 4.10 de la mañana del 5 martes de septiembre de 1972, cinco terroristas palestinos –vestidos con buzos y ropa deportiva– escalaron la valla perimetral de 2 metros que rodeaba la Villa Olímpica de Munich que, en su extremo superior, no tenía alambre de púas, sino pequeños conos redondos.

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Un terrorista palestino se asoma al balcón el departamento donde la célula de Septiembre Negro mantenía nueve rehenes. Antes, en el mismo lugar habían asesinado a dos miembros de la delegación israelí: el entrenador de lucha libre Moshe Weinberg, de 33 años, y el levantador de pesas Yossef Romano, de 31.

Un terrorista palestino se asoma al balcón el departamento donde la célula de Septiembre Negro mantenía nueve rehenes. Antes, en el mismo lugar habían asesinado a dos miembros de la delegación israelí: el entrenador de lucha libre Moshe Weinberg, de 33 años, y el levantador de pesas Yossef Romano, de 31.

Aunque fueron vistos por algunas personas al entrar, nadie consideró que esto fuera algo inusual –incluso, las medidas de control y seguridad eran extremadamente laxas– porque lo hicieron cerca de la puerta 25A ya que, el líder del grupo, había visto que era el lugar habitual por el que varios atletas ingresaban a la Villa cuando, en plena madrugada, regresaban de fiestas que se organizaban en la ciudad.

En bolsos deportivos, los terroristas llevaban fusiles de asalto Kalashnikov AK-47, pistolas y granadas de mano y, rápidamente, se dirigieron hacia el edificio ubicado en Connollystrasse 31, en el corazón de la Villa Olímpica –donde dos de los atacantes habían trabajado temporariamente semanas antes, uno como ingeniero civil y otro como cocinero, familiarizándose con el lugar–, que albergaba a la delegación israelí que asistió a los Juegos de Munich.

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Estos cinco fueron recibidos por otros tres que ya habían ingresado merced a credenciales de libre circulación que les habían sido extendidas y, ya reunidos, se cambiaron de ropa y marcharon hacia dos de los departamentos ocupados por los atletas judíos.

Ya frente al número 1, donde se alojaban siete israelíes –y que dormían profundamente–, uno de los terroristas intentó abrir la puerta con una llave que habían obtenido semanas antes mientras preparaban el ataque.

El árbitro de lucha libre Yossef Gutfreund, de 40 años, se despertó al escuchar un leve ruido de rasguños en la puerta del departamento. Se levantó y, somnoliento, fue investigar qué pasaba; inmediatamente, vio hombres enmascarados y armados en la puerta. Alcanzó a gritar “¡Hevre titalku!” ("¡Muchachos, salgan de acá!", en hebreo) y, a la vez, se arrojó con sus casi 130 kilos contra la puerta para tratar de evitar que los terroristas entraran al departamento.

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Dos policías de Alemania Occidental, con pistolas ametralladoras y vestidos con ropa deportiva, intentaron ingresar al edificio donde se encontraban los rehenes. Pero el despliegue policial fue descubierto por los captores, que los vieron por televisión, ya que varias cadenas estaban transmitiendo en vivo lo que sucedía en la Villa Olímpica.

Dos policías de Alemania Occidental, con pistolas ametralladoras y vestidos con ropa deportiva, intentaron ingresar al edificio donde se encontraban los rehenes. Pero el despliegue policial fue descubierto por los captores, que los vieron por televisión, ya que varias cadenas estaban transmitiendo en vivo lo que sucedía en la Villa Olímpica.

En la confusión, el entrenador de pesas Tuvia Sokolovsky, cinco atletas (entre ellos, el ultra fondista de marcha Shaul Ladany, sobreviviente del campo de concentración de Berger-Belsen en la Segunda Guerra Mundial), los dos médicos del equipo y el jefe de la delegación, Shmuel Lalkin, lograron escapar.

El entrenador de lucha libre Moshe Weinberg, de 33 años, atacó a los terroristas cuando unos atletas eran trasladados del departamento 1 al 3 a punta de pistola, lo que permitió escapar al luchador Gad Tsobari, quien sería el único sobreviviente de este último alojamiento.

Con un duro golpe de puño, el corpulento Weinberg dejó inconsciente a uno de los intrusos y apuñaló a otro con un pequeño cuchillo de fruta, que estaba sobre una de las mesas, antes de recibir un disparo en el rostro (que atravesó sus mejillas de un lado a otro) y varios más al cuerpo que le provocaron la muerte.

El levantador de pesas y padre de tres hijos Yossef Romano, de 31 años, y veterano de la Guerra de los Seis Días, también atacó a uno de los terroristas antes de recibir un disparo. Sin ningún miramiento, los atacantes lo dejaron morir desangrado frente a los nueve rehenes que habían logrado reunir, y no solo eso: también lo castraron.

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Rastros de sangre e impactos de bala en el lugar del departamento de la Villa Olímpica donde los terroristas asesinaron a dos de los israelíes exhiben la ferocidad del ataque. Los otros nueve morirían por la noche, en una base área alemana a la que habían sido trasladados junto con sus captores.

Rastros de sangre e impactos de bala en el lugar del departamento de la Villa Olímpica donde los terroristas asesinaron a dos de los israelíes exhiben la ferocidad del ataque. Los otros nueve morirían por la noche, en una base área alemana a la que habían sido trasladados junto con sus captores.

Con Romano y Weinberg, ya eran dos los fallecidos de la delegación israelí. Eran casi las 7y, los nueve rehenes –que, atados de pies y manos, serían sistemática y violentamente golpeados–, eran el propio Gutfreund (el primero que intentó que los atacantes no ingresaran al alojamiento); el entrenador de atletismo Amitzur Shapira, de 40 años; el entrenador de tiro Kehat Shorr (un rumano que luchó contra los nazis durante la II GM, de 53); el entrenador de esgrima André Spitzer (27); el juez de levantamiento de pesas Yakov Springer (51); los luchadores Eliezer Halfin (24) y Mark Slavin (18), y los levantadores de pesas David Mark Berger y Ze'ev Friedman (ambos de 28 años).

A las 7.20, el ministro del Interior alemán, Hans-Dietrich Genscher, y su par de Baviera, Bruno Merk, llegaron a la Villa Olímpica. A las 9.30, los terroristas anunciaron que eran fedayines (“los que se sacrifican”, en árabe) pertenecientes a la facción extremista Septiembre Negro, de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y exigieron que Israel liberara a 234 prisioneros árabes, y que a ellos les facilitaran un salvoconducto para salir de Alemania. Si no lo hacían, matarían a todos los rehenes.

Los palestinos fueron dirigidos por Luttif Afif (cuyo nombre en la operación era Issa, que había vivido en Alemania durante cinco años, y hasta asistió a la Universidad en Berlín); su segundo, Yusuf Nazzal (Tony), y Afif Ahmed Hamid (Paolo), Khalid Jawad (Salah), Ahmed Chic Thaa (Abu Halla), Mohammed Safady (Badran), Adnan Al-Gashey (Denawi), y su primo, Jamal Al-Gashey (Samir).

Negociaciones con posturas irreductibles

En medio de la infinita conmoción mundial que causó la irrupción de los terroristas en la Villa Olímpica en pleno desarrollo de los Juegos, la organización Septiembre Negro llamó a esta operación Iqrit y Biram, en honor a dos pueblos cristianos palestinos cuyos habitantes fueron expulsados por las Fuerzas de Defensa de Israel en 1948.

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Estos son los 11 israelíes asesinados entre el martes 5 y el miércoles 6 de septiembre de 1972 por los terroristas de Septiembre Negro. El de mayor edad tenía 53 años (el entrenador de tiro Kehat Shorr) y, el más joven, 18 (el luchador Mark Slavin).

Estos son los 11 israelíes asesinados entre el martes 5 y el miércoles 6 de septiembre de 1972 por los terroristas de Septiembre Negro. El de mayor edad tenía 53 años (el entrenador de tiro Kehat Shorr) y, el más joven, 18 (el luchador Mark Slavin).

La primera ministra israelí, Golda Meir, se negó rotundamente a negociar con los terroristas y hasta quiso enviar un equipo de operaciones especiales del Ejército para liberar a los atletas pero, los alemanes, insistieron en asumir la responsabilidad del rescate y terminaron recibiendo carta blanca por parte del estado judío para que lo hicieran con todos los medios a su alcance.

Incluso, el embajador de Israel, Eliashiv Ben-Horin, arribó a las 11.30 a la Villa Olímpica y ratificó la orden que recibió de su gobierno: por ninguna razón Israel aceptaría las exigencias de los terroristas.

Así, los alemanes –entre ellos, el jefe de Policía de Munich, Manfred Schreiber– consideraron que, con estas posturas irreductibles, solo restaba prepararse para una solución por la fuerza.

En medio de las tensas negociaciones y, para obtener información sobre los secuestradores –especialmente, cuántos eran y el armamento que tenían– además de interiorizarse sobre el estado de los rehenes, la policía local intentó varias acciones, aunque todas fracasaron.

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El helicóptero Bell UH-1H donde murieron Springer, Halfin, Friedman y Berger en la base aérea de Fürstenfeldbruck. Luego de que les disparó, el líder del grupo terrorista arrojó una granada en la aeronave, que estalló y se incendió. Los otros cinco rehenes fueron asesinados en un helicóptero similar.

El helicóptero Bell UH-1H donde murieron Springer, Halfin, Friedman y Berger en la base aérea de Fürstenfeldbruck. Luego de que les disparó, el líder del grupo terrorista arrojó una granada en la aeronave, que estalló y se incendió. Los otros cinco rehenes fueron asesinados en un helicóptero similar.

Por ejemplo, cuando los terroristas pidieron comida, unos efectivos, disfrazados como repartidores, quisieron ingresar al departamento donde estaban los rehenes pero, uno de los captores, les ordenó que dejaran las cajas con los alimentos a unos 10 metros de la puerta, y él las buscó.

También se planificó la Operación Sonnenschein (Brillo solar, o La luz del sol, en alemán, que consistía en tomar por asalto el alojamiento, eliminar a los terroristas y liberar a los rehenes) y, para ello, varios policías, todos vestidos con ropa deportiva y armados con pistolas ametralladoras, trataron de acceder al pabellón donde estaban los terroristas pero –insólitamente– estos los vieron por televisión, ya que varias cadenas locales e internacionales estaban transmitiendo en vivo lo que acontecía en la Villa Olímpica.

Y no solo eso, una multitud se agolpó en el lugar, como si la dramática situación que se atravesaba fuera un espectáculo para ver.

A todo esto y, recién a las 15.35, el Comité Olímpico Internacional –presionado por las duras críticas recibidas por parte de la opinión pública nacional e internacional– decidió suspender el desarrollo de los Juegos. Sí, casi 10 horas después del ataque de los palestinos, que ya habían provocado dos muertos y mantenían nueve rehenes, cuyas vidas pendían de un hilo…

Cerca de las 17, los terroristas exigieron un avión para trasladarse a Egipto. Esta elección se debió a que –estimando seguir negociando en el futuro– se trasladarían a un país árabe con buenas relaciones con Occidente y, a la vez, con Israel.

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Vista aérea de la plataforma de la base de Fürstenfeldbruck, a casi 25 kilómetros al oeste de Munich. Se aprecian los dos helicópteros, uno destruido e incendiado (donde murieron cuatro rehenes), y el otro, donde asesinaron a los cinco restantes. En el tiroteo, también murieron cinco terroristas.

Vista aérea de la plataforma de la base de Fürstenfeldbruck, a casi 25 kilómetros al oeste de Munich. Se aprecian los dos helicópteros, uno destruido e incendiado (donde murieron cuatro rehenes), y el otro, donde asesinaron a los cinco restantes. En el tiroteo, también murieron cinco terroristas.

Inicialmente, el ministro del Interior, Hans-Dietrich Genscher, accedió a este pedido y, el canciller alemán, Willy Brandt, trató de comunicarse con el presidente egipcio, Anwar el-Sadat (con quien no pudo hablar) y, el primer ministro de ese país, Aziz Sedki, adujo que “no prometía nada”.

Lo mismo argumentaron (y se excusaron) otros jefes de estado árabes: absolutamente nadie quería comprarse un gravísimo problema, mucho menos internacional.

Por su parte, Israel se negó a que los rehenes volaran a un país enemigo y, para colmo, la compañía Lufthansa no logró conformar una tripulación para el hipotético vuelo, cuyo destino asomaba como extremadamente incierto.

El rescate que terminó muy mal

Dos helicópteros militares Bell UH-1H transportarían a los terroristas y los rehenes a la base aérea de Fürstenfeldbruck –a casi 25 kilómetros al oeste de Munich–, donde los esperaría un Boeing 727, pero con cinco policías vestidos como tripulantes de la aeronave.

Como se acordó que el líder, Issa, y su segundo, Tony, inspeccionarían el avión, el plan que se elaboró consistía en que los efectivos los reducirían mientras abordaban el B727 y, cinco francotiradores distribuidos en lugares estratégicos del aeropuerto, abatirían a los terroristas restantes en los helicópteros.

“No cuenten con el hecho de que vayamos a El Cairo. Durante el vuelo, nos comunicaremos con nuestro cuartel general y recibiremos instrucciones definitivas sobre nuestro destino. De todas formas, si mañana (por el miércoles 6), a las 8, Israel no cumple con nuestras demandas, fusilaremos a los rehenes en el lugar donde nos encontremos”, adelantó el jefe del comando palestino antes de embarcar en uno de los UH-1H y abandonar la Villa Olímpica. Eran las 22.22.

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Los tres terroristas que irrumpieron en la Villa Olímpica de Munich y sobrevivieron a los enfrentamientos con la policía alemana. De izquierda derecha, Jamal Al-Gashey (cuyo nombre en la operación era Samir), Mohammed Safady (Badran), y Adnan Al-Gashey (Denawi). Recibirían asilo en Libia menos de dos meses después, cuando otra célula de Septiembre Negro secuestró un avión de Lufthansa para exigir que los liberaran.

Los tres terroristas que irrumpieron en la Villa Olímpica de Munich y sobrevivieron a los enfrentamientos con la policía alemana. De izquierda derecha, Jamal Al-Gashey (cuyo nombre en la operación era Samir), Mohammed Safady (Badran), y Adnan Al-Gashey (Denawi). Recibirían asilo en Libia menos de dos meses después, cuando otra célula de Septiembre Negro secuestró un avión de Lufthansa para exigir que los liberaran.

Los helicópteros aterrizaron en Fürstenfeldbruck a las 22.35. Al menos cuatro terroristas bajaron, y dos se acercaron al Boeing 727 de Lufthansa en el que, supuestamente, escaparían. Pero, partir de aquí, absolutamente todo salió muy mal.

Las autoridades alemanas habían decidido impedir a cualquier costo la fuga de los guerrilleros pero, como hasta último momento hubo serias discrepancias en cómo llevar adelante la operación, la misma terminaría en una masacre.

Así, la única orden que se les dio a los francotiradores –armados con fusiles de asalto Heckler & Koch G3, y sin equipos de radio ni de visión nocturna– era la de" abrir fuego en el instante en que consideraran que podían poner, al mismo tiempo, fuera de combate al mayor número de adversarios".

Por eso, cuando los dos palestinos encargados de inspeccionar el Boeing 727 advirtieron que no había pilotos y que todo era un engaño, rápidamente emprendieron el regreso a los UH-1H.

Eran casi las 23 y, en medio de la oscuridad, un disparo abatió a un palestino que estaba apostado al lado de uno de los helicópteros. Los demás francotiradores abrieron fuego y, un segundo terrorista, corrió la misma suerte.

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El por entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, el estadounidense Avery Brundage (foto), y otros miembros del COI resolvieron que el salvaje acto terrorista no condicionaría el desarrollo del certamen y, el miércoles 6 de septiembre por la mañana, cuando se rindió homenaje a los muertos, afirmó: “Los Juegos deben continuar”, lo que ocurrió al día siguiente.

El por entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, el estadounidense Avery Brundage (foto), y otros miembros del COI resolvieron que el salvaje acto terrorista no condicionaría el desarrollo del certamen y, el miércoles 6 de septiembre por la mañana, cuando se rindió homenaje a los muertos, afirmó: “Los Juegos deben continuar”, lo que ocurrió al día siguiente.

Los demás respondieron con sus AK-47 y, un policía alemán apostado en la torre de control, Anton Fliegerbauer, fue alcanzado por un disparo y murió. En medio de ese caos, los pilotos de los helicópteros pudieron escaparse, pero no los rehenes, porque estaban atados.

En tres idiomas (alemán, inglés y árabe), la policía intimó la rendición de los secuestradores hasta que, a la 0.04 del miércoles 6 de septiembre, el líder, Issa, fusiló a cuatro rehenes: Springer, Halfin y Friedman murieron en el acto, mientras que Berger recibió dos disparos en una pierna y habría sobrevivido al ataque inicial, porque su autopsia determinó que murió por inhalación de humo.

Luego, el terrorista lanzó una granada que destruyó el helicóptero, que se incendió con los cuatro israelíes atados en su interior.

Tratando de escapar, el líder Issa corrió por la pista disparando contra la policía, pero fue acribillado por los francotiradores. Otro secuestrador ametralló a los cinco rehenes restantes, que estaban en el otro UH-1H: Gutfreund, Shorr, Slavin, Spitzer y Shapira recibieron no menos de cuatro disparos cada uno.

Todo había terminado y, la masacre de Munich, arrojó un saldo de 17 muertos: 11 israelíes, cinco terroristas palestinos y un policía, mientras que tres miembros de Septiembre Negro sobrevivieron y fueron encarcelados: Mohammed Safady (Badran), Adnan Al-Gashey (Denawi), y Jamal Al-Gashey (Samir).

Aunque inicialmente la información oficial que se brindó indicaba que el operativo de rescate había sido un “éxito”, con el correr de las horas el panorama fue tornándose cada vez más sombrío.

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El miércoles 6 de septiembre, por la mañana, con la bandera olímpica a media asta y con la presencia de 80.000 espectadores y 3000 atletas en el estadio Olímpico, se recordó a los 11 miembros de la delegación israelí asesinados.

El miércoles 6 de septiembre, por la mañana, con la bandera olímpica a media asta y con la presencia de 80.000 espectadores y 3000 atletas en el estadio Olímpico, se recordó a los 11 miembros de la delegación israelí asesinados.

Así, a las 3.24, el periodista estadounidense Jim McKay, de la cadena ABC, que estuvo 16 horas trasmitiendo en vivo todos los hechos, anunció: “Acabo de recibir la última información. Mi padre solía decir que nuestras más grandes esperanzas y nuestros peores temores rara vez se vuelven realidad. Nuestros peores temores se volvieron realidad esta noche. Nos dijeron que había 11 rehenes. Dos fueron asesinados en sus habitaciones esta ma... Ayer por la mañana (sic). Nueve fueron asesinados en el aeropuerto esta noche. Todos murieron”.

Acá no pasó nada: ¡los Juegos continuaron!

La suspensión de las competencias duró poco más de 24 horas. El por entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, el estadounidense Avery Brundage, y otros miembros del COI resolvieron que el acto terrorista no condicionaría el desarrollo del certamen y, ese mismo miércoles 6 de septiembre por la mañana, con la bandera olímpica a media asta y con la presencia de 80.000 espectadores y 3000 atletas en el estadio olímpico, afirmó: “Los Juegos deben continuar”, lo que ocurrió al día siguiente.

El mismo jueves 7 de septiembre, la delegación israelí abandonó Munich bajo estrictas medidas de seguridad, al igual que el contingente egipcio que, temiendo represalias, regresó a su país.

La indiscutida estrella de estos Juegos, el nadador estadounidense Mark Spitz –ganador de siete medallas de oro–, que también es judío, fue trasladado a Londres y quedó bajo custodia de las autoridades británicas ante la posibilidad de que fuera atacado también.

Por su parte, los restos de los cinco terroristas muertos fueron enviados a Libia, por entonces gobernada por Muammar Khadafi, donde fueron recibidos como héroes y sepultados con honores militares.

Menos de dos meses después del ataque en la Villa Olímpica, los tres sobrevivientes fueron liberados de la prisión de Alemania Occidental después de que el vuelo 615 de Lufthansa fuera secuestrado por simpatizantes palestinos de Septiembre Negro que exigieron la liberación de los mismos.

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Los 11 ataúdes con los restos de las víctimas de la masacre de Munich permanecieron en una sinagoga de dicha ciudad hasta el jueves 7 de septiembre, cuando fueron trasladados vía aérea a Israel junto con el resto de la delegación.

Los 11 ataúdes con los restos de las víctimas de la masacre de Munich permanecieron en una sinagoga de dicha ciudad hasta el jueves 7 de septiembre, cuando fueron trasladados vía aérea a Israel junto con el resto de la delegación.

El domingo 29 de octubre de 1972, un Boeing 727-100 de la aerolínea alemana fue secuestrado mientras volaba entre Beirut, El Líbano, y Ankara, Turquía. Las autoridades alemanas accedieron a la demanda –sin informar ni consultar a Israel– y, los tres terroristas, fueron entregados en el aeropuerto de Zagreb (por entonces Yugoslavia). El B727-100 de Lufthansa secuestrado continuó su vuelo hacia Trípoli, Libia, donde Khadafi les concedió asilo a los tres palestinos liberados.

Cómo respondieron los israelíes

Como represalia, Israel lanzó la operación Mivtza Za'am Hael (Cólera de Dios), autorizada por Golda Meir y ejecutada por el Mossad, la agencia nacional de inteligencia del estado judío. El objetivo era buscar “donde sea” en el mundo y ejecutar a quienes hubieran estado involucrados (incluidos los autores ideológicos) en el ataque de los Juegos Olímpicos de Munich y, los apuntados, eran miembros de Septiembre Negro y la OLP.

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Miembros de organizaciones deportivas israelíes forman una guardia de honor frente a los vehículos militares que portan los féretros de las víctimas de la masacre de Munich, durante los servicios fúnebres que se realizaron tras su arribo al aeropuerto Ben Gurión, en la ciudad de Lod, a 15 kilómetros al sureste de Tel Aviv.

Miembros de organizaciones deportivas israelíes forman una guardia de honor frente a los vehículos militares que portan los féretros de las víctimas de la masacre de Munich, durante los servicios fúnebres que se realizaron tras su arribo al aeropuerto Ben Gurión, en la ciudad de Lod, a 15 kilómetros al sureste de Tel Aviv.

Aunque muchos datos todavía permanecen secretos, hasta 1988 el Mossad concretó ejecuciones en Roma, París, Nicosia, Beirut y Atenas. Al que Israel consideraba como autor intelectual de la masacre de Munich, el palestino Ali Hassan Salameh –uno de los más importantes líderes de Septiembre Negro– lo rastrearon y siguieron por Noruega, Suiza y España hasta que, el 22 de enero de 1979, le dieron muerte en Beirut al hacer explotar la camioneta donde se trasladaba.

El recuerdo y el legado

A más de medio siglo de la masacre, ya poco importan las gravísimas fallas de seguridad en la Villa Olímpica y que el mal manejo de la situación –y pésima ejecución del plan de rescate– haya terminado con 11 atletas judíos asesinados; como también que el COI recién los haya homenajeado con un minuto de silencio en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, ¡en 2016!

Tampoco las distintas indemnizaciones que percibieron los deudos de las víctimas a lo largo de estos años (según anunció el gobierno alemán en agosto de 2022, se acordó con los familiares una nueva reparación de 28 millones de euros), y que para que el mundo conociera qué pasó en 1972, el laureado director Steven Spielberg realizara el film Munich, estrenado el 23 de diciembre de 2005.

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El 6 de septiembre de 2017, cuando se cumplieron 45 años de la masacre y, con la presencia del presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier; el de Israel, Reuven Rivlin; el del COI, el alemán Thomas Bach, y familiares de las víctimas, se inauguró en la Villa Olímpica de Munich un memorial con las biografías y fotos de los atletas asesinados, con textos en alemán, hebreo e inglés.

El 6 de septiembre de 2017, cuando se cumplieron 45 años de la masacre y, con la presencia del presidente de Alemania, Frank-Walter Steinmeier; el de Israel, Reuven Rivlin; el del COI, el alemán Thomas Bach, y familiares de las víctimas, se inauguró en la Villa Olímpica de Munich un memorial con las biografías y fotos de los atletas asesinados, con textos en alemán, hebreo e inglés.

El pasado es inmodificable y nada devolverá las vidas perdidas. Pero, de cara al futuro y como mensaje para las generaciones venideras, cabe preguntarse qué se hizo y qué se está haciendo para que un baño de sangre como el que se produjo hace más de cinco décadas no se repita nunca jamás.

Y, además, bregar incansablemente para que la máxima cita deportiva mundial, como lo es un Juego Olímpico, sea el puente idóneo que una a todos, sin distinción de razas, y no el medio para que un grupo de fanáticos siembren el terror y maten a sangre fría en nombre de su Dios.