Así, un negro de solo 22 años sería la gran estrella en Berlín 1936 al coronarse en los 100, 200 y la posta 4x100 metros llanos, además de salto en largo, con récords olímpicos y mundiales incluidos.
Es más: el propio público alemán, rendido ante su inmenso talento, le pedía autógrafos y aplaudió con respeto e hidalguía todas sus conquistas deportivas.
Pero tras haber alcanzado la cima, volvió a los Estados Unidos esperando un reconocimiento por parte de su gobierno que nunca llegó porque, por entonces, los afroamericanos no tenían los mismos derechos que la población blanca.
Incuso, el presidente Franklin Delano Roosevelt nunca lo recibió en la Casa Blanca porque aspiraba a conseguir los votos de la población sureña, abiertamente racista. Ni siquiera lo felicitó por escrito.
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El 25 de mayo de 1935 y, en el meeting Big Ten, desarrollado en el Ferry Field de Ann Arbo, Michigan, Jesse Owens estableció cuatro récords mundiales de atletismo en solo 45 minutos, hecho único que pasó a la historia como el Día de días.
¿Más humillaciones? Tras el desfile en honor a los campeones olímpicos que se realizó en Nueva York, no se le permitió entrar en el hotel Waldorf Astoria por la puerta principal, y tuvo que llegar al lobby del mismo en un montacargas.
Su momento de gloria había quedado atrás y, para poder comer, además de distintos trabajos, llegó a "vender" sus veloces piernas en espectáculos en los que corría contra un caballo, un perro o un auto.
Pero se reinventó y comenzó a impartir charlas motivacionales en distintas escuelas, haciendo hincapié en su brillante pasado olímpico a modo de inspiración para las generaciones futuras y, además, abogando por la igualdad de derechos y oportunidades para sus hermanos de raza.
Paulatinamente, fueron reconociendo sus extraordinarios logros –que serían igualados recién en 1984– y, así, se hizo absoluta y estricta justicia con Jesse Owens, un formidable deportista, considerado como uno de los mejores del siglo XX, y que superó todos y cada uno de los obstáculos que la segregación racial puso en su camino.
Creció en la pobreza
James Cleveland Owens nació en Oakville, Alabama, el 12 de septiembre de 1913. Nieto de esclavos, fue el séptimo hijo de Henry Cleveland Owens, un humilde trabajador rural, y Mary Emma Fitzgerald, quien ayudaba a su marido con las distintas tareas del campo.
En su infancia, su salud fue frágil y, la falta de recursos de sus padres, agravaba la situación. A los 5 años, desarrolló una gran protuberancia fibrosa en el pecho –del tamaño de una pelota de golf– y, al no poder pagar a un médico para que se la extirpara, sus padres decidieron realizar la cirugía (por así llamarla) por su cuenta.
Mientras el pequeño Jesse lloraba mientras mordía con fuerza una correa de cuero, su madre usó un cuchillo de cocina esterilizado para quitársela.
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Owens fue padre en 1932, a los 19 años, cuando nació su primera hija, Gloria, fruto de su relación con Minnie Ruth Solomon –su novia de la secundaria–, con quien se casó el 5 de diciembre de 1935 (foto) y que lo acompañaría hasta el último de sus días. Tuvieron dos hijas más: Marlene, nacida en 1937, y Beverly, nacida en 1940.
A los 7, una fuerte neumonía puso su vida en peligro, pero también la superó y, años después, Owens reconocería que esta y otras tantas pruebas fueron formando su carácter para no rendirse ante nada ni nadie. Igual, trabajaba de sol a sol junto con sus hermanos en los campos de algodón.
En su primer día en la escuela primaria Bolton, de Cleveland, donde su familia se había mudado cuando tenía 9 años, el maestro escuchó mal su acento de Alabama y pensó que dijo que su nombre era "Jesse" en lugar de "JC", como lo apodaban. Como era demasiado tímido para corregirlo, a partir de ese momento sería "Jesse" por el resto de su vida.
Trascendió merced al deporte
Como era muy delgado, sus compañeros de clase lo dejaban de lado en los juegos y, para no aburrirse, Jesse daba vueltas y vueltas a la cancha de béisbol. Fue en ese marco cuando su profesor de Educación Física, Charles Ripley, lo vio correr y se maravilló por las condiciones que evidenciaba su alumno.
Así, Jesse encontraría en el deporte una válvula de escape a su condición de negro (y encima pobre), que tantos problemas significaban en los Estados Unidos de entonces.
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En los de Berlín 1936, Jesse Owens fue el primer atleta de su país –y afroamericano– que ganó cuatro oros en un mismo Juego Olímpico, una extraordinaria actuación que recién sería igualada en 1984 por otro moreno, Carl Lewis, en los de Los Angeles.
Su prometedora carrera atlética comenzó en 1928 en Cleveland, donde estableció récords en la escuela secundaria Fairmount Junior al superar 1,82 metro en salto en alto, y alcanzar los 7 metros en salto en largo.
Owens fue padre en 1932, a los 19 años, cuando nació su primera hija, Gloria, fruto de su relación con Minnie Ruth Solomon –su novia de la secundaria–, con quien se casó el 5 de diciembre de 1935 y que lo acompañaría hasta el último de sus días. Tuvieron dos hijas más: Marlene, nacida en 1937, y Beverly, nacida en 1940.
Ya como estudiante de la secundaria East Technical de Cleveland, llamó la atención del atletismo estadounidense al igualar el récord mundial de 9”4/10 en las 100 yardas (91,44 metros), y registrar el nuevo de salto en largo, de 7,56 metros, en el Campeonato Nacional de Escuelas Secundarias de 1933, en Chicago. No solo eso: también estableció una nueva marca universal en las 220 yardas (201,16 metros), con 20”7/10.
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El 4 de agosto de 1936, Owens ganó el oro en salto en largo, con 8,06 metros (plusmarca que recién sería superada en 1960). Para alzarse con su segunda presea dorada en Berlín, contó con la invalorable ayuda del alemán Carl Ludwig (Luz) Long (foto), quien le indicó el mejor lugar para saltar, señalándoselo con su propio buzo.
Los brillantes logros en el atletismo durante su secundaria de hicieron que varias universidades le ofrecieron sumarse a las mismas. Owens eligió la Ohio State University (OSU, o Universidad Estatal de Ohio), pero no recibió una beca. Por ello, para pagarse sus estudios debió trabajar como ascensorista nocturno, mozo, playero en una estación de servicio y en una biblioteca.
Integró el equipo Ohio State Buckeyes y, por su velocidad, lo apodaron Buckeye Bullet (La bala de los Buckeye). Entrenado por Larry Snyder, ganó ocho campeonatos de la National Collegiate Athletic Association (NCAA, o Asociación Atlética Universitaria Nacional), cuatro en 1935 y otros tantos en 1936.
Aunque fue el primer negro elegido capitán de un equipo universitario de la Ohio State, por su diferente color de piel tuvo que vivir fuera del campus con otros atletas afroamericanos.
Cuando viajaba con el equipo, debía llevar su vianda o comer en restaurantes "solo para negros", y hospedarse en hoteles exclusivos para gente de color.
El Día de días
El 25 de mayo de 1935 y, en otra muestra de su sostenido crecimiento, Jesse estableció cuatro récords mundiales de atletismo, hecho único que pasó a la historia como el Día de días. En solo 45 minutos y, sobreponiéndose a un fuerte dolor de espalda –provocado por haberse caído de unas escaleras días antes–, rompió todos los cronómetros en el meeting Big Ten, desarrollado en el Ferry Field de Ann Arbo, Michigan.
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El podio de la prueba de salto en largo de los Juegos de Berlín 1936, con Jesse Owens en lo más alto, escoltado por el alemán Luz Long (medalla de plata con 7,87 metros), y el japonés Naoto Tajima (bronce, con 7,74).
Owens igualó nuevamente el récord mundial de las 100 yardas, con 9”4/10, y marcó tres nuevos: el de salto en largo, con 8,13 metros (plusmarca que estaría vigente durante los siguientes 25 años); en el de las 220 yardas, con 20”3/10, y el de las 220 yardas con vallas bajas, con 22”6/10, convirtiéndose así en el primer atleta en quebrar la barrera de los 23 segundos.
Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936
Owens viajó hacia Alemania con el equipo de los Estados Unidos embarcado en el SS Manhattan y, una vez arribados, ultimó detalles de su entrenamiento para las competencias en las que participaría en los Juegos Olímpicos de Berlín, que organizaría el régimen de Adolf Hitler.
Sus récords mundiales despertaban admiración y, además, lo posicionaban como uno de los candidatos a la victoria en las pruebas que disputaría. Por eso, Owens se convertiría en el primer afroamericano que competiría con el patrocino de una marca que, con el tiempo, sería una de las más famosas e importantes del mundo.
El zapatero alemán Adolf (Adi) Dassler vio los Juegos Olímpicos de Berlín como una inmejorable oportunidad para lanzar su humilde negocio de calzado deportivo y, además de los atletas alemanes, logró que Owens también compitiera con sus zapatos deportivos de cuero –los Gebrüder Dassler Schuhfabrik–, hechos a mano, y con clavos extra largos. Los resonantes triunfos del estadounidense ayudarían a lanzar su negocio y, una década más tarde, Dassler fundaría su propia empresa: Adidas.
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El 5 de agosto de 1936, Owens conquistó su tercer oro en los Juegos Olímpicos de Berlín en los 200 metros llanos, con un registro de 20”7/10 (récord mundial). Lo escoltaron su compatriota Mack Robinson (plata, con 21”1/10), y el holandés Tinus Osendarp (bronce, con 21”3/10).
El 3 de agosto, Owens ganó su primera medalla de oro, al imponerse en los 100 metros llanos, con un tiempo de 10”3/10 y, al día siguiente, hizo lo propio en salto en largo, con 8,06 metros (plusmarca que recién sería superada en 1960).
Para alzarse con su segunda presea dorada, contó con la invalorable ayuda del alemán Carl Ludwig (Luz) Long, quien le indicó el mejor lugar para saltar, y señalándoselo con su propio buzo.
Long ganó la medalla de plata, con 7,87 metros, y cultivó una muy buena amistad con Owens quien, años después, lloraría amargamente al enterarse de la muerte del alemán, que se produjo el 14 de julio de 1943, en Sicilia, integrando la Wehrmacht, en plena II Guerra Mundial. El atleta germano tenía 30 años.
“Le gané la prueba porque así es el deporte. Fue el primero en felicitarme y, cuando nos abrazamos, las 100.000 personas que había en el estadio nos ovacionaron”, evocaría Jesse años después sobre su relación con Long.
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El 9 de agosto, Owens ganó su cuarto y último oro en Berlín 1936 integrando la posta 4x100 metros de los Estados Unidos, que marcó un nuevo récord mundial con 39”8/10. Desde la izquierda, Jesse Owens, Ralph Metcalfe, Foy Draper y Frank Wykoff.
El 5 de agosto, Owens conquistó su tercer oro en los 200 metros llanos, con un registro de 20”7/10 (récord mundial) y, el 9, ganó el cuarto en la posta de 4x100 metros. Para esta carrera, el jefe de entrenadores, Lawson Robertson, reemplazó a los velocistas judíos Marty Glickman y Sam Stoller por Owens y Ralph Metcalfe, respectivamente, y que conformaron el relevo con Frank Wykoff y Foy Draper. Además del triunfo, el equipo estadounidense marcó un nuevo récord mundial, con 39”8/10.
Así, Jesse fue el primer atleta de su país –y afroamericano– que ganó cuatro oros en un mismo Juego Olímpico, una extraordinaria actuación que recién sería igualada en 1984 por otro moreno, Carl Lewis, en los de Los Angeles.
El falso mito del “desaire” de Hitler
Los Juegos de Berlín 1936 se inauguraron el 1 de agosto y, en esa jornada, Adolf Hitler únicamente les dio la mano a los atletas alemanes que vencieron en sus respectivas disciplinas y se retiró del imponente estadio Olímpico.
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Al regresar de los Juegos de Berlín, Owens debió salir a buscar un trabajo para mantener a su familia. Para ello, hasta llegó a participar en carreras contra caballos, a cambio de 50 dólares. Esta foto se tomó en el Tropical Park de La Habana, Cuba, el 26 de diciembre de 1936.
Por eso, el por entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, el belga Henri de Baillet-Latour, insistió en que saludara a todos los medallistas o, directamente, a ninguno; finalmente, Hitler adoptó la última resolución y no entregaría ninguna presea en todos los Juegos.
Al día siguiente, Cornelius Johnson (que también era negro) ganó el oro en salto en alto, con 2,03 metros, nuevo récord olímpico. Como quedó dicho, Hitler no felicitó públicamente a nadie, pero el diario neoyorquino Daily Worker afirmó que “(Hitler) recibió a todos los ganadores excepto a Johnson, y abandonó el estadio como un «desaire deliberado» después de ver el salto ganador del estadounidense”.
Posteriormente, a Hitler también le achacaron que no reconoció ninguno de los cuatro oros de Owens, ni de estrecharle la mano, por lo que Jesse afirmó: “Hitler tenía un tiempo determinado para llegar al estadio y un tiempo determinado para irse. Ocurrió que tuvo que irse antes de la ceremonia de la victoria después de los 100 metros. Pero antes de que se fuera, pasé cerca de su palco. Me saludó y yo le devolví el saludo”.
Aclarado el punto, cabe destacar que al líder nazi no le hizo la más mínima gracia las conquistas de un atleta negro en “sus” Juegos Olímpicos. Jamás pudo digerir que un afroamericano ocupara el escalón más alto del podio, relegando a un blanco, rubio y de ojos azules (por ejemplo, Luz Long), símbolo de la raza aria, que Hitler y su régimen pregonaban como la perfecta e ideal, y que estaba por encima de todas las demás.
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Jesse Owens con las cuatro medallas de oro que conquistó en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Las pruebas que ganó en Alemania fueron la de los 100, 200 y posta 4x100 metros llanos, y salto en largo.
Con sus poderosas piernas que lo hacían correr como una locomotora, un humilde negro de Alabama, de apenas 22 años, había hecho trizas este postulado nazi en unos Juegos que se habían organizado, precisamente, para explotar –y difundir– al máximo las supuestas bondades del nacionalsocialismo.
El amargo regreso a casa
Durante su estadía en Alemania, a Owens se le permitió hospedarse en los mismos hoteles que los blancos, lo que no podía hacer en su país. Como los atletas no podían ser profesionales, no recibían ni un centavo de un formidable negocio que se estaba gestando: en este contexto, a Jesse lo obligaron a participar en varias competencias y exhibiciones a lo largo de Europa.
Quien organizaba la gira (y negociaba los importantes ingresos de la misma) era el ambicioso Avery Brundage, titular del Comité Olímpico Estadounidense –y a quien Owens no le caía nada bien– y que, entre 1952 y 1972, presidiría el COI.
Como hacía meses que Owens estaba de gira gratis por Europa, lejos de su casa y su familia, un día se negó a participar de una exhibición en Suecia y, Brundage, lo sancionó muy duramente: lo suspendió de por vida y, así, la carrera de Jesse terminó a los 23 años.
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En 1955, el presidente republicano Dwight D. Eisenhower nombró a Owens –que tenía 42 años–, como embajador de Buena Voluntad con un sueldo anual de 75.000 dólares, y viajó por la India (foto), Filipinas y Malasia para promover el ejercicio físico, entrenando a atletas de dichos países.
De regreso a su país, los negros lo veían como un símbolo de su raza y, los blancos, como el estadounidense que le causó un muy mal momento (en realidad fueron cuatro) al mismísimo Führer.
Pero, tras el desfile de bienvenida que se realizó en Nueva York, el tetracampeón olímpico sufrió una nueva humillación: no se le permitió entrar por la puerta principal del hotel Waldorf Astoria, por lo que fue obligado a acceder al lobby del mismo –donde se había organizado una recepción en su honor– en un montacargas…
La discriminación seguí vivita y coleando. El presidente estadounidense, Frankiln Delano Roosevelt, nunca invitó a Owens a la Casa Blanca ni reconoció sus triunfos. El mandatario, interesado por captar los votos de los estados del sur, todavía marcados por el racismo y la esclavitud, evitó cualquier evento que le pudiese significar un costo político como, por ejemplo, la foto con un negro, por más campeón olímpico que fuera.
“Cuando volví a mi país, después de todas las historias sobre Hitler, no pude viajar en la parte delantera del ómnibus (como sí hacían los blancos). Volví a la puerta de atrás. No podía vivir donde quería. No fui invitado a estrechar la mano de Hitler, pero tampoco fui invitado a la Casa Blanca a darle la mano al presidente. Hitler no me desairó, él (por Roosevelt) fue quien me desairó. Ni siquiera me envió un telegrama”, declaró Jesse meses después de los Juegos.
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El 5 de agosto de 1976 –cuando se cumplieron 40 años del tercer oro que ganó en Berlín, que fue en los 200 metros llanos–, Gerald Ford le entregó en la Casa Blanca la Presidential Medal of Freedom (Medalla Presidencial de la Libertad), la más alta distinción otorgada a un civil en los Estados Unidos.
Owens debió salir a buscar un trabajo para mantener a su familia, y hasta llegó a participar en carreras contra perros, autos e, incluso, caballos, a cambio de 50 dólares. “La gente decía que era degradante que un campeón olímpico corriera contra un caballo. Pero ¿qué se suponía que debía hacer? Tuve cuatro medallas de oro, pero no te podés comer cuatro medallas de oro”. Tenía toda la razón.
Y, sobre la falta de oportunidades, agregó: "En esa época no había televisión, ni grandes anuncios, ni patrocinadores. No para un hombre negro, por lo menos".
En 1938, le propusieron participar en el negocio de una lavandería. Pero Owens, que prestó su nombre para la misma, fue estafado y terminó afrontando una deuda de 50.000 dólares, por lo que tuvo que vender una casa que tenía en Chicago para pagarla
Las distinciones, y sus últimos años
Paulatinamente, el reconocimiento a su figura fue creciendo y recuperándose. En 1955, el presidente republicano Dwight D. Eisenhower lo nombró como embajador de Buena Voluntad con un sueldo anual de 75.000 dólares, y viajó por la India, Filipinas y Malasia para promover el ejercicio físico, entrenando a atletas de dichos países.
A finales de esa década, dejó este cargo y comenzó a brindar charlas motivacionales. Las mismas tuvieron como destinatarios a jóvenes, organizaciones profesionales y eclesiásticas, programas de historia de los afroamericanos, y escuelas secundarias y universidades, repasando sus logros olímpicos para inspirar a las nuevas generaciones.
También fue representante de Relaciones Públicas y consultor de distintas corporaciones, incluidas Atlantic Richfield, Ford Motor Company y el Comité Olímpico estadounidense.
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Jesse Owens murió el 31 de marzo de 1980 en Tucson, Arizona, debido a un cáncer de pulmón. El formidable tetracampeón olímpico tenía 66 años y, sus restos, descansan junto a un lago en el cementerio de Oak Woods, en Chicago.
El 5 de agosto de 1976 –cuando se cumplieron 40 años del tercer oro que ganó en Berlín, que fue en los 200 metros llanos–, Gerald Ford le entregó en la Casa Blanca la Presidential Medal of Freedom (Medalla Presidencial de la Libertad), la más alta distinción otorgada a un civil en los Estados Unidos.
En diciembre de 1979, le diagnosticaron un tipo de cáncer de pulmón extremadamente agresivo. Owens, quien comenzó a fumar desde que tenía 32 años, murió el 31 de marzo de 1980 en Tucson, Arizona.
Tenía 66 años y, sus restos, descansan junto a un lago en el cementerio de Oak Woods, en Chicago.
Al conocerse la noticia de la muerte del tetracampeón olímpico, la familia recibió distintas donaciones y, con dichos fondos, su viuda –quien fallecería el 27 de junio de 2001, en Chicago– abrió la Fundación Jesse Owens, destinada a ayudar económicamente a jóvenes deportistas sin recursos.
A pesar de que el presidente Jimmy Carter había rechazado el pedido de Owens de que los Estados Unidos no boicotearan los Juegos de Moscú de 1980, le dedicó un sentido tributo donde elogió su grandeza y cómo representó el espíritu olímpico hasta convertirse en una leyenda, cuyo legado llega hasta nuestros días: "Quizá ningún atleta simbolizó mejor la lucha humana contra la tiranía, la pobreza y el fanatismo racial".