Redacción Aire Digital
Todo empezó por los famosos canales de Marte… El astrónomo estadounidense, Percival Lowell, fue el principal defensor de esta idea a finales del siglo XIX. Se trata de líneas que varios astrónomos han creído ver en la superficie del planeta rojo y sostenían que habían sido trazadas por seres inteligentes. Fueron descritas antes por el científico italiano Giovanni Schiaparelli. Lowell decía que eran canales para llevar el agua desde los cascos polares del planeta hasta las regiones más desérticas.
Rápidamente, la idea de la existencia de seres extraterrestres empezó a cobrar popularidad en el mundo. Sin embargo, desde la época de los griegos en la antigüedad, la humanidad ya especulaba con la posible existencia de otras civilizaciones en el cosmos.
La idea de Schiaparelli se vino abajo gracias a observaciones realizadas con telescopios más potentes por los astrónomos europeos, José Comas y Solá y Eugène Antoniadi, a principios del siglo XX. Estas demostraron que, aunque realmente existían ciertos accidentes geográficos en Marte, no compartían características que indicaran la construcción artificial descritas por el italiano.
En 1947 estas teorías acerca de la existencia de extraterrestres volvió a cobrar fuerza luego de que el piloto estadounidense Kenneth Arnold declarara que el 24 de junio de ese año, mientras volaba por la cordillera de las Cascadas, en el estado de Washington, en Estados Unidos, vio a un objeto parecido a un boomerang volar a unos 1.300 kilómetros por hora, desafío imposible para la época.
Cuando el piloto quiso dar aviso al Buró Federal de Investigaciones (FBI), no encontró a nadie en las oficinas y recurrió a un periodista. Le explicó que los objetos que vio en el cielo tenían forma de boomerang y dijo que sus movimientos eran como el que hacen las piedras cuando rebotan sobre el agua. El periodista confundió la forma en la que se movían los objetos con la forma de los objetos. Poco tiempo después, Arnold aclaró en una entrevista para la CBS, que lo que quiso decir era que “se movían como piedras en el agua” y no que “eran como piedras en el agua”.Es por esto que las primeras “naves espaciales alienígenas” llevaron el nombre de Platillos Voladores.
La discusión sobre si existen otras civilizaciones en la inmensidad del Universo es un tema que tuvo sus idas y vueltas y que continúa caliente en la actualidad.
La carrera espacial que protagonizaron poco tiempo después, durante la Guerra Fría, Estados Unidos y la Unión Soviética, reforzó las historias espaciales y la curiosidad por explorar el Universo. En ese contexto, hubo muchos científicos de renombre que influyeron en los proyectos de investigación, como el ruso Serguei Koroliov y el alemán Wernher von Braun.
La figura del famoso científico estadounidense Carl Sagan, recogió la sorpresa de los protagonistas de este enfrentamiento respecto al interés del público por el tema espacial. Unos años después de comenzar las primeras pruebas con misiles balísticos, los soviéticos demostraron que se podía llegar al espacio exterior con el Sputnik 1.
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Sagan contribuyó al diseño y conducción del programa Mariner, con el que la idea de la existencia de marcianos quedaría en descanso. Este programa llevaba a la sonda espacial Mariner 9 a explorar Marte. La nave llegó a su destino el 13 de noviembre de 1971, convirtiéndose en la primera nave espacial que orbitó otro planeta.
El científico americano se convirtió en un referente de la astronomía en el mundo y la investigación de la vida en otros rincones del cosmos.
“Nuestro planeta es una solitaria mancha en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida”, escribió en uno de sus tantos famosos libros.
Para el astrónomo, la posible existencia de seres inteligentes, más allá de la especie humana que habita este planeta, es un mito contemporáneo que comenzó por esta época.
Cuando el tema estaba candente en aquellos años, un matrimonio estadounidense lanzó una “bomba” a los medios de comunicación.
Betty y Barney Hill alcanzaron la fama al afirmar que habían sido secuestrados por supuestos seres alienígenas entre el 19 y el 20 de septiembre de 1961. Su historia fue el primer caso ampliamente publicitado de un supuesto secuestro extraterrestre, adaptado en el libro El Viaje Interrumpido, publicado en 1966, y en una posterior película.
Más allá del testimonio de la pareja y los exámenes médicos a los que los sometieron durante años, la idea de la llegada de seres de otros rincones del cosmos hasta la Tierra no ha encontrado sustento científico por la falta de elementos que no tengan una explicación física. Como afirma Carl Sagan, la ciencia es la luz en la oscuridad. Ayuda a distinguir entre ideas que son consideradas válidas e ideas consideradas pseudociencia, como se consideró al caso de los Hill y se considera a la la hipótesis de los alienígenas ancestrales.
Esta idea sostiene que seres extraterrestres ya visitaron el planeta Tierra y que fueron responsables del origen y desarrollo de las culturas humanas, las tecnologías y las religiones. Sin embargo, esta hipótesis está basada en suposiciones.
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Todas las observaciones en el cielo que han hecho a los humanos sospechar de una nave alienígena fueron archivadas en el Proyecto Libro Azul, una serie de estudios sobre Objetos Voladores No Identificados (Ovnis) por parte de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos (Usaf). Pero ninguna de estas observaciones pudo ser corroborada, ya que siempre se trataron de fenómenos naturales, anomalías atmosféricas, aviones o fraude.
Pero como todo en la ciencia es cuestión de probabilidades, la idea de la existencia de una civilización asentada en algún rincón del cosmos, que tiene 13.800 millones de años, no puede ser descartada. Podríamos estar o no solos en el Universo. Ambas ideas, si se piensa un rato, resultan aterradoras.
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