Para producir una hamburguesa se necesitan más de 2.500 litros de agua, señala un informe de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de 2013 y que no trascendió demasiado, pese a los datos reveladores. Las principales premisas de la investigación fueron tomadas por los cineastas Kip Andersen y Keegan Kuhn para la realización del documental Cowspiracy -juego de palabras en inglés entre cows (vacas) y conspiration (conspiración)- fue llevado a la plataforma de streaming Netflix con la producción de Leonardo DiCaprio. Partiendo de datos que alertan sobre la contaminación que genera la ganadería en el mundo, la cinta cuestiona el papel de las organizaciones ambientalistas y recuerda lo crucial que puede ser para el planeta reducir el consumo de carne.
El documental grabado en 2014 y disponible en Netflix, tiene como protagonista al mismo Andersen, quien conmovido por el informe de la FAO (Food And Agriculture Organization), organismo parte de las Naciones Unidas, se pregunta por qué los principales grupos ambientalistas como Greenpeace y Oceana, entre otros, no señalan a la ganadería como una de las principales causas del calentamiento global.
En definitiva, Andersen y su equipo terminan por concluir que apuntar contra la carne significaría para estas organizaciones cavar su propia tumba. “Buscan maximizar el número de contribuyentes -dice Michael Pollan, escritor, periodista y profesor de la Universidad de Harvard-, y si son identificados como opositores a la carne o que desafían los hábitos cotidianos de la gente, afectará sus colectas de fondos”, advierte el experto en Cowspiracy.
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También es claro que la concentración de poder del sector es determinante. Los principales empresarios y productores ganaderos de Estados Unidos orientan las políticas federales de producción alimentaria emanadas del Comité de Agricultura del Senado, denuncia el documental, situación que se repetiría en los países ganaderos más importantes.
Lo que los grandes grupos ambientalistas quieran o no mostrar, es puesto nuevamente en debate desde el salto del documental a la popular plataforma Netflix, que alcanzó en 2020 los 200 millones de suscriptores.
¿Quién tiene "la vaca atada"?
La ganadería contamina más que los sistemas de transporte del mundo. Las industrias cárnica y láctea producen más gases de efecto invernadero -gases que calientan la temperatura de la atmósfera- que todos los escapes de autos, camiones, trenes, barcos y aviones.
La FAO explica que las vacas y otros animales de granja producen una importante cantidad del gas metano en su proceso digestivo, que es volcado al ambiente a través de sus desechos. El gas metano del ganado es 86 veces más destructivo que el dióxido de carbono vehicular. Pero hay más. El ganado no solo afecta fuertemente el calentamiento global, sino que también es la principal causa del consumo de recursos y de la degradación ambiental de hoy en día.
La crianza de animales para la alimentación humana es responsable del 30% del consumo mundial del agua, ocupa hasta un 45% de la tierra del planeta y es responsable del 91% de la destrucción de la Amazonia brasileña, con los graves efectos colaterales que conlleva, como la desaparición de especies animales por la destrucción de hábitats, inundaciones y sequías extremas.
Es decir que, mientras las organizaciones ambientalistas mundiales mencionan a la quema de combustibles fósiles como la responsable de la devastación del planeta y hacen hincapié en el ahorro doméstico de los recursos naturales, la crianza de ganado consume sólo en Estados Unidos (principal productor de carne de res del mundo) unos 1.280 billones de litros de agua gracias a la producción de granos con los que estos animales son alimentados. Un sachet de leche de un litro necesita más de 1.000 litros de agua para su producción.
La huella hídrica de la industria ganadera es impactante, siendo la responsable del 51% del cambio climático de origen humano, según expertos del Banco Mundial a los que se hace referencia en el documental Cowspiracy.
¿Y por casa?
Argentina es una de las potencias ganaderas. En el viejo “granero del mundo” hay más ganado que personas.
Según el Inventario Nacional de Gases de Efecto Invernadero (GEI) del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Nación, había 52 millones de bovinos (vacas, cerdos, aves y otros animales destinados al consumo humano) en 2016 y 43 millones de argentinos en ese mismo año.
El gráfico -actualizado en 2019- de las emisiones de gases de efecto invernadero tiene al sector ganadero como el principal causante 21,6% de las emisiones totales. Le sigue, con un porcentaje mucho menor, el Transporte (13,8%).
Cuestión de oferta y demanda
No. La solución no es salir a matar vacas. La Organización de las Naciones Unidas plantea la importancia de reducir el consumo de carne, reduciendo así la demanda al sector y la cantidad de ganado. En definitiva, lograr un consumo consciente y responsable.
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Ese consumo consciente hace referencia no solo al plato de uno mismo. En 2020 el número de pobres en el mundo ascendió a casi 210 millones, mientras que “el 50% de los granos que cultivamos en el mundo se los damos a los animales de granja”, según dice en Cowspiracy el labrador estadounidense, activista y escritor Howard Lyman. La ecuación es simple. Disminuir la demanda al sector ganadero disminuirá la cantidad de gases de efecto invernadero y la cantidad de áreas deforestadas, mientras que permitirá alimentar bocas humanas hambrientas.
El documental plantea que la bandera verde que tanto se alza en estos tiempos de consciencia ecológica no puede mirar de soslayo lo que pasa en el campo, lejos de los grandes ciudades. Lyman concluye: “No puedes ser ambientalista y comer productos animales. Punto”.
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