Es común escuchar quejas de productores y jefes comunales de las zonas agrícolas de la provincia en relación al estado de los caminos rurales, todo un sistema de conexión entre campos y pueblos que se extiende por miles de kilómetros que ocupa (si se tiene en cuenta el ancho total de alambrado a alambrado) una superficie de tierra considerable.
En las últimas décadas, la consolidación de un nuevo patrón de clima con lluvias más intensas, sumado a los problemas de erosión del suelo agrícola, pusieron el eje de atención en la forma de mantener esta red de caminos, clave para sacar la producción pero al mismo tiempo parte del problema.
Así lo entiende el ingeniero civil Carlos Casali, con 30 años de experiencia en el terreno y jefe de la zona Rosario de la Dirección Provincial de Vialidad, quien a instancias de las observaciones y el estudio de campo del ingeniero agrónomo Daniel Costa preparó un plan de manejo sustentable de la red de caminos rurales que implica un cambio de paradigma en su conservación y mantenimiento.
Nuevos escenarios, nuevos problemas
En un proyecto que los dos profesionales ya están presentando ante dirigentes políticos y agropecuarios de la provincia, se explica que tanto las áreas productivas como las viales “están expuestas a fenómenos climáticos con episodios cada vez más extremos tanto en cantidad como intensidad de precipitaciones, inundaciones, sequías y vientos intensos”.
Este nuevo patrón climático se encuentra con suelos menos absorbentes como consecuencia del mal manejo productivo: “El entorno productivo se modificó en las últimas décadas y como consecuencia disminuyó la capacidad de infiltración, retención y consumo de agua por cultivos en el suelo”.
Entonces: por un lado las zonas de camino (entre alambrados) reciben mayor volumen de agua por las lluvias más intensas. Por otra parte, eso se agrava por la menor capacidad de retención de agua del área productiva con predominancia de cultivos anuales. El todo se traduce en caminos saturados de agua que cada vez se hunden más y son, por lo tanto, más difíciles de mantener.
Un sistema vetusto
¿Cómo se puede revertir este proceso en el cual, aun aquellos caminos que tienen mantenimiento, muestran problemas estructurales que no se están resolviendo?
Casali realizó un análisis de las acciones “clásicas” de mantenimiento de los últimos 60 años, que incluyen: borrado de huellas, repaso y reconstrucción, todas estrategias que “se vienen ejecutando maquinalmente”. “La valoración que se hace es la velocidad a la que llegan los equipos viales”, una valoración “instantánea y muy limitada” que no toma en cuenta un dato de la realidad: si bien cuando se trazaron los caminos las calzadas estaban al mismo nivel que los campos linderos, hoy muchos están hundidos en algunos casos varios metros. “Los estamos deprimiendo entre 1 y 2 centímetros promedio por año con nuestro sistema de ‘mantenimiento’”, señaló.
En resumen, los pilares fundamentales del sistema actual del manejo de los caminos rurales son: remoción frecuente y masiva de cuneta a cuneta, ausencia de cobertura vegetal, ausencia de banquinas, desagües preponderantemente en V (más erosivo), zona de veredas (entre cunetas y alambrados) a merced del criterio de cada productor frentista. “Si se someten estas prácticas a una evaluación de impacto ambiental seguramente no pasarán el examen” razonó Casali.
Un manejo sustentable (y rentable)
En definitiva, lo que Casali y Costa proponen incluye veredas que funcionen como corredores rurales o de biodiversidad que deben dejarse desarrollar con vegetación espontánea. “Son biorefugios que consumen agua y fijan el suelo. No deben ser fumigados por los productores frentistas ni removidos por organismos estatales”, explicaron.
Eso debe ir acompañado de cunetas empastadas con un diseño que tienda a ser cóncavo para disminuir la velocidad del agua. “La vegetación evita la erosión hídrica y posibilita que las cunetas tengan mayor capacidad de infiltración y retención de agua” dijeron los especialistas.
La propuesta de Casali y Costa incluye veredas con vegetación espontánea, cunetas empastadas y cóncavas y banquinas con pastos.
Las banquinas también deben estar empastadas ya que la vegetación disminuye la velocidad del agua y escurre sin arrastre de suelos, principal causa de que los caminos estén cada vez más deprimidos.
Finalmente, el gasto en equipos viales disminuye drásticamente con esta propuesta, que incorpora a la cortadora de pasto como una herramienta esencial mucho más económica que otras máquinas: “Con la diferencia de costos que ahorramos adquirimos materiales (piedras, escorias, etc.) para ir estabilizando las calzadas en zonas bajas, como prioridad, y con el paso de los años implementando esta propuesta, podremos ir estabilizando cada vez más tramos de caminos”. “De este modo, evitaríamos que los suelos de los caminos se nos escurran a las cunetas y se nos sigan erosionando y deprimiendo”, concluyeron.
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