Levantando la vista al caminar por la Peatonal San Martín, justo a la altura 2184 entre las calles Salta y Lisandro de la Torre, uno puede ver algo fuera de lo moderno. Entre las ramas de la palmera casi a mitad de cuadra se esconde un reloj que hace más de 1.042.440 horas guarda gran parte de la historia de la ciudad. Sin embargo, el verdadero testigo de la Santa Fe colonial desde 1885 hasta 2020 es el local que hace 135 años conserva el mismo nombre: la Joyería Worms que ya lleva 1.182.600 horas sobre el mismo sitio en una de las calles principales de Santa Fe.
En la época colonial, la calle el Comercio concentraba la vida comercial. Fue el lugar que eligieron los bancos, clubes, centros culturales, confiterías y negocios de venta de indumentaria y zapatos. A la altura del 686, con vista a los adoquines y a las vías de un tranvía que eran utilizadas por el lechero, se erigía la vidriera de la joyería Worms, que hoy en día se dedica al mismo rubro.
En 1901 la calle comenzó a llamarse San Martín y desde el mismo año el primer gran reloj de la joyería custodia a los peatones. Su sucesor llegó en 1935 para quedarse hasta que las tormentas y los años lo tiren, aunque parece ser eterno. Sus agujas dejaron de dar vueltas pero para los dueños actuales arreglarlo es casi imposible. Mientras todo a su alrededor se transforma (la calle, los edificios y las costumbres) la reliquia lucha con la palmera que creció a su lado para tener el primer papel en la escena que los peatones aprecian en sus días de compra o sólo de paseo.
Los comienzos de Worms
Cuando la joyería comenzó su camino, un 25 de abril de 1885, ocupó un frente de unos 30 metros. A su lado, había unas pocas casas de familia y funcionaba la administración central de La Forestal. El número que marcaba la dirección del comercio tenía relación directa con la cantidad de cuadras que se contaban desde el lugar hasta la casa de gobierno. Según lo que narró Oscar Domingo Cattaneo a Aire Digital, actual dueño de la joyería Worms, a unos 200 metros hacia atrás del local -lo que hoy se conoce como calle 25 de mayo- estaba el río, y a poco más de 1.000 metros hacia el norte terminaba el poblado de Santa Fe. “Desde la joyería hasta el salado había poco, imaginate que en la zona del Colegio Nacional estaba el cementerio de Santa Fe, o sea que terminaba la ciudad unos pocos metros después”, contó Cattaneo. “De Urquiza para el oeste no había poblado: “Me acuerdo que la gente iba en el tranvía hasta esa zona y ahí se bajaba con las escopetas para cazar”, dijo. En aquella época las actividades de los ciudadanos se basaban en pasear por Bulevar, después San Martín, dar la vuelta a la plaza y volver por el mismo lugar.
El padre de Cattaneo adquirió el comercio en 1943 con algunas condiciones que no se podían negociar: debía mantener el mismo nombre y dedicarse al mismo rubro.
Desde sus inicios en la joyería perteneciente a los belgas José Worms y Edmundo Heyman, el 90% de la mercadería era importada. Vendían platería, porcelana fina y espejuelos (anteojos). “Los fundadores llegaron a San Pablo (Brasil) y desde Puerto Alegre se vinieron a Argentina”, indicó Cattaneo y explicó que ya en 1915 o1920 pasó a manos de los herederos Mauricio Grewel y Raimundo Grepel. “Eran gente muy instruida, deportistas, uno de ellos tocaba el violín, otro el piano”, dijo y explicó que hablaban al menos cinco idiomas e inauguraron el movimiento del arte en Santa Fe. “Traían a Santa Fe a los extranjeros que venían a Buenos Aires. Los llevaban al Teatro Municipal de Santa Fe donde se hacían las tertulias”, apuntó.
Una vez al año los belgas viajaban a Europa en busca de mercadería. En uno de esos viajes trajeron elementos para modernizar el frente y entre ellos estaba el reloj que permanece en el frente hasta entonces. “La vidriera se modificó en cuatro oportunidades y en varias de ellas se extendió hasta llegar a la medida de ahora que es de unos 40 metros de largo”, señaló el dueño de la joyería. La primera modificación del frente ocurrió en 1901 cuando incorporó el reloj y se colocaron vidrieras más grandes. La primer extensión del frente ocurrió en 1911, y en 1924 cambiaron de lugar el reloj del frente. Finalmente, en 1935 colocaron otro reloj y modificaron completamente el frente.
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En un principio atrás del local estaba la casa de la familia a la que le pertenecía el negocio. El padre de Cattaneo adquirió el comercio en 1943 con algunas condiciones que no se podían negociar: debía mantener el mismo nombre y dedicarse al mismo rubro. Es por esto que fue difícil que alguien lo comprara. “Fue el primer local que se vendió con cláusula dólar, eso sí, hasta con el 20% de variación, muy distinto a lo que es ahora”, explicó Cattaneo. Cuando su familia adquirió el inmueble hizo modificaciones en el interior para ampliarlo y con el paso del tiempo extendió el rubro hasta llegar a lo que es hoy. En la actualidad se venden artículos para el hogar y decoración, además de la platería, joyería y relojería a la que siempre se dedicó Worms.
Vivir en la joyería
El actual dueño del comercio contó a Aire Digital cómo era vivir en aquella joyería. “Me acuerdo que el reloj tenía un sistema de bocinas artesanal que cuando pasaba algo importante en Argentina, como por ejemplo algún boxeador ganaba un campeonato, sonaba y se escuchaba por toda la ciudad”, recordó. Además, explicó que sonaba cada vez que las agujas marcaban la hora justa, por lo que recibían llamados a toda hora de los ciudadanos que querían configurar la hora de sus relojes personales. “Acá y en el puerto eran los únicos lugares que marcaban las horas con tanta exactitud”, dijo Cattaneo.
“En la Primera Guerra Mundial y en la Segunda, cuando se hizo la Torre Eiffel, la joyería ya estaba. Cuando pasó todo eso, el negocio ya tenía 25 años”, señaló Oscar Cattaneo, actual dueño de la joyería Worms.
En Santa Fe no quedan relojes como el de la joyería. Cattaneo cree que el de la Iglesia del Carmen tiene que ser de la misma época. Sin embargo, asegura que el de la parroquia funciona pero el de la joyería no se pudo arreglar.
De su tiempo viviendo en la joyería y siendo dueño de ella recuerda que siempre que pasaron alguna crisis económica la sobrepasaron. “Estamos acostumbrados porque es así en el país. Son tres o cuatro años feos pero después todo se reactiva”, indicó Cattaneo. Sin embargo, hay un momento que quedó marcado en su historia, en la de su familia y también en la de todos los argentinos:
--¿Cuál fue el momento más duro que tuvo que pasar el negocio?
-- Durante la dictadura militar. Mi hermana y su esposo estaban dentro de las Ligas Agrarias porque eran docentes de escuelas rurales. Ambos son desaparecidos de la dictadura. Durante ese período a mi papá y a mí nos detuvieron por unas horas. Un día nos pidieron que fuéramos a la comisaría a buscar un papel por “la causa” que nos habían iniciado por contrabando y nos dejaron detenidos de espalda a un paredón y con un tipo apuntándonos. Después de un rato nos dejaron ir pero a la siesta habían entrado a la joyería y se habían llevado todo. La dejaron vacía. En ese momento tuvimos que volver a empezar de cero. Por suerte teníamos proveedores que nos conocían hace tiempo y nos dejaron mercadería para que le paguemos después cuando la vendiéramos
Otro de los momentos duros que Cattaneo enumeró fueron, como es de esperarse, el período del gobierno de Raúl Alfonsín, el de Menem, el 2001, el después de las PASO en octubre de 2019 y ahora la pandemia. “Pero nosotros seguimos”, asegura. “En la Primera Guerra Mundial y en la Segunda, cuando se hizo la Torre Eiffel, la joyería ya estaba. Cuando pasó todo eso, el negocio ya tenía 25 años”, señaló.
Perdurar
Las vidas de Oscar Cattaneo y de su hermana menor transcurrieron en el interior de las paredes de la joyería. “La tenemos desde que yo tenía 18 años y ahora tengo 73. Uno la sienta como parte de la vida”, expresó el dueño de Worms. Sin embargo, aclaró que el comercio ya no rinde como antes. “Ahora somos tres familias que no podemos mantenernos con la joyería solamente, es distinto a lo que era antes”, destacó.
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Lo cierto es que los años pasan, pero la joyería sigue en pie. Pasó sólo por dos familias, mantuvo su lugar, su nombre y sus relojes. Sufrió transformaciones lógicas del paso del tiempo pero el fuerte sigue siendo el mismo: “relojes, en eso siempre fuimos los primeros”, remarcó orgulloso Cattaneo.
Mientras los relojes en el interior se transforman, se reemplazan y se modernizan, el de afuera sigue igual. Los dueños actuales no descartan la posibilidad que en algún momento vuelva a funcionar ya que el sistema interno está “perfecto”. Nadie sabe lo que le pasó pero la pieza antigua se detuvo como capturando el momento, como frenando el tiempo. Dejó de sonar y desde entonces el frente de la joyería quedó paralizado, inmortal.
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