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Sociedad Grandes chicas del mundo |

Coco Chanel: la niña que se diseñó un futuro

Huérfana y pobre, su vida fue una batalla permanente contra su destino. Sus inicios como costurera le permitieron soñar. Mezcló sencillez y elegancia y se transformó en un símbolo de la moda.

Había una vez en Francia una nena huérfana que vivía en un convento rodeada de monjas. Desde pequeña aprendió a coser, pero su mundo era sin colores. Hacía ropa blanca o negra: eran los tonos disponibles en ese mundo gris. Corría 1883.

Gabrielle Chanel creció y consiguió trabajo como costurera de día y cantante de noche. Los soldados para los que cantaba en el bar le pusieron el apodo de Coco.

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Su vida fue una batalla permanente contra su destino y la atravesó con un temperamento de hierro. Luchó contra la miseria y la vida desgarrada que la esperaba a las puertas de la adolescencia.

Como era esperable de las mujeres de su época, debió bordar su ajuar. Lo hizo con tanta rabia que dijo: “Bordar mis iniciales en unos trapos de cocina o coser mi camisón para una hipotética noche de bodas me resultaba vomitivo. Descargaba mi rabia escupiendo en mi ajuar”. Cuando apareció en su horizonte la perspectiva de un matrimonio forzoso, se escapó - y ganó para sí la condena social.

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Con el paso del tiempo tuvo aire para soñar y soñó con la boutique propia en París. Un amigo adinerado le dio un préstamo y le abrió las puertas al contacto con la clase alta. Ella empezó a confeccionar en su cabeza los moldes de un futuro. La vida empezaba a verse en tornasol.

En 1916, Chanel ya dirigía con mano de hierro un ejército de más de 300 costureras y estaba en condiciones de saldar la deuda con su amigo: conquistar su independencia era su lema. “El dinero siempre ha sido para mí sinónimo de libertad”, confesó. Nacía el siglo veinte y las puertas grandes del mundo de la moda europea se abrían gloriosas.

“En 1919 me desperté siendo famosa. Si hubiera sabido, me habría escondido debajo de un mueble o me habría echado a llorar” admitió, cuando ya era quien era.

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Su sueño tuvo forma de sombrero: sombreros que compraba baratos, decoraba y revendía a precios exorbitantes. Con el tiempo sumó formas, colores, texturas: construyó un imperio.

Su diseño más exitoso fue el clásico “vestidito negro”, con el que Coco se convirtió en un clásico y logró transformar lo que hasta entonces era funerario en sinónimo de elegancia: encontrarle un doblez al sentido común. No fue el único: también dio el timonazo desde los glamorosos vestuarios de la belle époque, con mujeres embutidas en sus fajas, hacia una vestimenta de corte más simple, más libre: sin corsé.

La pequeña y ambiciosa sombrerera devino, con el paso de las temporadas, en símbolo. Broadway representó su vida en un musical. La imagen de su escalera de espejos se convirtió en ícono. Su nombre tomaría el color de la leyenda.

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