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Grandes chicas del mundo | género |

Xian Zhang: un piano y un amor

Levantar la batuta y que asome el silencio no es una empresa fácil. Menos para una mujer. Mucho menos para una mujer pequeñita.

Por Natalia Pandolfo y Shirley Miño

Para que la magia se produjera en la vida de Xian Zhang tuvieron que pasar muchas cosas. Tuvo que suceder una infancia en China durante la Revolución, por ejemplo, con el acceso prohibido a los instrumentos musicales de Occidente. Negar algo a un niño o a una niña es el resorte para disparar intereses y ganas: esta historia sigue la regla celosamente.

A la receta se suma otro sabor: la mamá y el papá de Xian eran músicos, pero no tocaban. Eran tiempos duros. La vocación estaba ahí, podían advertirse sus acordes en el aire.

Xian nació en 1977 en Dandong, casi límite entre China y Corea del Norte. Papá Zhang comprendió que las pasiones no entienden de fronteras, ni literales ni metafóricas. Entonces pensó que podría armar una especie de piano de manera artesanal y ponerlo en manos de su hija: dibujar las coordenadas de un milagro.

La magia ocurrió. Los primeros acordes fueron mucho más que sonidos. Fue entenderse y abrir las puertas al mundo sin tener que recurrir a palabras ni alfabetos ni reglas. Así, en la música, entre blancas y negras, Xian aprendió su idioma.

Luego vendrían las formalidades: en el Conservatorio de Beijing hizo sus estudios de grado y posgrado y se formó en Dirección Orquestal.

Debutó como directora a los 20, en la Casa Central de Ópera de Beijing. Y a los 25 decidió tomar vuelo propio e irse a vivir a Estados Unidos.

Poco tiempo después se convertiría en la primera directora asociada de la Filarmónica de Nueva York. Con su flequillo robando terreno a los ojos, fue la primera mujer en levantar la batuta en muchos espacios, como la Sinfónica de Milán y la Orquesta Sajona de Dresde, Alemania, que es la orquesta más antigua del mundo.

La Orquesta y Coros de la BBC de Gales la designaron como directora huésped principal. Por supuesto que en sus múltiples giras volvió a China, su casa, aquella de los acordes primeros.

Hoy su música mezcla pianos pero también violines, violonchellos, arpas, trompetas, trombones, saxos y contrabajos de Oriente y Occidente. Trama paisajes, construye puentes, traza historias. Desafina los límites del espacio y del género. Un piano destartalado suena de fondo, siempre.

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