Pasaron 30 minutos de la las seis de la tarde del 28 de noviembre de 2013. Unos cien niños de los jardines del club Regatas celebran el fin de año frente a sus padres. Serena juega en un pelotero y luego, por el calor, se dirige a la galería del club a tomar agua. No llega. Se cae al suelo. Nadie sabe qué sucede, aunque la deducción inmediata parece ser la peor de todas: los sonidos que llegaban desde Alto Verde no eran fuegos artificiales, ni cañitas voladoras, como suponían. Un tiroteo cinematográfico se da del otro lado de la costa. Y una bala cruza los 600 metros de ancho del río e impacta en la cabeza de la pequeña.
Es inmediato. El recuerdo del caso, en la sociedad, provoca un sentimiento de dolor. Tal vez, lo que se siente es la suma de todos los sinónimos de dolor como si se tratasen de sentimientos distintos: angustia, congoja, agobio. Pero también impotencia.
Si eso se percibe en los santafesinos, cómo se puede describir el sentimiento de quienes estuvieron ese 28 de noviembre en Regatas, y, fundamentalmente, de quienes les toca vivir con eso todo el tiempo que le quede a sus vidas: su familia.
Media hora antes de que les cambie la vida para siempre a Verónica y Facundo, los papás de Serena, en inmediaciones del corralón Méjico, bajando el puente Héroes de Malvinas, en el acceso a Alto Verde y a La Vuelta del Paraguayo, un grupo de personas comenzaron a dirimir sus problemas personales a los tiros. Como consecuencia de esto, surge la primera víctima: un encargado recibe el rebote de un tiro en la panza. Según se pudo comprobar en la investigación, a las 18.03 se da el primer aviso a la policía.
El enfrentamiento siguió. Y el 911 comenzó a recibir llamadas desesperadas de los vecinos para que intenten frenar lo que se daba. Además, en esas comunicaciones los denunciantes describían con detalles el dramático cuadro que veían frente a sus narices. Se contextualizaba todo: el lugar, la indumentaria de los delincuentes, hacia dónde iban (puente palito) y en qué (algunos a caballo). Sin embargo, el desconocimiento de la zona y la inoperancia, hizo que la policía nunca llegue y allí, la desgracia se hizo presente de la peor manera posible.
Una bala calibre 9 milímetros atravesó el río e impactó en Serena, que estaba en el club Regatas. Nadie entendía nada. Incluso, en un primer momento, se pensó que se había golpeado con algo. Desde el club también siguieron los llamados. Más de 36 llamados recibió el 911 dando cuenta de lo que sucedía en el acceso a Alto Verde y luego en Regatas.
Desde ese 28 de noviembre las cadenas de oraciones se hicieron eco en cada rincón de la ciudad, se sucedieron las marchas en el club Regatas y en el hospital de Niños. La sociedad unida por una recuperación milagrosa y por un pedido de justicia y paz.
Tras pelear siete días, finalmente Serena murió. Tenía siete años.
La investigación del caso Serena
Los peritajes y allanamientos inmediatos, el mismo día de los hechos, pedidos por la fiscal Mariela Jiménez tuvieron los buenos resultados que se tienen cuando se actúa a tiempo. Se dispuso un fuerte operativo en Alto Verde y tuvo su efecto: hubo detenciones de algunos involucrados y otros se entregaron.
Todo esto se daba en medio de un proceso de transición que la justicia provincial tenía con el nuevo código procesal penal y con la creación del MPA. Cambios que requerían de una readaptación de los fiscales, jueces y abogados.
La causa llegó a juicio tres años después de los hechos. Se condenó a 20 años de prisión efectiva a Roberto “Loco” Vega, Lucas Maximiliano “Cepillín” Fernández y Luis Antonio “Pici” Cabrera, como “coautores penalmente responsables de los delitos de tentativa de homicidio agravado por el uso de arma de fuego, reiterado en dos oportunidades, y por homicidio agravado por el uso de arma de fuego”.
Facundo y Verónica tuvieron dos hijos más: Justina y Benicio. El nombre de Justina lo había elegido Serena, antes de que esa bala asesina, se la lleve.
Con la trágica muerte de Serena, el servicio del 911 quedó expuesto. Durante el juicio se escucharon todos los llamados que enmudecieron la sala de audiencias y luego se difundieron dejando a las claras la mala praxis. Errores que, quizá, habrían salvado una vida. Hoy, si bien cuenta con algunas falencias, el personal se perfeccionó.
El pedido de los padres (y de la sociedad) por una comunidad más pacífica está, desgraciadamente, lejos de resolverse en la capital provincial. Es más, se recrudeció. Los enfrentamientos a balazos entre bandas por disputas de territorio o las balaceras por conflictos interpersonales no dejan más inocentes muertos de milagro. Aquella vez, la familia Martínez. Mañana la lista podría seguir de manera aleatoria con otro apellido. Así como si la vida o la muerte se tratara de un maldito sorteo.
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