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Política opinión | Cristina Fernández de Kirchner | Juntos por el Cambio

El camino de la derecha: volver de la barbarie

El atentado contra Cristina Kirchner pone en crisis la campaña del Frente Antiperonista. A las armas las carga el odio.

Esta nota se comenzó a escribir a las 19 del jueves pero a las 20:52 Fernando Sabag Montiel gatilló dos veces a cinco centímetros de la cara de Cristina Fernández de Kirchner. Hace 87 años Ramón Valdez Cora también falló al intentar asesinar a Lisandro De la Torre, pero mató al santafesino Enzo Bordabehere. A las armas las carga el odio.

Hasta la hora del atentado, una de las convicciones estratégicas más sólidas en la Mesa de Conducción política de Juntos por el Cambio era que la campaña –que empezó luego de la victoria en las primarias del 12 de setiembre de 2021– era contra el peronismo unificado en general y contra la vicepresidenta, los miles de dirigentes que conduce y los millones de votantes a los que representa.

Hablamos de las Paso y no del boicot sistemático a las medidas de aislamiento y protección y la campaña de vacunación contra el Covid, porque la derecha argentina comenzó a volver con los más de 9 millones de votos y casi 10 puntos de diferencia con que derrotó al panperonismo. Si proyectamos –en un ejercicio posible, pero con margen de error– esas elecciones legislativas sobre las ejecutivas del año venidero, hay que decir que JxC quedó a 2 o 3 puntos del 45% requerido para ganar en primera vuelta, o a centésimas de ganar por menos, pero con 10 puntos de diferencia sobre la gran novedad: que el peronismo unido también puede ser vencido.

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Esto debiera haber acabado con el chantaje político hacia las disidencias internas del Frente de Todos: “No critiquen el modelo porque vuelve la derecha”. La derecha volvió a la competencia hace meses y lo sabe, pero Gabriela Cerruti sostuvo el sofisma hasta mayo de 2022, cuando le dijo –primero a El Destape y luego a Perfil– que “si seguimos en la dinámica de decir que todo está mal, en 2023 va a gobernar la derecha”. Eso, que es una antiutopía peronista y un sueño reparador para toda la derecha (dentro y fuera de JxC), estaba “a tiro” de ocurrir, hasta el tiro fallido de un paria patológico o un hijo sano de la Patria Antikirchnerista.

Porque el caldo neonazi y armado hasta los dientes que se cuece en la cabeza de Sabag Montiel, está condimentado por una ofensiva destituyente sistemática y que se expresa elocuentemente en frases como “son ellos o nosotros”, “Cristina es el cáncer de la Argentina”, “Cristina genera violencia” (lo que justifica cualquier contragolpe) o el exabrupto de quien –según Baby Echecopar– se retiró descompuesto y con los ojos llenos de lágrimas de los estudios de A24: el inefable Hernán Lombardi.

El ex secretario Federal de Medios Públicos, en una una nota concedida a Infobae el 7 de junio de 2017 y ante la pregunta de Gabriel Levinas acerca de “cómo reconstruir los medios del Estado después del kirchnerismo”, dijo que ésta expresión política era “una mala ideología que infectaba el cuerpo de la República”, que había que encarar “un proceso de sanación” y que “los kirchneristas tiene colonizada parte de su pensamiento, como si les impidiera pensar”.

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Es notable lo de Lombardi, que se manifestó en contra de la violencia política consumada por el atentado, pero nunca se arrepintió de semejantes declaraciones. Porque el que piensa, el que puede razonar, no odia: puede imaginar formas simbólicas de supresión política o institucional de sus opositores políticos, pero jamás ejecutar materialmente ninguna alternativa para eliminarlos físicamente.

No está entre las lecturas dilectas de Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, Patricia Bullrich o María Eugenia Vidal (ésta columna no entrará en el golpe bajo acerca de qué o cuánto leen), pero convendría recuperar un fragmento del libro “Poder y desaparición: los campos de concentración en la Argentina”, de Pilar Calveiro. Léase la cita, cambiando “asesina”, “chorra”, “corrupta” o “ideología que infecta la Patria y los medios” por “palabras sustitutas”.

El uso de palabras sustitutas resulta significativo porque denota intenciones bastante obvias, como la deshumanización de las víctimas, pero cumple también un objetivo "tranquilizador" que inocentiza las acciones más penadas por el código moral de la sociedad, como matar y torturar. Ayuda, en ese sentido, a "aliviar" la responsabilidad…

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En el búnker porteño de Balcarce 412 (del barrio porteño de Monserrat y desde el cual Macri montó su campaña presidencial en 2014), se venían sucediendo reuniones para definir la estrategia por encima de la libertad de tuits concedida a las jefaturas políticas de Juntos por el Cambio. La reacción popular que produjo el alegato militante del fiscal Diego Luciani sorprendió pero no alteró el curso de la campaña de cara a 2023.

Allí se escuchó a Larreta decir “que Cristina y el kirchnerismo nos elijan como contrincantes está bien, pero no podemos permitir que salga indemne del juicio de Vialidad, no puede salir fortalecida”. También se rumió la bronca por los aprietes de Bullrich acerca la “debilidad” del sitio de Juncal y Uruguay y hubo llamados para morigerar la agresividad de la extremista que “se comió a Milei”. Pero todos –Macri incluido– entendían que el retorno de la derecha debe ser como lo imaginó Durán Barba en 2014: con algún peronista, pero sin peronismo. Y que la promesa de campaña debía rondar en torno de “librar a la República del Peronismo que hundió al país en el atraso en los últimos 70 años”. ¿Se puede ser gorila e inteligente? ¿Hay una sensibilidad de derecha, racista y clasista? Por lo pronto, es cierto, avalado con historias de vida y votos suficientes, que se puede ser gorila y exitoso.

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Hoy “defender a Cristina” es sinónimo de “defender el sistema y el pacto democrático”, pésima noticia para los cálculos electorales de Juntos por el Cambio.

Hoy “defender a Cristina” es sinónimo de “defender el sistema y el pacto democrático”, pésima noticia para los cálculos electorales de Juntos por el Cambio.

Pero el magnicidio frustrado –por impericia o por “falta de práctica”, como dijo uno de los amigotes de Sabag Montiel– altera la táctica de coyuntura de Juntos, tanto a nivel nacional como en la provincia de Santa Fe. Esa conmoción no varía si los candidatos son Macri, Larreta, Bullrich, Facundo Manes, Carolina Losada, Federico Angelini o Maximiliano Pullaro. Pese a las operaciones para montar el escenario de un “autoatentado”, encapsular al agresor o victimizarse aún más que la vicepresidenta (y no hacerse cargo de promover un odio fraticida), Macri y Larreta saben que más allá del “quilombo que se va a armar” porque la tocaron a Cristina, pueden ocurrir lo que consideran desgracias superiores: que la condena anticipada en el denominado juicio de Vialidad (las apelaciones podrían llevar la condena firme más allá de las elecciones del año que viene), quede sepultada bajo un clamor popular irrefrenable; que defenderla se convierta en sinónimo de defender la democracia y un pacto de convivencia que la derecha sabotea sistemáticamente, sin costos hasta el momento y que –por lo tanto– haya que desplazar el eje de campaña, que se imponga momentáneamente “apuntar para otro lado” porque pegarle a Cristina puede resultar piantavotos para pescar votos por afuera.

El nivel de identificación política y afectiva entre la única líder de masas del país y los millones de kirchneristas movilizados y conmovidos es tal, que muchos de ellos y ellas hubiesen interpuesto sus cuerpos entre la bala y su jefa política y emocional. Y esto es tan impresionante como la foto del disparo que no fue, un dato insoslayable para la oposición y para los que barajan candidaturas alternativas alrededor del presidente de la Nación.

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