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Política Cristina Fernández de Kirchner | atentado |

Atentado contra Cristina Fernández: una vida en peligro y un país al borde del abismo

Los días previos al intento de homicidio de la vicepresidenta Cristina Fernández estuvieron atravesados por la insensatez y la irresponsabilidad de gran parte de la dirigencia política. Un juego perverso, con consecuencias impredecibles.

El hilo estuvo a punto de romperse tironeado impune, salvaje e irresponsablemente por quienes día a día se favorecen a partir de la insensata decisión de dividir a un país en busca de beneficios sectoriales y personales. Es que, más allá de las distintas miradas históricas, políticas o ideológicas; para muchos el enfrentamiento permanente no es otra cosa que una cuestión de réditos.

Es cierto que el intento de asesinato de la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández, tuvo como principal protagonista a un individuo aislado, llamado Fernando Sabag Montiel -argentino, aunque decir que nació en Brasil contribuya a calmar conciencias-. Pero también es verdad que la prédica permanente de la división termina alimentando un clima de consecuencias inciertas. Nadie sabe cuántos Fernando Sabag Montiel caminan en estos momentos por las calles del país y cómo impacta en ellos tanto enfrentamiento salvaje e irresponsable.

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Fernando Sabag Montiel es el hombre que atentó contra la vida de Cristina Fernández.

Fernando Sabag Montiel es el hombre que atentó contra la vida de Cristina Fernández.

De lo que no quedan dudas, es que esta grieta eterna solo contribuyó a profundizar y acelerar la debacle de un país atravesado por la pobreza, la descomposición social y la falta de un rumbo medianamente claro.

Lo que ocurrió durante la noche de este 1 de septiembre de 2022 en el barrio porteño de Recoleta demostró que los límites siempre pueden ser aniquilados y que, en cuestión de segundos, las batallas verbales pueden derivar en un hecho irreparable. La vida de Cristina Fernández, la vicepresidenta de la Argentina, transitó por una cornisa sin retorno que no solo hubiese representado el trágico final para un ser humano, sino que hubiera dejado al país ante las puertas de un verdadero abismo.

Un juego temerario e irresponsable

Las jornadas previas a este magnicidio fallido mostraron a gran parte de la dirigencia política argentina ensimismada y abstraída en su propio juego de intereses. Entre el 23 de agosto -cuando un fiscal de la República que investiga posibles hechos de corrupción pidió una pena de prisión para la vicepresidenta- y el momento en que gatillaron a centímetros del rostro de Cristina Fernández, apenas transcurrieron nueve días.

En esos nueve días, los enfrentamientos políticos llegaron a niveles de gravedad extrema a partir de discursos temerarios. Mientras desde el oficialismo se inició una verdadera embestida contra la Justicia y algunos amenazaron con lanzar un plan para apoderarse de las calles; desde la oposición hubo dirigentes que alimentaron la necesidad de endurecer las respuestas, en lugar de aplacar los ánimos.

Por estas horas -salvo contadas, disparatadas e insensatas excepciones-, los principales actores de la política nacional coinciden en la necesidad de tranquilizar, de repudiar lo sucedido, de establecer canales de diálogo y de buscar un clima de racionalidad y consenso político.

Pero los antecedentes no son demasiado alentadores en este sentido. Lejos de tantas buenas intenciones declamadas, la verdad es que la mayor parte de los principales dirigentes de la política argentina no hizo otra cosa más que alimentarse de este clima de división durante los últimos años. Y seguramente, por estas horas, las usinas electorales trabajarán a pleno, calculadora en mano, para determinar cuál es el discurso más conveniente para la ocasión.

Difícilmente estas conductas cambien mientras el electorado no esté realmente dispuesto a castigar a quienes se benefician del conflicto permanente. Sin embargo, por convicción o por espanto, la mayoría de los argentinos termina atrapada en esta lógica impuesta y perversa. No será fácil salir de esta verdadera trampa.

La grieta no deja de ser un buen negocio político. Las consecuencias están a la vista. Una vida estuvo en riesgo y, la Argentina, transita al borde del abismo.

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