En este portal hay muy precisas y buenas notas sobre los números de las elecciones provinciales, que son dos cosas al mismo tiempo: la mayor victoria antiperonista de la historia electoral santafesina y la mayor derrota del peronismo unificado desde que existe y compite.
Por eso vamos a concentrarnos en las preocupaciones venideras, en el análisis de lo que viene para el peronismo a nivel nacional, sus chances probables en el tercer distrito electoral nacional (decisivo en el resultado nacional) y el efecto de esa performance en sus chances de ingresar al balotaje –seamos precisos– a menos de 10 puntos de La Libertad Avanza de Javier Milei.
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Las preguntas de la bajada fueron cuidadosamente escogidas. Luego de la “victoria en primera vuelta” de Maximiliano Pullaro en julio, ante la deserción manifiesta de Omar Perotti y la convicción de que el “Chivo” Rossi no podía diseñar ni liderar ninguna campaña (sus candidatos confirmaron la insignificancia electoral y nula capacidad de contagio del kirchnerismo), Sergio Massa decidió poner al frente de la campaña santafesina a Gustavo Katopodis.
Alguien tenía que reconducir el desmadre post PASO, la dispersión de fuerzas y logísticas individualistas (la del gobernador primero, que mandó a militar sólo su boleta), la inocultable falta de un programa consensuado, con la consecuente desorientación ideológica y operativa.
En el búnker donde se cocina la estrategia nacional de la fórmula Massa/Rossi la cosa fue de “la campaña es corta y no conviene gastar recursos y energías en territorios donde se perdió por mucho” y “Santa Fe nos va a hacer perder en octubre y va a condicionarnos el balotaje” a “Santa Fe tiene que ser el garante de que el peronismo vuelva a ganar en Argentina” y “la elección en Santa Fe va a ser clave”.
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Un militante promedio, ninguna luminaria y sin necesidad de ser peronista, debiera saber que el único territorio que se pierde es el que se abandona o el que se fragmenta ajustado a intereses corporativos o particulares.
Sin Perotti, sin Rossi, con Máximo y La Cámpora ausentes de toda ausencia, con o sin Katopodis (dejad en paz a Cristina, no hubiese modificado sustancialmente nada en una provincia que exhibe una hegemonía cultural y política gorila sin precedentes), los resultados están en las publicaciones periodísticas.
La pregunta sobre los votos también hace a la vinculación relativa entre el urnazo que sufrieron Marcelo Lewandoski y Omar Perotti y la suerte de Unión por la Patria a nivel nacional.
En las PASO nacionales y en la provincia donde ganan Pullaro y Milei, la suma de los dos candidatos de Unión por la Patria sacó casi 50 mil votos menos que la suma de Juntos Avancemos.
En las generales provinciales, Marcelo Lewandoski retuvo los votos del espacio y sumó más de 100 mil nuevos votos, con un nivel de participación un 10% superior y la sensación de que o no había peronistas suficientes para vender cara la derrota o que una buena parte de los ausentes (30% en total) persistieron en castigar a una expresión que desde las PASO 2021 parecía haber asumido que la derrota era inevitable, que nunca volvió a funcionar como una coalición de gobierno y nunca tuvo una conducción unificada, un estratega político a la altura.
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Tal como reconociera Perotti el 17 de julio pasado, para las PASO “prácticamente no hicimos campaña, ahora será de verdad”. Pues no lo fue, la única campaña que condujo el gobernador fue una que bien podría denominarse “mi plan de obras, cómo quiero que me recuerden”: el resto fue un puñado de esfuerzos encomiables pero dispersos.
¿Puede darse el lujo Sergio Massa de no hacer campaña ni de ordenarla en Santa Fe, de aquí al 22 de octubre? Si en las PASO no pudo igualar los votos de Lewandoski y sacó casi 250 mil votos menos que Milei, y si sigue siendo cierto que cree que no se puede perder Santa Fe por más de 12 puntos, la respuesta está cantada, pero la estrategia no.
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Para establecer el crecimiento o declinación de un partido o frente político –que nunca es lo mismo que un cambio en la hegemonía cultural, de la cual es sólo una expresión ulterior–, también conviene citar algunas cifras.
La primera de todas bien podría sintetizarse con una resonante frase que Jorge Alemán compartiera con éste columnista, en un país donde nada parece tener estabilidad duradera y donde “todo se construye y se destruye tan rápidamente” (al decir de Charly García) que “lo único estable es el antiperonismo” (al decir de Jorge).
Desde que el peronismo se presenta a elecciones, entre 1945 y 2019, ha competido en 11 presidenciales y enfrentado a –desde la Unión Democrática a Juntos por el Cambio– diversos aglomerados antiperonistas, casi todos unidos por el lema (tan actual) de acabar con el partido de masas más grande de Latinoamérica, o más quirúrgica y actualmente “terminar con el kirchnerismo”.
Si promediamos la adhesión que concitó el antiperonismo en 74 años de friega electoral, tenemos que siempre ha rondado el 40%, o más precisamente 41,5 puntos. Sin margen para grandes sorpresas y salvo por el 51,75% de Alfonsín en 1983 y el triunfo en segunda vuelta de Macri en 2015, el antiperonismo nunca superó el 40%.
Si hacemos la cuenta en la provincia de Santa Fe, el promedio asciende al 46% y si consideramos sólo las nueve elecciones generales desde 1983 a 2019, el antiperonismo promedia un 55%, muy por encima de la media gorila nacional.
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Pues bien, en las recientes generales santafesinas todo el antiperonismo sumado en un solo frente –el sueño de Miguel Lifschitz hecho realidad, acaso el mejor homenaje además de la victoria final– se quedó con el 58,4% de los votos y si consideramos las PASO nacionales, el número alcanza el 57,86 de los votos válidos emitidos (o el 61,57% si incluimos los votos antikirchneristas de Schiaretti).
Es decir que estamos ante niveles de antiperonismo y antikirchnerismo explícitos sin precedentes, que incluyen metáforas sobre “el exterminio” y “la desaparición” de una de sus variantes o de todas y un intento de asesinato a la vicepresidenta de la Nación que permanece impune con la complicidad de buena parte de la Justicia y del arco político opositor.
El llamado es a hacer un país pre peronista y sin grieta, es decir sin peronismos o –mejor dicho– sin peronismos que pretendan rebelarse contra el programa impuesto por el FMI y las clases dominantes desde el Rodrigazo hasta la fecha, con anomalías tales como el kirchnerismo, hoy convertido en una línea interna sin potencia ni programa.
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Hasta 2021 el problema era que Cristina ganaba con votos propios, pero no podía gobernar y luego que Alberto Fernández ganaba con los votos de Unidad Ciudadana, pero gobernaba con el programa del Frente Renovador; hoy cabría preguntarse y responderse con franqueza, al menos dos cosas: cuál era el programa del Frente Renovador sino el del FMI y si Unidad Ciudadana tenía otro programa además de votos.
Pero seamos prácticos y demos al público lo prometido en el título y lo que espera: la suerte del peronismo santafesino (y la del chaqueño en breve) proyectan una sombra angustiante, pero no condena a Sergio Massa, y el escenario más consolidado por las encuestas es el de un balotaje entre Milei (con 35/37 puntos) y Massa (30/31 puntos) con un remanente de votos en disputa que no permite identificar un ganador seguro.
Lo que sí parece confirmado es que un cambio de condiciones políticas e ideológicas, que la reconfiguración del campo nacional y popular no depende una operación electoral, de la aparición de un o una líder que marque el camino y escriba “el libro de la transformación populista”, sino de un proceso complejo que hoy no aparece a la vista o que apenas se vislumbra.
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