Delfín Zacarías se preocupó por algo que lo desvelaba. Pretendía dejar un sello, una marca en el lugar donde había prosperado a nivel económico. Quería que los vecinos recordaran quién había pagado la construcción de la plaza en el barrio Villa Elisa de San Lorenzo, en el sur de Santa Fe. No podía con su genio. Entonces, hizo poner una placa en el medio de la plaza con el nombre de su hija Flavia, que era la mano derecha para el manejo de su negocio en el que confluían actividades legales y clandestinas, como la producción de cocaína.
Construyó ese espacio donde los chicos podían jugar y divertirse, tras acordar con los concejales de esa localidad vecina a Rosario, que en febrero de 2011 aprobaron una excepción al código urbano para que Zacarías edificara un gimnasio de tres pisos en una zona rural. ¿Quién iba a ir a un gimnasio en el medio del campo? Eso no importaba demasiado. Aparte de la plaza, Zacarías iba a solventar también el alumbrado público de nueve cuadras y realizar el cordón cuneta.
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Aunque todo parecía una locura, sus ideas prosperaban. En ese predio, donde iba a funcionar el gimnasio y también tenía pensado que se instalara un local de una empresa de comida rápida, también iba a montar un laboratorio de cocaína, el más grande del país.
Todo ese ambicioso plan de negocios se desmoronó antes de que estuviese en funcionamiento una mañana de setiembre de 2013, cuando la Policía Federal irrumpió en una mansión que Zacarías tenía en Funes, en las afueras de Rosario.
En el tradicional country de esa localidad también había armado otro laboratorio, que manejaba con su entorno más cercano, sus hijos y su pareja. En el chalet californiano, donde había una casita de madera para que jugaran sus nietos, funcionaba el laboratorio más grande de la Argentina, con una capacidad para producir 500 kilos de cocaína por mes. Una verdadera fábrica de droga, con una ecuación beneficiosa para Delfín, que traía la pasta base de Bolivia y terminaba el proceso en Funes.
Ese ambiente afable y tranquilo también tenía que ver con la vida que llevaba Zacarías. No era una persona violenta, que estuviese involucrada en disputas territoriales, como otras bandas, para ganar mercado. Delfín estaba por arriba de todos aquellos que mataban por dinero y por drogas. Él proveía a la mayoría. Por eso tenía una vida relativamente común, sin altibajos. Llevaba a sus nietos a la escuela. Su hija manejaba la empresa legal que le servía de pantalla, como era la remisería, pero en todo ese engranaje no existían las balas ni los tiros. El insumo vital de ese negocio ilegal era la confianza y él lo tenía asegurado con su familia.
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Este hombre de 65 años, que publicó libros de poesía y era un habitué de las mesas de póker del hotel Conrad de Punta del Este, entabló aceitados contactos políticos en la zona del Gran Rosario, donde su fachada comercial era la empresa Frecuencia Urbana, instalada a metros de la municipalidad de Granadero Baigorria, donde era vecino de otro narco “famoso” Thierry Polus, apodado el Francés, quien se ganó el mote del el “rey de la marihuana”.
Zacarías no despertaba ninguna sospecha evidente, salvo que un exfuncionario de la Municipalidad de San Lorenzo empezó a seguir e investigar de manera casi artesanal su crecimiento patrimonial. ¿Podía el dueño de una remisería vivir como un magnate? Nada cerraba. Luego, la Subsecretaría de Delitos Económicos provincial centró la mirada en las propiedades y vehículos que había adquirido Zacarías: 36 inmuebles entre el 29 de diciembre de 2008 y el 23 de ese mes de 2009, y 24 autos y camionetas, entre ellos cuatro de alta gama. Flavia Zacarías, hija de Delfín, puso a su nombre ocho propiedades, que compró entre mayo y julio de 2009; después sumó otros cuatro inmuebles, cinco autos y un camión. Luego arrancó la investigación en el fuero federal. Todo se complicaba para Zacarías, pero él seguía recostado en su bajo perfil y la confianza de su entorno.
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Parte de este patrimonio representa el paquete de evidencias para el juicio oral por lavado de dinero que está previsto que se realice este año. Zacarías fue condenado en 2018 a 16 años de prisión por narcotráfico, junto con su pareja Sandra Marín, que recibió una sentencia a 14 años, y sus hijos Joel y Flavia, a siete años. El 3 de abril pasado, la Corte Suprema de Justicia de la Nación dejó firmes esas condenas, luego de que la defensa de esta familia apelara a la máxima instancia. El caso quedó cerrado, pero este año comenzará otro, el de lavado de activos.
Los mismos imputados enfrentarán un juicio por lavado de dinero, que se podría transformar en la primera condena por ese tipo de delitos económicos generados con el narcotráfico en la historia de la justicia federal de Rosario.
El fiscal Federico Reynares Solari, quien es el acusador en el proceso, señaló –en diálogo con AIRE- que en la investigación “se observa algo llamativo, que también se trasluce en otras causas de lavado. En la operatoria no hay blanqueo de bienes sino lo contrario. Facturación en blanco, generada con la remisería, que se invierte en bienes en negro”.
Este fenómeno, alejado de la creencia de que todo el dinero narco se blanquea en Argentina, se traslada también a otras organizaciones criminales de Rosario, como Los Monos, donde la ancha franja de una economía informal y negra colabora para que no haya dispositivos sofisticados para lavar el dinero, sino una estructura de inversión de la renta que proviene de la venta de drogas. En la fiscalía estiman que Zacarías lavó 600 millones de pesos.
La historia criminal de Zacarías marcó un quiebre en Rosario. Con su detención, que fue caratulada como “operativo Flipper”, Sergio Berni, entonces secretario de Seguridad de la Nación, puso el pie en Rosario donde había una puja entre el gobierno nacional y la administración socialista, que argumentaba que había “operaciones políticas” en contra de ese espacio político.
En noviembre de 2012 la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) había detenido al jefe de la Policía de Santa Fe Hugo Tognoli, que fue condenado tres años después por un caso de connivencia con el narcotráfico en Santa Fe, y absuelto en 2018 por la acusación que pesaba en otro expediente en el sur de la provincia.
La exhibición que hizo Berni de cómo funcionaba el laboratorio de Zacarías apuntaba también a sumar más elementos al argumento de que el narcotráfico había crecido en Rosario con la protección de sectores políticos. Un narco que cocinaba 500 kilos de cocaína por mes en un country y nadie lo había descubierto reforzaba la hipótesis de Berni.
Zacarías tenía una vida social activa, aunque de bajo perfil, sin demasiadas estridencias, salvo cuando apostaba miles de dólares en las partidas de póker. Tres veces por mes, Delfín se subía a su auto deportivo Audi TT y marcaba en el GPS el destino que tenía registrado: el hotel Conrad de Punta del Este. Allí iba a dejar correr su pasión por las apuestas y lograba, según declaró luego ante la justicia federal, ganarles siempre a los jugadores "brasileños salames".
Casi siempre retornaba a Rosario con más dólares de los que se había llevado que, sólo una vez, declaró en la Aduana. El póquer configuraba un escape a la rutina diaria, que no era la monotonía de una oficina del centro de esta ciudad, sino de un laboratorio de cocaína que manejaba con su familia en una casa de una zona residencial de Funes.
Un punto clave en la investigación, que llevó adelante el fiscal federal de Rosario Juan Patricio Murray y que terminó con la detención de 12 personas el 5 de septiembre de 2013, fue el seguimiento que hicieron los investigadores de la Policía Federal a Zacarías, cuando fue a buscar -un día antes de su captura- con su camioneta VW Amarok a un galpón en Don Torcuato 2000 litros de acetona, que adquirió por $ 340.000. Esa sustancia química se la vendió Hugo Silva, su hermano Alfredo y su sobrino Javier, que la retiraron de la empresa Alconar SA, en Grand Bourg, provincia de Buenos Aires.
Tras cargar el "gasoil", como le llaman a la acetona en las escuchas telefónicas, Zacarías retornó a Rosario y se encontró con su mujer, Sandra Marín, y su hijo Joel en el estacionamiento de una estación de servicio, en Circunvalación y Córdoba.
Allí cambiaron los vehículos. Delfín se llevó el Toyota Rav 4 y Sandra se subió a la Amarok, donde estaba el cargamento de acetona, para dirigirse hasta el chalet en Funes, acompañada de cerca por su hijo, que se trasladaba en una Ford Ranger. Después de bajar los 40 bidones, madre e hijo se pusieron a "cocinar" cocaína. A las 19.35, Joel recibió una llamada: "Esperame un toque que estoy trabajando con mi vieja", contestó, según figura en el expediente. Un par de horas después el propio Delfín llamó al proveedor de la acetona para quejarse de la calidad del producto. "El motor no agarra; no puedo terminar la ropa", le dijo.
Flavia llevaba la administración y la parte contable del laboratorio narco desde su departamento en Rodríguez 1065, en pleno centro de Rosario. Esta joven de 34 años era "la encargada de llevar los papeles de la organización y pagar las cuentas porque muchos bienes de la familia estaban a su nombre". Y además era el "enlace" entre su padre y "el ingeniero", un hombre con acento boliviano o del norte del país que figura en la causa como el proveedor de la pasta base de cocaína.
En la organización no sólo participaban los hijos del matrimonio Zacarías, sino también sus parejas. A Ruth Castro, ex mujer de Joel y madre de la nieta de Delfín, le encontraron en los allanamientos paquetes de cocaína y balanzas en su casa en Granadero Baigorria.
La pantalla del laboratorio de cocaína era la empresa de remises Frecuencia Urbana, de Granadero Baigorria. Pero Zacarías hizo todo lo posible para no pasar inadvertido con el dinero que gastaba. En 2011 empezó a construir una mansión frente al río, en San Lorenzo, y un megagimnasio, cuyo proyecto era de más de 6500 metros cuadrados. El lugar que eligió también llamó la atención: una zona semirrural, sin mucho sentido comercial, en la que se iba a destacar con mucha intensidad el edificio de seis pisos. Ese estilo de vida empezó a disparar sospechas.
Como esas construcciones infringían el código urbano de esa ciudad, el Concejo Deliberante le dio una excepción para que pudiera edificar. A cambio, Zacarías prometió "apadrinar" la construcción y el mantenimiento de una plaza y financiar el alumbrado público de nueve cuadras, con cordón cuneta incluido. Prometió, además, que iba a hacer las gestiones para que en el predio se instalara un local de McDonald's y una cadena de cines internacional.
Delfín David Zacarías pasó por varias cárceles y en la mayoría asistió a talleres literarios, donde podía desgranar su inclinación por la poesía. En la Unidad Nº3 de Rosario participó del taller "Historial de Soledades", y publicó un libro con otros reclusos bajo el título: “Condición Circular”. En uno de esos poemas, "Regreso a casa", este poderoso narco escribió: “Ya no hay purgatorio que visitar. Hoy el resplandor enciende mi espíritu amputado despertando abruptamente de esa pesadilla que como araña venenosa me envolvía y me expulsaba del paraíso, llevándome con Judas al peor de los infiernos”.
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