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La reivindicación de la siesta: la ciencia afirma que es una necesidad biológica

Los sueños cortos y superficiales, durante el transcurso de la jornada de actividades, pueden ser reparadores y placenteros.

Cuando un escritor llamado Miguel Ángel Hernández (Murcia, España. 1977) estuvo como investigador en una universidad estadounidense le pusieron un sillón en su despacho. Era para que pueda dormirse una siesta. Esta costumbre tan española era respetada por sus colegas del otro lado del charco, aunque debajo de ese respeto había algo de burla y desconfianza. El propio Hernández trataba de luchar contra ese estigma tratando de ser muy activo en sus tareas, publicando artículos, participando en foros… Como si tuviese que demostrar que, aun durmiendo la siesta, no era un vago.

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Hernández es un experto “siestero” y acaba de publicar un libro donde reflexiona y defiende esta forma de dormir, después de comer, que le produce placer y curiosidad. Y que puede ser vista como una forma de resistencia. “Un acto de resistencia es todo aquel que contraviene una lógica hegemónica. Y esa lógica, en nuestros días, es el ‘aprovechamiento’ constante de todos los minutos del día. Aprovechar el día para producir lo máximo posible, pero incluso, cada vez más, para ‘gozar’, eso sí, del modo en que el sistema nos impone”, explica el autor.

La siesta serviría así para ir contra esa lógica y encontrarse a solas con uno mismo, volviendo a prestar atención al propio cuerpo y a los ritmos naturales. Dormir no solo como necesidad para recargar las pilas, sino como un placer.

Es difícil imaginar a alguien que se echa una siesta con pijama y las persianas bajadas como un rebelde con causa, pero, en cierto modo, lo es. “Lo que ocurre es que cada vez más el sistema está buscando los modos de ‘parchear’ ese fallo e integrar la siesta –como todo lo demás– en las lógicas de productividad y consumo”.

En efecto, lejos de esta rebeldía del “siestero romántico”, algunas empresas incluyen la siesta en sus lógicas productivas. Y se registran aumentos en la productividad de los empleados. Incluso se vieron establecimientos urbanos dedicados a proporcionar a los ciudadanos un lugar reposado para dormir la siesta con todas las comodidades en medio de la jungla del cemento.

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La siesta científica

Aunque España no es tradicionalmente un país proclive a la ciencia, resulta que, en esto de la siesta, las costumbres son las recomendadas por los científicos del sueño. “Dentro de nuestro cerebro hay un pequeño grupo de células que son nuestro reloj biológico, es el núcleo supraquismático del hipotálamo”, expone el doctor Eduard Estivill, director de una clínica del sueño.

“Está programado para que, durante 24 horas, tengas dos momentos de necesidad de sueño”. La necesidad principal es la del sueño nocturno. Pero, unas ocho horas después de despertar, llega el otro momento de necesidad, un sueño corto que, ojo, no tiene que ver con haber comido, sino con estos ritmos corporales. Ese sueño es la siesta. Siesteros del mundo: la ciencia los avala.

No dormir la siesta puede incluso llegar a acortar nuestra vida, según explica el neurocientífico Matthew Walker en su libro “Por qué dormimos”.

Un equipo de investigadores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard decidió cuantificar las consecuencias de dejar de dormir la siesta: las personas estudiadas durante un periodo de seis años que dejaban este sueño a mitad de la jornada elevaban su riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular en un 37 por ciento. En el caso de los trabajadores, era de un 60 por ciento.

Aunque en los países llamados desarrollados prima el sueño monofásico, solo de noche, de unas siete horas, otras culturas donde llegó la electricidad siguen durmiendo sus buenas siestas.

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Por ejemplo, algunas tribus cazadoras-recolectoras, como los gabras en el norte de Kenia o los san en el desierto de Kalahari. Y, como se mencionó anteriormente, la necesidad de siesta no es una cuestión cultural, sino biológica.

La modernidad deshizo los hábitos de sueño que dicta la naturaleza. “Hubo un tiempo en que nos íbamos a la cama al anochecer y nos despertábamos con las gallinas”, escribe Walker. “Ahora muchos de nosotros seguimos despertándonos a la hora de las gallinas, pero el anochecer es simplemente la hora en que terminamos el trabajo en la oficina, quedándonos todavía por delante muchas horas de vigilia”.

La ausencia de siesta contribuye también a la creciente falta de sueño. El mundo ya no se detiene después del almuerzo, los horarios de oficinas y establecimientos son continuos.

¿Por qué se duerme, o se dormía, la siesta en algunos países? “No es porque seamos unos holgazanes, es porque, culturalmente, en los países latinos siempre escuchamos las necesidades de nuestro cuerpo”, dice el doctor Estivill. “El uso de estimulantes como el café o el té es un invento de los países anglosajones: solo hay que ver a qué hora se toman tradicionalmente estas drogas”.

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La siesta perfecta

Para dormir una buena siesta no hace falta una buena cama ni un buen piyama: como se trata de un sueño corto y superficial, se puede dormir la siesta en un sillón, por ejemplo. ¿Quién no intentó pegar el ojo reclinado sobre su mesa de trabajo? Resulta algo incómodo, pero a veces no hay otra opción.

En cualquier caso, “es importante que la siesta no sea un sustituto del sueño nocturno”, dice el doctor Estivill, “y que no se alargue demasiado: dormir es como ir bajando peldaños de una escalera y si se duerme más de 20 minutos, 30 como máximo, podemos entrar en fases de sueño profundo”.

Luego se pagan las consecuencias: despertares pesados, pesadillas inquietantes, un regreso accidentado a la realidad. “Yo esto lo supero, y lo digo sin ninguna base científica, volviendo a desayunar o merendar: café y tostadas. A la media hora ya volvemos a ser personas. Y el día comienza de nuevo”, apunta Miguel Ángel Hernández.

La experiencia de la pandemia, que nos hace vivir más centrados en el hogar y más pendientes de nuestro cuerpo, ¿puede revalorizar la fama de la siesta en nuestra sociedad? “Por un lado, sí, es tiempo de siestas”, dice el escritor.

“En este tiempo extraño, nuestro hogar se hizo más presente, igual que nuestra biología –nos concebimos todos como más frágiles–. Pero, por otro, existe el peligro de que el teletrabajo introduzca definitivamente los ritmos de la oficina y la pulsión productiva en el ámbito doméstico, y eso deshaga del todo nuestra intimidad, convirtiendo el tiempo que teníamos para nosotros en tiempo para los otros”.

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FUENTE: TN