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La bitácora | Santa Fe |

Con Santa Fe, no

Santa Fe, la que no perdemos nunca. En el aniversario número 447 de su fundación, Luciana Trinchieri hace entrega de una nueva entrada para La Bitácora de Aire Digital.

15 de noviembre de 1573. Ahí empezó nuestra historia, una que jamás soñó un presente como una ciudad identificada con un puente colgante, caído y vuelto a levantar, por la fermentación de una bebida que los españoles hasta el siglo XVII no le encontraron el gustito, por una música contagiosa que no se hubiera bailado jamás en la corte de los reyes católicos y menos pensó que, para muchos, su nombre sería sinónimo de Colón, Unión, fútbol, liso, porrón, pesca y Los Palmeras con Guarany, casi como religión. Santa Fe, la que no perdemos nunca.

La cuestión histórica es absolutamente apasionante, y aunque muchos no tienen ni idea de dónde venimos, vale la pena recordarlo. Después de la desastrosa experiencia de Sebastián Caboto con el fuerte Sancti Spiritu en la desembocadura del río Carcarañá, los españoles fueron por la revancha y decidieron crear otras poblaciones sobre la costa del río para "abrir puertas a la tierra y fundar puertos para comercializar los productos de la agricultura. Probaron suerte más arriba, sobre la barranca occidental del río de los Quiloazas, hoy río San Javier. Fue Juan de Garay quien eligió ese emplazamiento porque - según consta en el acta fundacional - creía "que tenía todo para perpetuar la ciudad", sin tener en cuenta si los pobladores originarios como los tobas, mocovíes, guaraníes, abipones y calchines, opinaban lo mismo. Y casi como un complot de la madre tierra, entre ellos y el río que no daba tregua erosionando la barranca, subiendo y bajando como quería, los vecinos decidieron empezar a mover sus cosas y buscar un lugar mejor, a kilómetros de distancia.

Y a la "Santa Fe" que no había alcanzado para vivir el día a día, además le agregaron "de la Vera Cruz", como para que Dios esta vez le ponga un poco más de onda en darle una mano a los valientes que querían habitar estas tierras que descubrieron, ellos, y que eran conocidas como hogar para los otros que resistían sin descanso la llegada de estos hombres con espadas y papeles.

Sin conocer (o sí) esta absolutamente atrapante e interesante historia sobre nuestros orígenes, muchos citamos inmediatamente a Don Juan de Garay cada vez que algo de nuestra tierra natal nos juega en contra. Quién hubiera pensado que 447 años después lo estarían haciendo responsable - por no decir lo adjetivarían de varias formas - por los 45 grados de temperatura en verano y los 80 de sensación térmica; por la presencia infernal de millones de mosquitos y jejenes chupasangre, que no paran hasta hincharnos de ronchas o vaciarnos las venas, lo que suceda primero.

Que estamos "en un pozo" y por eso "las tormentas siguen de largo" o descargan todo acá, y por elegir un lugar donde la humedad es tema de conversación diario, ésa que nos hace transpirar como testigo falso o sentir el frío en los huesos en invierno con 8 grados, los pisos mojados y los hongos incontrolables en las paredes, los pelos inflados, las alergias, los pies hinchados.

Sin contar, las sequías históricas y las inundaciones llena de dolor. Lindo combo con el que convivimos. Situación que si la analizara un político y no un historiador, estaría hablando de la pesada herencia.

Largo camino recorrimos desde aquel 15 de noviembre hasta hoy, donde seguimos luchando contra distintas situaciones que nos ponen todavía a prueba día a día.

Renegamos, nos enojamos, pero amamos esta ciudad a la que defendemos con el alma cuando alguien quiere criticarla, porque una cosa es que nos quejemos nosotros... pero que nadie de afuera venga a poner el ojo acá porque ahí rápido salimos a enfrentarlos con nuestros lisos helados, un buen pescado a la parrilla, los brazos del río que abrazan, pero a veces también traicionan, e igual amamos. Somos santafesinos con las s que nos comemos al hablar, los goles que gritamos por el club de nuestra vida, las cumbias que bailamos hasta el cansancio y las guitarreadas hasta el amanecer. Y el calor, el frío, la humedad, los mosquitos, las palometas, los alacranes son parte de nuestra existencia, ésa que escapa a la costa para llenarse de río, pierde la mirada en la Laguna Setúbal y que sin decirlo siempre mira el Puente Colgante cuando pasa por ahí, con el pecho hinchado de orgullo por ese sentido de pertenencia, y por ese símbolo de hierro, que nos recuerda siempre, de donde somos.

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