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Quién fue Justo Suárez, el primer ídolo de la historia del boxeo nacional

Merced al pugilismo, que lo rescató del destino de pobreza con el que vino al mundo, la vida del inolvidable Torito de Mataderos tuvo un sino trágico: de trabajar de niño para poder comer, a alcanzar la fama, fortuna y el infinito reconocimiento popular gracias a sus puños, hasta terminar sus días solo y enfermo de tuberculosis con solo 29 años.

En 1909, Mataderos era un típico barrio porteño poblado de familias numerosas y con múltiples carencias. Entre sus calles adoquinadas y, en épocas donde el trabajo no abundaba, todos hacían malabares para poder llenar la olla y alimentar a muchas bocas. En ese ambiente nació alguien que, pobre de toda pobreza, hubiese estado condenado a sobrevivir como pudiera –como miles en su misma condición– si no hubiera sido porque la práctica de un deporte le permitió ascender en la escala social y alcanzar la fama, fortuna e inmenso reconocimiento popular que no hubiera soñado en mil vidas.

Ese deporte fue el boxeo y, el tránsito por este mundo de quien se convertiría en una auténtica celebridad y el primer ídolo al que todos querían ver con sus puños en acción, tuvo un sino trágico: del baño de masas que eran cada una de sus presentaciones, tapa de revistas, billetes de todos los colores y una esposa y un hijo, no llegó a cumplir 30 años, y murió solo y devastado por la tuberculosis.

Fue Justo Antonio Suárez, el inolvidable Torito de Mataderos.

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A casi 85 años de su partida, Justo Suárez conserva la categoría de mito y permanece en el recuerdo popular. Representó al pibe que se hizo bien de abajo y llegó a lo más alto, que derrochaba coraje y determinación en el ring, pegaba duro y, además, con un carisma que lo llevó sin escalas al altar de los adorados –literalmente– por el público.

A casi 85 años de su partida, Justo Suárez conserva la categoría de mito y permanece en el recuerdo popular. Representó al pibe que se hizo bien de abajo y llegó a lo más alto, que derrochaba coraje y determinación en el ring, pegaba duro y, además, con un carisma que lo llevó sin escalas al altar de los adorados –literalmente– por el público.

De origen humildísimo

Justo Antonio Suárez llegó como un regalo de Reyes la noche del 5 de enero de 1909 en una humilde casa de la calle Guaminí 2740, casi San Pedro, próxima a los corrales del Matadero Municipal, donde abundaban los hijos y faltaba el sustento diario porque, entre los dos matrimonios de su padre, fue el 15° descendiente de los 25 que tuvo el criollo Martín Norberto Suárez, mientras que su madre fue una inmigrante: la italiana Luisa María Catalina Sbarbaro. El futuro ídolo fue el tercero de los siete hijos de Martín y Luisa.

Apenas si fue a la escuela ubicada en Alberdi 6131 y, a los 9 años, ya sabía lo que era trabajar: fue canillita, lustrabotas y mucanguero. En esa época, innumerables chicos humildes juntaban con una espátula la mucanga –la grasa de los animales faenados en el Matadero Municipal, que se desechaba en una canaleta y se vertía en el arroyo Cildáñez– y se la vendían a los fabricantes de jabones a 10 centavos cada balde.

Ya en su adolescencia cargó medias reses para el frigorífico Barreta y Mazzoni y, en un barrio bravo donde prevalecían los más guapos, también aprendió a defenderse e imponer respeto con la fuerza de sus puños.

Justo aprendió los rudimentos del boxeo con cuatro de sus hermanos mayores –que combatieron como amateurs–, que habían improvisado un ring en el fondo de la casa familiar: Arturo, Gregorio (al que conocían como El Molino de Mataderos), Obdulio (que fue campeón porteño de los gallos) y Edmundo.

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Justo Suárez aprendió los rudimentos del boxeo con cuatro de sus hermanos mayores –que combatieron como amateurs–, que habían improvisado un ring en el fondo de la casa familiar. Empezó a pelear con 14 años y, como aficionado, disputó en total 48 combates, con un récord invicto de 43-0-3-2 S/D (15 ko).

Justo Suárez aprendió los rudimentos del boxeo con cuatro de sus hermanos mayores –que combatieron como amateurs–, que habían improvisado un ring en el fondo de la casa familiar. Empezó a pelear con 14 años y, como aficionado, disputó en total 48 combates, con un récord invicto de 43-0-3-2 S/D (15 ko).

Con 14 años ya peleaba en su barrio y, con 15, pasó a hacerlo en un salón de la confitería L’Aiglon (aguilucho, en francés), sobre calle Florida entre Bartolomé Mitre y Cangallo, donde había un ring clandestino, porque la práctica del boxeo estaba prohibido en la Capital Federal –y, por extensión, en todo el país–, desde septiembre de 1892.

Tras la pelea entre Jack Dempsey y Luis Ángel Firpo, disputada en el Polo Grounds de Nueva York el 14 de septiembre de 1923 (la primera donde un argentino combatió por un título mundial, y en la que el Matador de Manassa le GKO 2 al Toro Salvaje de las Pampas y retuvo su corona pesada), la presión popular fue tan grande que, a principios de 1924, se levantó la prohibición y el boxeo volvió a practicarse en todo el país.

De la mano del experimentado entrenador Diego El Gordo Franco debutó como aficionado ese mismo año y, en el Club Social Argentino del barrio de Flores, empató en 5 rounds con Damián Dobal. Paulatinamente fue demostrando que estaba hecho de buena madera para este deporte, ya que era guapo y de estilo agresivo, atacaba permanentemente, poseía una dura pegada y, ver pelear a este huracán sobre el ring, era un verdadero espectáculo.

Justo comenzó a combatir en mosca, categoría en la que se consagró campeón de Novicios de Buenos Aires en 1924. Luego pasó a gallo (donde conquistó el título nacional en 1925); ya en pluma, fue campeón argentino y sudamericano en 1926 y, al año siguiente, se alzó en Chile con la corona subcontinental en liviano. Así, Suárez adquirió una muy rica experiencia como aficionado, terreno en el que disputó 48 combates, con un récord invicto de 43-0-3-2 S/D (15 ko).

También se desempeñó como auxiliar de los cronistas deportivos en el diario La República y, por su estilo de pelea aguerrido y el coraje que evidenciaba en cada combate, Carlos Rúa, uno de los periodistas de ese medio, lo bautizó con el apodo que lo acompañaría hasta el último de sus días: había nacido el Torito de Mataderos.

Su trayectoria profesional

Justo Suárez debutó como profesional el 19 de mayo de 1928 y, en el Parque Romano de Retiro, le GKO 2 al peruano Ramón Moya. Luego despachó al italiano Pietro Bianchi, el porteño Julián Mallona y el también italiano Fernando Marfurt.

El 5 de enero de 1929 –el día que cumplió 20 años– venció por puntos a Luigi Marfurt en el Parque Romano y, exactamente un mes después, hizo lo propio con Enrico Venturi aunque, al nacido en Roma, lo derrotó antes del límite. Su fama crecía a pasos agigantados y, tras este triunfo, El Gráfico publicó: El popular peso liviano argentino Justo Antonio Suárez que, como amateur y profesional se mantiene invicto, se ha convertido, al vencer al italiano Enrico Venturi, en una revelación impresionante”.

Como la capacidad del Parque Romano no era suficiente para albergar al cada vez más numeroso público que seguía sus peleas, el nuevo escenario para sus presentaciones fue el viejo estadio de madera de River Plate, sito en avenida Alvear (hoy llamada Libertador) y Tagle, donde actualmente se encuentra la TV Pública.

El 23 de marzo siguiente, Suárez enfrentó en este estadio al español Luis Rayo ante más de 40.000 espectadores (muchísimos de ellos de Mataderos, que llevaron hasta bengalas para alentar al representante del barrio), una multitud que hacía tiempo no se congregaba en festivales boxísticos.

La clara victoria por puntos del Torito fue reflejada por la prensa de la época, que publicó: “Justo Suárez, acaba de vencer, haciendo derroche de energías, a Luis Rayo, el maravilloso boxeador que arrebató a (el francés) Lucien Vinez (en 1927, en Barcelona) el campeonato europeo de los livianos”.

El 20 de abril enfrentó al italiano Vittorio Venturi (hermano mayor de Enrico Venturi, a quien había derrotado en febrero) en River pero, un fortísimo aguacero, obligó a suspender la pelea, cuyo fallo fue sin decisión. Tal fue el interés que despertó este combate que, por primera vez, se vendieron los derechos de transmisión radial para un espectáculo deportivo en nuestro país.

Reprogramada para el 25 de mayo siguiente, la pelea terminó con otro nocaut de Suárez. Esa temporada de 1929 –donde cinco veces fue la tapa de El Gráfico–, se completó con sendos triunfos ante el estadounidense Lou Paluso y el británico Fred Webster, y con medio millón de pesos en su cuenta bancaria, un dineral en ese tiempo.

Campeón argentino y gira por EE.UU.

Para la temporada de 1930, Suárez se desvinculó de su entrenador, el Gordo Franco y, sus nuevos managers, fueron los promotores de boxeo más importantes de la época, José Pepe Lectoure e Ismael Pace, quienes estaban en pleno proceso de construcción de un estadio que sería legendario: el Luna Park.

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Para la temporada de 1930, Suárez se desvinculó de su entrenador, Diego El Gordo Franco y, sus nuevos managers, fueron los promotores de boxeo más importantes de la época, José Pepe Lectoure e Ismael Pace, quienes estaban en pleno proceso de construcción de un estadio que sería legendario: el Luna Park.

Para la temporada de 1930, Suárez se desvinculó de su entrenador, Diego El Gordo Franco y, sus nuevos managers, fueron los promotores de boxeo más importantes de la época, José Pepe Lectoure e Ismael Pace, quienes estaban en pleno proceso de construcción de un estadio que sería legendario: el Luna Park.

Bajo la representación de ambos, el Torito noqueó al español Hilario Martínez el 4 de enero de 1930 y, el 1 de marzo, hizo lo propio con el veterano estadounidense Babe Herman. Pero fueron por más y, para que la carrera de Suárez continuara en franco ascenso, negociaron y concretaron una pelea que era muy esperada por todos: frente a Julio Mocoroa, un brillante estilista –y estudiante de la carrera de Farmacia–, con la corona argentina liviana (que estaba vacante) en juego, nada menos.

El sábado 27 de marzo de 1930, en River, casi 55.000 espectadores presenciaron un duelo inolvidable y, tras una guerra de 10 rounds, el árbitro Benigno Rodríguez Jurado levantó la mano de Suárez quien, de este modo, al derrotar en fallo unánime al Bulldog Platense, era el nuevo rey nacional de las 135 libras o 61,235 kilos.

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En el número 547 de El Gráfico, del 4 de enero de 1930, se anunció la pelea en la que  Suárez noquearía al español Hilario Martínez en el viejo estadio de madera de River. El 27 de marzo siguiente, en el mismo escenario y, ante casi 55.000 espectadores, se consagraría campeón argentino liviano al derrotar al platense Julio Mocoroa.

En el número 547 de El Gráfico, del 4 de enero de 1930, se anunció la pelea en la que Suárez noquearía al español Hilario Martínez en el viejo estadio de madera de River. El 27 de marzo siguiente, en el mismo escenario y, ante casi 55.000 espectadores, se consagraría campeón argentino liviano al derrotar al platense Julio Mocoroa.

Y hubo otra noticia relacionada con Suárez que fue tapa de todos los diarios: se casó con Adelina Pilar Bravo, una muy bella telefonista que había conocido en una redacción y, a partir de ahí, dejó Mataderos y los paseos en las calles de su barrio natal con su Ford A Voiturette rojo, y se afincó en Lanús, en el sur del Conurbano.

El plan de Lectoure y Pace era llevar al Torito a los Estados Unidos y, para ello, el nuevo entrenador de Suárez fue el ex masajista Enrique Sobral quien, entre 1938 y 1940, llegaría a ser el director técnico de Boca Juniors. La fama de Suárez era tal que, antes de viajar –lo haría con su flamante esposa en el barco North Prince–, fue a la Casa Rosada para despedirse del presidente, Hipólito Yrigoyen, quien lo nombró Agregado Deportivo.

Su debut en los Estados Unidos se produjo el 17 de julio de 1930 ante Joe Glick, un experimentado púgil con más de 200 peleas en su trayectoria, y a quien enfrentó en el Yankee Stadium del Bronx neoyorquino.

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La edición 576 de El Gráfico, del 26 de julio de 1930, mostró al Torito cuando arribó a Nueva York, en la que sería su primera gira en los Estados Unidos. Su fama era tal que, antes de viajar –lo hizo con su esposa en el barco North Prince–, fue a la Casa Rosada para despedirse del presidente, Hipólito Yrigoyen, quien lo nombró Agregado Deportivo.

La edición 576 de El Gráfico, del 26 de julio de 1930, mostró al Torito cuando arribó a Nueva York, en la que sería su primera gira en los Estados Unidos. Su fama era tal que, antes de viajar –lo hizo con su esposa en el barco North Prince–, fue a la Casa Rosada para despedirse del presidente, Hipólito Yrigoyen, quien lo nombró Agregado Deportivo.

La expectativa por esta pelea fue tan grande que el diario Crítica instaló varios megáfonos en su puerta, sobre la Avenida de Mayo y, vía telefónica, miles de argentinos pudieron escuchar el relato de la misma. El Torito se impuso por puntos y, tras el combate, saludó a las casi 20.000 personas, la gran mayoría proveniente de Mataderos, y que se habían movilizado en camiones hacia el centro porteño.

En julio de 1930 y, en la cima del reconocimiento popular de Suárez, la orquesta del maestro Francisco Lomuto le dedicó el tango Muñeco al suelo, escrito por Venancio Clauso y cantado por Carlos Pérez de la Riestra (conocido por su nombre artístico de Charlo). En una de sus estrofas, dice:

¡Justo Suárez, solo!

¡Torito viejo lindo!

Sacalo como vos sabés,

no le des tiempo, fajalo.

¡Torito viejo lindo!

Ya está listo, cruzalo,

cruzalo que lo tenés.

En su primera gira por los Estados Unidos, el Torito disputaría cuatro combates más, con sendos triunfos: ante Herman Perlick (el 12 de agosto) y Bruce Flowers (una semana después), ambos en el Queensboro Stadium de Long Island City, Queens, y frente a Ray Miller (3 de octubre) y Louis Kid Kaplan (el 17 del mismo mes), presentándose en los dos casos en el mítico Madison Square Garden neoyorquino, ícono del boxeo universal.

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Suárez debutó en los Estados Unidos el 17 de julio de 1930 y venció por puntos a Joe Glick. Entre agosto y octubre siguientes disputó cuatro peleas más, ganándolas a todas: derrotó a Herman Perlick, Bruce Flowers, Ray Miller y Louis Kid Kaplan. Ante los dos últimos se presentó en el mítico Madison Square Garden neoyorquino, ícono del boxeo universal.

Suárez debutó en los Estados Unidos el 17 de julio de 1930 y venció por puntos a Joe Glick. Entre agosto y octubre siguientes disputó cuatro peleas más, ganándolas a todas: derrotó a Herman Perlick, Bruce Flowers, Ray Miller y Louis Kid Kaplan. Ante los dos últimos se presentó en el mítico Madison Square Garden neoyorquino, ícono del boxeo universal.

Primera derrota, y el ocaso

El 6 de marzo de 1931, Suárez le GKO 3 al fuerte pegador chileno Estanislao Loayza en un colmado estadio de River. El Torito venció antes del límite al Tigre de Iquique con la presencia en el ringside del presidente de facto, general José Félix Uriburu, y el príncipe de Gales, quien realizaba una visita oficial en nuestro país.

El paso siguiente sería la revancha con Julio Mocoroa con el título de Suárez en juego pero, la misma, nunca se realizaría: el 3 de abril siguiente, mien­tras viajaba en auto desde La Plata hacia la Capital Federal para firmar el contrato de la pelea, el Bulldog Platense sufrió un accidente a la altura del kilómetro 3, y murió seis días después. Te­nía 25 años.

Por eso, el Torito viajó nuevamente hacia los Estados Unidos junto con su mujer, su suegra, José Lectoure y Enrique Sobral y, el 25 de junio de 1931, enfrentó en el Madison Square Garden, y ante 20.000 espectadores, al durísimo Billy Petrolle, probador de todo aquel que aspirara a pelear por el título mundial.

Petrolle –cuyos nombres de pila eran William Michael y lo apodaban The Fargo Express porque, precisamente, era un tren expreso sobre el ring– derribó a Suárez en el primer round y, al 1’51” del noveno asalto, el árbitro Patsy Haley decretó el nocaut a favor del púgil local. Por primera vez en su carrera, el Torito, que fue un canto a la guapeza a pesar del castigo que recibió, se bajó derrotado de un ring.

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Justo Suárez media 1,67 metro, era de guardia diestra y, su estilo de pelea –con el que se ganó el inmenso cariño popular– era puro coraje y determinación, fuerte pegada y ataque permanente. Tras 29 peleas, su récord profesional fue de 24-2-1-2 S/D (14 ko).

Justo Suárez media 1,67 metro, era de guardia diestra y, su estilo de pelea –con el que se ganó el inmenso cariño popular– era puro coraje y determinación, fuerte pegada y ataque permanente. Tras 29 peleas, su récord profesional fue de 24-2-1-2 S/D (14 ko).

Amén de que perdió con un fajador como él, que lo superó en potencia, asimilación y velocidad, Suárez no estaba en óptimas condiciones físicas y, la razón, es que comenzaron a asomar los primeros indicios y síntomas de la enfermedad –incurable en esa época– que terminaría con su vida siete años después: la tuberculosis.

El Luna Park, que se convertiría en el templo del boxeo argentino, se inauguró oficialmente con los bailes de carnaval de 1932 y, como no podía ser de otro modo, a la primera gran pelea en el flamante estadio –sin techar aún, lo que recién se haría en 1934– la protagonizó Justo Suárez.

El sábado 12 de marzo de 1932, el Torito expuso su cetro nacional liviano ante el estilista porteño Víctor El Jaguar Peralta, medalla de plata en pluma en los Juegos Olímpicos de Amsterdam 1928. Pero la realidad mostró que el nacido en el barrio de Mataderos había dejado atrás su plenitud física y boxística porque, para esta pelea, le costó muchísimo encuadrarse en su categoría. Y no solo eso: su cabeza estaba llena de problemas, y no precisamente pugilísticos.

La relación con su esposa no era la ideal producto de los celos enfermizos del Torito y, para colmo, diferencias económicas con su madre ocuparon las páginas de todos los diarios durante varias semanas, con declaraciones de ambos en distintas publicaciones. Recién pudieron zanjar la controversia mediante un acuerdo judicial que se firmó muy pocos días antes de medirse con el Jaguar.

Desafortunadamente para los miles de seguidores del Torito, esa noche fue el comienzo del fin de su carrera: Peralta lo noqueó en el décimo round y se alzó con la corona nacional liviana. Fue la segunda caída de Suárez, y también antes del límite, como lo había sido la primera ante Petrolle. El Luna Park enmudeció y, muchos de los presentes, lloraron de tristeza.

Era tal el nivel de idolatría que había alcanzado Suárez que, el público, jamás le perdonaría a Peralta haberlo vencido. Por eso, el Jaguar transitó los años siguientes de su trayectoria –hasta su retiro en 1936– envuelto en un absolutamente inmerecido halo de impopularidad.

A partir de aquí, todo fue cuesta abajo para el Torito. Si bien en 1933 nació su único hijo, Enrique Justo Suárez, la tuberculosis minaba cada vez más su frágil salud. Al año siguiente, su mujer lo abandonó y se radicó en París con su hijo.

¿Y qué fue de la fortuna de Suárez? Jamás se supo con total certeza pero, en esos tiempos, muchos afirmaron que José Lectoure (tío de Juan Carlos Tito Lectoure, quien años después heredaría la administración del Luna Park) se quedó con el dinero del Torito.

Otros sostienen que, en medio de la disolución del matrimonio, su esposa Pilar Bravo se llevó gran parte del dinero cuando se mudó a la Ciudad Luz. Ella y su hijo recién volverían al país a fines de década de 1950.

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La tapa de la edición 568 de El Gráfico del 31 de mayo de 1930 mostró al Torito con su flamante esposa, Adelina Pilar Bravo, una muy bella telefonista con la que tuvo un hijo, Enrique Justo Suárez, nacido en 1933. Al año siguiente, su mujer lo abandonó y se radicó en París con su hijo.

La tapa de la edición 568 de El Gráfico del 31 de mayo de 1930 mostró al Torito con su flamante esposa, Adelina Pilar Bravo, una muy bella telefonista con la que tuvo un hijo, Enrique Justo Suárez, nacido en 1933. Al año siguiente, su mujer lo abandonó y se radicó en París con su hijo.

Sea cual fuera el destino de los millones del Torito, la única –y muy dolorosa– certeza era de que estaba en un profundo pozo depresivo, enfermo y en la ruina.

Su triste final

En los años siguientes, viviendo con lo justo (y volcado a la bebida también), alternó sus días en Buenos Aires con estadías en Córdoba, donde los médicos le había recomendado que se afincara para, con la pureza del aire serrano, pudiera mejorar de su grave afección pulmonar.

Tras estar alejado de los rings más de tres años y, en busca de la gloria perdida (y ganar unos pesos que mejoraran su pobre presente económico también), Suárez disputó la última pelea de su vida el 5 de octubre de 1935.

La misma tuvo lugar en el Parque Romano y no en el Luna Park debido a la negativa de Pepe Lectoure, quien sabía muy bien que el Torito que no estaba en condiciones de combatir. Y era totalmente cierto porque, lo que se vio, fue penoso.

Suárez estaba tan débil que ni siquiera podía levantar los brazos para cubrirse. Era una sombra que solo inspiraba lástima. Su rival, Juan Bautista Pathenay, no quería golpear a su ídolo que, a su vez, no tenía fuerzas (ni aire) para hacerlo. Por ello, el árbitro, Eduardo Ramos Oromi, detuvo la desigual pelea (por así llamarla), mientras Pathenay se bajó del ring llorando, al igual que todo el estadio al ver los últimos estertores de lo que había sido el formidable Torito de Mataderos cuyo récord, tras 29 peleas profesionales, fue de 24-2-1-2 S/D (14 ko).

Sin un peso y enfermo, decidió mudarse a la casa de una de sus hermanas en Cosquín, Córdoba, donde pasó los últimos años de su vida. Debido a que su estado se agravó porque la tuberculosis estaba arrasando con él, fue derivado a un hospital de la capital provincial, del que terminaría escapándose una noche y recién lo encontrarían a la mañana siguiente, la del miércoles 10 de agosto de 1938. Lo hallaron agonizante en la casilla del cuidador del parque Sarmiento de la ciudad de Córdoba, y murió muy poco después. Tenía apenas 29 años.

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En la esquina de Alberdi y Murguiondo del barrio de Mataderos hay un busto que recuerda a Suárez, obra del escultor Francisco Crescenzo. Además, la antigua calle Francisco Bilbao lleva su nombre y, desde 1940, sobre ella se encuentra el estadio del Club Atlético Nueva Chicago, al que llaman Torito, como el ídolo boxístico.

En la esquina de Alberdi y Murguiondo del barrio de Mataderos hay un busto que recuerda a Suárez, obra del escultor Francisco Crescenzo. Además, la antigua calle Francisco Bilbao lleva su nombre y, desde 1940, sobre ella se encuentra el estadio del Club Atlético Nueva Chicago, al que llaman Torito, como el ídolo boxístico.

En medio de la honda conmoción que provocó la noticia de su fallecimiento, una multitud lo despidió en la capilla ardiente montada en el Córdoba Sport Club –entre ellos, el por entonces gobernador de Córdoba, Amadeo Sabattini– y, esa misma noche, sus restos fueron trasladados en tren a la Capital Federal (gastos que cubrió José Lectoure, lo que se sabría varias semanas después), donde arribaron a la estación Federico Lacroze el jueves 11 pasado el mediodía.

Desde una casa funeraria de Monroe al 3200 se lo trasladaría al cementerio de La Chacarita, donde lo esperaba una marea humana que, entonces, solo era comparable con la que dos años antes había despedido en esa misma necrópolis los restos del mismísimo Carlos Gardel.

En vez de llevarlo en una carroza fúnebre, sus amigos y admiradores portaron el ataúd “a pulso” durante casi cuatro kilómetros, acompañados por viejos rivales de Suárez, familiares y periodistas. Cuando la caravana estaba a solo 100 metros del ingreso al cementerio, un grupo se desprendió de la misma y, gritando “¡Al Luna Park!”, “¡Al Luna Park!”, enfilaron hacia el centro con el féretro.

Ante la presión popular, Lectoure y Pace decidieron abrir el estadio para despedir al Torito, que fue velado durante toda esa noche y, en la fría mañana del viernes 12 de agosto de 1938, Justo Antonio Suárez fue sepultado ante el llanto de decenas de miles de personas, que le dieron el último adiós al ídolo que los había conmovido con tantas noches de adrenalina y emoción dentro de un ring.

Su figura inspiró a Julio Cortázar a escribir el cuento Torito, incluido en la obra Final de Juego, publicada en 1956 y, uno de sus párrafos, dice: “Qué le vas a hacer, ñato, cuando estás abajo todos te fajan. Todos, che, hasta el más maula. Te sacuden contra las sogas, te encajan la biaba. Andá, andá, qué venís con consuelos vos…”

A casi 85 años de su partida, Justo Suárez conserva la categoría de mito y permanece en el recuerdo popular. Representó al pibe que se hizo bien de abajo y llegó a lo más alto, que derrochaba coraje y determinación en el ring, pegaba duro y, además, con un carisma que lo llevó sin escalas al altar de los adorados –literalmente– por el público.

Al evocarlo, el inolvidable maestro Julio Ernesto Vila siempre señalaba que “no hay ídolos sin sonrisas”. Y era exactamente así, ya que la de Justo Suárez encandilaba al mundo entero. “Tie­ne una son­ri­sa que va­le un mi­llón de pe­sos”, solía de­cir su ma­na­ger, José Pe­pe Lec­tou­re pero, para sus infinitos seguidores, el Torito de Mataderos –ídolo inmortal si los hay en el boxeo nacional– fue tan querido que, el cariño que los hinchas le profesaron, no tuvo ni tendrá precio.

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