En 1907, el aristócrata Aarón Félix Martín de Anchorena compró y trajo de Francia un globo aerostático de seda, y de 1200 metros cúbicos, bautizado Pampero. El 24 de diciembre del mismo año, el mismo comenzó a inflarse con gas de alumbrado público en el predio de la Sociedad Sportiva Argentina, en el barrio capitalino de Palermo, donde hoy se encuentra el Campo Argentino de Polo.
La ascensión se demoró un día y, finalmente, el 25 de diciembre, ignorando las recomendaciones de suspender el vuelo –ya que el aeróstato no se había inflado por completo–, Anchorena invitó al director de Alumbrado de la Municipalidad, el ingeniero y destacado deportista Jorge Newbery a volar con él y, a las 12.45, ante el asombro de los presentes, el Pampero comenzó a elevarse.
Dos horas y cinco minutos después, aterrizaron en la estancia de Tomás Bell, a unos 30 kilómetros de la costa, en Conchillas, departamento uruguayo de Colonia y, este cruce del Río de la Plata, se considera como la primera actividad aérea que se realizó en nuestro país.
Pero también fue el primer vuelo de Newbery quien, completamente maravillado por esta inédita experiencia, a partir de ese momento se convertiría en el símbolo de la aeronáutica nacional, honor que muy merecidamente conserva hasta la fecha.
Alumno brillante, profesor y funcionario
Jorge Alejandro Newbery nació el 27 de mayo de 1875 en el pueblo de Belgrano, actual barrio del mismo nombre de la ciudad de Buenos Aires. Fue el segundo hijo –el primer varón– de los 12 que conformaron la descendencia del matrimonio del odontólogo estadounidense Ralph Lamartine Newbery Purcell y Dolores Celina Malagarie –nacida en la Capital Federal, de padre francés y madre argentina–, celebrado el 26 de julio de 1873.
Newbery nació en la casa paterna, que estaba ubicada en el 251 de la actual calle Florida; un par de años más tarde la familia se trasladó a una vieja casona sita en la calle Libertad, entre Charcas y Santa Fe, donde en 1878 nació su hermano Eduardo Federico, que también sería otro precursor de la aeronáutica nacional.
Vivió su niñez en la casa-quinta de Belgrano, cursando sus primeros estudios en el Instituto Europeo cercano a su domicilio y, posteriormente, en el Saint Andrew's Scotch School, de la congregación de la iglesia presbiteriana escocesa, en la ciudad de Buenos Aires. En 1833, cuando tenía ¡8 años!, sus padres lo enviaron solo a los Estados Unidos, donde conoció a sus abuelos paternos, el médico londinense –radicado en Nueva York– Edward Newbery Rouse, y Rose Ann Brett Purcell.
A su regreso, Jorge cursó sus estudios primarios en el Colegio San Andrés, de Olivos y, a los 16, se recibió de bachiller. Tras obtener su título secundario, Newbery evidenció una marcada inclinación hacia la mecánica, por lo que viajó nuevamente a los Estados Unidos con el propósito de cursar estudios superiores en la Universidad de Cornell, donde permaneció dos años.
Luego, atraído por las últimas invenciones eléctricas, pasó al Drexel Institute, de Filadelfia y, uno de sus profesores, fue el mismísimo Thomas Alva Edison. Después de un lustro en este país, Newbery volvió a la Argentina con el título de ingeniero electricista y, con solo 21 años, fue nombrado jefe en la Compañía Luz y Tracción del Río de la Plata.
Poco después se incorporó a la Armada como electricista de 1ª Clase –con el grado de capitán de fragata–, donde también fue instructor de natación e integró una comisión técnica que viajó a Europa para comprar equipos eléctricos para modernizar los buques de guerra y las instalaciones terrestres de defensa costeras.
Solicitó la baja de la Armada y, en mayo de 1900, el intendente municipal porteño, Adolfo Bullrich, lo designó director General de Alumbrado de la Ciudad de Buenos Aires, cargo que ocuparía hasta su trágica muerte en 1914.
En junio de 1904 fue designado profesor de Electrotécnica de la especialidad Mecánica, en la Escuela Industrial de la Nación que, años después, se llamaría Otto Krause, en honor de quien fuera su fundador.
No solo se destacó como funcionario y docente: Newbery también escribía habitualmente en los Anales de la Sociedad Científica Argentina. Por caso, una de sus obras más destacadas es El Petróleo, publicado en 1910 –con la colaboración del químico Justino Thierry, profesor de la materia en el Colegio Militar de la Nación– donde destacan la inexcusable necesidad de reservar para el Estado las zonas petrolíferas.
El eximio deportista
De excelente condición física, Newbery fue definido por sus contemporáneos como "un hombre alegre, decidido y formal". Asimismo y, al provenir de una acaudalada familia, muchos asociaron su figura a la del típico dandy de la época.
Su marcada inclinación hacia todos los deportes, le mereció el calificativo de "poeta de la energía". En su estadía universitaria en los Estados Unidos, tuvo la oportunidad de conocer, y practicar, distintas disciplinas. A su regreso al país, las impulsó en todos los ámbitos sociales y hasta fundó distintos clubes, cuyas comisiones directivas integraría.
Tales eran sus aptitudes para las prácticas deportivas, que incursionó –y con marcado éxito– en el boxeo, lucha grecorromana, remo, natación, equitación, tiro, esgrima, pedestrismo, rugby, fútbol, polo y hasta automovilismo a las cuales, a partir de 1907, se les sumarían su pasión por los globos aerostáticos y los aviones.
Newbery reglamentó la práctica del boxeo y, en la época en que el pugilismo estaba prohibido la Capital Federal desde 1892 y, por extensión, en todo el país, su trabajo y prédica fueron absolutamente fundamentales para que este deporte no desapareciera. En la quinta del doctor Carlos Delcasse, en Belgrano, conocida como la Casa del Ángel, por la escultura que se encontraba en el frente, organizaba periódicamente combates ante rivales locales y extranjeros.
Su época de boxeador fue inmortalizada en el tango Corrientes y Esmeralda, de Celedonio Flores y Francisco Pracánico, estrenado en 1933: “Amainaron guapos junto a tus ochavas / cuando un cajetilla (un joven rico y distinguido, como Newbery) los calzó de cross / y te dieron lustre las patotas bravas / allá por el año...novecientos dos...”
En octubre de 1901, obtuvo el primer premio en el torneo sudamericano de florete organizado por el Club Gimnasia y Esgrima y, en 1905 y 1906, se impuso en los organizados por el Jockey Club de Buenos Aires.
En 1902 obtuvo el primer premio de zambullida a mayor distancia en el río Luján, al recorrer 100 metros. Del agua pasó a los autos y desafió a Ignacio del Carril: con un Brasier de 120 HP, Newbery lo superó a una velocidad de más de 133 km/h por caminos de tierra.
El 16 de marzo de 1908, junto con Juan Mouras y, representando al Buenos Aires Rowing Club, conquistó la prueba de los 1000 metros, dos remos largos y, en 1910, integró el equipo que estableció el récord de velocidad en cuatro remos largos.
Su pasión por la actividad aérea
Su interés por volar se despertó tras conocer al aeronauta brasileño Alberto Santos Dumont y, el 25 de diciembre de 1907, junto a Aarón de Anchorena, cruzó el Río de la Plata con el globo Pampero. Esta ascensión hizo que Newbery se volcara decididamente a esta nueva pasión y se dedicó a fomentarla porque, visionario como era, consideraba que en el futuro la aeronavegación provocaría una auténtica revolución en todos los órdenes de la vida del hombre. No se equivocó en lo más mínimo…
El 13 de enero de 1908 fundó el Aero Club Argentino, el primero de su tipo en Latinoamérica, que se convirtió en la piedra basal de la aeronáutica civil argentina y, más adelante, de la aviación en las Fuerzas Armadas. El primer presidente fue Anchorena y, Newbery, fue designado vicepresidente segundo. La flamante institución se ubicaba en la quinta Villa Ombúes, del empresario Ernesto Tornquist, en Luis María Campos y Maure, donde en la actualidad se encuentra la embajada de la República Federal de Alemania.
El 7 de febrero siguiente, Jorge obtuvo su brevet de piloto de globo y, desde entonces, compartiría sus obligaciones en la Municipalidad porteña con la actividad aérea, de la que fue el más entusiasta de los impulsores. Pero, meses después, la tragedia enlutaría a la familia Newbery.
El éxito de los primeros vuelos hizo que su hermano menor, Eduardo Federico, intentara realizar un raid en globo para llegar a La Pampa. El 17 de octubre de 1908, junto con Eduardo Romero, un sargento del Ejército, partieron desde el Aero Club Argentino a bordo del Pampero. Jamás se encontraron sus cuerpos ni el globo…
En medio el duelo por la pérdida de su hermano y, tras reasumir la presidencia del Aero Club Argentino –había resignado por esta tragedia–, Newbery, de 33 años, se casó el 23 de noviembre siguiente con Sarah Escalante, de 19, cuyo padre, el doctor Wenceslao Escalante, fuera ministro de Hacienda en la presidencia de José Evaristo Uriburu, y de Obras Públicas y de Agricultura, en la de Julio Argentino Roca. El matrimonio –que terminaría en divorcio por la insistencia de Newbery en seguir volando, a lo que su esposa se oponía con firmeza– tuvo un solo hijo, Jorge Wenceslao, quien nació el 26 de noviembre de 1909 y falleció el 22 de marzo de 1919.
El 24 de enero de 1909, Newbery partió de la quinta Los Ombúes, en San Isidro, Gran Buenos Aires, a bordo de su nuevo globo, Patriota, de 1200 metros cúbicos, adquirido en París por el ingeniero Horacio Anasagasti y donado por el mismo al Aero Club Argentino. Con este aeróstato llegó hasta Marcos Paz, en la provincia de Buenos Aires y, meses, después se reunió con Alfredo Lorenzo Palacios, el primer diputado socialista de América Latina. "Nadie quiere oír hablar de globos, doctor, desde la desaparición de mi hermano. Si usted sube, se hará un movimiento favorable. Se borrará la impresión dramática de los actuales momentos. Necesito un hombre como usted", fue su pedido.
Palacios accedió y, junto con Newbery y Lisandro Billinghurst, ascendieron en el Patriota. "Yo sabía lo que era una nube pero nunca la había tocado. Y cuando nos hallamos a pleno sol y la sombra del globo resbalando sobre las nubes, asistí a un maravilloso espectáculo que jamás viera ni imaginara. Todo envuelto en silencio, un silencio poético, suave, un silencio de nubes serenas. Llegamos a los 3000 metros, iniciamos el descenso y bajamos en la estancia de la familia Correa. Algunos campesinos, alarmados, creyeron en el retorno del Pampero. Nuestro descenso se produjo cuando la familia Correa se disponía a tomar el té. Se nos invitó y fuimos, realmente, unos invitados caídos del cielo…", recordaría el diputado su vuelo de bautismo.
Inconformista nato, Newbery fue por más y, el 27 de diciembre de 1909, con el globo Huracán, lograría un nuevo hito: batió el récord sudamericano de duración y distancia al recorrer 550 kilómetros en 13 horas, uniendo la Argentina, Uruguay y Brasil. Volando a 3000 metros de altura –por momentos, a unos 100 km/h–, y con una temperatura de -3°, esta hazaña lo ubicó en el cuarto lugar en el mundo, en tiempo de suspensión y, en la sexta ubicación, respecto a la distancia recorrida. El vuelo había concluido en la ciudad de Bagé, estado de Río Grande do Sul.
Este globo le dio el nombre al Club Atlético Huracán, fundado el 1 de noviembre de 1908. Tal era su popularidad que, al batir la marca subcontinental, la institución le pidió a Newbery si podía utilizar como insignia del club la imagen del globo del mismo nombre.
Jorge les escribió: “Al dar contestación a su expresiva y atenta carta, en la cual me solicitan mi conformidad para que vuestro Club pueda usar el distintivo del globo Huracán, doy mi más completa conformidad esperando que el team que lo lleve sobre el pecho, sabrá hacerle el honor correspondiente al esférico que de un solo vuelo cruzó tres repúblicas”.
Entonces, el club adoptó el globo como distintivo en la camiseta y, después de lograr dos ascensos consecutivos, la comisión directiva –que lo nombró socio honorario primero, y presidente honorario después– le respondió: “Huracán ha cumplido. Logró tres categorías, como su globo cruzó tres repúblicas y así satisfacemos su deseo”.
En septiembre de 1911, Newbery le ofreció al Ministerio de Guerra intervenir en las maniobras militares de Campo de Mayo, para lo cual utilizó el Patriota. Tras la exitosa ascensión, fue felicitado por el teniente coronel Agustín P. Justo, director de la Escuela de Tiro de Campo de Mayo, y del ministro de Guerra, general de división Gregorio Vélez.
Así, en los últimos tres años había realizado casi 40 ascensiones. Extraordinario.
Ahora, los aviones
El 3 de marzo de 1910, realizó su bautismo de vuelo en avión en un biplano francés Farman III, impulsado por un motor rotativo Gnome Omega de 7 cilindros y 50 HP. El 20 de junio siguiente, obtuvo su brevet de piloto de avión con un monoplano Blériot propulsado por un motor Auzani de 35 HP, con el cual completó un circuito en el Aeródromo de Villa Lugano, el primero del país. El mismo había sido construido por el Aero Club Argentino –a pedido de la Comisión de Festejos del Centenario de la Independencia–, entre las calles Chilavert, Murguiondo, Madariaga y Lisandro de la Torre del actual barrio porteño.
El diploma de Newbery fue el número 8 en el listado de aviadores argentinos de la Federación Aeronáutica Internacional.
El 10 de agosto de 1912, el presidente Roque Sáenz Peña creó la Escuela Militar de Aviación –dependiente del Ministerio de Guerra–, la primera fuerza aérea militar de América Latina, y cimiento de la actual Fuerza Aérea Argentina. La misma se ubicaba en El Palomar y, tanto Newbery como el ingeniero Alberto Mascías, fueron designados directores Técnicos en el flamante instituto.
Ante la falta de presupuesto oficial para adquirir aviones para equipar a la Escuela, el Aero Club Argentino puso a disposición del Ministerio de Guerra sus siete aeróstatos, y los servicios de Marcel Paillette, un instructor de vuelo francés.
También se creó la Comisión Central Recolectora de Fondos para la Flotilla Aero Militar Argentina, que recibió importantes donaciones, y fue presidida por Newbery y el barón Antonio de Marchi, un importante patrocinador de la naciente actividad aérea.
El 5 de noviembre de 1912 y, como inicio oficial de las actividades de la Escuela Militar de Aviación, Newbery batió el récord de altura con el globo Buenos Aires, al alcanzar los 5100 metros, acompañado por el teniente 1° Raúl Eugenio Goubat y por el teniente de navío Melchor Zacarías Escola.
Asimismo y, como ensayo para cristalizar otro gran sueño que alimentaba –nada menos que el cruce de la cordillera de los Andes– el 24 de noviembre siguiente, con el Centenario, un Blériot XI con motor Gnome de 50 HP, Newbery cruzó el Río de la Plata y aterrizó en la Barra de San Juan, a 30 kilómetros de Colonia, Uruguay, convirtiéndose en el primer hombre que lo atravesó en globo y en avión. Regresó esa misma tarde, y totalizó una travesía de 150 kilómetros, 100 de ellos sobre el agua.
Por otra parte y, merced a lo recaudado por la Comisión Recolectora de Fondos, el 25 de mayo de 1913 se presenció el primer desfile aéreo del país, realizado sobre el Hipódromo Argentino de Palermo. Al frente de esos cuatro aviones –la primera escuadrilla militar argentina– iba Newbery, seguido por el ingeniero Mascías y los tenientes Goubat y Alfredo Salvador Agneta.
Por los excepcionales servicios prestados y, mediante un decreto firmado el 12 de noviembre de 1913, el gobierno nacional les otorgó, a Newbery y Mascías, sus respectivos brevets de Aviador Militar, y fueron los primeros en recibirlos.
Newbery batió la marca sudamericana tras alcanzar una altura de 4075 metros y, días después, llegó hasta los 4178 metros. Pero, para sortear la cordillera en vuelo, debía sobrepasar los 5000 metros, que esperaba alcanzarlos antes de marzo de 1914 ya que, según sus estudios meteorológicos, era el mes más favorable para este enorme desafío.
Antes de intentar el cruce de los Andes, Newbery decidió viajar a Europa con el propósito de divulgar lo realizado en nuestro país en materia de vuelos. Su condición de presidente del Aero Club Argentino respaldó sus exposiciones; además, participó del raid aéreo Reims-París, y visitó los aeródromos de Hendon, en Londres; el de Johannisthal, próximo a Berlín, y varios de Francia.
Por otra parte, España le confirió la Cruz del Mérito Militar y, el Aero Club de Francia, le otorgó los cordones de la Legión de Honor.
El 14 de enero de 1914, Newbery arribó al puerto de Buenos Aires a bordo del Lutetia, acompañado por Paul Gailly, un mecánico francés a quien le asignó la tarea de adaptar a su Morane Saulnier Tipo G un motor Le Rhone de 80 HP, junto con una hélice especial que el propio Jorge diseñara.
Como prueba final de vuelo de altura, el avión despegó desde El Palomar a las 5 del 10 de febrero siguiente. A medida que ascendía, Newbery –enfundado en su saco de cuero forrado– comenzó a experimentar un fuerte dolor de cabeza y, además, un intenso frío que le impedía mover los dedos de sus manos. No obstante, el barógrafo le indicó que había alcanzado los 6225 metros.
Esta nueva hazaña no fue homologada por la comisión internacional, cuya reglamentación disponía superar, al menos, por 150 metros el récord mundial. Newbery lo había hecho solo por 65 pero, el cruce de los Andes estaba cada vez más cerca…
Su muerte
El 22 de febrero, Jorge Newbery viajó hacia Mendoza en compañía de Benjamín Jiménez Lastra, donde los recibió el uruguayo-argentino Teodoro Fels –otro gran precursor de la actividad en el país– quien, en dicha provincia, realizaba exhibiciones con su aeroplano.
En declaraciones a la prensa local, Newbery adelantó que, para cruzar el macizo andino, volaría en un Morane Saulnier de 80 HP que traería desde Buenos Aires, por lo que regresaría a la Capital Federal. El sábado 28 de febrero por la noche, Jorge asistió a una velada en el Teatro Nuevo, donde recibió una calurosa ovación.
Su idea era la abordar el tren nocturno del día siguiente y, por eso, le pidió a su hermano Ernesto –vía telégrafo– que preparara ciertos elementos para el avión, con el que pensaba regresar a Mendoza el martes 3 de marzo por la tarde.
Al día siguiente, asistió con Fels y Jiménez Lastra a un almuerzo que les ofreció el gobernador Rufino Ortega en su residencia. De regreso en el Grand Hotel, se encontraron con tres familias amigas –Ocantos, Escalada y Valiente Noailles– en el lobby del mismo, donde un grupo de mujeres querían ver volar a Newbery.
Jiménez Lastra intentó disuadir a las jóvenes, y les explicó que el Morane Saulnier no estaba en Mendoza; Fels hizo lo propio, y adujo que el suyo debía haber sido desarmado pero, poco después, su mecánico, Eduardo Bordone, le confirmó que aún no lo había hecho. Entonces, Newbery le ordenó al técnico que vaya con la máquina hacia el aeródromo, e invitó a Tito Jiménez Lastra para que lo acompañara.
Fels le advirtió que, el día anterior, un ala de su Morane Saulnier “tiraba” un poco y, una de las jóvenes, le entregó una medalla de la virgen de Lourdes. Al guardarla, Newbery se dio cuenta de que no tenía entre sus pertenencias una foto de su madre, Dolores. Sería la primera –y última– vez que volaría sin ella…
Este es el monoplano Morane Saulnier Tipo G, con un motor Le Rhone de 80 HP y una hélice especial que el propio Newbery diseñara, y con el que intentaría cruzar la cordillera de los Andes en marzo de 1914.
Eran casi las 18.40 del domingo 1 de marzo de 1914 y, acompañado por Jiménez Lastra, Newbery despegó con el avión de Fels desde Los Tamarindos, en el departamento Las Heras, frente a El Plumerillo, el actual Aeropuerto Internacional de Mendoza.
El ascenso parecía normal. Pero el avión viró hacia la izquierda y, merced a su destreza y experiencia, Newbery lo niveló. Su idea era hacer un looping –maniobra que aprendió en Francia–, que inició a unos 600 metros de altura pero, otra vez, el avión viró hacia su izquierda, comenzando un peligroso tirabuzón.
Newbery trató de nivelarlo nuevamente, pero fue inútil. A unos 30 metros de la tierra, detuvo el motor y realizó un último intento por controlar el Morane Saulnier, que se precipitó en forma perpendicular sobre una acequia que cruzaba un potrero de la finca de Luis Ruiz de la Peña, un hacendado local. Jorge Newbery murió en el acto. Tenía 38 años.
Los primeros en acudir al lugar del accidente fueron el ingeniero Juan Banacci y Teodoro Fels, quienes se encontraron con un cuadro desgarrador. Newbery yacía sobre su asiento, reclinado sobre la derecha, mientras que Jiménez Lastra, que estaba unos cinco metros fuera del aparato destrozado, sufrió contusiones múltiples, además de la fractura de un brazo y la luxación de una muñeca.
Ambos fueron trasladados a la Asistencia Pública local, donde los doctores Ruiz, Day y Funes, entre otros, atendieron al herido y dispusieron lo necesario para embalsamar el cadáver de Newbery. Los doctores Jorge Aubone y Carlos Segura Walrond procedieron a embalsamar el cuerpo, informando que la muerte se produjo instantáneamente.
Cerca de las 22 de ese domingo, se montó la capilla ardiente en el Jockey Club mendocino –donde unas 5000 personas se acercaron a despedir a Jorge– y, al día siguiente, su ataúd fue llevado, envuelto en una bandera argentina, hacia la estación de trenes de Mendoza.
La llegada de sus restos a la Capital Federal se produjo el martes 3, a las 8.45. Una multitud los recibió en el andén de la estación Palermo, del ferrocarril Pacífico desde donde fueron trasladados hasta la Sociedad Sportiva Argentina. Durante toda la noche, la población porteña desfiló ante su ataúd y, al día siguiente, una marea humana siguió al cortejo fúnebre por la avenida Alvear hasta el cementerio del Norte (actual Recoleta).
Los restos fueron depositados en la bóveda de la familia del doctor Juan Antonio Fernández, cerca del paredón que da a la calle Vicente López.
Antes de cumplirse un mes de la tragedia, llegó a Buenos Aires el sobreviviente de la misma, Benjamín Jiménez Lastra, quien contó cómo se produjo el accidente. "Al hacer el decolaje, el aparato perdió el equilibrio, inclinándose sobre el ala izquierda, en forma tan brusca que Newbery sacó un brazo de la cabina, tomándose de la gabaute(el soporte metálico, en forma de “V” invertida, donde se anclaban los tirantes de las alas) para sujetarse y no ser lanzado fuera de ella”, comenzó su relato.
Y prosiguió: “En ese momento y, pese a que Jorge logró restablecerlo, me di cuenta del peligro que corríamos. Continuamos subiendo con el aparato completamente cabreado; a los 600 metros se inició el primer viraje. Me gritó que me tomase bien e hizo el viraje sobre el ala izquierda. Me tomé de los alambres del fuselaje, porque presentí la caída. El aparato siguió yéndose sobre la izquierda, completamente perpendicular hacia el suelo, siempre sobre el ala. Jorge picó para corregir la marcha; dos o tres veces estuvo a punto de hacer el looping pero, debido a su sangre fría, pudo mantener el aparato en sentido perpendicular. Cuando por última vez pretendió corregir el ángulo de caída, ya era tarde. Estábamos cerca de la tierra. De lo demás, no recuerdo nada".
Los restos de Jorge Newbery permanecieron en el cementerio del Norte (Recoleta) hasta el 2 de mayo de 1937, cuando fueron trasladados al de la Chacarita y depositados en el mausoleo que se construyó gracias a la colecta que organizó su amigo, Hernán Cullen.
Su legado
Jorge Newbery fue un hombre extraordinario e inolvidable y, por lejos, el más famoso de la Argentina de esos tiempos. Visionario como muy pocos, sus enormes aportes a la sociedad –ya sean en la actividad aérea, como en la deportiva, o en distintos campos de la ciencia y la educación– aún perduran.
Era detallista y observador y, todo lo que emprendía, lo hacía mediante el cálculo previo de las posibilidades. Hacía de todo y tenía tiempo para todo.
Merced a su inmenso carisma –su amplia sonrisa era marca registrada–, el dandy, el cajetilla, el gran seductor, el habitué de salones lujosos y exclusivos clubes privados, fue elevado al altar de ídolo. El primer ídolo popular argentino. El primero no político.
Jorge Newbery fue el sportman que le puso alas al deporte nacional. Con la práctica activa de varias disciplinas, no solo las difundió sino que, también, sentó las bases para un estilo de vida que priorizara la salud, tanto física como mental, con el desarrollo del cuerpo a través del entrenamiento.
Sus despegues y aterrizajes fueron ovacionados por multitudes, que veían cómo un hombre se elevaba con una máquina más pesada que el aire, y deleitaba a todos con sus maniobras acrobáticas.
Su permanente iniciativa y empuje desarrolló la incipiente aviación nacional, civil y militar. Y lo hizo arriesgando su vida, con máquinas que no eran tan confiables y seguras como las actuales. Había que ser muy valiente (o decididamente loco, para otros) para volar con un rudimentario aeroplano de madera, tela y un motor de pocos caballos. Esas primitivas aeronaves no tenían ni frenos…
Por eso, Newbery no es solo un aeropuerto –como se lo conoce al Aeroparque porteño– ni, tampoco, las decenas de escuelas, barrios, calles, plazas, avenidas y clubes deportivos que, a lo largo de todo el país, también llevan su nombre.
Fue más, mucho más. Y, a 107 años de su trágica muerte –que se cumplen hoy–, no crean que, después de una vida tan intensa, finalmente descansa. Para nada. Tengan por seguro que, con su inagotable pasión, Jorge Alejandro Newbery continúa volando en el cielo hacia la eternidad.
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