Como una cabecera de su corta pista –que mide apenas 644 metros– está en la base de una pronunciada pendiente, lo que obliga a los pilotos a realizar una muy difícil aproximación y, la otra, termina directamente en la playa, hace que despegar y, sobre todo, aterrizar en la isla de Saint Barthélemy, un territorio de ultramar francés, sea tan exigente como riesgoso.