“Tuve el honor y el privilegio de vestir al Papa Francisco desde sus primeros pasos, interpretando esa idea de noble sencillez”, expresó el diseñador tras la muerte del pontífice argentino, a quien despidió con palabras cargadas de emoción. “Su partida no sólo deja una marca, sino una cicatriz que contiene valores y necesita trabajarse y discutirse”, reflexionó.
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La historia de Sorcinelli dentro de la Iglesia comenzó casi por casualidad. Le hizo una prenda a un amigo que se ordenaba sacerdote y su trabajo llamó tanto la atención que no tardaron en llegar los pedidos. “La emoción más grande fue ver a Benedicto en la tele usando algo hecho por mí”, recordó.
El Vaticano fue el gran salto. Trabajar allí implica protocolos estrictos, códigos de vestimenta y una formalidad ineludible. Sorcinelli, con sus tatuajes y piercings, nunca tuvo inconvenientes. “Me los saco. Es cuestión de empatía”, explicó.
Sobre sus encuentros con ambos Papas, el diseñador fue claro: “Tuve contacto con Benedicto XVI y con el Papa Francisco. Todos somos muy diferentes. También ellos son personas, con su herencia cultural. Benedicto era de Alemania, Francisco de Argentina. Cada uno llega con su mochila y sus preferencias”.
Pero su mirada va más allá de los ornamentos papales. Sorcinelli busca belleza con un sentido trascendente. También crea perfumes religiosos, convencido de que “el olfato es una vía espiritual. Como la fe, el perfume no se ve pero se siente”.
A lo largo de su carrera, diseñó para santos –como San Celestino V, durante la exhumación de sus reliquias– y sus piezas pueden verse en grandes catedrales, incluso en la de París, su favorita. Hoy sigue confeccionando vestiduras únicas para parroquias, diócesis y gobiernos que buscan regalar arte sacro.
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Lejos de las tendencias comerciales, Sorcinelli construyó un camino propio, donde el arte y la espiritualidad se entrelazan. “Toda verdadera creación nace del respeto y de lo invisible”, asegura. Desde ese lugar íntimo, convirtió su fe en la obra más duradera de su vida.