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Un viaje a las entrañas de Petare, el barrio más peligroso de América Latina

Por Germán de los Santos | Enviado Especial a Venezuela

CARACAS.- “¿Por qué quieren ir a Petare?”, pregunta Omar que desde el jueves traslada al equipo de Aire de Santa Fe por las calles de Caracas en un Chevrolet Aveo modelo 2001. “No tiene sentido ir a allí. ¿Para qué nos vamos a arriesgar a que nos roben?”, asegura durante la mañana, en la charla previa al inicio de la jornada en Caracas. Su cara denota preocupación.

Omar no quiere ir ese barrio, donde todo se presenta como exagerado. Es el más grande de Caracas y también de Latinoamérica, pero además es la zona que figura en el ranking como uno de las más violentos de Venezuela, con un promedio de más de 30 homicidios diarios, más de la mitad de los que se producen en el municipio de Miranda, que está ubicado en el este de Caracas.

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“Yo los llevo hasta la redoma -una rotonda-, donde está la estación del metro. De ahí no me muevo”, afirma el taxista, que por primera vez desde que trabaja con el equipo de Aire de Santa Fe se muestra esquivo. No quiere saber nada de ir a Petare. Pero no le queda otra alternativa. Los ocho dólares que cobra por hora le arrebatan el temor a meterse en Petare.

 

 

 

Desde lejos este barrio histórico de la capital de Venezuela -fue fundado hace 398 años- aparece en el horizonte como un hormiguero enorme, con casas precarias de todos colores, algunas de ladrillos y otras de madera, que suben por la lengua de un cerro y parecen perderse en la cima enclavada en el cielo azul.

La inseguridad es otro de los problemas que generaron hartazgo en Venezuela, donde el índice de homicidios supera las 43 muertes violentas cada cien mil habitantes, más del doble que Santa Fe. Desde hace tiempo el venezolano se acostumbró a vivir con condicionamientos extremos por la inseguridad: hay zonas vedadas por la violencia y el miedo a las fuerzas de seguridad, casi parapolicial chavista.

En Petare esos indicadores explotan. En el estado de Miranda, donde pertenece Petare, se produjeron 927 homicidios en los primeros seis meses de 2018, según señalan las últimas estadísticas oficiales.

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Enrique Rangel, un comerciante de 40 años, tenía hasta el año pasado un local de venta de artículos para bautismos y comuniones católicas, pero ahora, según confiesa, vende “cualquier cosa, lo que se consigue”. Pero ese no es su principal problema. Lo abruma y lo persigue durante las noches el fantasma de dos robos violentos que sufrió en su negocio, cuando dos jóvenes desencajados lo encañonaron con un arma y lo golpearon.

 

 

 

“En Petare hay toque de queda. Es triste pero es así”, confiesa este hombre de pelo castaño y ojos claros que se confiesa, como muchos en Venezuela, fanático de Leonel Messi y de la selección Argentina. “Creo que la radicalización del gobierno, con ese tono violento, exacerba a los delincuentes que se muestran más violentos”, apunta el joven y recomienda andar con cuidado.

En esa zona y sobre todo más arriba, en la cúspide de Petare, se mueven bandas que dominan el territorio con la venta de drogas y los robos. Las bandas más conocidas son Los Kilombos, El Coque, El Loco Luis, Los Perth-Plus, El Macua y El Yilber. Todos les temen. Pero nadie se anima a nombrarlas.

El ascenso a Petare empieza por una escalinata ancha, donde hay locales de todo tipo a los costados hasta la calle histórica de este enclave caraqueño, que se fundó hace 398 años. Los comerciantes y los vecinos miran con atención cómo el periodista de Aire de Santa Fe sube la escalera. Algunos niegan con la cabeza cuando se los invita a conversar. Otros, no tienen problema, como Franklin Mota, que es dueño de una santería en el barrio.

 

El mostrador está enrejado, pero eso para un santafesino no es algo que sorprenda. Pero sí causa sorpresa la figura de Ismael, el santo de los delincuentes que vende Franklin. Es parecido a Pablo Escobar Gaviria, el líder narco colombiano. “Lo compran los malandros y le rezan para que no los maten o los atrape la policía”, cuenta Mota, y mueve la cabeza para expresar que él no justifica las oraciones al santo de los delincuentes.

“La brujería se expandió mucho en Venezuela, a pesar de que es un país muy católico”, cuenta Franklin, y agrega que “la llegada de muchos cubanos hizo que la superchería se popularizara hasta con los delincuentes que vienen a comprar este santo”, dice. Admite que desde hace dos años la crisis afectó hasta la compra de santos paganos. “Las velas que antes las vendía como pan ahora ya no se venden pero Ismael sigue estando entre los primeros”, afirma.

Yosibell es ama de casa y descansa en la plaza de Petare, frente a la iglesia. Está sentada con una amiga con la que conversa de la violencia del barrio, donde el domingo a la noche se produjo un incendio que destruyó más de 60 casas. Los bomberos no pudieron ingresar porque es imposible en esa maraña de callejones estrechos. Las viviendas quedaron convertidas en cenizas y las familias quedaron a la intemperie. “Hay zonas y zonas, pero es un barrio violento, donde hay que cuidarse”, admite Yosibell, y sonríe. Ella tiene 43 años y nació en esa barriada pobre que comulga en su mayoría con el chavismo, y confiesa que le cuesta hablar mal del barrio. “Creen que todos somos ladrones y malandros, pero también en esta zona hay mucha gente trabajadora”, explica.

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