Cada 29 de abril, Santa Fe vuelve a abrir una herida. La inundación del río Salado tapó un tercio de la ciudad, hubo gente que perdió todo, hubo muertos, hubo desidia. Pero también hubo gente que lo dio todo de sí para aliviar el dolor de las víctimas de la inundación a quienes el agua las despojó de absolutamente todo lo que tenían.
En primera persona, las historias de Rosana Cainero, docente del Colegio Verna que funcionó como centro de evacuados, Eduardo Maffioli, deportista colaborador en el Club Rivadavia Jr., otro centro de albergue, y de Cintia Molinari, voluntaria del Ejército.
La historia de Rosana Cainero
El 29 de abril del 2003 la docente Rosana Cainero (52) viajaba desde Laguna Paiva a Santa Fe a dar clases al Colegio Antonia María Verna, del barrio Jardín Mayoraz. Hacía 10 años que trabajaba en la institución ubicada en Diagonal Aguirre 2.700.
Cuando estaba a punto de llegar a Santa Fe comenzó a ver agua a la vera del camino aunque "la magnitud del problema se notó cuando solo quedaba a la vista la vía que está en la cota más alta y allí...el ganado... Jamás pensé que iba a ver un panorama tan desolador", dijo en una entrevista con AIRE.
Cuando llegó al colegio -aún de noche- se encontró con las paredes completamente grafiteadas exigiendo que abran las puertas para transformar la escuela en centro de evacuados.
"Sor María Teresa de Mauad, la Hermana Virginia (directora) y Sor Rosa Dibenedetto (representante legal de la congregación) nunca dudaron en abrir el colegio pero en total eran cinco hermanas solas con una situación caótica y sin seguridad. Nos esperaban a nosotras para armar el centro de evacuados", relató Rosana.
La transformación del colegio en centro de evacuados
En menos de una hora y media, el Colegio Antonia María Verna se trasformó "de escuela en hotel". Los padres de la escuela armaron un ropero por talles a partir de donaciones de la gente del barrio y familiares. Rosana fue a buscar cinco garrafas y yerba para preparar mate cocido. Se abrieron las puertas, se avisó a Gendarmería y comenzó a llegar la gente.
En el ingreso se les daba ropa seca, una bebida caliente y se les asignaba el salón donde iba a estar la familia.16 salones fueron tabicados a la mitad ( por padres de alumnos) así que entraban dos familias por salón. La cocina de la escuela fue para cocinarles a todos, el patio cubierto era el comedor y una enfermera, madre del colegio, se ofreció voluntariamente y se armó la enfermería. Lo otro fue el depósito para guardar "lo poco que nos llegaba en comida en los vehículos de Gendarmería".
El centro de evacuados recibió a vecinos y vecinas de los barrios Santa Rosa de Lima, Roma, San Lorenzo y Chalet. "La gente llegaba en estado de shock, tenía frío, había pasado toda la noche mojada. Preguntaban por algún familiar suyo y la frase recurrente era 'perdí todas las fotos'. En esa época casi no había celulares para tomar imágenes así que la historia familiar estaba en fotos impresas", relató Rosana.
Llegaron con lo que tenían en las manos: con un bebé, cenizas de sus muertos, un abuelo con un loro, un señor con su mascota...una perra. La hermana le dijo 'no pueden entrar mascotas' y el hombre respondió 'es lo único que tengo': la perrita fue mamá de varios cachorros en el centro de evacuados.
La escuela cambió totalmente la fisonomía, "se convirtió en una una suerte de conventillo, lugares de comida comunes, baños comunes, tenders con la ropa. Pedíamos ayuda a los vecinos, pasta dental, ropa. Las maestras aportábamos de nuestra alacena porque lo que nos mandaba Gendarmeria alcanzaba para una comida diaria, los negocios colaboraban", recuerda Rosana.
"El agua tiene memoria", dijo Rosana Cainero
El recuerdo intacto de aquellos días pone brillosos los ojos de Rosana que luchan a capa y espada para evitar la caída de una lágrima.
"El agua tiene memoria. Hizo aflorar las virtudes humanas pero también las miserias. Hubo gente que ayudó y otra que decía 'para que se hacen las casas en terrenos inundables'. Del gobierno teníamos poca respuesta, gente que donaba hasta lo que no tenía, gente que se ponía a disposición para trabajar junto a nosotras. Gente que nos ayudaba a lavar acelga y papines y otros evacuados que nos exigían que los ayudemos", relató la docente.
Un mes y medio estuvo el colegio abierto como centro de evacuados...pero fue mas. Los docentes se dividían en turnos y preparaban las cuatro comidas, prestaban los baños de sus casas para que los evacuados se bañaran. Y hasta un grupo de docentes daban clases a las personas evacuadas.
Tras un mes y medio, el centro de evacuados cerró sus puertas
"Se instalaron televisores con películas, cuando llegó el momento de irse algunos querían irse y otros se negaban y lloraban porque ahí tenían cuatro comidas diarias, una manta caliente, alguien que los trató dignamente. Les dimos todo lo que teníamos: nuestro tiempo, nuestras manos, nuestros oídos", expresa Rosana con la garganta apretada.
Para la maestra voluntaria, el Verna no fue un centro de evacuados, fue un centro de alojamiento porque ofrecieron un sitio físico y un lugar en el corazón.
Después hubo que restaurar la escuela para recibir los niños, pintar, arreglar los baños, 'tampoco hubo ayuda del gobierno'. Recibieron a sus alumnos y alumnas que también estuvieron inundados con la suerte de que algún familiar los alojó.
"La vida te puede cambiar en un ratito, lo que te salva es el entramado humano. Quien ayudó a la gente que se inundó es la gente de la propia ciudad de Santa Fe y de otros lugares de la provincia", expresó Rosana quien no dudó en afirmar que si tuviese que elegir "volvería a ser docente. Lo único que puede salvarnos como sociedad es la educación, es mirar a ese otro como parte nuestra", concluyó Rosana mientras perdía la batalla contra la emoción y sus lágrimas empezaban a resbalar por las mejillas.
El Club Rivadavia Jr. funcionó durante dos meses como centro de evacuados
Eduardo Maffioli (56), era deportista en el Club Rivadavia Jr. ubicado en Avenida Freyre y Santiago del Estero, de donde actualmente es dirigente. La institución deportiva funcionó como centro de evacuados y Eduardo, junto a unos 20 deportistas, se transformó en colaborador en el espacio destinado a albergar a familiares de socios del club que se inundaron.
El centro empezó a funcionar el 1° de mayo del 2003 por pedido de los deportistas cuyos familiares estaban inundados. Se recibió entre 15 y 20 familias en el gimnasio de pesas donde actualmente está la pileta del club Rivadavia.
"Oscar Donayo ocupaba un lugar importante en la Lotería de la Provincia y -merced su gestión en la parte oficial- se logró conseguir ropa y alimentos. Nosotros éramos deportistas en actividad, llegaba la ayuda, había que clasificarla, guardarla. Se iba a suministrando en la medida de las necesidades. Era nuestra función como colaboradores", recuerda Eduardo por AIRE.
Con el ejercicio de la memoria, su mente se traslada a aquel doloroso abril que dejó rastros imborrables en sus recuerdos: "Vi a la gente caminando hacia un lugar sin saber a donde, con esa mirada perdida, con esa cara de tristeza, sin saber qué le iba a deparar el destino, adónde iban a ir a parar, preocupados por la gente mayor".
Durante casi dos meses, el club fue la casa de las familias inundadas. En la medida en que podían recuperar sus viviendas se iban. Fue un tiempo en el cual el club sirvió como cobijo.
Para Eduardo, a partir de semejante tragedia "Te empezás a replantear algunas cosas. Era impensada una inundación de tamaña naturaleza. Uno veía por televisión inundaciones y nunca pensamos algo así iba a pasar en Santa Fe. Hubo que apelar a lo que sea, escuelas, clubes, gente del exterior que mandaba donaciones. Hubo miserias y mezquindades, gente que de la desgracia sacó provecho, gente que hizo negocios con la necesisdad de otro", reflexionó Eduardo Mafioli.
Cintia Molinari trabajó como voluntaria junto al Ejército y el Cuerpo Guardia de Infantería
Por abril del 2003, Cintia Molinari Rodríguez tenía 22 años y era integrante de Rotaract desde los 13 años. Se involucró activamente en la inundación junto a gente cercana en conseguir ropa para quien la necesitara.
Con una amiga que trabajaba en el Ministerio de Desarrollo Social se sumaron a la campaña solidaria. Comenzó yendo a un garage oficial en Salta y 25 de Mayo. Allí estaba una de las cocinas donde elaboraban alimentos y salían a repartir los camiones de Infantería de Marina hacia los barrios Chalet y La Ranita.
Allí Cintia se subía a los camiones del Ejército y la Infantería de Marina rumbo a ambos barrios para distribuir los alimentos. Se bajaba del camión y se subía a alguna embarcación que la llevara a relevar a las familias que permanecían en los techos de sus viviendas.
"Mucha gente se quedó a vivir en los techos de las casas, nosotros recorríamos esos barrios en botes para ver cómo estaban y qué necesitaban", recordó Cintia por AIRE.
Hoy como contadora pública, carrera que estudiaba en aquellos tiempos de inundación, recuerda que desde chica siempre estuvo al servicio de la comunidad. "Ese era un momento importante para ayudar. Yo vivía en la Costanera pero gran parte de la ciudad estaba tapada de agua", expresó.
Las sensaciones de Cintia a la distancia son, en su mayoría positivas. "La solidaridad de Santa Fe es grande, la ciudad se puso al hombro la tragedia para colaborar. Al mismo tiempo me dejó una angustia ver como todo se venía abajo por cuestiones que deberían haberse previsto".
"Recuerdo los rostros desolados de la gente que lo perdió todo. Esto le llegó a todo el mundo, fue a todos y movilizó a la ciudad. Además fue mucha la ayuda recibida desde todo el país. Y el amor que le ponía la gente cocinando -por ejemplo- un arroz de primera calidad", contó la entrevistada.
Cintia colaboró durante tres semanas como voluntaria. El agua comenzó a bajar y las fuerzas federales se retiraron de Santa Fe. Allí todo quedó a cargo de clubes, escuelas y vecinales que seguían ayudando.
Por su voluntariado, Cintia recibió un reconocimiento por parte de la concejala Laura Spina. También atraviesa su garganta el sabor amargo del oportunismo, de la teatralización del dolor ajeno por parte de algunos medios de comunicación nacionales cuyos periodistas se acercaban a algún niño o niña vulnerable y le decían "descalzate y llorá" para el circo de las cámaras.
"Ese helicóptero que no paraba durante la noche, las familias que buscaban sin cesar a sus pares a quienes habían perdido y... la gente que recibía colchones donados y terminaban vendiéndolos", concluyó.
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