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Sociedad Escritura |

"Porque, en definitiva, todas somos Malaprendidas"

Esta es una invitación a sabernos y reconocernos Malaprendidas. A habitarnos de otro modo, dejando atrás prejuicios y mandatos que no nos pertenecen. Un “animarse” a desaprender y a volver a aprender, más conscientes, más honestas con lo que sentimos, podemos y soñamos.

Malaprendidas ”, de ese modo nos llamaba mi abuela materna a mis primas y a mí. Era una forma de justificar, supongo, nuestros exabruptos y desobediencias. Ella nos había enseñado bien, decía, nosotras habíamos aprendido mal. Por tanto, no éramos “Malenseñadas”, sino "Malaprendidas".

Lo cierto es que provengo de un linaje hermoso de mujeres sabias, guardianas de secretos dolorosos, sencillas y humanamente generosas y muy mandonas también.

De ellas recibí, como la mayoría de nosotras, raigambre y vuelo, estructuras y rituales, algunos, muchos fueron hogar, matriz y fuego sagrado, fueron nido, lugar seguro y herencia orgullosa.

También heredé mandatos y matrices que, casi a modo de mensajes ancestrales, fueron circulando de generación en generación. Algunos ya no me pertenecen, o quizás nunca lo hicieron.

Desde muy pequeña las palabras fueron parte de mi mundo cotidiano, a veces en secreto y otras transformadas en cuentos y en historias que esas viejas sabias, abuela, bisabuela, se ocupaban de narrar con gran destreza, a veces crudas, a veces absolutamente fantasiosas, siempre exquisitas.

Escribir, también fue parte de esa relación amorosa con las palabras hasta bien entrada la adolescencia. Sin embargo, cuando más lo hubiera necesitado, las palabras desaparecieron, no estaban, no las encontraba. Sobrevino un mutismo que, por fortuna, duró más de lo necesario, pero menos de lo soportable. Como suele sucedernos con esas cosas que nos hacen bien, que nos conectan con lo más profundo de nosotras, nunca desaparecen del todo.

Nunca supe muy bien por qué transité todo ese tiempo sin poder escribir, o lo que es peor, sin siquiera darme cuenta de que no lo estaba haciendo. Quizás, porque este también era un mandato, el de callar, el de no decir, cuando lo que teníamos para decir no era del todo bueno, no iba de la mano del deber ser o de lo esperable. Callar y seguir como si nada pasara, esconder bajo la alfombra, ocultar, disimular. Callar y sostener.

Un día, del que no tengo recuerdo preciso, seguramente porque no fue "un día", sino porque algo venía germinando, venía pidiendo pista, ardiendo, haciendo ruido y abriéndose paso, volvió Malaprendida. Volvió, habitada de una manera diferente, más propia, más segura, más cercana a mis deseos, a mi esencia y sin tanto prejuicio, sin tanto mandato sin sentido.

Pude entender o darme cuenta cuánta angustia, cuánta ansiedad me había generado ir detrás de lo que me dijeron que debía ser, cumplir con eso que era lo correcto. En algunos casos porque así había sido siempre o simplemente porque esas eran las expectativas de quienes me transmitían ese mensaje.

Pude escuchar lo que estaba pasando muy adentro mío, pude advertir cuánto me había costado y me costaba sostener esa idea de vida, de amor, de familia, de trabajo, de libertad, de felicidad que, en definitiva, no me pertenecía.

Cuánta culpa había sentido y sentía pensando que estaba defraudándolos al no poder cumplir con lo que se esperaba de mí, simplemente porque esos mandatos tan arraigados, tan fuertes me resultaban muy difíciles de cumplir, me impedían intentar realizar cualquier cambio en mi vida, tomar decisiones propias, elegir, porque se presentaban como verdades absolutas, las sentía como normas rígidas contra las que no podía luchar.

Embed - Porque, en definitiva, todas somos Malaprendidas: la columna de Lu Cordoneda

¿Por qué no presentamos batalla?

¿Por qué sostenemos construcciones monstruosas edificadas a base de mandatos ajenos, aun a costa de derrumbarnos? ¿Por qué permitimos que nos señalen el camino sin experimentar el propio?

Familia, amigos, grupos de pertenencia, demandas de trabajo, modelos sociales, medios de comunicación, redes sociales, todos y cada uno se ocupan de decirnos cómo y a quién amar, cómo maternar, cómo deben ser nuestros cuerpos, qué carrera, profesión o trabajo elegir, cómo comportarnos, qué roles asumir.

Acatamos, funcionamos casi en automático, reproducimos ¿Por qué?

Por pura supervivencia, para sobrevivir. Entendemos a muy temprana edad dónde está lo seguro, el nido, el refugio y a eso obedecemos. Por amor, porque esos mandatos, explícitos o no, tienen una alta carga emocional. Por necesidad de aceptación, de reconocimiento, porque son dados por quienes nos aman.

En nuestra infancia, hacemos lo que nuestros padres esperan de nosotros con tal de recibir su amor y cuidados. Son nuestros referentes, por eso vamos reproduciendo sus conductas y almacenando la información que nos brindan.

Algo parecido va sucediendo con cada relación que intentamos construir, amorosa, laboral, etc.

La idea sería poder sostener lo que hoy nos creemos capaces de sostener y a lo otro lo que nos cuesta horrores, lo que nos hace ruido, lo que puede llegar hasta a enfermarnos, lo que nos angustia y nos hace permanecer incluso, en un estado de insatisfacción, de culpa, de angustia permanente, porque "no podemos, no llegamos, no estamos a la altura…" a esos dejarlos ir.

Sabernos y reconocernos Malaprendidas, sin culpa, habitarnos de otro modo, más seguras, más orgullosas de nuestras elecciones y decisiones, aun equivocándonos, mil veces. Haciéndonos cargo.

Desaprender y volver a prender a nuestro modo, a nuestro tiempo y en nuestra propia piel, más conscientes de lo que sentimos, de lo que nos pasa, de lo que deseamos y dejar de vivir en ese estado casi de resignación, de aceptación de lo que nos fue dado y que ya no estamos dispuestas a tomar.

Porque, en definitiva, todas somos Malaprendidas.

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