Por Mariano Ruiz Clausen
Soledad Barruti es periodista y escritora. En dos de sus libros hace un análisis minucioso, crítico y controversial de la composición de cada alimento que comen los argentinos y de toda la cadena de producción de la industria alimentaria.
Luego de investigar esos procesos durante años, entre otras ideas sostiene que “nuestra la alimentación se ha ido erosionando a medida que se ha vuelto un evento más comercial que alimentario”, que “recae en un puñado de marcas (a las que nombra sin ningún prurito) que son muy buenas procesando ingredientes, pero no cocinan; y su negocio no está orientado a nutrir sino a vender”, sintetizó entrevistada por Aire de Santa Fe.
Su primer libro de no ficción “Malcomidos, cómo la industria alimentaria argentina nos está matando” (2013) se convirtió inmediatamente en un bestseller. En el segundo, “Mala leche, el supermercado como emboscada…” (2018), Barruti propone “un viaje que empieza por la mochila de su hijo y la alacena de su casa, desnuda la comida ultraprocesada que amamos comer y muestra los laboratorios en los que se trama, los campos y tambos donde se produce, las fábricas donde se ensambla y los estudios donde se la embellece”.
Organizada por el ministerio de Innovación y Cultura de la provincia, la investigadora brindó una charla-taller el sábado por la tarde en El Molino, Fábrica Cultural. Previo a ello dialogó con Aire de Santa Fe. Fue invitada “por personas que consideran que es importante en este momento mostrar cuál es la diferencia entre un alimento y un comestible, porque estamos atiborrados de productos que no necesitamos. Y para explicar cómo puede hacerse de esa información cualquier persona, o una familia, que quiere realmente alimentarse bien”, enfatizó la periodista.
Y agregó: “Muchas veces esa información es el lujo más escaso que tenemos. Incluso en contextos de crisis económica con la información correcta podemos hacer elecciones más conscientes y saludables. De eso se trata el encuentro”.
—Soledad, en sus libros asegura que, paradójicamente, los alimentos “cada vez alimentan menos y son más nocivos”, que el supermercado “el lugar menos aconsejado para comprar”; y que “el precio que pagamos por comer sin saber es muy alto, ya que la dieta actual se convirtió en el obstáculo más grande que debe sortear un niño para llegar sano a la adultez y un adulto a la vejez”. ¿Podría profundizar estas ideas?
—Lo que sucede con la alimentación es que se ha ido erosionando a medida que se ha vuelto un hecho más comercial que alimentario. Nuestra alimentación recae en un puñado de marcas que son muy buenas procesando ingredientes, pero no cocinan, y su negocio no está orientado a nutrir sino a vender. Hemos ido comprando cada vez más productos de marcas y menos alimentos naturales. Por otro lado, nos hemos alejado de la cocina como espacio donde esos alimentos se elaboran y se convierten en platos realmente nutritivos y ricos. Este proceso se ha ido dando de la mano con otro, que tiene que ver con la concentración del sistema productivo y el traspaso de la agricultura al agronegocio.
—En todos sus libros o exposiciones hace alusión explícita a marcas muy instaladas y poderosas. ¿Nunca la amenazaron o intentaron extorsionarla o chantajearla?
—A las marcas hay que nombrarlas porque las personas conocen a los productos por sus marcas. Si hablás, por ejemplo, de “cereales de desayuno” la gente no sabe lo que es. Vos le hablás de Granix y después te preguntan “¿y Nestlé qué tal?”. Por eso es muy importante nombrar. Porque las marcas nos manipulan. Así como cuando uno habla de un plan político habla del político que está relacionado, con una situación alimentaria que involucra marcas tiene que decir cuáles son. Yo como periodista tengo la obligación y parte de mi trabajo es hacerlo. Eso no me da temor. Siempre que lo haga con fundamentos no tendría porqué traerme problemas.
“No obstante, creo que la industria alimentaria es un sistema mafioso, sí, sin dudas. Pero hasta ahora al menos esa mafia ha sido representada en formato de algunos profesionales que dicen que hay que tener un título habilitante (médico, nutricionista) para hablar de estas cosas. No estoy de acuerdo con eso ni lo creo, en absoluto. Yo no estoy dando dietas, un plan alimentario ni mucho menos. Lo que estoy haciendo es brindar la información que debería tener todo el mundo (un maestro, un odontólogo, un astronauta). Para eso está el periodismo como un oficio que hay que revalorizar y que hay que volver a poner en el lugar de la comunicación de la información que falta. Así que yo estoy totalmente decidida a continuar haciéndolo”, agregó Barruti con vehemencia.
Sobre las efectos de tránsito de la agricultura al agronegocio, Barruti describió que “la misma lógica aplicada a los productos comestibles es aplicada al campo. Lo que se busca es vender más, al menor costo posible, en el menor tiempo posible; y todo eso es una gran contradicción. Porque estamos hablando del campo, de animales, de plantas que, para que cuajen en el modelo de producción comercial, se utilizan métodos que les generan un gran deterioro, una manipulación muy cruel y de consecuencias dramáticas para nuestra salud. La OMS hace tiempo lo advirtió”.
—¿Podría explicar esas consecuencias?
—Los comestibles tanto vegetales como animales terminan teniendo una pésima calidad nutricional y llegan llenos de tóxicos que se incorporan en su producción. Para que crezcan monocultivos hay que utilizar agroquímicos, pesticidas y fertilizantes sintéticos. Hay que alterar semillas en laboratorio para que que se vuelvan resistentes a “malezas” y “plagas”. A los animales se los encierra en confines minúsculos, sometidos a una gran crueldad y se los obliga a comer sin parar, a crecer en tiempo récord. Se seleccionan razas que crecen casi deformes, que no pueden mantenerse en pie adentro de las jaulas, como es el caso de los pollos de doble pechuga que son los que llegan al supermercado. Esos animales por supuesto se enferman más, entonces se utilizan una cantidad de remedios (antibióticos, hormonas, etc.). Tanto los remedios, como los agroquímicos, como esa crueldad y manipulación a la que son sometidos perjudican a todo el sistema alimentario.
—¿Hay alternativas a eso que describe?
—Si salimos del supermercado como espacio de consumo y volvemos a mirar a los productores de alimentos sanos, nos vamos a encontrar con que los alimentos están; y que hay que eludir un sistema que brinda productos que no están hechos para alimentar sino para vender. Eso lo puede hacer por supuesto el consumidor pero también requiere políticas públicas y el apoyo de los distintos gobiernos a los productores de comida de verdad. También, el desestímulo de los comestibles y su publicidad que muchas veces nos llega en forma de información, y nos va confundiendo al punto tal que terminamos enredados pensando que si tratamos de comer mejor “no se puede”. Reitero, para salir de esa trampa lo primero que debemos hacer es salir del supermercado.
Barruti explicó que una mejor alimentación no necesariamente supone que sean alimentos cocinados o elaborados. “Podemos comer frutas, huevos hervidos, frutas secas (si comparamos, es mentira que son más caras porque si las compramos a granel son más baratas que las golosinas, alfajores, los snacks, los productos panificados). Las barritas de cereales en su gran mayoría lo que menos tienen es cereales, sino trigo o arroz inflado lleno de glucosa. También hay que buscar frutas y verduras de temporada, que son más sanas y baratas”.
—¿Pero cómo hace una persona que trabaja 12 o 16 horas y vive sola para prescindir de la ‘comodidad’ del supermercado? ¿O una familia tipo, que no tiene ni los recursos materiales ni simbólicos para acceder siquiera a esta información?
—Todos pensamos que cocinar demanda 3 horas o más. Pero en 10 o 15 minutos, si nos sabemos organizar, podemos hacerlo y se vuelve una costumbre. Implica disciplina, sí. Pero mucha veces el peor problema antes de tratar de comer mejor no es justamente el tiempo, sino el obstáculo mental que nos ponemos pensando que no vamos a tener tiempo.
“Yo trabajo todo el día. Tengo una beba, un hijo adolescente y no soy rica. Sin embargo cocino. En mi casa se come comida casera y mi hijo aprendió a cocinar y sigue aprendiendo. Seguramente mi hija también aprenderá. Me parece que eso es algo que nos emancipa y nos vuelve más libres. Cuando perdemos los miedos, vencemos los prejuicios y tomamos la decisión todo se acomoda y encontramos la manera de organizarnos”, aseguró la periodista.
—Barruti, ¿qué piensa de otras industrias? Como la de la ropa, zapatos, tecnologías… De marcas internacionales denunciadas mundialmente por hacer uso de menores o personas en condiciones de casi esclavitud, entre otras situaciones absolutamente deshumanizadas y deshumanizantes.
—Sucede exactamente lo mismo que con la industria de los alimentos. Lo que está en jaque –y debemos tomar conciencia plena de esto– es todo un sistema productivo, económico y civilizatorio. Pasamos nuestra vida en una ciudad y con aparentes comodidades: ir al supermercado, comprar un teléfono todos los años, ropa nueva a la moda, y eso se hace a costa de mucho sufrimiento humano, propio y ajeno; del sufrimiento de otras especies, de los territorios. Estamos devorando nuestro propio futuro y dejándoles nada a nuestros hijos, mientras reproducimos escenarios de crueldad y de violencia. Entonces lo que hay que cuestionar es todo el sistema, el consumismo feroz, la relación con nuestros bienes. Porque este sistema se sostiene vendiéndonos cosas que no duran. Es ridículo. Realmente gastamos nuestro tiempo, y pasamos horas trabajando para comprar cosas que no son vitales, que nos hacen daño y que de ningún modo nos hacen felices.
La periodista aseguró también que el cambio climático está estrechamente vinculado al sistema alimentario actual.
“Para obtener mucha carne, muchos carbohidratos refinados, hace falta mucha tierra. Una imagen muy explícita y muy reciente es lo que ocurrió en el Amazonas cuando se incendió para ganar tierras a la selva, y abrirle espacio a las vacas y a los granos que alimentan esas vacas. A la soja, al monocultivo. La verdad que es un sistema muy perverso e inviable. Si no le ponemos un límite las consecuencias serán dramáticas”, ilustró.
También sostuvo que “somos la especie en peligro de extinguirlo todo: vean lo que estamos haciendo con las selvas. Una de las tantas amenazas actuales es talarlo todo para obtener aceite de palma. También soja y unas cuantas vacas pero sobre todo eso, palma para dar aceite a una cantidad de cosas que son un insulto a la belleza de la vida que se destruye en su nombre”.
«El aceite de palma está escondido en muchos ultraprocesados, pero para las marcas destruir el mundo y cultivarlo es barato y funciona genial en sus preparaciones. Galletas, comida congelada, golosinas, sopas instantáneas: comestibles envueltos en en un aura simpática e inofensiva producidos por marcas como Nestlé, Kellogg’s, McDonalds, Burger King, Starbucks, Mondelez y muchas de cosmética como Colgate. Puede figurar en los ingredientes como tal o como “aceite de palmiste” o el siempre enigmático “aceite vegetal”», ejemplificó Barruti.
Y dijo que al igual que lo que ocurre con los otros monocultivos “su producción también involucra tóxicos, desplazamiento de comunidades enteras para su expansión, y explotación laboral. El combo detrás de las marcas siempre viene así, con horror extra grande. Este aceite de palma es una de los mejores motivos por los cuales exigir rótulos claros que señalen cuando las marcas agregan grasas saturadas. Y -obvio- otro motivo de las marcas para evitar ser rotulados”.
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